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III.—ASPECTOS ACCIDENTALES, INSTINTIVOS Y VOLUNTARIOS DE LOS FENÓMENOS DE SIMULACIÓN

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Cada medio de lucha alcanza desigual difusión en las diversas especies vivas; algunos están generalizados, otros son patrimonio de pocas especies. Aquí predominan los medios fundados en la violencia; allá los que se asemejan al fraude. La posibilidad de este último implica cierto desenvolvimiento mental y aumenta en proporción a él; por eso lo observamos especialmente en el hombre, y al apreciarlo en otras especies animales usamos palabras cuyo valor originario es esencialmente humano.

Dentro del fraude, que es un término genérico, podemos distinguir diversas formas fundamentales, diferenciadas, aunque vinculadas entre sí por formas intermediarias. La simulación y la mentira son ramas nacidas del tronco común del engaño, de la astucia, en abierta oposición con la violencia. Sin embargo, pueden diferenciarse sus manifestaciones.

La mentira—estudiada en sus grandes manifestaciones sociales por Nordau—es una forma de fraude exteriorizado mediante el lenguaje; la mentira se dice, no se hace. Los diccionarios académicos definen la mentira: "expresión o manifestación contraria a lo que se sabe, cree o piensa"; y el verbo mentir: "decir o manifestar lo contrario de lo que se sabe, cree o piensa". Indúcese, claramente, y así el uso lo consagra, que la mentira es, en suma, una forma de fraude exteriorizada mediante las diversas formas del lenguaje, hablado o escrito.

Antes de definir la simulación conviene que la distingamos también de la imitación, cuya importancia en la evolución de los agregados sociales estudió agudamente Tarde. Ella consiste en hacer algo a semejanza de lo imitado, que sirve de modelo. Las mismas Academias dicen textualmente del verbo imitar: "ejecutar una cosa a ejemplo o semejanza de otra". La imitación se refiere al hecho en sí mismo, en su realidad: imitar una buena o mala acción significa hacer otra realmente buena o mala.

Cuando no se ejecuta a semejanza de otra, pero se finge hacerlo, hay simulación, fenómeno cuyas manifestaciones estudiaremos en este ensayo. El diccionario académico explica con demasiada pobreza este vocablo: "acción de simular". De este verbo solamente dice: "representar una cosa, fingiendo o imitando lo que no es". En la voz "fingimiento" léese: "simulación, engaño o apariencia con que se intenta hacer que una cosa parezca diversa de lo que es". Definiciones imperfectas, todas ellas. Convendría decir, de manera general, que en la simulación: las apariencias exteriores de una cosa o acción, hacen confundirla con otra, sin que efectivamente le equivalga. El actor dramático que desempeña en la escena un papel de homicida—Otelo, pongamos por caso,—no imita a Otelo, pues ello significaría dar muerte a la actriz que hace de Desdémona; el actor simula matar. Sólo si matara de verdad, sería imitador del personaje que representa; el que imita una acción ajena, buena o mala, no simula; no aparenta hacerla, la hace en realidad.

Creemos que ese breve ejemplo, sencillo para mayor claridad, basta para poner de relieve la diferencia entre imitación y simulación, entre el hecho real de la una y la simple apariencia de la otra. Pero en la observación corriente suelen transgredirse esas distinciones, por no existir una línea divisoria que separe de manera absoluta lo uno de lo otro.

Partiendo de esta definición entremos a nuestro tema.

Las múltiples formas de simulación pueden escalonarse en diversos grupos, según se las estudie en sus diversas fases, de las más sencillas hasta las más complicadas; fácil es advertir sus cambios a través de lo que podríamos llamar su "filogenia". En sus manifestaciones simples y primitivas preséntase como un fenómeno accidental: una apariencia útil, un parecido benéfico; la vemos, después, revestirse de formas progresivamente complejas: una apariencia que protege de manera estable y general; y ser, por fin, voluntaria y consciente: deliberadamente ejecutada para beneficiarse en la lucha por la vida.

En los fenómenos del mundo inorgánico las simulaciones son casuales, careciendo de valor selectivo. La lucha por la vida sólo existe allí por la analogía con la lucha propia de los seres organizados, y en sentido metafórico; la simulación no puede ser, en manera alguna, un medio habitual de lucha por la vida. En esas manifestaciones inferiores, la simulación es un accidente y la palabra que lo denomina pierde todo sentido psicológico, pues el hecho es involuntario e inconsciente; no podría ser de otro modo, produciéndose en cosas que carecen de conciencia y de voluntad. Inútil sería insistir sobre la verosimilitud de las diversas hipótesis panpsiquistas y los ensayos de psicología atomística que pretenderían dar psiquis y conciencia a todo lo existente; esos juegos de palabras son posibles llamando psiquis y conciencia a cosas que no lo son, y quitando a esos vocablos su significación psicológica, perfectamente determinada; los bonitos poemas filosóficos a que nos referimos carecen de fundamentos que permitan elevarlos a la dignidad de teorías científicas.

También suelen ser inconscientes e involuntarios los fenómenos de simulación observables en los seres vivos menos evolucionados; así se la encuentra en los vegetales. Conviene, sin embargo, señalar que ese mimetismo vegetal puede tener una influencia selectiva en la supervivencia de los mejor adaptados a las condiciones de la lucha por la existencia. No admitimos que la simulación pueda ser consciente y voluntaria en los vegetales, por no observarse en ellos fenómenos revestidos de esos caracteres, aunque teóricamente el hecho pudiera admitirse como posibilidad. Son conocidas las importantes discusiones sobre la sensibilidad e inteligencia de los vegetales, fundadas en observaciones del mismo Darwin, que concedía a la radícula de los vegetales la propiedad de sentir, discernir y elegir.

