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17 de Abril de 1961

ESQUEMA

Superación de nuestras dificultades concretas en la vida conyugal

En la escuela de San Juan Evangelista: “Lo que ha conseguido la victoria sobre el mundo es nuestra fe”

El mundo que debe ser vencido por la fe

Según San Juan es:

 el mundo fuera de nosotros: atractivos y estímulos;

 el mundo por debajo de nosotros: el demonio y

 el mundo en nosotros: la mala concupiscencia

Hoy se le agregan:

 Muchos estímulos que desasosiegan nuestros instintos;

 desarraigo en todas partes;

 las cosas incomprensibles de la vida actual y

 también de nuestra vida conyugal.

Respuesta de San Juan a las dificultades de nuestro matrimonio

 Tomar conciencia de que por medio del bautismo

 hemos nacido de Dios

 Tener ojos de fe bien desarrollados

Dos preguntas que San Juan le plantea a la fe

¿Qué frutos da la fe?

¿Dónde Se fundamenta la fe?

Los frutos de la fe según San Juan son

 Luz para la razón

 Fuerza para la voluntad

 Energía para el corazón

La fe es luz para la razón

Tenemos tres tipos de ojos:

“Ojos de mosca”: los ojos corporales que sólo ven cosas exteriores

“Ojos de ángel”: nuestro entendimiento capaz de captar las esencias

“Ojos de Dios”: la fe que nos ayuda a asumir la manera divina de ver las cosas

Aplicación a nuestra relación mutua en el matrimonio:

 Con los ojos de mosca sólo divisamos la belleza exterior o la fuerza exterior del cónyuge.

 Con los ojos de ángel percibimos sus capacidades intelectuales y espirituales

 Los ojos de Dios nos indican que el Dios Trino

La fe arroja luz

 sobre el hombre y su destino y

 sobre el acontecer mundial en su conjunto

En la luz de la fe descubrimos

 que somos hijos de Dios y miembros de Cristo y

 que nuestro destino es participar de la vida

 crucificada y transfigurada del Señor

Consecuencias prácticas

Es natural que existan desilusiones en nuestra vida matrimonial

Amamos a nuestro cónyuge porque es un pedazo de Cristo

Formas de nuestro amor mutuo

 Primer grado: amo a mi cónyuge como a mí mismo

 Segundo grado: amo a Cristo en mi cónyuge

 Tercer grado: amo a mi cónyuge como Cristo lo ama

 Cuarto grado: la corriente de amor de Cristo pasa a través de todos: padre, madre e hijos

Una de las causas más importantes de por qué nos falta amor es que nuestros ojos de fe son demasiado débiles y que los utilizamos demasiado poco

Medios para fortalecer los ojos de la fe:

 Cumplir diariamente con la meditación y la lectura espiritual

 Vivir de la fe, vale decir, realizar actos de respeto y amor

La Sma. Virgen como madre y modelo de fe:

Aprender a creer inspirándonos en su ejemplo

Implorar ojos de fe claros, apelando a su intercesión

La oración por una fe más profunda contribuirá a que nuestra vida matrimonial y familiar se acerque cada vez más al ideal

¿Pues bien, de qué les hablaré esta tarde? Por ejemplo, si echamos una mirada retrospectiva...

(Alguien de entre los oyentes le pide al P. Kentenich que relate vivencias de Dachau).


¿De Dachau? Bueno, si quieren les contaré sobre el tema. Pero quizás más adelante, cuando hayan leído un poco más en los diarios, ¿les parece bien?1 Sólo tienen que decir lo que quieran saber.

Esta tarde quisiera proseguir tratando un poco más el tema que nos ocupa desde hace tanto tiempo. ¿Saben? Es importantísimo aprender a vernos cada vez más a la luz de la fe. Y ver también a nuestro prójimo.

Fíjense que es precisamente San Juan quien en cierta oportunidad nos dio una lección de fe; y hoy quiere volver a dárnosla. Él nos propone una idea directriz que reviste una importancia extraordinaria para nosotros. Esa idea directriz es la siguiente: Quien ha nacido de Dios, vence al mundo. Luego añade: “Lo que ha conseguido la victoria sobre el mundo es nuestra fe”2. Creo que esta debería ser la idea directriz sobre la cual conversar hoy.

