Читать книгу Lunes por la tarde... 5 - José Kentenich - Страница 7
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Decir sí a la voluntad de Dios
Repetición y profundización
Nos ocupamos del cristiano apocalíptico, del schoenstattiano apocalíptico.
El schoenstattiano apocalíptico es el schoenstattiano que domina el tiempo apocalíptico según la norma del Apocalipsis.
El Apocalipsis es un libro oscuro, un libro de luz, un libro de terror y un libro de consuelo.
Es un libro de terror porque nos presenta acontecimientos terribles y nos plantea exigencias elevadas.
Prosecución del tema
El Apocalipsis exige de nosotros espíritu de mártires.
De nuevo colocamos ante nuestros ojos la situación del autor apocalíptico.
Él está lleno de angustia por el futuro de la Iglesia y, por eso, quisiera leer el libro sellado, en el que se nos desvela el futuro.
Pero solo el Cordero es digno de recibir el libro y de abrirlo.
Al abrir los cuatro primeros sellos del libro, aparecen los cuatro caballos y jinetes apocalípticos.
Primer sello:
El caballo blanco y el jinete con el arco, símbolo de la guerra.
– Cristo quiere vencer en los elegidos a través de su asemejamiento a él.
Segundo sello:
El caballo color rojo como el fuego y el jinete con la espada, símbolo de la revolución.
– Cristo quiere vencer en los elegidos a través de un rápido asemejamiento a él por medio de la cruz y el sufrimiento.
Tercer sello:
El caballo negro y el jinete con la balanza, signo de carestía y hambre.
Cuarto sello:
El caballo gris y el jinete llamado «Muerte», símbolo de epidemias.
Quinto sello:
El altar y, debajo de él, las almas de los mártires.
Los mártires esperan se les haga justicia.
La respuesta de Dios:
Reciben una túnica blanca.
Deben esperar hasta que se haya completado el número de los mártires.
Por tanto, el Apocalipsis exige de nosotros espíritu de mártires:
Preparación al martirio.
Anhelo del martirio.
Disposición a morir.
Superación interior del miedo a morir mártir.
Deben esperar hasta que se haya completado el número de los mártires.
Al respecto tres referencias:
Pío XI: En nuestro tiempo nadie tiene derecho de vivir de forma mediocre.
Jacques Maritain: la forma normal de vivir del cristiano de hoy es la forma heroica.
Georges Bernanos: en tiempos extraordinarios, se hace obvio que el ideal es la santidad.
¿Qué tenemos que hacer, en nuestras circunstancias, a fin de prepararnos a morir como mártires?
Tenemos que vivir en serio cada segundo nuestro lema: «Patris atque Matris sum nunc et in perpetuum, vivat sanctuarium»
La tarea de nuestra vida es decir, cada segundo, «sí Padre»
Para expresar esto en Schoenstatt decimos:
vivir a partir del poder en blanco y de la inscriptio Vivir a partir del poder en blanco significa vivir en serio el padrenuestro.
Ejemplos
Felipe Neri.
Katharina Emmerick.
Buenaventura.
Lucie Christine.
Reina Cristina.
Teresa de Lisieux.
Reina Clotilde.
También nosotros debemos estar dispuestos a decir «sí, Padre» en todas las situaciones de la vida.
Mal que bien, una vez más tenemos que continuar. El tema es por el momento el mismo (que la vez anterior): el cristiano apocalíptico o el schoenstattiano apocalíptico. Ahora bien, yo pienso que no se nos hará aburrido, ya por el hecho de que la situación de la época nos conduce una y otra vez a cosas semejantes, a pensamientos y circunstancias semejantes.1
Probablemente habrán oído o leído que el presidente2, actualmente, está procurando hacerse con la totalidad del poder. Saben de inmediato lo que eso significa: lo hace para, llegado el caso, poder decidir autónomamente de forma inmediata. Como ven, en la práctica, eso significa que las cosas comienzan a oscurecerse. Algo así no se hace simplemente por jugar, y algunos de nosotros se habrán planteado probablemente ya a menudo la pregunta: ¿cómo podemos prepararnos realmente de forma inmediata a una situación tal? Es probable que ustedes hayan encontrado ya por sí solos una que otra respuesta a esa pregunta. Hoy queremos considerar también brevemente uno u otro aspecto, pero primero tenemos que establecer de nuevo el gran contexto. Por eso queremos plantear una vez más la pregunta: ¿qué entendemos por un schoenstattiano apocalíptico? La respuesta ya la conocemos, es siempre la misma: es un schoenstattiano que domina el tiempo apocalíptico según la norma del Apocalipsis, en el espíritu del Apocalipsis.
