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I.—LA LUCHA POR LA VIDA

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En el progresivo desarrollo del pensamiento humano pocas nociones han sido tan fecundas para el conocimiento del hombre y de la sociedad como las derivadas de las ciencias naturales. De crasos errores primitivos, fundados sobre una observación superficial o una escasa experiencia, se ha marchado, gradualmente, a través de errores cada vez más cercanos de la verdad, hacia una comprensión, lenta pero inevitable, de la realidad que impresiona nuestros sentidos. Así lo observamos en todas las ciencias.

Ocurre eso mismo en biología. Cuando Linneo osa afirmar: Nulla species novae, species tot sunt diversae quot diversas formas ab initio creavit infinitum ens, encuentra favorable acogida entre los naturalistas, surgiendo en apoyo de su doctrina los trabajos respetables de Cuvier y de Agassiz. No se podría, ante la doctrina linneana, negar o desconocer que ella señaló una etapa de aproximación a la verdad; baste pensar en las absurdas divagaciones de los antiguos naturalistas, cuya concepción del origen de los seres orgánicos reducíase a la generatio ex-putredini, y cuyas nociones sobre la diversidad de las formas se exteriorizaban en la suposición de incongruentes metamorfosis.

Mas las ciencias naturales, después de la teoría linneana, tenían un largo sendero que recorrer, antes que el conocimiento del mundo biológico alcanzase la comprensión exacta de la evolución de las formas vivas. Lamarck formuló, por vez primera, la doctrina de la variabilidad de las especies, mostrando la influencia del medio sobre la variación de las formas. Medio siglo más tarde, Darwin cimentó la teoría, incorporándole el fundamental concepto de la lucha por la vida y la consiguiente selección natural. Las obras del segundo, por ser más documentadas, lograron despertar ardientes discusiones entre los estudiosos, y el resultado final fué, en breve transcurso de años, la aceptación del núcleo fundamental de la teoría. De entonces acá, la doctrina de la variabilidad de las especies, o transformismo, ha sido confirmada por todas las ciencias biológicas, sin que la afecten en lo fundamental todas las disputas que le han promovido sus adversarios sobre cuestiones de detalle.

Limitándonos a consignar los hechos e ideas que reputamos base indispensable para nuestra teoría de la simulación, considerada como medio fraudulento de lucha por la vida, diremos, brevemente, las líneas generales de la doctrina darwiniana en lo que a esta última se refiere. Siendo ella la premisa que sustenta todo el desenvolvimiento de este ensayo, no será superfluo sintetizarla con claridad, definiendo de manera precisa el punto de partida de nuestras aplicaciones ulteriores.

Los naturalistas admiten, concordemente, que las causas principales de la evolución son tres: la variación, la selección y la herencia. La variación es un resultado de la adaptación al medio, que varía a su vez más o menos lentamente; la selección natural es un resultado de la lucha por la vida y determina la supervivencia de los mejor adaptados; la herencia transmite los caracteres adquiridos y sin ella es inconcebible la evolución de las especies. Aunque sería fácil repetir, de segunda mano, los fundamentos de la teoría de Darwin sobre la lucha por la vida y la selección natural, conviene, para mayor fidelidad, remontar a la fuente de origen, resumiendo en un párrafo las propias expresiones del gran naturalista.

La lucha por la existencia resulta inevitablemente de la rapidez con que todos los seres vivos tienden a multiplicarse. Nace un número de individuos mayor del que puede vivir, y de ello proviene, en cada caso, la lucha por la existencia, ya sea con los individuos de la misma especie, ya con los de especies diferentes, y sometida, en ambos casos, a las condiciones físicas del medio ambiente en que ellos viven. Es la doctrina de Malthus aplicada, en toda su intensidad, a los seres de los reinos animal y vegetal, por no existir entre ellos la aptitud de producir a voluntad los medios de subsistencia, ni otros factores éticos que pueden atenuarla entre los hombres. Obsérvese que la frase "lucha por la existencia" está empleada en sentido general y metafórico, involucrando las relaciones de recíproca dependencia entre los seres organizados, y dos hechos, aun más importantes: la supervivencia de los individuos mejor adaptados y su capacidad para dejar descendientes. Puede afirmarse con seguridad que los animales carnívoros, en tiempo de escasez, luchan entre sí, disputándose los alimentos necesarios para su existencia; también podrá decirse que una planta, en el borde del desierto, lucha por la existencia contra la sequedad, aun cuando fuera más exacto decir que su existencia depende de la humedad; con mayor exactitud diríamos que una planta, al producir anualmente un millón de semillas, de las cuales solamente una consigue desarrollarse y madurar a su vez, lucha con las plantas de la misma especie, o de otras, que ya cubren el suelo. El musgo depende del manzano y de algunos otros árboles; solamente de una manera figurada podrá decirse en este caso que el manzano lucha contra los otros árboles, por hospedar al musgo, pues si un gran número de parásitos se radican sobre un mismo árbol, éste languidece y acaba por morir; pero de muchos musgos que crecen juntos sobre una misma rama y producen semillas, puede decirse que luchan el uno contra el otro. Siendo los pájaros los diseminadores de las semillas de un árbol dado, la existencia de esta especie depende de ellos, y, figuradamente, puede decirse que ese árbol lucha con los demás frutales, pues interesa a cada uno de ellos atraer los pájaros para que coman sus frutos y diseminen de esa manera sus semillas. Empléase, pues, para mayor comodidad, el término "lucha por la existencia" en los diferentes sentidos apuntados, confundiéndose los unos con los otros. ("El Origen de las Especies", cap. III). En esa lucha por la vida, en que se multiplican y se destruyen las más diversas manifestaciones de la existencia orgánica, desde el bacterio y la amiba hasta la encina y el hombre, sucumbe la inmensa mayoría de los gérmenes capaces de generar nuevos individuos. A pocos reserva la Naturaleza el derecho de alcanzar la plenitud del desenvolvimiento biológico y de transmitir sus caracteres a sus descendientes.

