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24 de Abril de 1961

ESQUEMA

Una escuela de fe para nuestro matrimonio

Idea directriz tomada de San Juan:

“Quien ha nacido de Dios, vence al mundo”

¿Cuál es el panorama del mundo actual?

Abundancia de estímulos

Enorme desarraigo

Muchas cosas que no se comprenden

En nuestro matrimonio y familia hallamos un eco de esa misma crisis

El remedio: una fe viva en la persona y la enseñanza de Cristo

Es necesario poner también nuestra vida sexual a la luz de la fe

Volver a recordar:

 Los tres ojos que tenemos:

 los ojos del cuerpo,

 los ojos del entendimiento y

 los ojos de la fe,

Los tres bienes que nos regala la fe:

 luz para el entendimiento,

 fuerza para la voluntad y

 calidez y energía para nuestro corazón

Repetición y profundización: A la luz de la fe reconocemos nuestra condición de hijos de Dios y miembros de Cristo; nuestro destino de participación en la vida de Cristo; en la vida de sufrimiento y en la vida de amor de Cristo:

l. Grado: amar a mi cónyuge como a mí mismo

2. Grado: amar a Cristo en mi cónyuge

3. Grado: amar a mi cónyuge como a Cristo

4. Grado: amar en comunidad

Continuación: A la luz de la fe comprendemos el sentido del acontecer mundial

Desde el punto de vista de Dios: repatriación victoriosa al Padre de los hijos del Padre, en Cristo y por María Santísima

Repatriación victoriosa:

porque también el demonio extiende su mano hacia nosotros;

porque hay personas que quieren retenernos;

porque nosotros mismos queremos retenernos

Aceleramiento de la repatriación a través de las dificultades extraordinarias de nuestro tiempo, por ejemplo:

Desgracias en la familia:

confinamiento en el campo de concentración

Repatriación al Padre

Muchos cristianos tienen una imagen falsa de Dios

Nosotros vemos a Dios como Padre y queremos ser niños ante Él

Tres maneras de Ser niños:

Niños adultos: Nunca queremos serlo en nuestra relación con Dios

Niños recién nacidos: vivir en dependencia de Dios

Niños no nacidos: vivir en el corazón del Padre

Desde nuestro punto de vista: Regreso al Padre, vale decir, ofrecerle el corazón al Padre, procurarle alegría

Cuando nos hable a través de las desgracias:

No plantear enseguida la pregunta por la culpa

Hacia el Padre va el camino

Confiamos en que en el Santuario la Sma. Virgen nos conduce hacia el Padre

Mucha gente no tiene una imagen correcta de Dios

porque hay muy pocas imágenes auténticas de Dios Padre

Procuremos que en la familia los niños vuelvan

a experimentar al padre

Oremos para que la Sma. Virgen encienda

en nosotros la luz de la fe

En nuestra última reunión del lunes comenzamos una especie de “escuela de fe” o bien una “clase de fe”, por llamarla así. ¿Quién fue nuestro maestro? El apóstol y evangelista San Juan. ¿Recuerdan el tema que exponía y trataba San Juan? Era una idea directriz muy hermosa y que calaba en lo hondo: Quien ha nacido de Dios vence al mundo1. La fe es la que vence al mundo. Dicho con mayor exactitud, ¿quién es el que por último vence al mundo de hoy con todas sus dificultades? Aquel que tenga una fe viva en Cristo y su enseñanza.

Volvamos a plantear el interrogante: ¿Cómo es este mundo de hoy? Recordemos brevemente todos los estímulos que nos envía el mundo de hoy, cuánto desarraigo y cuántas cosas incomprensibles se observan en él.

Basta recordar de nuevo lo que se escucha sobre Israel2, Cuba3, o bien Argelia4.

¡Ah! ¡Cuánta confusión, cuántas revoluciones por todas partes! ¿Quién habrá de vencer un mundo de estas características? Aquel que tenga una fe profunda y viva en Cristo y su enseñanza.

Podríamos aplicar estos pensamientos a nuestro caso. Basta con plantearse la siguiente pregunta: ¿Qué dificultades enfrentamos en nuestra familia, en nuestro matrimonio? Advertiremos que en ellos quizás existen las mismas crisis que hemos constatado a nivel mundial.