Como ven, tenemos allí las tres grandes secciones, los tres grandes pensamientos que queremos tratar. Por tanto, en primer lugar tenemos que decir algo sobre el Apocalipsis como norma de nuestro pensar y querer; en segundo lugar tenemos que decir unas palabras sobre el tiempo apocalíptico, y, en tercer lugar, sobre el espíritu apocalíptico. Gracias a Dios, los pensamientos se tocan una y otra vez. Desde que hablamos del libro del Apocalipsis hemos podido decir siempre de nuevo, en uno u otro lugar, algo sobre el espíritu y sobre el tiempo apocalíptico. Hagan memoria: ¿qué hemos dicho sobre el libro del Apocalipsis? Primero, que es un libro oscuro; segundo, un libro de luz; tercero, un libro de terror, y cuarto —esto tenemos que exponerlo todavía— un libro de consuelo.
Nos quedamos detenidos en el tercer punto: un libro de terror. ¿Por qué un libro de terror? El Apocalipsis nos narra acontecimientos aterradores, pero, en segundo lugar, sabe plantear también exigencias terriblemente elevadas. ¡Exigencias terribles! La vez anterior dijimos también con un par de palabras que el Apocalipsis exige de nosotros simplemente espíritu de mártires. De modo que el Apocalipsis no dice: no debéis cometer ningún pecado grave más. Tampoco dice, solamente: cumplid vuestra obligación así en general, para que lleguéis todavía allá arriba, al cielo —allí queda todavía un lugarcito para vosotros—. No dice, tampoco: Dios es un buen hombre, no se toma las cosas tan a mal, todo irá bien. No: el Apocalipsis dice, simplemente: ¿qué quiere Dios de vosotros en un tiempo apocalíptico? Respuesta: espíritu de mártires.
¿Qué significa espíritu de mártires?». Esto tienen que decírselo ustedes mismos a menudo. Se lo dice así rápido y sin pensar, «espíritu de mártires». En primer término, es la disposición interior que exclama: querido Dios, estoy dispuesto en todo momento a dejar que me corten la cabeza, si eso te alegra. Naturalmente, cuando se está sentado en el despacho o cuando se tiene todo bien cubierto para comer y beber puede decirse, muy alegremente: Querido Dios, estoy dispuesto. Y si se escucha que allá arriba, en la luna, se da eso, aquí en la tierra todo está tranquilo. O, por ejemplo, allá en Europa o en África se puede obtener la corona del martirio, pero ¿aquí en América? No. Entonces se puede decir alguna vez muy alegremente: querido Dios, sí, sí, yo estoy dispuesto también. Pero si se vive en una situación como la de hoy, en que se siente que mañana las cosas pueden ponerse serias, decir, entonces: Dios querido, estoy dispuesto a dejarme matar por amor a ti, es otra cosa.
No deben perder de vista lo que puede hacer especialmente difícil esta disposición de ánimo: tienen que imaginarse que, una vez, las cosas se pusiesen realmente difíciles. Entonces yo tendría que decirme: querido Dios, yo como hombre estaría dispuesto. Pero si no les caigo bien a esos,3 ¿qué sucederá con mi esposa, que sucederá con mis hijos si les hacen menos accesible el sustento? ¿Pueden imaginarse que eso puede representar una gran dificultad? ¡Cuántas mujeres de Alemania fueron heroicas en su tiempo al decir a sus maridos!: por mí no tienes por qué tener miramientos. Esto es heroísmo. Hay que situarse en la vida de familia, ¿verdad?
O piensen en uno de nuestros padres,4 que recibió siempre de nuevo el aliento de sus papás: ¡mantente firme! Después tuvo que sufrir la decapitación. Naturalmente, si se pertenece al estado virginal, en tales épocas se tiene la ventaja de que no es preciso tener miramientos por tales cosas. En síntesis, el Apocalipsis plantea exigencias heroicas. Por tanto, no es solamente algo así general, mediocre. Por eso, primero, la disposición a morir mártir, segundo, incluso el anhelo de ello.
¿Y qué significa tener anhelo de morir mártir? Basta que se pregunten: ¿de qué tiene anhelo mi corazón? Verdaderamente, la naturaleza humana no tiene ningún anhelo de ser asesinada; sería anormal. ¿Qué significa todo esto? El Señor tiene que intervenir muy profundamente en nuestro interior para que, de pronto, veamos las cosas de forma totalmente distinta a como las ve el hombre común. Y, por último, el Apocalipsis exige libertad interior del miedo a la muerte.
Abran, por favor, el capítulo cinco del Apocalipsis.