Pues bien, quien ha nacido de Dios, vence el mundo ¿Qué se entiende aquí por “mundo”? En primer lugar, el mundo que envía tantos estímulos a nuestro interior. Esos estímulos pretenden apartarnos de Dios. Nos referimos al mundo que esta fuera de nosotros, al mundo que está debajo de nosotros y al mundo que está en nosotros. El mundo fuera de nosotros... El mundo debajo de nosotros es el mundo del demonio. Y el mundo que está en nosotros es lo que llamamos la mala concupiscencia.

Les repito entonces: (quien ha nacido de Dios) vencerá al mundo. Pero, ¿qué se entiende precisamente hoy por mundo? En primer lugar, eso mismo3; en segundo lugar, el desarraigo que hoy constatamos por todas partes; y por último, las cosas incomprensibles de la vida de hoy.

Por ejemplo, (frente a) lo que leemos en los diarios, a todas esas crueldades, nos preguntamos espontáneamente: ¿Cómo es posible que Dios permita tales hechos? Y con igual espontaneidad pensamos también en las cosas incomprensibles que han acontecido en nuestra propia vida.

Por eso, ¿quién habrá de vencer al mundo, vale decir, todas las dificultades que acabamos de mencionar de manera sucinta? Y al repasar las dificultades que enfrentamos en nuestra calidad de esposos, fíjense que naturalmente pensamos en el primer punto: He aquí el mundo que nos envía tantos estímulos, que busca continuamente sublevar nuestra sensualidad, vale decir, nuestra rebelde vida instintiva.

De ahí la pregunta: ¿Qué hacer para superar todas esas dificultades, es, para allanar nuestras dificultades concretas a nivel conyugal?

San Juan nos ofrece dos respuestas, que acabamos de escuchar.

La primera: Quien ha nacido de Dios... Bueno, pero, ¿quién ha nacido de Dios? Lo sabemos desde hace mucho tiempo. Por el bautismo nacemos de Dios. Vale decir que por medio del Santo bautismo nos convertimos en hijos de Dios y miembros de Cristo. Por lo tanto, si somos hijos de Dios y miembros de Cristo, con el transcurso del tiempo seremos capaces de vencer el mundo, y concretamente a este mundo de hoy.

Pero San Juan avanza un poco mas y nos dice: “Lo que ha conseguido la victoria sobre el mundo es nuestra fe”4. Fíjense pues que yo, como hijo de Dios y miembro de Cristo, debo desarrollar los ojos de la fe, y hacerlo de manera clara. Sobre estos ojos San Juan nos dice dos cosas que responden a dos interrogantes precisos: ¿Qué frutos da la fe en nuestra vida cristiana? y ¿cuál es el fundamento de dicha fe?

Pasemos a examinar la primera pregunta, ¿qué frutos da la fe? Aquí nos estamos refiriendo a la fe en Cristo y su enseñanza.

Tres son los frutos que menciona San Juan y que podemos y debemos cosechar: En primer lugar, la fe es luz para nuestra razón; en segundo lugar, la fe es fuerza para la voluntad; y por último, la fe nos transmite energía para nuestra afectividad.

Así pues, en primer lugar la fe nos proporciona luz para el entendimiento. Bueno, creo que aquí debería adelantarles algo que quizás ya conocemos, pero que deberíamos grabarnos una y otra vez: La fe es en sí misma luz, y por eso puede irradiar luz.

Contemplándonos ahora desde el punto de vista de luz de la fe y de los ojos de la fe, podemos decir que tenemos tres posibilidades diferentes de percibir esa luz o bien de desarrollar los ojos adecuados para captarla: ojos de mosca, de ángel y de Dios5. Ya en otras oportunidades nos hemos referido a menudo al tema.

¿A qué ojos alude San Juan cuando habla de la fe?