¡Cuánto desarraigo puede haber también en el matrimonio! ¡Cuántos peligros puede haber también en la familia para nuestra interioridad, para nuestra vida moral y religiosa! ¡Cuántas desilusiones hemos sufrido ya en la relación de unos con otros! Por favor, hagan un examen de conciencia y recuerden las crisis y dificultades concretas de su familia y matrimonio...

¿Cuál es el remedio que nos propone San Juan? Quien tenga una fe viva en Cristo y su enseñanza, ése superará todas las dificultades. Lo repito: una vida de fe ardiente nos ayudará a superar todo eso.

Ahora bien, ¿qué significa esto a la hora de enfocar específicamente nuestro caso de personas casadas? Que tenemos que poner nuestra vida sexual a la luz de la fe. Me parece que debería recordarles lo que hemos venido hablando en el transcurso de los últimos meses5. Pero ahora lo haremos desde un nuevo punto de vista que, podríamos formular así: Es posible contemplar nuestra vida sexual desde tres ángulos diferentes:

Desde un punto de vista biológico,

desde un punto de vista antropológico y

desde un punto de vista teológico.

Creo que habría que recordar con frecuencia estas ideas y otras similares, para tener lineamientos claros.

¿Qué significa contemplar desde el punto de vista de la biología nuestra vida sexual, y en particular el acto sexual? Desde este punto de vista el acto sexual es un acto puramente animal; es simplemente un contacto de órganos motivado por una sensación de placer.

Desde el punto de vista antropológico, hay que recordar que nosotros, los seres humanos, no sólo participamos del mundo animal, sino que también tenemos vida intelectual y espiritual. Somos personas dotadas de espíritu. Por lo tanto el contacto entre ambos sexos es asimismo contacto entre dos personas dotadas de espíritu y no sólo un contacto entre dos órganos.

Pasemos, por último, al punto de vista teológico. Este nos dice que en el caso del acto sexual se trata de un contacto entre dos hijos de Dios o dos miembros de Cristo. Pero, ¿cómo lograré considerar al otro como un hijo de Dios o miembro de Cristo y amarlo íntimamente en calidad de tal? Eso sólo se consigue valiéndose de los ojos de la fe.

Fíjense, ahora hay que ser lo suficientemente inteligentes como para recordar aquellos diferentes tipos de mirada sobre los cuales ya hablamos. En primer lugar teníamos los ojos puramente sensibles o materiales; luego aquellos de intelecto, del entendimiento; y, por último, los de la fe. Vuelvo entonces a plantearles la misma pregunta: ¿Quién habrá de vencer de manera eminente el mundo en general, y también el mundo en nuestra vida conyugal? Aquel que en su calidad de hijo de Dios y miembro de Cristo tenga ojos de fe claramente desarrollados.

Pero además dijimos que la luz de la fe, o bien la fe, nos regala tres bienes: luz para la razón, fuerza para la voluntad y calidez y energía para nuestro corazón.

¿Qué significa luz para la razón? Es recién a la luz de la fe cuando sabemos correctamente cuál es nuestro ser y nuestro destino verdaderos. Si, planteémonos la pregunta: ¿qué somos? Somos hijos de Dios y miembros de Cristo ¿Y cuál es nuestro destino? En nosotros debe repetirse el destino de Jesús.

Asimismo destacamos dos pensamientos que tampoco debemos olvidar:

Si somos miembros de Cristo y si participamos del destino del Señor, hay que tener presente lo siguiente: en primer lugar, que el Señor está clavado en una cruz. Por lo tanto es evidente que hay que contar con dificultades en el matrimonio y en la vida. No hay que asombrarse de que sobrevengan tales dificultades; más bien habría que maravillarse si no tuviésemos ninguna cruz. Vale decir entonces que si se nos ha cargado con una cruz grande y pesada, ese don constituye una distinción especial, ya que de ese modo podremos asemejarnos de manera especial a Cristo, el Crucificado.