Primeramente tengo que indicarles el contexto. Lo que me importa ahora es demostrarles que el Apocalipsis exige realmente este espíritu, el espíritu de mártires. ¿Puedo pedirles que coloquen de nuevo ante sus ojos la situación del autor apocalíptico? San Juan es el autor del escrito, el gran visionario. En ese entonces había persecución de cristianos. Juan fue desterrado a la isla de Patmos. Sufre mucho con sus cristianos, a los que ha tenido que abandonar, y está también interiormente lleno de angustia, preguntándose qué será de la Iglesia de Dios en la tierra. En efecto, vive a partir de este pensamiento: el Salvador ha dicho que vendría pronto. Pero ¿qué significa pronto? A veces se dice también en tono de broma que algo es un «pronto» apocalíptico. ¿Cuánto dura este «pronto» apocalíptico? —ahora estamos escribiendo ya 1957. O sea: desde el año 33 hasta 1957, y el «pronto» no ha llegado todavía. Este es el gran misterio. Y la primera cristiandad vivía enteramente a partir del pensamiento de que no tardaría ya mucho, de que entonces vendría el Salvador a juzgar a vivos y muertos. Por eso la angustia: ¿qué será ahora realmente de la cristiandad?
Recordarán cómo el autor apocalíptico ve de pronto a aquel que está sentado en el trono, al Padre Dios.5 Se lo representa siempre y solamente como el que está sentado en el trono: no se lo menciona por su nombre. Tiene en su mano un libro: es el libro del destino del mundo y de la Iglesia.6 En él se encuentran todos los acontecimientos hasta el fin del mundo. Les he dicho cómo el autor apocalíptico extiende la mano hacia el libro: quiere obtenerlo.
A nosotros nos sucedería probablemente algo semejante. Si viniese alguien y nos dijese que allí se encuentra consignado todo lo que pasará el año próximo, ¿qué haríamos? De inmediato querríamos agarrarlo. ¿Y cómo es en este caso? Es como si el Padre del cielo le dijese: no lo toques, que no te incumbe: no te está permitido saberlo. Ahí pueden ver ustedes qué fuerte es el anhelo (del autor apocalíptico): como ese anhelo no se realiza ahora, comienza a llorar como un niño. Tan fuerte es el anhelo.
Por tanto, la respuesta es: nadie sabe qué está escrito en el libro fuera del mismo Padre y del Cordero que yace a sus pies como inmolado. Por eso la angustia: ahora el Cordero tiene que abrir el libro. No sólo que el Cordero, es decir, el Salvador, sabe exactamente lo que ha de suceder. Él tiene también la tarea de realizar lo que el Padre del cielo ha previsto para el mundo entero y para la Iglesia. Ahora se describe hermosamente la situación de conjunto en el cielo. No quiero exponérselo en este momento. Tengan a bien leerlo ustedes mismos en el capítulo quinto.
En el capítulo sexto el Cordero comienza a abrir los sellos. Del mismo modo como está sellada una carta, así estaba sellado el libro. El Cordero abrió sello tras sello. Tenemos que ver ahora qué es lo que pasa una vez que el Cordero ha abierto los sellos.Si después leen el capítulo sexto, versículos uno a ocho, tienen allí la clásica formulación de los cuatro caballos apocalípticos y los cuatro jinetes apocalípticos. Tienen que imaginarse que yo entrara con el libro, abriera el sello, y después, de pronto, llegaran raudamente cuatro caballos y cuatro jinetes.
Ya ven que les he dicho que el Apocalipsis opera con imágenes aterradoras.
¿Qué significan estos cuatro caballos y estos cuatro jinetes? Si quieren comprenderlo tienen que ponerse un poco en la situación de aquel tiempo. En ese entonces, Roma dominaba casi el mundo entero. Cuando el emperador romano cabalgaba por su imperio, lo precedían cuatro caballos y cuatro jinetes que advertían a las masas del pueblo: ¡Atención, atención, ahora viene el emperador! Eso no regía solamente para el emperador, sino también para los sátrapas,7 es decir, para los lugartenientes. Cuando estos iban por los países, también los precedían cuatro veloces caballos y cuatro jinetes. Y los caballos tenían diferentes colores: rojo, blanco, negro (y gris). Como ven, Dios, el Señor utiliza ahora esta imagen a fin de mostrarle al autor apocalíptico lo que viene.
