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IV.—SU VALOR COMO MEDIO DE LUCHA POR LA VIDA
ОглавлениеLos fenómenos de simulación han sido cuidadosamente observados en los animales, gracias a su misma difusión; sin embargo, no han sido todavía bien coordinados, ni se ha dado de ellos una clasificación definitiva.
Si se para mientes en que los diversos aspectos de la actividad humana se encuentran como funciones elementales en la evolución de las especies vivas más simples que el hombre, se comprenderá la importancia que tiene para nosotros el estudio del mimetismo, en sus diversas formas. Ellas nos muestran los primeros esbozos del fenómeno que en el hombre es ya complejo, permitiéndonos rastrear los orígenes y reconstruir la filogenia de la simulación en general.
Los naturalistas que estudiaron el valor de los caracteres cromáticos de los animales para la conservación de la especie, han observado la frecuente homogeneidad de su color con el del ambiente en que viven. Algunos crustáceos, por ejemplo, son rojos cuando viven sobre un alga roja y verdes si el alga es de este color. Los gusanos que frecuentan las hojas verdes tienen este mismo color, circunstancia que los hace difícilmente visibles.
¿Quién no ha descubierto, y acaso aplastado en su niñez, algunas de las orugas que suelen visitar nuestras vides? Otros insectos, por su forma, parécense a los objetos del ambiente en que viven. Entre las mariposas, el hecho va más lejos: algunas especies comestibles poseen los colores y dibujos característicos de otras, protegidas de la gula ornitológica por su mal gusto y olor. Un animal que simula las formas y el color de otro muy temido, encuentra en ello una defensa; otro simula el aspecto de animales notoriamente inofensivos, para ir—lobo bajo piel de cordero—hacia su presa, sin espantarla al mover la ofensiva. Otros, reconocidamente nocivos para los insectívoros, están protegidos por colores vistosos, llamados "premonitorios", que alejan a cuantos enemigos pudieran, por error, perjudicarlos, si no les reconocieran a tiempo. Los hay, por fin, que enmascaran su cuerpo, cubriéndose de objetos o substancias que los disimulan a las miradas de sus enemigos.
Este conjunto de fenómenos, estudiado y subdividido por los naturalistas en varias categorías, es objeto de controversia en cuanto a su origen. Pero hay en ellos algo común que ya nadie discute; es su función misma; siempre se trata de un hecho que es útil al disimulador en la lucha por la vida. Éste es el rasgo indiscutido, designándose el conjunto de estos hechos con el nombre de mimetismo. Algunos naturalistas reservan este nombre para las simulaciones combinadas, de forma y color al mismo tiempo, dando el nombre de homocromía a los fenómenos de simple adaptación al color del ambiente; en ese caso, sería más exacto llamar homotipía al mimetismo propiamente dicho.
Dejando para el capítulo siguiente el examen de la simulación en el mundo biológico, nos limitaremos a fijar un criterio, surgido de la observación, cuya importancia consideramos decisiva, aunque hasta ahora no se haya señalado debidamente: la utilidad de la simulación para el simulador, ya se trate de un fenómeno instintivo (de la especie) o consciente y voluntario (del individuo).
Conviene advertir que la utilidad de la simulación, como medio de lucha por la vida, no es exclusiva de los animales, ni siquiera de los seres vivos.
Supuesto que se admite en el mundo inorgánico la lucha por la existencia—en el sentido metafórico de Darwin, ampliamente aplicado por De Lanessan,—podemos inducir que allí también se encuentran medios de lucha que implican lo que en lenguaje humano se llama fraude.
A primera vista, una observación superficial podría encontrar absurda la pretensión de rastrear el mimetismo en la lucha por la existencia del mundo inorgánico. Esto débese, máximamente, a que se tiene la idea de que sólo podemos referirnos a una simulación o un mimetismo consciente y voluntario, tal como en el hombre se presenta; bastarán, empero, un par de ejemplos para evidenciar la exactitud de nuestra inducción analógica.
Todo lo que existe en el universo lucha por la existencia, en el sentido de estar expuesto a un número mayor o menor de causas destructivas, y poseer más o menos condiciones de resistencia a esas causas. (Sobre esto ilustran, especialmente, De Lanessan y Thoulet, en sus originales estudios). Cada piedra, cada capa geológica, cada roca, encuéntrase en lucha contra mil causas destructivas; si triunfa de ellas, sobreviviendo a su acción destructora, puede decírsela triunfante en la lucha, precisamente porque es mayor su adaptación y su resistencia a las condiciones del medio. Inferiores a ella son aquellas rocas o piedras que no pueden resistir a las causas destructivas y desaparecen; éstas, en el metafórico lenguaje adoptado, son vencidas en la lucha por la existencia.