En segundo lugar, si somos miembros de Cristo no sólo debemos participar de la pasión de Cristo, sino también de su amor. En nuestra vida matrimonial, ¿quién habrá de ser de modo especial el objeto de ese amor? El cónyuge. Pues bien, ¿cómo amaré a mi cónyuge? En nuestro último encuentro mencionamos cuatro grados o formas de expresión del amor. Estos grados valen naturalmente para todo tipo de amor al prójimo, pero en especial para (el amor) hacia quien está más próximo de nosotros. ¿Quién es este? Nuestro cónyuge. De ahí que se hable de amor al “próximo" y no al “lejano”. A los que no están aquí se los puede querer sin impedimento alguno, porque no molestan. En cambio cuando se está continuamente uno dependiendo del otro, uno junto al otro, ésa es (la piedra de toque) para el amor al prójimo.

¿Cuáles son esos cuatro grados? Resumamos ahora todo lo que Jesús nos ha dicho sobre el tema.


Tengo que amar a mi prójimo como a mí mismo6. En mi calidad de esposo debo amar a mi esposa como si yo mismo estuviese en su lugar. Y la esposa debe amar al esposo como se ama a sí misma.


Detengámonos un poco en este punto y preguntémonos: ¿Cuánto me quiero a mí mismo? Porque en esa misma medida tengo que querer a mi prójimo. Fíjense que a menudo olvidamos la envergadura de las exigencias que nos plantea el cristianismo. Y así solemos repetir mecánicamente consignas como: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo" y luego pasamos a otra cosa, sin entender en su justa dimensión lo que significan esas palabras.


Repasemos el segundo grado: ¿Cómo habremos de amar al prójimo, vale decir, cómo amaré a mi esposa o cómo el esposo a la esposa? En él debo ver a un pedazo de Cristo7. Por lo tanto amaré a Cristo en el. Por favor, no pasen por alto que en nuestra condición de cristianos somos, en cierto sentido, “otros Cristos”. De ahí que debamos amar a Cristo en el prójimo. Mediten alguna vez sobre cuán elevado grado de amor al prójimo es este. ¿Y por qué es tan raro de encontrar este grado de amor al prójimo o de amor conyugal? Porque no tenemos espíritu de fe; porque por lo común en el otro vemos cualquier otra cosa pero no a Cristo.

Por último, el tercer grado: en el otro no sólo debo amar a Cristo, sino en Cristo amar a ese Cristo que está en el prójimo. Yo, como una parte de Cristo, tengo por lo tanto que amar la parte de Cristo que está en el otro. Y si me pregunto cómo amó Cristo al prójimo, recordemos entonces aquellas palabras de Jesús: Les doy un mandamiento nuevo8. Pues bien, ¿en qué grado nos amó Cristo? Él se sacrificó por entero, entregó hasta su última gota de sangre por nosotros. Aplicándolo a mi caso podemos decir lo siguiente: Cuando Cristo en mí ama al Cristo que está en el otro, entonces debe haber un celo singular por sacrificarse abnegadamente por el prójimo.

Les vuelvo a pedir (que mediten estas palabras): ¿Acaso no nos volvemos a hallar sobre una cumbre tan alta que nos infunde vértigo? Pero, por favor, no se digan: “Bueno, estas cosas son sólo para religiosos y sacerdotes". No; Jesús lo dijo para todos; son palabras que también valen para nosotros.

¿Y el cuarto grado del amor? Amar en comunidad9. Vale decir, no sólo que se amen el esposo y la esposa, amarnos junto con nuestros hijos.

Todos los miembros de la familia deben integrar un sólo círculo, un circuito de amor. Contemplándonos ahora a nosotros mismos, que entre todos y junto a los demás conformamos una sola familia, podemos decir igualmente que la corriente de amor debe fluir a través de nosotros con la plenitud de su caudal.

Ya hemos conversado sobre esto la última vez. Lo repito: la luz de la fe alumbra nuestra razón, para que en esa luz podamos comprender mejor, y de un modo incomparable, nuestro destino.