Ahora tienen que retener la idea central: los cuatro caballos y los cuatro jinetes que galopaban delante eran los precursores del emperador, que avanzaba victorioso. Tienen que reflexionar, entonces: ¿qué significan los cuatro caballos y los cuatro jinetes? El autor apocalíptico nos lo dice con gran exactitud. Después se lo expondré por extenso. ¿Lo leemos ahora rápidamente en común? Y cuando el Cordero abrió el primero de los siete sellos, miré y oí a uno de los vivientes que hablaba con voz de trueno.8
Tienen que imaginárselo: en torno al trono del Padre, cuatro seres misteriosos. Mientras el Cordero abre los sellos, el primero de los seres comienza a proclamar lo que significa. ¿Qué dice el primer ser? ¡Ven y mira! ¿Qué vio el autor apocalíptico? Dice allí: Y vi un caballo blanco; el jinete tenía un arco, se le dio una corona y salió como vencedor. Ahora tienen que pensar en la modalidad de entonces. Llevaba un arco —supongan que alguien, por ejemplo, la hermana, tuviese hoy una visión semejante. Entonces, probablemente Dios no le habría mostrado a la hermana un jinete con un arco. ¿Qué habría visto ella? Un cañón o una bomba atómica. ¿De qué es símbolo eso? De la guerra, y de una guerra terrible, de una guerra mundial. Efectivamente, en el tiempo apocalíptico hay guerras terribles—.
¿Qué significa esta guerra terrible para los elegidos? Cristo, el Rey, vencerá en estos elegidos a través de todas las tremendas turbulencias de la guerra. Él será el gran vencedor. ¿A través de qué triunfa él en los elegidos? A través de su asemejamiento a Cristo, de que, como Cristo, estén dispuestos a cumplir y sufrir la voluntad del Padre hasta el último aliento. Ahora se abre el segundo sello.
Cuando abrió el segundo sello, oí al segundo viviente que decía: “¡Ven y mira!” Salió otro caballo rojo, y al jinete se le dio poder para quitar la paz de la tierra y hacer que los hombres se degüellen unos a otros; se le dio también una gran espada. De modo que, por lo visto, es algo peor que una guerra. ¿Qué es? ¡Revolución! En esto podemos esperar de todo. Revolución tras revolución. Y en la revolución el Salvador quiere triunfar en los elegidos. ¿A través de qué? Los elegidos tienen que asemejarse de la forma más rápida posible al Salvador en la cruz y el sufrimiento, en el decir sí a la voluntad del Padre.
Cuando se abrió el tercer sello, oí al tercer viviente que decía: “¡Ven y mira!” Y vi un caballo negro; el jinete tenía en la mano una balanza. Y oí como una voz en medio de los cuatro vivientes que decía: Una medida de trigo, un denario; tres medidas de cebada, un denario, la ración necesaria para un día, un jornal. ¿Qué significa eso? ¡Carestía! ¡Hambre! Tengo que emplear todo mi jornal para poder comer. Pero dice: Al aceite y al vino no los dañes. No es que todos los hombres vayan a ser «segados». Hay, por cierto, algo que comer, pero no suficiente. ¡Hambre! O sea, primero, guerra, segundo, revolución, tercero, hambre, cuarto, epidemias.
Dice: Cuando se abrió el cuarto sello, oí la voz del cuarto viviente que decía: “¡Ven y mira!” Y vi un caballo amarillento; el jinete se llamaba Muerte, y el Abismo lo seguía. Se les dio potestad sobre la cuarta parte de la tierra, para matar con espada, hambre, epidemias y con las fieras salvajes.
Esta es la imagen de los cuatro caballos y jinetes apocalípticos. Como ven, es nuestro tiempo. Todo esto ya lo hemos sufrido en Europa. También ustedes tendrán que sufrirlo, probablemente. Ahora viene lo que quiero decirles hoy. Solo he destacado lo expuesto para reconstruir el contexto. Ahora se abre el quinto sello. ¿Y qué ve el autor apocalíptico? No ve caballo ni jinete alguno, sino un altar, y bajo el altar las almas de los mártires. ¿Y qué gritan los mártires? Leamos rápidamente el texto.9
«Cuando se abrió el quinto sello, vi debajo del altar las almas de los degollados por causa de la Palabra de Dios y del testimonio que mantenían».10 Son los mártires. «Y gritaban con voz potente: “¿Hasta cuándo, Dueño santo y veraz, vas a estar sin hacer justicia y sin vengar nuestra sangre de los habitantes de la tierra?”».11
Permítanme una interrupción. Fíjense qué sano es, en sí, este modo de pensar. Los mártires dejaron que se les atormentara hasta la muerte por causa de Cristo, fueron presentados ante la opinión pública del mundo como los peores criminales y dijeron sí a eso. ¿Qué exigen ahora? Quisieran ser justificados ante la opinión pública mundial; tienen un santo sentimiento del honor, esperan una justificación e invocan para ello la santidad de Dios y la veracidad de Dios: se ha cometido injusticia contra nosotros. Señor, tú no puedes tolerarlo, hay que repararlo. ¿Qué respuesta reciben entonces? «A cada uno de ellos se le dio una túnica blanca, y se les dijo que tuvieran paciencia todavía un poco, hasta que se completase el número de sus compañeros y hermanos que iban a ser martirizados igual que ellos».12 ¿Comprenden qué significa esto? Dos cosas: primero, se les dio una vestidura blanca. ¿Qué ha de significar eso? Estad contentos, estáis salvados. Pero eso no basta aún. Es como si el Señor quisiera decirles: también tenéis que ser justificados, pero tenéis que esperar todavía un poco. ¿Por qué esperar? El número de los mártires no está aún completo. Vosotros, que leéis esto, permaneced dispuestos: mañana os costará el cuello a vosotros. ¿Qué significa esto? ¡Bonito mensaje! Por favor, tomen ahora su propio nombre. El Señor dice: Por favor, señor Tal y Tal, señora Tal y Tal, la historia no ha terminado todavía. Tú también tienes que ser colgado, también a ti tienen que cortarte el cuello.