Bueno, cuando hablamos de ojos de mosca, ¿a qué tipo de ojos aludimos? A los ojos en cuanto sentidos corporales los órganos materiales. Compartimos con los animales esa condición de seres dotados de órganos para ver. Pero entonces yo podría haber dicho simplemente “ojos de animal”. ¿Por qué tomar la imagen de los ojos de la mosca? Por la siguiente razón: las moscas tienen unos ojos relativamente grandes, pero sólo ven lo que pueden palpar en su cercanía inmediata. ¿Qué queremos decir con esto? Que nuestros ojos puramente naturales sólo pueden percibir los objetos exteriores, lo que se puede palpar; pero no ven lo que hay detrás de las cosas.

Para ello disponemos de un segundo ojo, los ojos de ángel, vale decir, los del entendimiento. Fíjense que con el entendimiento podemos ver a través de las cosas y captar su esencia.

Pero asimismo poseemos un tercer ojo, los ojos de la fe o bien de Dios. Esto quiere decir que mediante la fe, que se nos inculcó e infundió en el santo bautismo, adoptamos “la manera de pensar” de pensar de Dios.

Apliquemos ahora estos pensamientos a nuestra mutua relación conyugal. Meditemos entonces un momento... ¿Qué imagen tenemos uno del otro en nuestra calidad de esposos?

Si observamos esa imagen con ojos de animal, con ojos de mosca, sólo veremos la belleza o la fuerza exteriores del otro. Y quizás esto haya sido lo que en un principio nos atrajo fuertemente el uno hacia el otro.

Ahora bien, si ahondamos un poco más y pasamos a contemplar las cualidades espirituales del otro, vale decir, de mi esposa o esposo, ¿con qué órganos las captaré? No con los ojos (corporales), sino con los ojos de ángel con mi entendimiento. Y así observaré, por ejemplo, que mi mujer manifiesta permanentemente su bondad… ¿Con qué percibiré esas cualidades? Con los ojos de la razón.

¿Y qué me revelan los ojos de la fe? Fíjense que ellos todo lo traspasan, y hacen así transparente al otro. ¿Qué descubro con los ojos de la fe? Que mi cónyuge participa de la naturaleza divina, que en mi cónyuge mora el Dios Trino. ¿Qué me permiten avizorar los ojos sobrenaturales? La elevación de estado que todos hemos experimentado6.

Al comparar estos diferentes órganos de percepción, advertimos cuán importante es que nuestros ojos de fe estén muy bien desarrollados ¿no les parece? Porque, claro, si contemplamos a nuestro cónyuge con ojos puramente naturales, la visión que ellos nos ofrezcan de él o ella tendrá encanto mientras se esté en los años jóvenes, pero con el correr del tiempo dicho encanto se desvanecerá. Sí; porque la belleza y la figura hermosa tarde o temprano se deshacen. Vale decir que la fuerza del hombre acaba un día por disiparse. Por eso si nosotros nos contemplamos sólo con ojos materiales, la alta estima que nos dispensemos no durará mucho.

Algo similar acontece con los ojos del entendimiento. Suele ocurrir muchas veces que cuando se ha avanzado años la agudeza del entendimiento se debilita. Pero si nuestros ojos de fe están bien provistos y acondicionados con las fuerzas necesarias, entonces al contemplar al cónyuge, la mirada irá siempre más allá de lo terrenal y contemplarán la vida divina, al Dios Trino que mora en él o ella.

Con estas reflexiones he anticipado, de algún modo, la respuesta. ¿Qué decía la afirmación planteada? Que la fe es una luz clara. Así es... ¿Y sobre que realidades arroja luz la fe? En primer lugar, sobre el hombre mismo y su destino; y en segundo lugar, sobre el acontecer mundial en su conjunto.

Ahora habría que contemplar con mayor detenimiento ambos aspectos y extraer conclusiones concretas. En primer lugar, a la luz de la fe nos conocemos a nosotros mismos y a nuestro destino. ¿Y qué es lo que vemos de nosotros mismos a la luz de la fe? La elevación de nuestro estado. ¿Qué elevación de estado? ¿Cómo es esta elevación?