Volvamos a decirlo: Debe haber luz en nosotros. La luz de la fe nos da también luz para entender mejor la totalidad del acontecer mundial, tan caótico en la actualidad; más aún, para entender cuál es el sentido de ese acontecer. Recordemos de nuevo la situación del mundo en que vivimos, la confusión reinante en nuestros días a nivel mundial. Y pasen luego a considerar la historia de su propia familia... Se nos plantea así la pregunta: ¿Qué fin persigue Dios con este acontecer universal?

Dos son las cosas que hay que discernir aquí: Por una parte, el sentido del acontecer mundial desde el punto de vista de Dios y, por otra, el sentido del acontecer mundial desde nuestro, desde mi punto de vista.

Hablábamos del punto de vista de Dios, vale decir: ¿Qué quiere Dios, a qué apunta con todo este caos del tiempo actual? Y visto desde mi propio ángulo: ¿Qué habré de responder yo a la confusión de la vida de hoy?


Desde el punto de vista de Dios el sentido del acontecer mundial es la repatriación victoriosa de los hijos del Padre en Cristo y a través de María Santísima hacia el Padre. Lo repito para que lo recordemos bien: repatriación victoriosa en Cristo y a través de María Santísima hacia el Padre.

¿Qué es lo que quiere hacer entonces el Padre con sus hijos? Repatriarlos a su propio corazón.

La repatriación es victoriosa. Bueno... ¿por qué? ¿Dónde están los enemigos que buscan obstaculizar los designios del Padre? ¿Quién pretende apoderarse del corazón de un hijo del Padre? Este es, en primer lugar, el demonio. Sí; él quiere apoderarse de nosotros. ¿Qué fin persigue el Padre al repatriarnos a su corazón? Ante todo, vencer al diablo. El demonio extiende su brazo amenazante, y lo hace también hacia nosotros.

Repito la pregunta: ¿Quién pretende enseñorearse de nosotros? Pues bien, es el mundo; y también esa gran cantidad de personas que quieren hacernos posesión suya. Pero por último somos nosotros mismos quienes queremos retenernos a nosotros mismos. Por eso el hecho de que el Padre realmente nos repatríe a su corazón constituye una gran victoria que él obtiene en nosotros y a través de nosotros.

Y si pensamos ahora en las dificultades extraordinarias del tiempo de hoy o de nuestra vida familiar, volvemos a esa misma gran intuición católica: las dificultades extraordinarias significan aceleración de la repatriación.


Meditemos muy bien lo que esto significa. A menudo solemos hacer comentarios como: "¡Qué buena vida se da Fulano o Mengano! ¡Miren cómo le va a él y como me va a mí!". Dicho de manera popular: "Unos nacen con estrella y otros nacen estrellados"... "Yo siempre tengo mala suerte, una y otra vez fracaso en tales y cuales cosas”… Pero ahora podemos tener una visión muy distinta de tal situación. En efecto, cuanto más grande sea la cruz, tanto mayor la celeridad con la que Dios estará repatriándome a su corazón de Padre.

Tomemos, por ejemplo, el caso de la esposa enferma. Yo noto que ella físicamente todavía está bastante bien, pero que a veces la cabeza “no le funciona” como debiera. ¿Se dan cuenta de lo que esto significa? ¿Qué habré de pensar entonces a la luz de la fe? ¡Aceleración de mi repatriación al Padre! Naturalmente es difícil asumirlo en la práctica; pero es muy importante entender que ésa es la interpretación que hay que hacer a la luz de la fe.

O bien imagínense que un día vienen los rusos10 y se nos recluye a todos en un campo de concentración. O quizás sólo a una parte (de nosotros), y los demás se libran del confinamiento. Si nosotros formamos parte de los destinados al campo de concentración, ¿acaso habremos de decir?: “¡Qué bien les va a los demás! ¡Los campesinos más tontos son los que cosechan las papas más grandes! ¡Otra vez volvieron a sacarse el premio! ¿Y yo? ¿Y yo? ¿Por qué me pasa esto?”.

Fíjense que mi reflexión sobre la realidad hecha desde un punto de vista puramente humano es también una reflexión correcta. Pero si lograse pensar desde un ángulo sobrenatural, entonces diría lo siguiente: "Me tocó una parte mejor que la de aquellos que se libraron del campo de concentración; porque, ¿qué es lo que quiere Dios con esta prisión mía? ¡Acelerar mi repatriación!

