Читать книгу Lunes por la tarde... 5 - José Kentenich - Страница 9
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El regalo del amor misericordioso de Dios
Renovamos hoy nuestra alianza en el sentido de nuestro lema: Patris atque Matris sum nunc et in perpetuum, vivat sanctuarium.
La renovamos en el sentido de la mutua disponibilidad y nos ponemos a disposición del Padre Dios.
Esto se expresa también en el lema: Porque el Padre así lo desea.
Cristo vivió este lema de forma ejemplar para nosotros.
por su encarnación a la edad de doce años, en el templo en Nazaret al comienzo de su vida pública a través de su muerte en la cruz.
Decimos también: «Matris sum nunc et in perpetuum», pues Dios ha querido que sellemos una alianza con la Santísima Virgen.
Nos ponemos a disposición de Dios y de la Santísima Virgen y ellos se ponen a nuestra disposición.
Ellos nos ofrecen en el santuario su amor misericordioso.
Por sobre todas las cualidades de Dios se encuentra su amor misericordioso.
Esta es también la imagen que tienen el apóstol Pablo y la Santísima Virgen de la historia.
Pablo declara: Dios gobierna a una humanidad pecadora para poder apiadarse tanto más de ella.
En el Magníficat de la Santísima Virgen dice: «Su misericordia llega de generación en generación a los que le temen»
En el Antiguo Testamento leemos cómo Dios se apiada del pueblo de Israel.
El Padre Dios pone a nuestra disposición en la alianza de amor su amor misericordioso.
Su condición: tenemos que reconocer y confesar nuestras debilidades y miserias.
Nuestra miseria reconocida es el mayor título que nos da derecho al amor misericordioso de Dios.
También la Obra de Schoenstatt vive a partir de ese secreto.
Por eso hemos sostenido siempre: no ha sido nuestra virtud, sino nuestra miseria la que movió a la Santísima Virgen a sellar con nosotros la alianza de amor.
Nuestra alianza de amor es un desposorio entre la misericordia de Dios y nuestra miseria.
Alianza de amor en el sentido de la disponibilidad mutua significa, por tanto: El Padre y la Madre ponen a nuestra disposición su amor misericordioso.
Esto exige de nosotros entrega humilde, plenamente confiada.
Mi querida Familia de Schoenstatt1:
Tal como lo hemos hecho mes a mes en el año transcurrido, hoy podemos renovar una vez más nuestra alianza de amor. Queremos hacerlo hoy, y mes a mes, durante el año próximo en el sentido de nuestro lema, en el sentido de nuestro lema actual: Patris atque Matris sum nunc et in perpetuum, vivat sanctuarium
¿Recuerdan todavía cómo interpretamos el mes pasado este lema, esta fórmula de saludo? Dijimos: renovamos cada vez nuestra alianza de amor en el sentido de la perfecta disponibilidad mutua. ¿Qué significará eso de perfecta disponibilidad mutua? Ya lo saben: Patris sum nunc et in perpetuum. Nos ponemos a disposición, perfectamente a disposición, sin voluntad propia a disposición del Padre, en todas las situaciones, en toda circunstancia, independientemente de lo que el Padre disponga sobre nosotros. Sabemos teóricamente lo que esto quiere decir. Pero ