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Sinopsis

Vivir en serio el poder en blanco

Repetición

El schoenstattiano apocalíptico supera el tiempo apocalíptico según las normas del Apocalipsis.

El Apocalipsis es un libro oscuro, un libro de luz, un libro de terror y un libro de consuelo.

Es un libro de terror pues nos presenta acontecimientos terribles y nos plantea exigencias elevadas.

El Apocalipsis exige de nosotros la preparación al martirio, la disposición al martirio, el anhelo del martirio y la superación del miedo.

Prosecución del tema

El espíritu de mártires exige de nosotros vivir en serio el espíritu del poder en blanco y de la inscriptio.

Como laicos casados tenemos que vivir heroicamente a nuestra manera, los religiosos tienen que hacerlo a la suya.

Heroísmo significa para nosotros, los laicos, vivir en serio el poder en blanco.

La alianza de amor a la altura del poder en blanco significa perfecta disponibilidad mutua.

Sellamos la alianza de amor con la Santísima Virgen y, en última instancia, con Dios.

Poder en blanco significa, visto desde nosotros, perfecta disponibilidad para el Padre; y, visto desde el Padre, perfecta disponibilidad para el hijo.

Sellamos la alianza de amor también con la Santísima Virgen, porque Dios desea que ella nos eduque a la perfecta disponibilidad para el Padre:

El Padre y la Madre pueden disponer sobre nosotros, pero se han puesto también a disposición nuestra.

En el santuario la Santísima Virgen quiere regalarnos esa doble disponibilidad.

De modo que el espíritu de mártires exige de nosotros el espíritu del poder en blanco.

Pregunta: ¿qué tenemos que hacer si queremos vivirlo en serio?

Primero: escuchar

Queremos estar a la escucha de lo que Dios quiere de nosotros.

En todas las situaciones rige la consigna Patris atque Matris sum.

La humanidad actual está nerviosa.

Recibimos un sinnúmero de impresiones que no podemos procesar.

Por eso es bueno renunciar conscientemente a ciertas impresiones.

Dios quiere quitarnos la «seguridad de la caja» y regalarnos la «seguridad del péndulo»

Él cuida de que suframos inseguridades terrenas a fin de que demos el salto hacia la seguridad divina.

La parábola del hijo pródigo ilustra las leyes de la seguridad y de la inseguridad.

Primera ley: junto a la seguridad hay mucha inseguridad.

Segunda ley: en toda seguridad se esconde mucha inseguridad.

Tercera ley: el sentido de la inseguridad terrena

es la perfecta seguridad en Dios.

Segundo: obedecer

Si hemos reconocido la voluntad del Padre decimos: sí, Padre, sí, que se haga siempre tu voluntad.

Nuestra piedad tiene formas diferentes de las de los religiosos, pero también hay semejanzas.

La piedad original de los religiosos se determina por la pobreza, la castidad y la obediencia.

Lo mismo exige Dios también de nosotros:

Pobreza: Dios cuida de nuestra independencia interior de los bienes terrenos.

Castidad: también nosotros tenemos que vivir el sentido de la castidad; Dios conduce.

nuestro amor conyugal a través de las decepciones hacia el amor a Dios.

Obediencia: también los matrimonios tenemos que practicar la obediencia.

La fuerza para una vida semejante nos la regala la Santísima Virgen desde el santuario.

El espíritu del poder en blanco halla una expresión en la oración: «Recibe, Señor…»

Para que podamos vivir el poder en blanco a pesar de la carga del pecado original, tenemos que extender las manos hacia la inscriptio.

Queremos superar la predisposición negativa frente al sufrimiento y pedirlo conscientemente.

Esto exige el contacto constante con Dios a través de un «horario espiritual»

Pienso que primeramente tendríamos que establecer de nuevo el gran contexto. Se trata, pues, una vez más, del schoenstattiano apocalíptico. Poco a poco podemos repetir ya la definición en sueños: es un schoenstattiano que supera un tiempo apocalíptico según las normas del Apocalipsis, en el espíritu del Apocalipsis. Por eso hemos hablado hasta ahora del Apocalipsis como la norma apocalíptica. Ustedes saben todo lo que juntos hemos tratado acerca de esta norma. Dijimos que el Apocalipsis es, primero, un libro oscuro; segundo, un libro de luz; tercero, un libro de terror, y cuarto, un libro de consuelo.