Teóricamente podemos vislumbrar ya un poco que esta actitud es la acertada ¿no les parece? Ahora bien, ¡qué difícil es llevarla a la práctica! Sin embargo ser cristiano estriba justamente en ese llevar las cosas a la práctica. Por eso es que hay tan pocos cristianos de verdad.

Para formular con mayor detalle esta propuesta de contemplar la situación que vivimos desde la perspectiva de Dios, podríamos decir lo siguiente: A través de todo el acontecer mundial, a través de la alegría, el dolor y la cruz, a través del éxito o del fracaso que Él me envíe, el Padre cielo tiene siempre un solo objetivo: Acelerar de manera eminente mi regreso a Él, en Cristo y a través de María Santísima.

Mediten cada una de estas palabras. En primer lugar regreso al corazón del Padre. Nosotros, que estamos juntos desde hace años, gracias a Dios hemos ido descubriendo que Dios es Padre. Pero existen millones de cristianos que no tienen ninguna idea de ello. Ven en Dios sólo una abstracta o bien el Dios al que adoran es un dictad porque sienten miedo ante ese Dios corren a refugiarse en Cristo. ¿Qué significa (en este contexto) "refugiarse en Cristo"? Pues bien, ellos tampoco comprenden que el Padre de cielo haya maltratado tanto a su Divino Hijo. Vale decir que entre Jesús y yo —así se lo imaginan—existe una cierta simpatía mutua y una antipatía común en relación con el Padre del cielo. Porque "a nosotros dos se nos maltrata allá arriba".

Tomen muy en serio este diagnostico de la situación porque en la vida cotidiana realmente se da a menudo caso.

¡Cuántos cristianos cultivan el contacto con Cristo, pero ninguno con el Padre del cielo! De ahí la gran importante de la misión de volver a mostrarle y trazarle al mundo de hoy la imagen de Dios como Padre.

Meditemos la historia de aquel humilde muchacho pastor. Se le había enseñado a meditar. Había aprendido la lección y comenzó a meditar el padrenuestro. Luego de cierto tiempo, el que le había ensenado le preguntó cuánto había avanzado en la meditación de dicha oración. La respuesta fue: “Todavía estoy en la primera palabra".

¿Se dan cuenta de lo que esto significa? Fíjense que aquel muchacho había sabido extraer todos los contenidos de esa palabra. El Dios infinito es mi padre. El es nuestro padre…Pero insisto en que hay que pedir en la oración la gracia de comprender que Dios es padre, que no es ningún dictador ni policía. Esta es una tarea esencial.

Y nosotros que estamos juntos desde hace ya tanto tiempo, ¡cuánto nos hemos esforzado a lo largo de estos años por profundizar más y más el concepto de que "Dios es padre”!

Nos llamamos "niños del Padre". Pues bien, ¿qué significa esto? ¿De qué manera puedo ser niño?

Creo que en este punto deberíamos volver a contemplar la vida cotidiana; descubriremos entonces que existen tres grados o clases de ser niño. Puedo ser un niño adulto, puedo ser un niño recién nacido y, por último, un niño no nacido.

¿Qué significa un niño no nacido? Pensamos en una madre y lo comprenderemos enseguida. Es el niño que está en el seno materno. Fíjense que el niño en el seno materno participa por entero de la vida de su madre. Vale decir, toda la corriente de vida de la madre pasa a través de la vida de niño no nacido.

Ahora bien, ¿qué clase de niños tenemos que ser frente a Dios Padre? Creo que podríamos decir lo siguiente: Frente a Dios no debemos ser nunca niños adultos. Si queremos ser, ciertamente, hombres adultos hacia afuera, en nuestro trato con los demás hombres. Pero cuanto más sea yo interiormente pequeño y niño ante Dios, tanto mayor la fuerza con la que, como hombre o mujer, estaré plantado y afirmado en la vida exterior.