Para completar el concepto expuesto por Darwin, acudamos a Wallace, que es fuente autorizada, para comprender de qué manera las diferencias individuales determinan la selección de la especie y la supervivencia de los más aptos, o mejor adaptados. Si todos los individuos de cada especie—dice—fueran completamente semejantes entre sí, podríamos afirmar que la supervivencia sería una cuestión de azar; pero esos individuos no son semejantes. Los vemos diferenciarse, distinguirse de muchas maneras. Algunos son más fuertes, otros más rápidos, otros más astutos, otros de constitución más robusta. Un color obscuro permite a algunos ocultarse fácilmente; una vista penetrante permite a otros descubrir su presa a mayor distancia, o escapar de sus enemigos con más facilidad que sus compañeros. Entre las plantas, las más pequeñas diferencias pueden ser útiles o perjudiciales. No podemos dudar de que, tomando en cuenta lo apuntado, cualquiera variación bienhechora dará a quienes la poseen mayor probabilidad de sobrevivir a la terrible prueba por que deben pasar; alguna parte puede quedar en manos del azar, pero al fin y al cabo, el más apto sobrevivirá. ("El Darwinismo", cap. I.)

La selección natural se continúa en la especie por la conservación y la transmisión de los caracteres útiles a cada individuo, según las condiciones del medio que actúa sobre él en los varios períodos de la vida. Todo ser—y éste es el sentido natural de lo que podemos llamar progreso biológico—tiende a perfeccionarse en su adaptación al medio; este perfeccionamiento conduce de una manera natural al progreso de la organización del mayor número de los seres vivientes en el mundo entero. (Darwin, ob. cit., cap. IV).

El origen de las variaciones individuales que permiten la mejor adaptación ha sido objeto de explicaciones diversas, así como el mecanismo de su transmisión hereditaria. La reseña crítica de las doctrinas respectivas sería, por cierto, interesante; mas no son estas páginas la oportunidad para hacerla, no siendo ello indispensable para el objeto especial de nuestra investigación. Baste mencionar, entre otras hipótesis dignas de consideración, las formuladas por los propios Lamarck y Darwin, por Kolliker, Wagner, Naegeli, Weissmann, Mantegazza, y por otros defensores de las modernas escuelas neolamarckiana y neodarwiniana.

En la naturaleza, la variabilidad individual, la herencia de las variaciones mejor adaptadas y la selección en la lucha por la vida, se combinan para determinar la evolución de las especies vivas, según la mayor o menor adaptación de sus caracteres al medio en que viven.

La variación fué certeramente definida como el elemento "activo" de la evolución, en cualquier época de la vida actúe, embrión o ser vivo, y de cualquier causa dependa, cósmica o fisiológica. La herencia, en cambio, es el elemento "conservador", que permite la acumulación de las variaciones útiles, transmitiendo los caracteres ya probados en la lucha por la vida de individuos que decaen a otros individuos nuevos. La vida de una especie podría compararse a la de un individuo perpetuamente joven, como si el desgaste orgánico por la incesante actividad de la vida se compensara por un proceso de renovación total, que le mantuviese capaz de sostener nuevas luchas y de adquirir nuevas variaciones útiles. La selección, elemento "perfeccionador", es un principio de primordial importancia por su universalidad; actúa, de manera constante, para la conservación de las formas y funciones útiles, sean cuales fueren las causas a que se atribuyan las variaciones. Se ha insistido, justamente, en que es erróneo considerar a la selección como causa determinante de la variación; ella sería "el timón de la evolución, mas no su fuerza propulsora".

De lo expuesto recogemos un concepto fundamental: todos los seres vivos luchan por la vida. El hombre, lo mismo que las otras especies, está sometido a ella; las sociedades humanas, lo mismo que las otras sociedades animales. Individuos y naciones, partidos y razas, sectas y escuelas, luchan por la vida entre sí, para conservarse y crecer, para amenguarse y morir. La lucha por la existencia en las sociedades humanas es un hecho innegado, manifestándose con caracteres semejantes a los que reviste en el mundo biológico; tal verdad es igualmente admisible por los creyentes de la doctrina biosociológica de Spencer, para quienes las sociedades humanas son simples superorganismos, como por los que aceptan la primacía de los fenómenos económicos en la constitución social, con o sin la teoría de la lucha de clases, que es uno de los fundamentos del mal llamado "materialismo histórico". En verdad—y oportunamente volveremos sobre ello—la lucha por la vida en la especie humana se modifica, porque ella tiene la posibilidad de producir sus propios medios de subsistencia, subordinando la lucha al incremento de su capacidad productiva; aptitud que, en última instancia, determinará la transformación o atenuación de ciertas formas de lucha por la vida en el porvenir.

No comentaremos, por ahora, la extensión que ha dado De Lanessan al concepto darwiniano de la lucha por la existencia; en el mundo inorgánico, entre los minerales, encuentra que esa lucha existe, entendida, naturalmente, en el sentido figurado, atribuídole por el mismo Darwin. Bástenos señalar la evidencia del hecho en el mundo orgánico, en los reinos vegetal y animal.

Sintetizados así, rápidamente, los principios del evolucionismo biológico, dejamos planteado el que nos servirá como punto de partida para el desarrollo de nuestras observaciones: La lucha por la vida es un fenómeno general en todos los seres vivos.

La simulación en la lucha por la vida

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