¿Comprenden? Con razón digo, por eso: ¿qué exige el Apocalipsis? Espíritu de mártires. ¿Qué significa eso? Primero, la preparación. Preparaos, que todavía os tocará a vosotros. Segundo, anhelo del martirio. Tercero, la disposición a morir. Cuarto, la superación interior del rechazo natural, del miedo natural a una muerte de ese tipo. Como ven, no es ningún juego. Si reflexionamos ahora qué significa todo esto podemos acudir a la enseñanza de otros hombres [de la Iglesia]. Les citaré tres de ellos.
¿Qué dice, por ejemplo, Pío XI?13 Dice así: Vivimos en un tiempo en el que nadie tiene derecho a vivir mediocremente. Cada cual tiene que vivir heroicamente. Pero tienen que oír bien. No dice: esto vale solamente para aquellos que no se casan, o sea, para los sacerdotes, los religiosos. ¿Para quién vale? Todos sin excepción tienen que vivir y aspirar hoy heroicamente. Tienen que reflexionar qué significa esto. Tenemos que aplicar esta vara de medir a nuestra propia vida.
Seguramente habrán escuchado ya alguna vez el nombre de Jacques Maritain,14 un filósofo francés que ha dado mucho que hablar y que también ha dado clases aquí. Vive todavía. Él suele decir lo siguiente: la forma normal de vivir del cristiano de hoy es, simplemente, la forma heroica. Por tanto, no es algo especial, es simplemente evidente. En sí, es una gran bendición vivir en un tiempo semejante. Cuando se trata de un tiempo habitual, entonces uno se dice: ¿para qué todo esto? ¿Para qué he de hacer tanto esfuerzo? Si las cosas también van así. Puedo comer y beber, me va bien. Los demás van al cielo: entonces, también yo puedo ir al cielo. Pero, hoy, esta forma de vida no es posible.
Esta es también la gran exigencia que tanto nos cuesta entender a nosotros, los estadounidenses. Si alguna vez tuviésemos que renunciar —no sé a qué: por ejemplo, que se nos hiciera menos accesible el sustento—, ¿qué pasaría entonces? Como ven, aquí se dice: la forma normal de vivir en un tiempo semejante es la forma heroica. Ahora bien, ¿cómo es la forma heroica para nosotros? Esta es la pregunta que también nosotros tendríamos que responder alguna vez.
Quiero citarles una tercera frase. La pronunció un conocido escritor francés, se llama Bernanos.15 Dice así: El tiempo de los santos está siempre presente; en todo tiempo, los cristiano pueden llegar a ser santos. Pero en los tiempos extraordinarios, se hace obvio que el ideal sea la santidad. Como ven, ahora no puedo decir: yo me contento con llegar a ser un holgazán en el cielo; por último, sobornar todavía a san Pedro con tantos y tantos dólares. No, la consigna es ahora: ir bien adentro, al corazón de Dios.
Pero ahora viene la pregunta del todo práctica: ¿qué tenemos que hacer, en nuestras circunstancias, a fin de prepararnos para una muerte semejante, como mártires? En realidad, ahora tendría que preguntarles a ustedes para que fuesen ustedes quienes me diesen la respuesta. Creo que la respuesta, para empezar, es muy fácil: cada segundo tenemos que vivir en serio nuestro lema: «Patris atque Matris sum nunc et in perpetuum, vivat sanctuarium».16 ¡Cada segundo! ¿Ven? ¿A quién pertenezco? ¿Quién es el que tiene el destino del mundo en sus manos? Es siempre el Padre Dios. Y la tarea única de mi vida consiste en decir, cada segundo: ¡sí, Padre! ¡Sí, Madre! ¿Comprenden? Más no podemos hacer. Yo no puedo empezar a retorcerme a mí mismo el cuello. No: a lo sumo debo «retorcerme el cuello» moralmente, eso sí. Es decir: no cumplir mi propia voluntad. Quiero cumplir siempre la voluntad del Padre y de la Madre. Por eso, siempre: «Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo».17 ¿Qué significa esto? En la Familia tenemos para ello dos expresiones: vivimos a partir del poder en blanco18 y de la inscriptio.19
Esto podemos hacerlo cada segundo, en toda situación. ¿Qué significa poder en blanco? No necesito explicárselo de nuevo. Ustedes son todos genios de la economía; saben, por tanto, cómo se extiende un cheque en blanco. Como pertenezco al Padre del cielo y a la Santísima Virgen, he colocado de antemano mi nombre (en el cheque en blanco): puedes disponer sobre mí como quieras. Es decir, vivo en serio el padrenuestro. Cuán a menudo rezamos el padrenuestro —hágase tu voluntad, no mi voluntad—. ¡Qué sencillo y qué grande es! Como ven, entre nosotros los católicos es siempre así: decimos tantas cosas, y no sabemos lo que decimos.