En principio, si las funciones psíquicas existen ya, aunque en forma elemental, en los más ínfimos organismos vivientes, como funciones propias de la sustancia viva elemental, del protoplasma, no hay motivo para negar a los vegetales—evolucionados desde formas simples, en que los protofitos y los protozoos tuvieron probablemente un origen común—funciones psíquicas elementales, no desarrolladas por ser innecesarias a la forma especial de evolución que caracteriza al reino vegetal. Y es bien claro que "funciones psíquicas" no equivale a funciones conscientes o voluntarias.

Se explica que, arrancando de estas ideas, seriamente discutibles, un gran imaginativo, Augusto Strindberg, formulara sus experimentos destinados a establecer la existencia de funciones nerviosas y psíquicas en los vegetales.

La simulación determina en el reino animal importantísimas selecciones, realizadas mediante fenómenos de homocromía (semejanzas de color) y de homotipía (semejanzas de forma), que en conjunto constituyen el mimetismo. Muchas veces éstos tienen carácter consciente, aun siendo involuntarios. Solamente en pocos casos pueden calificarse de conscientes y voluntarios; entonces representan un medio de lucha por la vida elegido por el animal, que lo considera el más ventajoso de cuantos puede utilizar.

Entre los hombres agregados en grupos sociales, vivientes en sociedad, la simulación es frecuentísima como fenómeno consciente y voluntario.

Este doble carácter permite simulaciones cuyos resultados pueden invertir la selección natural; gracias a ésa y a otras formas de fraude, tórnase posible la supervivencia de individuos inferiores, débiles y degenerados de toda clase, supervivencia bien descrita por Sergi; es el fenómeno que, actualmente, en sociología, suele llamarse de selección invertida, "à rebours".

Las simulaciones en la sociedad humana y la psicología de los hombres simuladores, constituyen el tema propio de este ensayo; insistir sobre ellas sería anticiparnos.

Antes de penetrar a ese mundo de ficción y de mentira, en que todos, buenos y malos, se ven obligados a simular, aunque más los malos que los buenos, detengámonos en una explicación no superflua. Al exponer la doctrina de la "lucha por la vida", dijimos que debía entenderse en sentido figurado, como expresamente lo manifestó Darwin al enunciarla. De igual manera hablando de simulación como medio de lucha por la vida, conservamos a la frase su originario sentido figurado; de otra manera, en sentido literal, sólo podría hablarse de lucha y de simulación al referirse a fenómenos humanos, que fuesen conscientes y voluntarios. Lucha y simulación son, en efecto, palabras que se refieren a la conducta humana; por extensión aplica Darwin la una, y por extensión aplicaremos aquí la otra, sin pretender que todas las formas de simulación deban ser iguales a las usadas por el hombre fraudulento que engaña a sus semejantes.

Los fenómenos de simulación solamente revisten caracteres de conciencia y voluntariedad cuando la lucha por la vida llega a ser consciente y voluntaria. Existe, pues, cierto paralelismo entre los caracteres de la lucha y los medios en ella usados; hay una creciente complejidad en los fenómenos de simulación, partiendo de los accidentales hasta llegar a los voluntarios.

Conviene antes de terminar decir dos palabras sobre una cuestión accesoria a primera vista, pero de indudable utilidad antes de entrar al análisis de la simulación en la lucha por la vida, pues nos permitirá reforzar la serie de fenómenos que estudiamos, evidenciando más su difusión en la naturaleza y en la vida social.

Entre simular y disimular no existe, en realidad, ninguna diferencia[2], y menos el antagonismo que podría sospechar quien se atuviera a la forma aparente de ambas palabras. Y decimos aparente, pues en casi todos los léxicos disimular corresponde aproximadamente a simular, aun haciéndose entre ambos vocablos algún distingo de poco valor. Simular: "arte usada con astucia por el hombre a fin de mostrar, en los actos y en las palabras, todo lo contrario de lo que se tiene en el espíritu, sea en bien o en mal". Disimular: "arte, estudio de esconder el pensamiento propio o algún propósito. Simular. Ficción".

No existe, pues, diferencia ni contradicción alguna entre esos términos; a lo sumo, podrá especificarse que el individuo simula lo que no es, no tiene o no hace, y disimula lo que es, tiene o hace.

Pero considerándolos en relación con la lucha por la existencia, su significado es el mismo: el que simula y el que disimula tratan de ponerse en las mejores condiciones de lucha por la vida, dado el ambiente en que actúan.

Por otra parte, observando los hechos, fácil es advertir que muchas de las llamadas disimulaciones son simples simulaciones de las cualidades contrarias a las disimuladas, y viceversa. El enfermo que disimula su enfermedad para obtener una póliza de seguro sobre la vida, simula en realidad un estado de salud. El zorro que finge dormir para sorprender mejor a su presa, disimula su expectativa y simula el sueño. La libélula que cierra las alas y se posa sobre el verde tallo de una planta, confundida con una hoja cuya forma y color se parecen a los de su cuerpo, buscando no ser vista por sus enemigos, simula ser hoja al mismo tiempo que disimula ser mariposa. El político oportunista que se entusiasma ante los electores, defendiendo doctrinas que en lo íntimo de su caletre considera absurdas, simula las opiniones defendidas y disimula las que profesa.

Para evitar mayor tedio, no proseguimos la enumeración de casos análogos a los citados; ello sería ya innecesario, dada la evidencia del hecho que prueban: la identidad de objeto y de significado entre la simulación y la disimulación como medios de lucha por la vida.

La simulación en la lucha por la vida

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