Entendida así la lucha, que es verdaderamente "universal" en la acepción más rigurosa del término, es fácil observar casos de falsa apariencia que equivalen a simulaciones útiles en la lucha por la existencia; veamos dos ejemplos, fáciles de multiplicar, sin duda.
Remontémonos a la edad de la piedra. Un hombre busca una piedra para convertirla en mazo o en hacha; la encuentra, recógela y acto continuo la transforma en objeto de uso personal; podemos decir, perfectamente, en el sentido adoptado, que esa piedra es vencida en la lucha por la existencia, habiendo terminado su estado natural como producto geológico, individualizado por una forma y un volumen determinados.—Supongamos por un instante que esa piedra, por uno de mil accidentes posibles, encontrárase cubierta de limo, o hubiese germinado sobre su superficie una capa de musgo; el hombre habría seguido su camino, no reconociendo bajo el disfraz del limo o del musgo la piedra buscada. Diríamos, en tal caso, que la piedra ha triunfado en la lucha por la existencia, gracias a una apariencia exterior que le ha servido como medio defensivo contra el instinto utilitario del hombre.
Transportémonos en pleno siglo veinte. Un campesino se interesa por cavar un pozo artesiano. Sabe que cierta capa de tierra, X, es fácilmente perforable, no ignorando las dificultades que rodean la excavación de cierta roca, Z.—Encuentra junto a su casa una capa de tierra X y cava su pozo; la capa ha perdido su integridad geológica y, en sentido metafórico, ha sido vencida en la lucha por la existencia. Mas si por una de tantas causas posibles, el aspecto exterior y visible de la capa de tierra X fuese igual al de la roca Z, el campesino respetaría su integridad, buscando en otro sitio la vía de menor resistencia para cavar su pozo. En tal caso, diríamos que la capa de tierra X ha triunfado en la lucha: su existencia ha sido protegida por un fenómeno de simulación.
Debemos repetir, en verdad, que está muy lejos de nuestra intención el propósito de atribuir a estas apariencias útiles, propias del mundo inorgánico, ningún valor selectivo; sería una exageración no disculpable por el deseo de aquilatar la tesis sostenida. Queremos, tan sólo, establecer las dos proposiciones siguientes: admitida en sentido metafórico una lucha por la existencia entre los inorgánicos, puede encontrarse entre ellos fenómenos que, en el mismo sentido, podemos asimilarlos a los que constituyen la simulación; y cuando existen, pueden ser un medio de lucha por la existencia e influir sobre sus resultados próximos o remotos.
Pasando al reino vegetal, encontramos un panorama diverso; aquí la lucha y la selección obedecen a condiciones más similares a las que dominan en el mundo animal, además de estar recíprocamente condicionada la vida de las faunas y de las floras. Encuéntranse, en efecto, coloraciones de protección y mimetismos de formas de otras especies mejor protegidas, etc.
Las plantas luchan contra el ambiente físico en que viven. Luchan con el reino mineral, sustrayendo al suelo una parte de sus propios elementos; luchan contra los animales que se nutren de ellas y algunas veces les sirven de alimento, como enseña Darwin en su magnífica monografía sobre las plantas carnívoras; y, por fin, luchan entre sí, como resultado de la desproporción entre el excesivo número de gérmenes y los limitados medios de desarrollo y nutrición.
Para esas luchas, la naturaleza ha dotado a las plantas de numerosos medios defensivos: espinas, venenos, aguijones, olores pestilenciales, y más que todo—compensando la deficiencia de los otros medios defensivos—su extraordinaria fecundidad reproductora. No deberá, por eso, creerse que las plantas carecen en absoluto de medios ofensivos análogos a los que en los animales llamamos astutos: muchos podrían catalogarse, a no mediar el ejemplo significativo de las plantas carnívoras, trampas no superadas, en perfección y delicadeza, por el engaño humano.
Limitándonos a las observaciones más significativas, determinaremos el valor de los fenómenos de simulación en la lucha por la vida del reino vegetal.
Numerosas plantas son respetadas por sus enemigos, los animales, porque sus caracteres externos se asemejan a los de otras especies no comestibles. En algunas, cuyas semillas prodúcense en corto número, la superficie de éstas es verdosa, por cuyo motivo los pájaros no pueden verlas cuando yacen caídas entre el césped; de esa disimulación depende la vida de la especie. Hay, en cambio, otras semillas, y no pocas, cuya actividad germinativa aumenta atravesando el tubo digestivo de los pájaros que las ingieren, pues disuelven su cutícula en las secreciones propias del aparato digestivo; estas semillas poseen exterioridades atrayentes, colores vivos, equivalentes a la coloración protectora de los animales. Pero en la naturaleza van más lejos estas formas de homocromía útil, semejantes al mimetismo propiamente dicho. Algunas plantas, cuya vida peligraría si inoportunos insectos vinieran a visitar sus flores, salvan ese peligro porque la forma y el color de sus corolas es semejante al de otras flores desagradables o nocivas para los insectos; es un mimetismo de especie a especie, tan protectivo como el que se observa entre los animales.