Estamos todavía en el tercer punto: el Apocalipsis es un libro de terror. Hemos resaltado dos pensamientos. Primero: en él se relatan acontecimientos terribles y aterradores. Segundo —lo que es aún más importante para nosotros—: se plantean exigencias terriblemente elevadas. ¿Qué se exige, en última instancia? Nosotros hemos resumido todo lo que puede decirse al respecto en una palabra: espíritu de mártires. ¿Qué quiere decir eso?

Hemos descompuesto los pensamientos en distintas partes. El Apocalipsis exige de nosotros primeramente que nos mantengamos preparados al martirio. Quien conoce el tiempo actual percibe que eso no está visto y dicho de forma ajena a la realidad. Se percibe que algo así puede sobrevenirnos verdaderamente. Ni siquiera es preciso que esperemos largo tiempo. Esto es también lo que nos mantiene interiormente siempre en movimiento. Aun cuando hacia fuera se actúe sabe Dios de qué manera, como si todo fuese seguro, interiormente se percibe que en el tiempo actual todo se tambalea. Allí responde el Apocalipsis: en un tiempo así el Dios viviente exige incluso la disposición al martirio, hasta el anhelo del martirio, pero siempre bajo la condición de que Dios lo haya previsto para mí. (El Apocalipsis exige) una preparación práctica en el día a día. Por tanto, no debemos decir: bueno, por de pronto ahora me lanzo a vivir a todo lo que dé. Si se da el caso, estoy dispuesto a dejar que me corten la cabeza. En última instancia, el Apocalipsis exige que hasta se supere el fuerte miedo interior a una muerte semejante. Verdaderamente, no se puede exigir más: se llega hasta el extremo. Como ven, en la práctica esto significa ser hombres perfectamente libres en su interior, que están en todo momento a disposición de Dios.

Ahora bien, hemos comenzado a reflexionar: ¿qué exige de nosotros tal espíritu de mártires ahora, en la vida cotidiana habitual? En nuestro modo de hablar dijimos: vivir en serio el espíritu del poder en blanco y de la inscriptio. Ahora puedo aprovechar la ocasión para profundizar una vez más viejos pensamientos.

Muy a menudo hemos hablado de una cierta diferencia entre la piedad de los religiosos y la de los laicos. ¿Cómo es la piedad de los religiosos y cómo la de los laicos? Tenemos que resguardarnos del peligro de afirmar: lo que se dice siempre acerca de la santidad es apropiado para religiosos, pero no para nosotros. Ellos tienen su modo de ser, y nosotros tenemos el nuestro —no solamente como laicos, sino también como laicos casados—. En efecto, nuestro ideal es: queremos llegar a ser esposos santos.

¿Pueden recordar las citas que les traje la última vez? Maritain había subrayado que la forma normal de vivir en el tiempo actual es, simplemente, la forma heroica. Por tanto, como laicos tenemos que ser heroicos, pero a nuestro modo. Y los religiosos tienen que ser heroicos a su modo. Por tanto, no deben decir ustedes: bueno, está bien, dos por dos son siempre cuatro. Yo sigo adelante por mi camino acostumbrado. Como era en el principio, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

No: ser heroico significa algo totalmente distinto, significa abandonar la masa y ascender en soledad junto con el águila hacia el sol —y aun así ser auténticamente hombre, auténticamente estadounidense—. O sea, vivir en medio del pueblo, estar casado, pero después ascender hasta lo último y hasta lo más alto. ¿Cómo es este heroísmo para mí como laico, para mí como hombre casado, como mujer casada? Ya he hablado a menudo sobre esto: tomar en serio el poder en blanco. ¿Qué entendemos por poder en blanco? En nuestro lenguaje schoenstattiano es siempre un alto grado de alianza de amor recíproca entre nosotros y la Santísima Virgen. Yo sello la alianza de amor a la altura del poder en blanco. ¿Qué significa eso ahora? Pienso que no necesito decirles de nuevo cómo se extiende un cheque en blanco en la vida económica. Si coloco mi nombre sobre un trozo de papel en blanco, estoy a disposición de aquel que escribe algo por encima de mi nombre. Por ejemplo, si arriba dice «cinco millones» y abajo está mi nombre, tengo que darle cinco millones, los tenga o no. Y si él escribe que quiere poseer mi casa, tengo que darle mi casa.