Paso a exponerles lo que ya acabo de decirles, pero vertiéndolo en otra forma.


No sólo participamos de la vida animal y de la vida angélica, sino también de la vida del Dios Trino. Esto quiere decir, en la práctica, que somos realmente hijos del Padre y miembros de Cristo.


¿Y en qué consiste nuestro destino? En que nuestra vida sea semejante a la vida de Cristo. ¿Qué significa esto concretamente? De este hecho extraigo sólo dos consecuencias que revisten una gran importancia para nuestra vida.


Les repito que el sentido de mi vida es el asemejamiento a la vida del Señor. La vida de Jesús fue una vida gloriosa, pero también crucificada. Tomémoslo con gran seriedad. Esto quiere decir, en la práctica, que es perfectamente natural y evidente que debamos estar clavados en la cruz. El sentido de mi vida es asemejarme a Cristo.

No sé ahora qué se imaginan al pensar en una vida crucificada. Pero ya en nuestra última reunión hablamos con detenimiento sobre las decepciones de nuestra vida conyugal. Vale decir entonces que las desilusiones que podamos experimentar por parte del cónyuge sencillamente forman parte del sentido de nuestra vida. De alguna manera tenemos que cargar con una cruz, estar clavados en ella. Si abrazamos con seriedad la vida cristiana, si somos buenos cristianos, no nos asombremos de estar clavados en la cruz de sufrir decepciones, de padecer desprecios. Insisto en que todo ello simplemente es parte de nuestra existencia.

Recuerden, por favor, aquella imagen que les presenté y comenté tantas veces en otros encuentros: De un lado de la cruz esta clavado el Crucificado... y del otro debo estar clavado yo mismo. Les repito, y nunca será excesiva la frecuencia con que lo escuchemos, que el sentido de nuestra vida es asemejarnos a Cristo, y también al Cristo crucificado.

Permítanme avanzar un poco más y extraer una segunda conclusión. Si es verdad que somos miembros de Cristo, que somos otros tantos “pedazos” de Cristo; si por lo tanto también mi esposa es un pedazo de Cristo –aún cuando este enferma o me haya desilusionado-, ¿qué es lo que amaré entonces en ella? Amaré todo lo hermoso, incluso toda la hermosura corporal que haya en ella. Puedo asimismo amar su alma, su corazón bondadoso. Pero ¿qué es lo fundamental, lo más profundo que puedo y debo amar en ella?: Cristo está en ella. Ella es un pedazo de Cristo.

Desde punto de vista habría que reflexionar ahora sobre cómo deberían ser las formas de nuestro amor mutuo. El Señor nos señaló un grado y una forma de expresión del amor mutuo: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”7. Vale decir entonces que debo amar a mi esposa como a mí mismo y la esposa a su esposo como a sí misma.

¿Cuál es el motivo más hondo para ese amor?: El hecho de que una esposa sea un “prójimo” y también yo lo sea. Por eso queremos amarnos uno al otro tal como nos amamos a nosotros mismos. Pero aún no basta; porque todavía no hemos tenido en cuenta la realidad de que somos un “pedazo” de Cristo.

De ahí el segundo grado del amor mutuo: amar en el otro a Cristo. Recuerden que precisamente este tipo de amor es por último la norma de discernimiento en el Juicio Final, ¿no es cierto? ¿A qué tipo de amor se alude aquí? Al hecho de que yo ame a Cristo en mi prójimo. Me parece que debería recordarles lo que el Señor dirá en el fin del mundo, cuando se convoque el Juicio Final: Estuve hambriento y me alimentaste; estuve prisionero, sediento, y tú me ayudaste en todo momento. ¿Y qué ocurre si la respuesta es: “Señor, yo nunca te asistí”? ¿Qué habrá de responder el Juez Eterno? Lo que hicieron al más pequeño de los míos, a mí me lo hicieron8.

Ahora bien, no pasen por alto que por el hecho de haber sido redimidos no sólo somos “como” Cristo, sino que en Cierto sentido somos también “otros Cristos”. Ser otro Cristo… Vale decir entonces que lo que les hagan a los demás, me lo han hecho a mí.