Quiero señalarles y decirles de nuevo algunas cosas de la vida práctica, por ejemplo, de los santos. Tal vez conocen a Felipe Neri.20 Fue uno de los santos, un gran apóstol de la juventud. De él se conoce la expresión: pueden cortar leña sobre mi espalda, con tal de que no pequen. Neri solía decir: cuando más feliz estoy es siempre cuando no se cumple en mi vida mi voluntad, sino la voluntad de Dios. Él tenía siempre en su interior la búsqueda: querido Dios, ¿qué es lo que quieres decirme a través de las circunstancias? Esta actitud fundamental está expresada en el lema: «Patris atque Matris sum nunc» —en esta situación—. ¿En qué situación? En la situación del momento. Y si pertenezco al Padre y a la Madre, no hay nada más grande que yo tenga que hacer que cumplir su deseo y su voluntad.
Seguramente habrán oído hablar alguna vez de la reverenda Katharina Emmerick.21 Ella solía decir: lo primero que aprendí de mi madre son dos frases. La primera reza: no se haga mi voluntad, sino la tuya. Piedad sencilla, pero esto es santidad. Y la segunda frase que aprendí de mi madre cuando era una niña pequeña es: Padre, regálame paciencia, y después dame tantos golpes cuantos quieras.
¿Comprenden de nuevo qué significa? Patris atque Matris sum nunc et in perpetuum: no me pertenezco más a mí mismo. Esto es siempre lo más importante: no me pertenezco más a mí mismo, y me acostumbro a ver en todas las situaciones el dedo de Dios y a decir siempre sí. ¿Quiénes quieren formarme a través de las circunstancias? El Padre y la Madre. Y porque son Padre y Madre, tienen siempre en vista lo mejor para mí.
San Buenaventura22 fue junto a santo Tomás23 uno de los más grandes eruditos de la Edad Media. De él se cuenta que un simple hermano lego le dijo en una ocasión: Oye, Buenaventura, tú, el erudito, lo tienes fácil para ir al cielo. No, dijo Buenaventura, tú lo tienes igual de fácil, incluso aún más fácil. No es la cabecita erudita la que lo logra. ¡Cuántos profesores eruditos saben tantísimas cosas de Dios! Pero lo único que Dios quiere tener de ti y de mí y de todos nosotros es esto: querer a Dios. ¿Qué significa querer a Dios? Cada segundo decir «sí, Padre, sí». Y si tú lo logras y yo lo logro, entonces da igual qué es lo que haya en la cabeza. Lo principal es que el corazón pertenezca a Dios.
Y los escritos antiguos relatan hermosamente —del mismo modo como se ha expuesto también con frecuencia en la vida de san Francisco24—: el hermano lego fue y se puso a bailar por ahí diciendo: «¡Oíd animalitos, pajaritos, oíd! ¡Puedo llegar a ser santo al igual que el gran erudito, san Buenaventura!» ¿Ven? Esto es Patris atque Matris sum nunc et in perpetuum. Sencillo, ¿no? Pero tenemos que vivirlo realmente en serio. En realidad, es solo una descripción del padrenuestro, nada más. ¿Qué significa eso? «Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo» —pero también aquí y ahora en mi vida, no solo por ahí, sino en mi pequeña vida—.
En el siglo pasado hubo una gran mística, una francesa: se llamaba Lucie Christine.25 Estaba casada. Una vez expuso ella en una hermosa imagen lo que nosotros queremos decir con el Patris atque Matris sum. Vio delante de sí un barco en medio de la tempestad. Ustedes saben cómo es cuando uno se encuentra en un barco semejante, cuando las olas sacuden el barco de un lado al otro. Lo que en ese momento no esté firme en su sitio termina tirado por el suelo. Ella enlazó con esa imagen y narró después sobre su propia vida espiritual. Dijo: También en mi vida hay a veces muchísima tempestad. Pero entonces me pasa como en un barco: si en el barco hay algún objeto que esté bien firme, clavado, entonces conserva siempre la correspondiente relación con el nivel del agua. Así sucede también en mi vida. Muchísima tempestad ha habido en mi vida, pero el clavo que ha retenido siempre firmemente mi vida espiritual ha sido la voluntad de Dios.26 ¿Comprenden lo que significa? ¡Es voluntad de Dios, por tanto, permanece tranquilo!