¿Qué significa eso, entonces? Extender un poder en blanco, hacer la alianza de amor a la altura del poder en blanco, es decir: perfecta disponibilidad mutua. Por tanto, estoy perfectamente a disposición de la Santísima Virgen. Ella puede hacer conmigo lo que quiera, y todo eso con vistas al futuro. Yo estoy perfectamente a disposición de la Santísima Virgen, y ella está perfectamente a mi disposición.

Ahora digo: sello con la Santísima Virgen la alianza de amor, pero, en última instancia, con el Padre del cielo. ¿Qué significa «con el Padre del cielo»? ¿Qué implica en este contexto el poder en blanco? Visto desde mí punto de vista, perfecta disponibilidad para el Padre y, visto desde el Padre, perfecta disponibilidad para el hijo. Es recíproco. Estoy perfectamente a disposición del Padre; él puede hacer conmigo lo que quiera. Pero él está también perfectamente a mi disposición. Disposición recíproca perfecta. Ya ven: por eso, Patris sum nunc et in perpetuum.

¿Qué significa que pertenezco al Padre? Que estoy totalmente a su disposición. De modo que si él dice: por favor, señor Tal y Tal, señora Tal y Tal, te necesito mañana, digamos, en Polonia, o en Hungría, ¿qué tengo que decir yo? ¡Adsum! «Patris sum nunc!». No mañana o pasado mañana. Si el Padre del cielo dice «te necesito para eso», yo estoy dispuesto: ¡Adsum! ¡Patris sum nunc! Y aunque fuese sabe Dios qué tan difícil: ahora estoy aquí a disposición. No tengo nada más que decir que ¡Adsum! Haz conmigo lo que quieras. Pero ¿cómo llegamos a decir: sellamos la alianza con la Santísima Virgen? Porque el Padre del cielo desea que sellemos la misma alianza con ella. Él ha destinado a la Santísima Virgen para que nos eduque a ponernos totalmente a disposición suya. Por eso, la alianza de amor con la Santísima Virgen es un medio para que estemos completamente a disposición del Padre.

En segundo lugar, es una garantía para que permanezcamos fieles a esa alianza. De eso tiene que ocuparse ella. Por eso, nuestro lema no reza solamente «Patris sum nunc et in perpetuum», sino también «Matris sum nunc et in perpetuum». ¿Comprenden la conexión intrínseca? Esta es la perfecta disponibilidad con la que estoy frente al Padre y a la Madre. Haz conmigo lo que quieras; estoy perfectamente a tu disposición. Cuando hicimos la consagración escribimos de alguna manera nuestro nombre al pie: El Padre y la Madre pueden hacer con nosotros lo que quieran. Por supuesto, por el otro lado, también se puede dar vuelta a la hoja. Es decir, el Padre y la Madre se han puesto a disposición nuestra. Ellos dirigen su mirada con especial amor hacia mí y tejen perfectamente los hilos de mi vida hacia arriba, hasta lo último. Por eso, perfecta disposición mutua: de mi parte, disposición para el Padre, y de parte del Padre y de la Madre, disposición para el hijo.

¿Qué significa, ahora, «vivat sanctuarium»? En nuestro santuario la Santísima Virgen quiere regalarnos esta perfecta doble disponibilidad. ¿Comprenden que si vivo en cada instante esta disponibilidad estoy preparado para decir sí cuando Dios el Señor diga: tienes que dejarte cortar la cabeza? Este es el único medio. Pero no solo debo aplicarlo yo: tiene que aplicarlo también el religioso, la religiosa.