Ascendiendo a un orden de fenómenos en que es más compleja la manifestación de las luchas vitales, encontramos una riquísima serie de hechos en que la simulación desempeña un papel importante de defensa u ofensa para las plantas. A diario, verbigracia, muchos árboles fácilmente explotables, ya por la facilidad de cortarlos, ya por sus numerosas aplicaciones, son respetados por el hacha del leñador ignorante, sólo por simular sus exterioridades el color y las formas de otros árboles difícilmente explotables como materia prima: es un caso de mimetismo protector. Larga sería la serie de ejemplos que pudiera acumularse de mimetismo vegetal; sobran los enumerados para afirmar que esos fenómenos análogos a los de simulación son un medio de lucha por la vida, al que deben su defensa muchas especies vegetales.
Pasando por alto el mimetismo en las especies del reino animal—que estudiaremos en capítulo especial—vamos a señalar brevemente la posición del problema en el mundo social, en las sociedades humanas. También en ellas domina la lucha por la existencia, aunque se presente atenuada, como dijimos, por la capacidad de reproducir artificialmente sus propios medios de subsistencia.
Y a este propósito, podría enunciarse el siguiente principio: a cada perfeccionamiento de los medios de producción debería corresponder una atenuación de la lucha por la vida entre los hombres.
Es, precisamente, esa verdad la que determina la inexactitud de la ley de Malthus, cuando se la aplica a nuestra especie. Todo, en cambio, induce a creer que las sociedades humanas, en su desarrollo progresivo, irán acrecentando la solidaridad entre sus componentes. Si se abarca, en efecto, la evolución social en una mirada sintética, se advierte que la asociación para la lucha va sustituyendo entre los hombres al antagonismo en la lucha; al propio tiempo, la utilidad colectiva, representada por la "lucha contra la naturaleza", va elevando la capacidad productiva social, de manera que satisfaga las necesidades de un número cada vez mayor de individuos. Niveladas las condiciones sociales de lucha por la vida, la selección será verdaderamente natural, entre los hombres, sobreviviendo los realmente superiores y no los que, independientemente de sus aptitudes personales, se encuentran favorecidos de antemano en la lucha: tal selección, nefasta, es posible en la actualidad, con serio perjuicio para el porvenir de la especie.
Aunque se va operando esa progresiva atenuación, la lucha por la vida ha existido, existe y existirá entre los hombres. Las formas y los medios de la lucha modifícanse día a día, pues ellos no están excluidos de la evolución universal. La tendencia parece ya definida; los medios primitivos de lucha son, principalmente, violentos; se atenúan en los grupos sociales más organizados, en los que va dominando progresivamente la lucha de tipo fraudulento.
Profundizando esta cuestión, encuéntrase, en todas las formas de lucha por la vida, una estricta correlación entre el desarrollo ético y los medios predominantes en la lucha por la vida. A la mayor reacción instintiva del psiquismo inferior corresponde siempre una mayor violencia; a la mayor cerebralidad superior, interpuesta entre el excitante y la reacción, corresponden formas cada vez más complicadas de fraude. La astucia no es una característica de imbéciles o tontos, ni reina entre los escombros mentales del derrumbamiento demencial; florece más bien en las esferas políticas y en los conciliábulos doctorales, siendo un triste privilegio de las personas que por el simple hecho de ser más hipócritas se consideran mejor educadas.
Siendo la simulación un medio astuto de lucha por la vida, se comprende que ha debido seguir un desarrollo progresivo, ascendente, en los pueblos civilizados. Y la civilización—que Edward Charpenter considera, alegando sutiles razones, una verdadera enfermedad de la sociedad humana—preséntase al observador como un terreno fecundo para el desarrollo de las más variadas simulaciones.
La organización social presente no señala, empero, el término de la evolución social; el porvenir está lleno de nuevos progresos, pues ningún hecho impide creer en el advenimiento de otras formas sociales después del presente período de la civilización capitalista. Cuando nuevos regímenes de organización social, surgidos de la intensificación de la capacidad productiva del hombre, atenúen la lucha entre los grupos y entre los individuos, la simulación, como todos los medios de lucha, se atenuará progresivamente, perdiendo su utilidad. Con esta visión optimista del progreso social, creemos que los hombres se alejarán de la mentira y de la simulación a medida que el advenimiento de una moral experimental les permita acercarse a la veracidad y a la sinceridad...
Después de examinar la simulación entre los animales, estudiaremos en sus diversos aspectos la simulación entre los hombres como medio de lucha por la vida.