Si me permiten que utilice otra imagen: piensen en una aguja imantada. Está siempre orientada hacia un punto determinado. Y éste es el punto que tenemos que mantener con firmeza. Ésta es una piedad sumamente sencilla, pero es la preparación al martirio. Tienen que imaginárselo: si no puedo decir sí con alegría a la voluntad de Dios en las pequeñas cosas de cada día, ¿cómo me ha de resultar después, cuando se diga que me van a cortar la cabeza? Es siempre lo mismo. Por tanto: vivir en serio nuestro lema. Tienen que verlo concretamente.
Cristina era una reina que vivía santamente.27 Era todavía muy joven. De ella se cuenta que, aun con todo su esplendor y todas las cosas hermosas que había en su vida, tenía también una profunda vida interior. Uno de sus criados retiró una vez del libro de oraciones de la reina un pequeño papel y se apuntó lo que en él estaba escrito. Era una oración muy simple, sencilla, pero se adecuaba completamente al modo de ser femenino. En ella se exponía, con sencillez: Dios querido, que yo sea bella o fea no importa. Que sea querida o no, es todo secundario. Lo principal es que yo te pertenezco y tú me perteneces. Y si los dos nos pertenecemos mutuamente, entonces puede venir lo que sea: tengo siempre mi punto de reposo. ¿Comprenden? Es una descripción de Patris atque Matris sum nunc et in perpetuum.
De santa Teresita28 se ha transmitido una frase sencilla. Dice así: en mi vida nunca se me podrá quebrar. ¿Por qué no se me podrá quebrar? Soy una caña, y la caña es movida hacia un lado y otro, puede doblarse. Pero cuando se dobla y llega al agua, enseguida cobra vida de nuevo, vuelve hacia arriba. Así sucede también en mi vida. Cuando he sido doblada por la cruz y el sufrimiento, he entrado inmediatamente en contacto con la voluntad de Dios. La voluntad de Dios es la voluntad del amor, y si entro en relación con el amor divino, todo en mí está nuevamente en orden.
Éste es el gran misterio, esto es lo grande que tenemos que lograr, también como personas casadas. Por eso no necesito renunciar al matrimonio ni tampoco a mi derecho matrimonial. No necesito ir al convento. Y a la inversa, si uno de mis hijos va al convento, tiene que hacer en sus circunstancias exactamente lo mismo que yo hago en mis circunstancias: decir siempre «sí, Padre». Patris atque Matris sum, nunc. No sólo cuando tengo suficiente de comer y de beber, o sea, no sólo cuando mis peticiones son satisfechas.
Podría contarles ahora una cantidad de pequeños ejemplos. Antes ya les conté algo de santa Clotilde. Ella se había casado con Clodoveo, que por entonces todavía era pagano.29 Clotilde tuvo su primer hijo y, con gran esfuerzo obtuvo de Clodoveo el consentimiento para bautizar a su hijo. Pero la mala suerte quiso que, apenas bautizado, el niño muriera. Podrán imaginarse ahora que el pagano se puso a despotricar: ¡vuestro Dios cristiano lo ha asesinado! ¡Si no hubiese sido bautizado no habría muerto! ¿Qué respondió Clotilde? Estoy feliz de que Dios haya llevado consigo tan temprano a uno de mis hijos. Naturalmente, esto produjo una profunda impresión en Clodoveo. Más tarde, también se convirtió.
Como ven, en todas las situaciones de la vida, por más débiles que sean, deben estar siempre dispuestos a decir: «sí, Padre, sí», o bien, «Patris atque Matris sum nunc et in perpetuum, vivat sanctuarium». Pero, por favor, no olvidar lo último: ¡vivat sanctuarium! Tal como se lo he dicho ahora, esto parece facilísimo. ¡Tan fácil no es! El que conoce la vida cotidiana sabe cuánta dureza exige. Y ¿quién tiene que transmitirnos ahora la fuerza? ¡Vivat sanctuarium!
1 Véase t. 4: «Echt christlich leben in einer krisenreichen Zeit» [«Vivir de forma auténticamente cristiana en un tiempo lleno de crisis»]. A fines de 1956 el P. Kentenich había dedicado varias pláticas vespertinas a tratar el ideal del hombre apocalíptico en un tiempo apocalíptico y había hecho referencia a la difícil situación política mundial que se registraba en aquel año (levantamiento popular en Hungría, crisis del canal de Suez en Oriente Próximo, rumores de guerra). En las siguientes pláticas enlaza con dichos temas.