Por eso digo: ¿qué exige de mí el espíritu de mártires? Exige el espíritu del poder en blanco en el sentido de nuestra Familia. Pienso que con ello les he perfilado de nuevo brevemente lo que es la esencia del poder en blanco. Puedo decir: es el espíritu de la perfecta disponibilidad recíproca entre nosotros y el Padre del cielo y la Santísima Virgen. Por eso, ¡qué rico en contenido es nuestro lema! ¡Patris atque Matris sum nunc et in perpetuum, vivat sanctuarium! Ahora sólo tenemos que vivirlo en serio. Como ven, ahora podríamos permanecer largo tiempo en este punto. ¿Qué tenemos que hacer, día a día y noche a noche? Permítanme decirles: primero, escuchar; segundo, obedecer.

¿Qué significa escuchar? Esto es lo difícil para nosotros, hombres de hoy. Estamos tan acostumbrados al camino habitual que hemos seguido desde tiempos inmemoriales que, cuando viene el viento y sacude la casa, nos ponemos interiormente inquietos e inseguros, y después nos angustiamos frente a esa inseguridad. Allí la consigna es conservar la flexibilidad y estar siempre a la escucha: ¿Qué quiere Dios? ¿Qué quiere él ahora de mí? Patris atque Matris sum nunc et in perpetuum. ¡Nunc, nunc, nunc! En todas las situaciones: Patris atque Matris sum. No sé, ahora, si comprenden todo el alcance de estas pocas palabras. Todos lo notamos: la humanidad actual está nerviosa hasta la punta de los dedos; más aún: todos nosotros estamos nerviosos. Eso forma parte “del deber ser” de todo hombre moderno.

Pero ¿de dónde viene ese nerviosismo? Por un lado, de que tenemos que absorber un sinnúmero de impresiones que no podemos procesar interiormente. Por eso es prudente que nos digamos: renunciamos a ciertas impresiones que vienen de fuera. Por eso, no estoy todo el día prendido a la radio y a la televisión. No participo en todo lo que la vida moderna ofrece. ¿Quién puede soportar, procesar interiormente todo eso? Sobre todo nuestros pobres niños, ¡qué nerviosos tendrán que estar! Les llega una impresión tras otra, y ninguno de los niños puede procesarlas.

Una vez más: ¿de dónde proviene que estemos tan nerviosos? Permítanme exponerles dos expresiones que he utilizado a menudo en Alemania. Suenan raras. La primera dice: «seguridad del péndulo». ¿Pueden imaginarse un péndulo? Puedo jugar con él haciéndolo oscilar de un lado al otro. ¿Cuál es la otra seguridad? Hay una expresión jocosa: existe una cierta «seguridad de la caja» —la caja está apoyada abajo, en el suelo,— Dios, el Señor, quiere quitarnos a todos esta seguridad de caja y nos sacude y zarandea a través de las circunstancias. ¿Qué quiere regalarnos? La seguridad del péndulo. ¿Qué significa seguridad del péndulo? Exactamente lo que quiere el poder en blanco: que yo salte a la mano de Dios. Allí estoy seguro. Patris atque Matris sum. Haz conmigo lo que quieras.

¿Qué quiere Dios de nosotros, entonces? Debemos estar a la escucha de lo que él quiera en cada caso, de lo que él quiera en cada segundo de nosotros. ¿Cómo me lo da a entender? En parte por mociones interiores, en parte a través de otras circunstancias. Esto es santidad. Pero una santidad semejante implica siempre una enorme cantidad de inseguridades terrenas. ¿Y qué exigen las inseguridades terrenas? Que demos el salto hacia arriba, hacia la seguridad divina.

Si el tiempo no les resulta excesivamente largo, me permito remitirlos a un ejemplo muy hermoso, la parábola del hijo pródigo.1 Puede ser también una hija pródiga, no tiene por qué ser un hijo varón. Ahora tienen que reflexionar lo siguiente: ¿cuál de los dos hijos les resulta más simpático? Si tuviesen que darme ahora una respuesta inmediata, probablemente dirían: el hijo que permaneció en casa. Pero si piensan por un poco más de tiempo, probablemente pongan esa respuesta entre signos de interrogación. Ahora tienen que considerar detenidamente la parábola entera. Entonces podrán contemplar con ella de manera ilustrativa todas las grandes leyes de la seguridad y la inseguridad.

