Читать книгу Momentos - José Herrera Peral - Страница 11

Ruidos

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Estaba profundamente dormido cuando Marta me despertó:

—He oído ruidos —me dijo.

Tardé en despertarme, pero unos minutos después bajaba por las escaleras aguzando los sentidos para intentar confirmar lo que ella había oído. En ese momento, escuché una crepitación que provenía del salón; me detuve con brusquedad. Pensé que habían entrado ladrones en casa. Sentí en mi cuerpo al mismo tiempo una mezcla de miedo y rabia. Todos mis sentidos se pusieron en alerta máxima y esperé agazapado que algo ocurriera. Pasaron los minutos y solo reinó el silencio. Marta se reunió conmigo y esperamos juntos un largo rato.

Al constatar que no se repetían los ruidos, decidimos recorrer la casa y no observamos nada anormal: todo estaba en orden. Volvimos a la cama, aunque tardamos en dormirnos otra vez, ya que los dos, sin hablar entre nosotros, permanecimos bastante tiempo escrutando el silencio para interpretar qué nos había sobresaltado aquella noche.

Al día siguiente, retornamos a nuestros trabajos y no volvimos a hablar del asunto, pero por la noche, a las dos de la madrugada, volvió a ocurrir lo de la velada anterior. Esa vez oímos pequeños ruidos, crujidos de maderas y sonidos como si los muebles fuesen deslizados de un sitio a otro. Repetimos el periplo de la noche pasada: recorrimos temerosos y preocupados cada una de las habitaciones de la casa y no encontramos ninguna explicación a nuestras percepciones auditivas. A pesar de ello, no desapareció en nosotros la sensación de angustia intensa.

La semana siguiente estuve solo en casa. Marta me dijo que tenía que viajar por razones de trabajo y que estaría varios días fuera; más tarde, me di cuenta de que había sido solo un pretexto para no estar en casa, ya que ella tenía pánico de volver a pasar una noche como las que habíamos vivido llenas de ansiedad y desasosiego. Para mí, esos días de soledad fueron una repetición de los anteriores: cada noche que pasaba oía más ruidos inexplicables, pero comenzaba a acostumbrarme a ellos. Pasé del miedo que me inmovilizaba a necesitar oír esos ruidos que rompían la soledad que me embargaba desde hacía tanto tiempo. Marta no regresó nunca y tampoco la extrañé.

Con el paso de las semanas, noté que ese lenguaje de sonidos nocturnos comenzaban cada vez más temprano y eran también más nítidos e intensos: oía ruidos de sillas, puertas que se abrían o cerraban y hasta voces susurrantes.

Ayer, al anochecer, cuando regresaba del trabajo, al acercarme a mi casa vi luz en su interior. Me quedé paralizado e incluso dudé por un instante de si estaba en el sitio correcto. Unos segundos después, me repuse y, mientras introducía la llave en la cerradura, la puerta fue abierta por una mujer de mediana edad, muy afable, que me invitó a entrar en mi propio hogar. Me quedé estupefacto, pero sin hablar siquiera la seguí como un autómata hasta el salón. Allí había un hombre de sonrisa plácida que me invitó a sentarme en su mesa, ya que al parecer mi llegada había interrumpido la cena.

Como si fuese una situación ordinaria, cenamos los tres, conversando de cuestiones diversas, hasta que esos anfitriones en mi propia casa se despidieron de mí y se marcharon hacia los dormitorios. Me quedé solo, sentado en el sofá del salón, y, al cabo de un rato, comencé a oír los ruidos de siempre en las habitaciones contiguas. No sabía qué pensar y no supe qué hacer, por lo que opté por pasar la noche allí tumbado. Para distraerme, me dediqué a descifrar los sonidos que invadían la casa; me quedé dormido.

Momentos

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