2 Referencia a Dwight D. Eisenhower, presidente de Estados Unidos de 1953 a 1961.
3 Los enemigos.
4 El P. Kentenich se refiere aquí a Franz Reinisch (1903-1942), sacerdote palotino y colaborador suyo en la central de asesores de Schoenstatt. Reinisch fue el único sacerdote católico que, por razones de conciencia, se negó a prestar el juramento de lealtad como soldado a Hitler, por lo cual en 1942 fue ejecutado.
5 Véase Ap 4.
6 Véase Ap 5.
7 Gobernadores.
8 Sobre lo que sigue véase Ap 6,1-8
9 El texto fue leído en la ocasión por la traductora, en inglés. Al no haber sido pronunciado por el P. Kentenich, lo incorporamos aquí en cursiva.
10 Ap 6,9.
11 Ap 6,10.
12 Ap 6,11.
13 Pontificado 1922-1939.
14 1882-1973
15 Georges Bernanos, 1888-1948.
16 «Pertenezco al Padre y a la Madre, ahora y por siempre. Viva el santuario». Véase la plática del 28-12-1956, t. 4: «Echt christlich leben in einer krisenreichen Zeit» [«Vivir de forma auténticamente cristiana en un tiempo lleno de crisis»], págs. 319s.
17 Mt 6,10.
18 Poder en blanco: entrega incondicional en propiedad a la Santísima Virgen e incorporación en su propia entrega a la voluntad de Dios. Véase t. 20: «Nuestra vida conyugal, un camino de santidad», pág. 125.
19 La palabra deriva de la definición, en orientación psicológica, de la esencia del amor como «inscriptio cordis in cor» (inscripción mutua de corazones), definición que proviene probablemente de san Agustín. En Schoenstatt «inscriptio» designa la forma plena de la alianza de amor vivida, la entrega total a Dios. Se entregan también las reservas inconscientes en la disposición no solo a aceptar con fe la cruz y el sufrimiento, sino también a pedirlos, si corresponde a la voluntad de Dios.
20 Reformador católico y fundador del Oratorio, 1515-1595.
21 Religiosa agustina, mística, 1774-1824, beatificada en 2004.
22 Franciscano, cardenal, doctor de la Iglesia, aprox. 1217-1274.
23 1225-1274.
24 Francisco de Asís, aprox. 1181-1226, fundador.
25 1844-1908.
26 En su diario espiritual dice: «Hay momentos en que mi alma me parece como el interior de un barco embestido con violencia por las olas del mar. Todo está en él en desorden, excepto aquellas cosas que han sido bien colgadas y que, por eso, permanecen siempre en posición perfectamente vertical tanto respecto del nivel del agua como de la bóveda celeste. Así sucede en mi pobre alma. Todas las cosas que hay en ella son arrojadas unas sobre otras, lo de abajo queda arriba, menos la línea vertical de la voluntad, que está arraigada en Dios». Cita según Anton Koch, Homiletisches Quellenwerk, t. 4, Friburgo de Brisgovia 1939, n.o 828, 7, 2.
27 María Cristina de Saboya, 1812-1836, reina de Sicilia. Véase Anton Koch, Homiletisches Quellenbuch, t. 4, Friburgo de Brisgovia 1939, n.o 861, 7, 1.
28 Santa Teresa del Niño Jesús, de Lisieux, 1873-1896, «A la cañita no le importa en absoluto doblarse, no tiene miedo de romperse, pues ha sido plantada al borde de las aguas; en vez de quedarse allí en el suelo, cuando se dobla, sólo encuentra una onda bienhechora que la fortalece y le hace desear que una nueva tormenta vuelva a desatarse sobre su frágil cabeza. Toda su confianza reside en su debilidad, y no puede quebrarse porque, le ocurra lo que le ocurra, sólo quiere ver en ello la mano de Jesús...
A veces, a la caña, una débil ráfaga de viento puede resultarle más insoportable que las grandes tormentas; y entonces va a remojarse en su arroyo querido. Pero tampoco esas débiles ráfagas de viento consiguen que se doble demasiado hacia la tierra, son los alfilerazos...». Cita según Teresa de Lisieuz (Santa Teresita del Niño Jesús), Obras completas, Editorial Monte Carmelo: Burgos 32003, 378. carmelita, doctora de la Iglesia.
29 Clodoveo I, desde el año 482 rey de los francos, se casó en 492/494 con Clotilde, hija del rey Chilperico II de Burgundia. Presumiblemente, Clotilde tuvo gran participación en la conversión de Clodoveo a la fe católica.