Primero: junto a la seguridad hay un sinnúmero de inseguridades. ¿Quién estaba seguro del amor del padre? El hijo que permaneció en casa. Él se sentía seguro en el corazón del padre, cumplía la voluntad del padre y permaneció siempre junto al padre. Estaba disponible para el padre. ¿Y quién estaba inseguro, quién era el símbolo de la inseguridad? El hijo pródigo. Estando fuera, se sentía inseguro, tenía hambre y sed, no tenía suficiente dinero. Comía la comida de los cerdos. Con eso se daba por satisfecho. Este es el símbolo de la inseguridad. Del mismo modo, también hoy hay en la vida seguridad e inseguridad.

Tienen que contemplar una vez más a los dos hijos. Entonces encontrarán, en segundo lugar, que en toda seguridad se esconde muchísima inseguridad. ¿Dónde está eso en la parábola? Pensemos en el hijo que permaneció en casa, que se sentía bien. Ahora regresa el hijo pródigo. ¿Y qué hace el padre? Da un banquete. ¿Qué hace matar? ¿Y qué ocasiona esto en el hijo que había permanecido en casa? Se siente postergado. ¿Qué significa eso? De pronto, inseguridad. Como ven, en toda seguridad se esconde, mientras estemos en la tierra, muchísima inseguridad.

Ahora viene lo tercero, lo más importante. ¿Cuál es el sentido de la inseguridad, de la inseguridad terrena? Aquí tenemos que mirar de nuevo al hijo pródigo. Él estaba verdaderamente inseguro. Ahora regresa a casa y, en el corazón del padre, se siente seguro en una medida incrementada. Parece como si hubiese hecho sabe Dios qué cosas buenas, como si tuviese derecho a un amor muy especial de parte del padre. ¿Me permiten que repita las tres leyes? Esto tienen que reflexionarlo a menudo también para sus adentros, cuando estén en el trabajo.

Primero: inseguridad junto a seguridad. Segundo: en toda seguridad se esconde aquí en la tierra algo de inseguridad. Tercero: el sentido de la inseguridad (terrena) es una seguridad perfecta en la mano de Dios. ¿Lo comprenden? Cuanto más inseguras son las circunstancias terrenas, tanto más quiere Dios que yo dé el salto a lo que hemos denominado seguridad del péndulo. ¡Fuera con la seguridad de la caja! ¡A la seguridad del péndulo! ¿Qué presupone esto? Que yo esté a disposición de Dios, el Padre, y de la Santísima Virgen. Ellos pueden hacer conmigo lo que quieran. Pero yo estoy convencido de que el Padre y la Madre se portarán paternal y maternalmente conmigo. Eso significa que también ellos están a disposición mía: ellos están allí para mi bien. La seguridad plena en la visio beata.2

¿Comprenden lo que significa todo esto? Pienso que ahora puedo repetir: Patris atque Matris sum nunc et in perpetuum, vivat sanctuarium. Todo un mundo se encuentra en ello. Allí podemos comenzar siempre de nuevo, ahondar cada vez más.

A este escuchar sigue ahora el obedecer. Es decir que cuando he reconocido de este modo la voluntad del Padre, le digo siempre: «Sí, Padre, sí; que se haga siempre tu voluntad, ya sea que me traiga alegría, sufrimiento o dolor».3

Esto es lo más esencial para el tiempo actual. Al comienzo dije que nuestra piedad asume formas algo diferentes de, por ejemplo, las de los religiosos. Aun así, hay muchísimas semejanzas. Para empezar: también los religiosos tienen que luchar por esta disponibilidad. Pero ¿a través de qué se determina aquí el tipo original de disponibilidad? A través de la pobreza, la castidad y la obediencia. Ahora tienen que reflexionar lo siguiente: Dios exige de nosotros, los casados, lo mismo que de los religiosos —a nuestra manera—, y a menudo de forma mucho más difícil.