Sigamos un poco más adelante. ¿Qué significa ser un niño no nacido? Significa vivir en profundísima dependencia de Dios Padre. ¿En qué medida puedo ser yo, en mi relación con el Padre, como un hijo suyo no nacido? Lo podemos aplicar con una imagen sencilla: en la medida en que todo mi yo viva en el corazón paternal de Dios.

Y de esta manera estamos en profunda consonancia con la visión de San Pablo. Acabo de decirles que el niño nacido comparte, en el seno materno, la vida de su madre. Fíjense que de este mismo modo se imagina San Pablo al verdadero hijo de Dios. Cuando decimos: "¡Padre, Abba, querido padre!" y vivimos plenamente en el corazón del Padre, entonces es Él quien en mí —nos dice San Pablo- exclama con gemidos inefables: "Abba, querido padre".

Por lo tanto es Él quien clama en mí. Pues bien, ¿y qué dice él en mí? San Pablo nos lo dice expresamente: El Espíritu Santo —y no ante todo (Cristo), por supuesto también es Él; ese es otro tema— es quien clama en mí, y lo hace en verdad con gemidos inefables: “Abba, Abba, querido padre”11.

De ahí surge una pregunta que naturalmente reviste mucha importancia para nosotros: En mi vida cotidiana, ¿me considero en verdad como un hijo del Padre? Al contemplar la vida cotidiana, constatamos que actitud común es la siguiente: “De alguna manera se puede ser amigo de Cristo. Sí soy amigo de Cristo, pero en lo que hace al trato con Dios Padre, no tengo ninguna relación con Él”. Y precisamente por esto no logramos asumir las dificultades y crisis que nos depara la vida.

Fíjense que ahora ya sabemos como Dios interpreta tales dificultades: como una repatriación. A través de todas las situaciones que nos toque vivir, Él quiere acogernos en su corazón. ¿Qué debo hacer yo entonces? A la repatriación le corresponden de mi parte, el regreso. Pues bien, ¿hacia dónde regresar? Cuando tenga dificultades, ¿hacia dónde habré de ir finalmente? Puedo acudir a otras personas, correcto, pero en última instancia todas ellas deberán conducirme hacia el Padre.

¿Qué significa ir hacia el Padre? Volver a ofrecerle el corazón, experimentar la completa dependencia de Él o, tal como nos enseñó el Señor, vivir siempre de aquella convicción: Hacer siempre lo que alegra al Padre, lo que alegra al Padre del Cielo12.

Ahora bien, el Padre no sólo me habla a través de palabras, sino a través de los reveses de la vida.

Por lo tanto, si súbitamente caigo enfermo o sufro otra desgracia como, por ejemplo, a nivel económico: o quizás se enferma mi esposa o surgen problemas con los hijos; fíjense entonces, ¿cuál habrá de ser la actitud fundamental de un verdadero hijo del Padre? ¿Cuál será la primera pregunta que me plantearé? No aquella: “Señor, ¿qué delito he vuelto a cometer para que me pase esto?”.

O también si mi esposo tiene que luchar contra la competencia, porque en el barrio se ha abierto una nueva tienda... ¿Cuál será mi reacción? "¿Qué delito cometí? Pero ¡Señor! ¿Acaso no te hemos sido siempre fieles?”.

He aquí la pregunta equivocada: “¿Qué delito cometí?". Se trata siempre de la misma idea: Si Dios me envía algo, eso es un castigo. No; lo que Él envía constituye un gesto de amor de su parte.

Allá en Alemania, en Friburgo, hay una lápida en el cementerio sobre la cual se lee unas hermosas palabras: Hacia la casa del Padre va el camino. Esta debería ser mí propia respuesta, mi respuesta personal a todos los reveses que pueda sufrir en mi vida. No apartarse de Dios Padre sino ir hacia la casa de Dios Padre. Ya aquí, en esta tierra, y algún día en la eternidad.

Nosotros, esposo y esposa, nos hemos prometido mutuamente ser guía uno del otro en el camino hacia el cielo. Por eso debemos darnos la mano, por decirlo así, e ir hacia el Padre juntos, en Cristo y a través de María Santísima.