Esta reflexión nos brinda una excelente oportunidades para hacer un examen de conciencia. Les pregunto entonces: Mi amor hacia el prójimo, incluso el amor a los hijos, el amor a nuestros amigos... ¿Es un amor puramente natural o es un amor sobrenatural?

Porque si nuestro amor, y también nuestro matrimonio, el vínculo conyugal, debe ser y quiere ser fiel (indisoluble), eso dependerá de que amemos a Cristo en el otro. ¿No es cierto? Es comprensible. Y esto vale lógicamente no sólo para los matrimonios, sino para todos los cristianos, también para los que están en el convento.

Enfoquemos ahora un tercer grado del amor, del amor mutuo. Cristo en cuanto tal quiere amar en nosotros al prójimo, o también se puede decir que quiere amar a Cristo en el prójimo. ¿Qué significa esto? La idea central es la siguiente: El Cristo que está en mí debe tener la oportunidad de amar a Cristo en los demás. Fíjense que yo soy también un miembro de Cristo. Yo soy un “alter Christus”9, un pedazo de Cristo. Por lo tanto debo amar a los demás tal como los ama.

Pero... ¿Cómo ha amado Cristo a los hombres? Él no dice expresamente: Les doy un mandamiento nuevo, que se amen los unos a los otros como yo los amé10. ¿En qué consiste el mandamiento nuevo? ¿Cómo amó Cristo a los hombres? Ya en el Antiguo Testamento encontramos el mandamiento de amar al prójimo11.

Pero en nuestro caso, ¿cómo amó Cristo a los hombres a diferencia del Antiguo Testamento? Entregando todo, incluso su vida, por los demás.

¿Cómo amaré entonces a mi prójimo, vale decir, el esposo o la esposa la esposa al esposo? Si nos contemplamos mutuamente a la luz de la fe, se nos hace claro que debemos estar dispuestos a dar todo por el otro, ¿no es cierto?

Pero existe un tercer12 grado del amor mutuo. El Señor lo expresó de la siguiente manera: Donde dos o tres oren o se reúnan en mi nombre, yo estoy en medio de ellos 13. ¿Qué quiere decir “yo estoy en medio de ellos”‘? Significa, prácticamente, que esta es una nueva forma de amor; que en ellos, en y con la comunidad, yo amaré a cada persona en particular.

Podemos imaginarnos esta realidad de la siguiente manera: Todos somos miembros de Cristo; el esposo, la esposa y los hijos son miembros de Cristo. Y cuando la corriente de amor que existe en Cristo, fluye a través de todos nosotros, vale decir, a través del padre, la madre, los hijos, los hermanos, estamos entonces en presencia de un nuevo grado del amor mutuo; un grado de amor original, novedoso y bendecido.

Si volvemos a echar una mirada retrospectiva sobre nuestra propia vida y nos preguntamos: ¿Cómo he vivido en verdad del amor mutuo? Si comprobamos que hubo falencias en una u otra oportunidad, tenemos que detectar, desde el punto de vista que acabamos de exponer, donde podría estar la falla.

Una de las causas más importantes de esas falencias radica en el hecho que nuestros ojos de fe son muy débiles. Quizás nuestros ojos de mosca sean sabe Dios cuándo grandes, incluso muy “saltones”. Pero eso sólo no nos ayudará mucho para que nuestro amor sea un amor auténtico y fiel tal como Cristo lo exige de nosotros.

Y si ahora nos preguntamos por qué esos ojos de la fe son tan débiles, habría que citar varias causas. Por lo común sucede que si bien tengo un entendimiento claro, no lo utilizo como corresponde. O quizás dispongo de buenos ojos pero no los utilizo, sino que los mantengo siempre cerrados y duermo. Fíjense que algo similar puede suceder con los ojos de la fe. Hay que usar esos ojos para volver a contemplar con mayor intensidad el mundo de la fe.