¿Qué implica la pobreza? La independencia interior de los bienes terrenos. Tienen que fijarse cómo Dios cuida de que permanezcamos independientes. ¡Cuántos de nosotros lo tienen difícil para poder subsistir! ¡Y a cuántas fluctuaciones está sometida la vida económica! ¿Cuida Dios de que lleguemos a ser interiormente independientes de un apego esclavizado? ¿Qué quiere con ello? No debemos ser esclavos de los bienes terrenos. Patris atque Matris sum, non pecuniae sum: no pertenezco al dinero. Por eso nos «sacude». Si consideran todo lo que tienen que trabajar y hacer ustedes para poder subsistir, y cómo Dios juega con su patrimonio, ¿comprenden lo que significa? ¿Qué quiere él? Todos mis bienes tienen que estar a disposición suya, sobre todo si alguna vez viene la revolución. El millonario será mañana más pobre que una rata. ¿Es esto santidad? Sí, realmente, esto es también santidad, semejante a la que tienen los religiosos.

Si piensan en la castidad, ¿qué quiere el voto de castidad? Que yo no me aferre a un ser humano, que Dios no quede así en desventaja. Por eso los religiosos renuncian al matrimonio, a fin de no atarse tanto a un ser humano. En virtud del matrimonio no sólo podemos, sino también tenemos que regalarnos especialmente el uno al otro. Hasta nos damos mutuamente un derecho al cuerpo. Pero ahora tienen que reflexionar cómo Dios cuida de que, aun así, el amor mutuo siempre lleve a elevarse hacia él. Por eso las muchas decepciones de uno con el otro, por eso los muchos malentendidos, por eso el enfriamiento, por períodos, de la mutua relación de amor. Es algo grande si decimos: ya son 25 años que estamos casados y hemos permanecido fieles en nuestro amor. Pueden estar completamente seguros de que, si han permanecido fieles el uno al otro, ese amor está también inmerso en el amor de Dios. El sentido de la castidad, del voto de castidad, lo tenemos que vivir también nosotros. Dios nos fuerza simplemente a hacerlo, y esto tenemos que tenerlo siempre presente. Entonces notamos cómo Dios, a pesar de todo, nos atrae más y más hacia sí.

Aunque puedo decir también a mi esposa: «Tuus sum»,4 eso no es impedimento alguno para el Patris atque Matris sum. Es como si Dios hubiese «bajado» a mi esposa para que yo me vinculara a ella y él me izara, después, junto con mi esposa hacia lo alto. Para que yo no permanezca abajo: para eso están las decepciones de uno con el otro. Para que yo realmente suba con mi esposa hacia lo alto, él llama la atención una y otra vez hacia sí. Me muestra que no hay amor humano que se sostenga si no está inmerso en el amor de Dios. Es un gran error pensar que el amor a Dios me es un impedimento para el amor conyugal, para la intimidad; ¡de ninguna manera!

Y si piensan ahora en el tercer voto, en el voto de obediencia, ¡santo Dios!, quisiera yo saber quién tiene que practicar más la obediencia, si los casados o los religiosos. Creo que si reúnen ustedes a todos los casados, en las ocasiones en que tienen que ser obedientes, dirán: ¡qué es esto frente a los religiosos! ¡Cuántas veces el esposo tiene que seguir a la esposa, a pesar de que él es el «señor de la creación»! ¡Cuántas veces tiene la esposa que seguir al esposo, y cuán a menudo tienen que seguir ambos a los hijos! Pienso que aquí tienen que observar, una vez más, cómo es la vida matrimonial. Matris sum nunc et in perpetuum, vivat sanctuarium. Ahora bien, ¿quién ha de darnos la fuerza para llevar una vida semejante? La Santísima Virgen desde el santuario. ¿Ven? Esto es lo que significa espíritu del poder en blanco. ¿Resuena ese espíritu en el lema? Y todo esto es, para empezar, solo poder en blanco. ¿Me permiten que les recite una oración de Hacia el Padre?5

«Por manos de mi Madre

recibe, Señor,

la donación total de mi libertad soberana».

Quiero llegar a ser un hombre soberanamente libre. ¿Y a quién le regalo mi libertad? Patris atque Matris sum nunc et in perpetuum, vivat sanctuarium.

Y ahora, más en detalle:

«Toma mi memoria, los sentidos, la inteligencia;

recíbelo todo como signo de amor».

Más aún:

«Toma el corazón entero y toda la voluntad…».

