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LA CRISIS DISCIPLINARIA DE LA ANTROPOLOGÍA Y EL SURGIMIENTO DE LOS “ESTUDIOS TRANSNACIONALES”

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Los primeros usos del concepto “transnacional” en la antropología los podemos ubicar en las primeras décadas del siglo XX cuando Edward Sapir usó el concepto “transnacional” para reflexionar sobre los procesos de carácter económico y político que enmarcaban los cambios culturales de la época. Sostenía Sapir que no era posible pensar en una “cultura” internacional generalizada, pero las culturas “nacionales” tampoco parecían tener posibilidades de establecerse como tales sin un empobrecimiento cultural. En el futuro, pensó, los individuos se vincularían más bien a “una serie de culturas autónomas”, ya que “Nueva York, Chicago y San Francisco tendrán cada una sus propias formas culturales” enmarcadas en este contexto transnacional (Sapir, 1924:428­429).

Una de las líneas de la genealogía del concepto “transnacional”, como lo uso en este libro, se remonta a años más tarde y está relacionada con el pensamiento crítico de la antropología que, posterior a la Segunda Guerra Mundial, se preocupó por construir una mirada crítica capaz de pensar en fenómenos de escala mundial como el surgimiento del capitalismo y desde ahí repensar a la antropología misma en el marco de una crítica al colonialismo. En 1946, estudiantes de la Universidad de Columbia en Nueva York, con una perspectiva antropológica crítica, formaron la “Mundial Upheaval Society”. Entre los miembros del grupo se encontraban Sidney Mintz y Eric Wolf. Wolf dijo de su experiencia que “lo que le gustaba del grupo era la mirada de gran escala [...]” (Hakken y Lessinger, 1987:6). El pensamiento de estos y otros antropólogos, como Ángel Palerm, asociados a lo que en este periodo de la posguerra se llamó eufemísticamente “economía política” se acercó a la discusión de la teoría del “sistema mundo”, y siendo críticos de la misma hicieron propuestas alternas a su eurocentrismo. Así, Eric Wolf (2005) trabajó sobre “la gente sin historia”, Sidney Mintz (1996) analizó el papel del trabajo de las comunidades caribeñas en la construcción del capitalismo a escala mundial, y Ángel Palerm (2008a) propuso un modelo para comprender el papel central del campesinado en la conformación del primer sistema mundo.

En el marco de esta discusión crítica sobre los procesos de escala mundial, prologado por E. Wolf, Ángel Palerm (2008b) sostuvo en 1980 que tanto el marxismo como la antropología estaban en una crisis, sesgados por un velo ideológico asociado a la figura del Estado­nación. Explicó que la antropología había tomado formas propias en Inglaterra, Francia y Estados Unidos, ligadas a su papel dentro del colonialismo. Concomitantemente, afirmó, el marxismo estaba atrapado en las ideologías de los países en el que el socialismo estaba dominado por una nueva clase asociada al aparato político y tecno administrativo del Estado.

Palerm propuso que el marxismo necesitaba de la antropología para comprender y escapar del nacionalismo, pero la antropología necesitaba del marxismo para construir un marco conceptual que se alejara del colonialismo. Desde mi punto de vista, Palerm describe un proceso que se estaba dando ya en ese momento. Un proceso de construcción de estudios “transnacionales” tanto en el plano de la escala de investigación como en el plano de la transformación de la disciplina misma.

En la antropología, el “nacionalismo disciplinario” estaba arraigado en distintos niveles. El primero de ellos se relacionaba con la estructura misma de la disciplina según se organizaba en cada país. La antropología social británica estaba conformada por tres subdisciplinas: la antropología económica, la antropología política y la antropología simbólica. La antropología se alineaba con otras disciplinas como la economía, la ciencia política y la sociología, pero estudiaba “otras sociedades”. Las subdisciplinas de la escuela culturalista estadounidense, en cambio, eran la arqueología, la antropología física, la antropología lingüística y el estudio de la cultura. La etnología francesa no compartía tampoco la misma estructura disciplinar.

Los cambios en la disciplina que anunciaba Palerm operaban ya en varios niveles. En el caso de la antropología británica, la vuelta de la mirada hacia la metrópoli como un campo de estudio de la cultura en parte impulsada por los historiadores marxistas, y en parte por el escrutinio de los sujetos coloniales sobre la sociedad británica, pusieron en entre dicho la distinción yo­otro, no sólo como campos de estudio, sino como una división tácita entre el sujeto cognoscente y las sociedades por conocer. Esta tensión cuestio nó las fronteras disciplinarias que dividían el campo del conocimiento entre la metrópoli y sus colonias, transformó la jerarquía del grupo epistémico cognoscente respecto a las sociedades “por conocer” y cambió el “objeto” de estudio de las disciplinas, dando como resultado el surgimiento de los “estudios culturales” como una propuesta crítica, confrontativa y transdisciplinaria en aquel país.

En el caso de la antropología estadounidense, se cuestionó el supuesto de que se podía pensar a las culturas como si estuviesen contenidas dentro de un territorio (como las naciones dentro de un territorio nacional), para demostrar que las culturas se extendían más allá de las fronteras y que, por lo mismo, debíamos entender a los “territorios” como “zonas fronterizas” de convergencia social, y yuxtaposición de culturas en condiciones de desigualdad de poder (Gupta y Ferguson, 1992). El estudio de las “zonas fronterizas” y las relaciones transculturales rompió con lo que años más tarde Andreas Wimmer y Nina Glick Schiller (2002) llamarían “nacionalismo metodológico”, y fue el espacio de trabajo de sujetos autoadscritos a identidades complejas, como los antropólogos chicanos, quienes introdujeron el herramental de la crítica literaria para el estudio de la cultura, reconfigurando la alianza subdisciplinaria e introduciendo a la literatura como un campo que atravesó el conocimiento en todas las subdisciplinas. Esta “antropología con literatura” fue una de los cambios que llevó a la formación de los “estudios culturales estadounidenses” (Rosaldo, 1985, 1994).

La ruptura del nacionalismo disciplinario de la antropología se dio en varios niveles: la reorganización subdisciplinaria, el cuestionamiento de las fronteras entre disciplinas, la aparición de un nuevo sujeto cognoscente y el reconocimiento de las diferencias de poder y el carácter político de la cultura.

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