Ya en la conclusión de esta conferencia, creo que debería recordarles lo que nosotros, hijos de Schoenstatt esperamos de nuestro Santuario de un modo especial: No sólo que la Santísima Virgen nos una más profundamente a Cristo, sino también que ella, en Cristo, nos conduzca hacia el Padre. En la hora de su crucifixión el Señor le dijo a San Juan: ¡he ahí tu madre!13. Lo que, en la práctica, equivalía a decir: Esta es tu madre, aquella que tiene la responsabilidad de que tú halles finalmente un hogar en el corazón del Padre.

Cuando hoy nos preguntamos por qué son tan pocas las personas que tienen una imagen cabal de Dios Padre, naturalmente hay una gran cantidad de respuestas posibles. Pero una de las más importantes es la siguiente: Porque en el mundo existen muy pocas personas que sean reflejos auténticos del Padre del Cielo. Por eso en nuestros días es tan difícil tener una imagen correcta y una concepción correcta de Dios Padre.

Esta reflexión nos permite asimismo comprender mejor por qué hemos repetido tantas veces que el padre debe estar en familia para que los hijos experimenten al padre como padre. Tomando como punto de partida esta vivencia será entonces relativamente fácil hallar el camino hacia el corazón paternal de Dios o para forjarse una imagen cabal de Dios Padre.

De esta manera comprenden ahora cuán importante es que crezca en nosotros la luz de la fe. Vale la pena orar para que la Santísima Virgen reencienda una y otra vez la lamparilla de la fe en nosotros. Ya sabemos lo que se dijo de ella: “Beata quia credidisti”14. Por eso nosotros somos también felices en la medida en que brille en nosotros la luz de la fe. ¿Qué habrá de iluminarnos? Nuestro propio ser, nuestro propio destino, pero también el sentido de todo el acontecer mundial, y luego también el sentido del acontecer en nuestra pequeña familia y por último el sentido de nuestra propia vida.

Ahora se dan cuenta de lo que significa llevar una vida conyugal en primer lugar desde el punto de vista zoológico, en segundo lugar desde el punto de vista antropológico y por último, desde el punto de vista teológico.

Escuchemos de nuevo a San Pablo: "Justus autem ex fide vivit"15. Aquellos que hayan pasado por mis manos, por mi escuela, vivirán siempre por la fe.

1 Cf. 1 Jn. 5,4

2 Alusión al proceso de Eichmann. Cf. nota 1.pág.23.

3 Fidel Castro, que en 1959 había asumido el poder en Cuba, instauró un sistema socialista en la isla. Con la anuencia y el apoyo de los Estados Unidos, el 10 de abril de 1961 un grupo de cubanos exiliados intentó reconquistar el país. La invasión anticomunista fue derrotada en la Bahía de Cochinos. El 20 de abril de 1961 Fidel Castro daba a conocer la victoria sobre las tropas que habían arribado a la isla.

4 Desde el s. XIX Argelia había pasado a ser colonia francesa. Entre 1954 y 1962 este país se alzó en armas para recuperar su independencia. Dentro del ejército francés hubo confrontaciones entre quienes aprobaban la independencia argelina y quienes se oponían a ella. Desde Argelia, el 22 de abril de 1961, generales de la oposición intentan un golpe de Estado contra el gobiernos francés, que había entrado en negociaciones con los rebeldes, el golpe de Estado fu frustrado.

5 Cf. Tomo 20: "El amor conyugal camino a La Santidad".

6 Cf. Mc 12, 31.

7 Cf. Mt 25, 31-46.

8 Cf. Jn 13, 34.

9 Cf. Mt 18,20.

10 Corrían los años de la guerra fría.

11 Cf. Rm 8, 15.

12 Cf. Jn. 8, 29.

13 Cf. Jn. 19, 27.

14 Cf. Lc 1,45: “¡Feliz la que ha creído…! Por lo común esta cita era traducida antaño según la traducción de la Vulgata: “¡Feliz porque has creído!”.

15 Cf Rm 1, 17: “El justo vivirá por la fe". En el pasado solía traducirse este pasaje según la traducción de la Vulgata; “Mi justo vivirá por la fe".

Lunes por la tarde... Reuniones con familias - 21

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