Patris atque Matris sum nunc et in perpetuum, vivat sanctuarium. Todo eso está con detalle aquí dentro. Por eso:

«Toma el corazón entero y toda la voluntad,

y de este modo se sacie en mí el auténtico amor; […]

cuanto Tú me has dado,

sin ninguna reserva te lo devuelvo…».

¿Qué me ha dado Dios? Memoria, sentidos, voluntad, corazón, entendimiento, bienes terrenos, mi esposa, mi esposo, mis hijos, miembros sanos. ¡Tómalo nuevamente todo, todo! Todo eso te pertenece nuevamente, y sin reserva alguna. Puedes hacer conmigo lo que quieras.

Ahora viene:

«Sobre todo esto dispón siempre a tu gusto;

sólo una cosa te pido:

¡que te ame, Señor!».

Sólo quiero amarte —y este es el sentido último de mi vida—.

«Haz que, cercano o lejano, me sepa amado por ti

como la cara pupila de tus propios ojos».

Saberme amado estando cerca o lejos, en todas las situaciones. Todo lo que me envías ¿qué es? Lo haces por amor a tu hijo.

Y ahora continúa. Es una meta tan alta que tengo que decirme: necesito muchas gracias para ello. Por eso nosotros decimos: vivat sanctuarium. Textualmente dice la oración:

«Concédeme las gracias que me impulsen con vigor

hacia aquello que sin ti

no me atrevo a emprender;

dame participar en la fecundidad

que tu amor otorga a tu Esposa.

Dame ser fecundo para el terruño de Schoenstatt:

mi vida sea un Sí creador

para cuanto, bondadosamente,

con la tierra de Schoenstatt tú has planeado

para la salvación de los hombres».

Querido Dios, te regalo todo lo que soy y lo que tengo a fin de que la Santísima Virgen pueda realizar desde el santuario su gran tarea para este tiempo. Y si tú me tratas así, puedo decir:

«Sólo entonces me deben llamar dichoso, pleno,

y nunca se me podrá dar una felicidad mayor;

ya nada hay que continúe anhelando:

lo que tú dispongas

es mi querer y mi bien».

Y ahora se resume toda la oración:

«Mi Señor y mi Dios,

toma todo lo que me ata,

cuanto disminuye mi fuerte amor por ti;

dame todo lo que acreciente el amor por ti

y, si estorba al amor, quítame mi propio yo. Amén».

Patris atque Matris sum nunc et in perpetuum, vivat sanctuarium. ¿Pueden entenderlo ahora? Estos son hombres verdaderamente libres. Hombres que son libres, que están siempre alegres, que tienen siempre paz y de los cuales dimana siempre serenidad. Pero para que nosotros, hombres que cargan con el pecado original, vivamos este «poder en blanco», para que logremos vivir a partir del «espíritu en blanco», tenemos que extender nuestras manos más hacia lo alto, hacia la inscriptio. ¿Qué es inscriptio? Quiero recitarles ahora una oración y se las explicaré más adelante. Pero tienen que escuchar bien.

«Te pido todas las cruces y sufrimientos

que tú, Padre, me tengas preparados».6

¿Qué significa: incluso te pido las cruces y sufrimientos? ¿Qué cruces y sufrimientos? Aquellos que tú, Padre del cielo, me tengas preparados. Es así: desde que tenemos el pecado original, podemos decir: «Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo»,7 pero cuando las cosas se ponen más duras, decimos, a pesar de todo: hágase mi voluntad en la tierra como en el cielo. Por eso tenemos que cuidar de que se supere lo que se llama miedo a la cruz y sufrimiento, una predisposición negativa. El miedo a la cruz y al sufrimiento es el gran impedimento para el sí que hemos de decir. Y hasta pido superar este miedo: si tú has previsto para mí una cruz —pero, suponiendo que la hayas previsto—, te pido esa cruz para que llegue a ser interiormente libre para tu voluntad.

Disponibilidad: para que este espíritu no quede solamente en un acto, sino que también lo vivamos realmente, tenemos que mantener un contacto constante con Dios. Esto es lo que llamamos «horario espiritual».8 ¿Qué quiere decir esto? Aquí tenemos que reflexionar: ¿qué prácticas de piedad puedo incluir a diario en mi horario como hombre casado, en mis propias circunstancias?