No hace mucho les señalaba la importancia de realizar todos los días una pequeña lectura espiritual, una meditación. ¿Qué se persigue con una lectura espiritual, con una meditación? Calar con nuestros ojos de fe en el mundo de la fe. Porque si no usamos esos ojos, tarde o temprano habremos de perder, naturalmente, todo el mundo de la fe.

Fíjense que es muy buena la costumbre que tienen aquí en Norteamérica, de salir a veces en busca de un poco de “relaxation”, vale decir, un momento de esparcimiento y descanso. Pues bien, aprender a contemplar en profundidad a Dios al mundo de Dios, es también una forma de recreación que ofrece descanso para nuestra fatiga. Por eso, si queremos fortalecer los ojos de la fe tenemos que usarlos con mayor asiduidad.

En segundo lugar, ¡vivir de la fe! Vivir de la fe es, por ejemplo, ver conscientemente en mi esposa, o en mi esposo, al hijo de Dios, al Cristo que hay en ella o él. Esa mirada se transformará entonces, conscientemente, en un acto de respeto y amor para con el prójimo. Y así amaré en el otro a Cristo. Por este camino podremos comprender cuan verdaderas son aquellas palabras de San Juan: “Lo que ha conseguido la victoria sobre el mundo es nuestra fe”.

Fíjense que a María Santísima solemos llamarla “Madre de la fe” y “Modelo de fe”. ¿Qué queremos expresar con tales términos? ¿Qué anhelamos aprender de ella? ¿Qué dijo Isabel de ella?: “Feliz la que ha creído”14.


Los ojos de fe de la Madre del Señor estaban extraordinariamente desarrollados.

Mañana es día dieciocho, día de memoria. Pidámosle especialmente a María Santísima en esa jornada que interceda por nosotros para que recibamos el don de tener ojos de fe fuertes y muy claros.

Podríamos orar, por ejemplo, con aquellas palabras del ciego: “¡Señor, que vea!”15. Sería una jaculatoria muy valiosa y nos ayudaría muchísimo para hacer que nuestra vida familiar y conyugal sea de nuevo una vida de plena adhesión a los ideales.

Creo que esta reflexión es suficiente para esta tarde. Breve pero de muchos contenidos…

1 El P. Kentenich se refiere a los artículos sobre el “Proceso Eichmann”. Bajo el régimen de Hitler, Carlos Adolfo Eichmann, ex comandante de la SS, había organizado el transporte de los judíos hacia los campos de concentración. Apresado en 1960 en Argentina por el servicio de inteligencia israelita, fue llevado clandestinamente a Israel y presentado allí ante el tribunal el 11.4.1961. Los medios relataban en detalle sobre este proceso que conmovía al mundo entero. El 15.12.1961 Eichmann fue condenado a muerte por crímenes de guerra contra el pueblo judío y ejecutado en Jerusalén el 1.6.1962

2 1Jn 5, 4.

3 Se refiere a los contenidos enunciados anteriormente, que tanto ayer como hoy conservan su vigencia.

4 Jn 5, 4.

5 En la antropología pedagógica del P. Kentenich aparece con frecuencia la división en los siguientes estratos: animal, ángel e hijo de Dios. A ellos corresponden tres tipos de ojos, según se considere al hombre como ser biológico, intelectual-espiritual o bien como dotado de gracia divina.

6 El P. Kentenich tenía especial interés no sólo en lograr que tomase conciencia de las verdades de la fe, sino en que ellas captasen y marcasen nuestro sentimiento vital.

7 Cf. Mc. 12,3.1

8 Cf. Mt. 25, 31-46.

9 Otro Cristo.

10 Cf. Jn. 13,34.

11 Cf. Lv. 19,18.

12 Posiblemente se refiere aquí al cuarto.

13 Cf. Mt. 18,20

14 Lc. 1, 45.

15 Cf. Mc 10,51: “Jesús dirigiéndose a él (a Bartimeo), le dijo: ‘¿Qué quieres que te haga?’. El ciego le dijo: ‘Rabbuní, ¡que vea!

Lunes por la tarde... Reuniones con familias - 21

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