Ahora se plantea la pregunta: ¿qué debo hacer en ese sentido? En esto tenemos que dejar libertad a cada uno, puesto que las circunstancias pueden ser distintas. Pero, en general, tengo que incluir tantas (practicas de piedad) como sean necesarias para que pueda mantener esta relación con Dios en todas las situaciones. Estas cosas no obligan bajo pecado. No es más que una usanza. De modo que si no las hago, no peco. Solo me he perjudicado a mí mismo. ¿De qué modo me he perjudicado a mí mismo? El espíritu del poder en blanco desaparece más y más.

Aquí podemos distinguir un cierto componente básico y permanente de nuestro horario espiritual. Una de las leyes dirá: tantas prácticas de piedad como lo permitan mis circunstancias. Pero ahora tienen que mantener con firmeza: nadie me obliga a ello, yo mismo tengo que reflexionarlo. En la práctica, esto significaría, por ejemplo: tan frecuentemente como sea posible —si se puede, a diario— santa misa y comunión. Escúchenlo una vez más: si es posible. Si no se puede, entonces no se puede.

Después, en segundo lugar: cada día una lectura espiritual y, si es posible una visita.9 Son prácticas de las que se dice: si las mantengo, puedo suponer que el Espíritu de Dios me sostiene interiormente, puedo suponer que también lograré no solo sellar la alianza de amor, sino también vivir a partir de ella.

Después es costumbre entre nosotros —en determinados círculos, no en todos— dar cuenta por lo menos una vez al mes al confesor (del cumplimiento del horario espiritual), pero no por escrito. Por ejemplo: me había propuesto comulgar tantas y tantas veces, pero no lo he hecho por negligencia. Aunque no sea un pecado, me acuso para estimularme a cumplirlo nuevamente. Comprendan, por favor, lo siguiente: naturalmente, sólo con deseos no avanzamos; ahora tenemos también que «clavar la lanza».

Pienso que les he llenado la hora con todo tipo de pensamientos difíciles y también hermosos. Y ahora: Patris atque Matris sum nunc et in perpetuum, vivat sanctuarium.

Repitámoslo una vez más.10 Mis queridos alumnos, muy bien hecho.11

1 Véase Lc 15,11-32.

2 Visión beatífica.

3 Oración de la tradición popular que el P. Kentenich citaba a menudo: «Ja, Vater, ja; dein Wille stets gescheh’, ob er mir Freude bringt, ob Leid, ob Weh’».

4 Tuyo soy.

5 Véase P. José Kentenich, Hacia el Padre. Oraciones para uso de la Familia de Schoenstatt, Nueva Patris: Santiago de Chile 172013, estr. 386ss, págs. 132-133 (ed. original en alemán, 1945).

6 Ibíd., estr. 393, pág. 134.

7 Mt 6,10.

8 El horario espiritual tal como se practica en el seno de la Familia de Schoenstatt es un medio para el cultivo de la unión con Dios. Uno establece para sí determinadas prácticas religiosas que deben atravesar todo el día. En la medida en que también se controla su cumplimiento, uno se protege a sí mismo de «los olvidos, las veleidades y los cambios de humor» en la vida religiosa. Véase A. M. Nailis, La santificación de la vida diaria, Herder: Barcelona 1955 (y ediciones posteriores), pág. 88.

9 Referencia a la visita al Santísimo Sacramento, una oración frente al sagrario.

10 Los presentes repitieron el lema en común, a lo que el P. Kentenich reaccionó con la siguiente acotación jocosa.

11 A continuación, el P. Kentenich pregunta si los oyentes tienen todavía interrogantes. Uno de ellos le pregunta cómo se puede definir un instituto secular. El P. Kentenich responde: En sí es fácil exponérselo ahora a ustedes. Lo que les he expuesto, de cómo pueden aspirar a la santidad, ese es el gran ideal en nuestras hermanas como instituto secular. Nuestras hermanas viven como laicas. Primero, como comunidad no hacen oficialmente voto alguno, del mismo modo como tampoco ustedes hacen oficialmente ningún voto. En segundo lugar, ellas pueden estar solas fuera de las casas de la comunidad y no es preciso que lleven su vestido de hermana.

Lunes por la tarde... 5

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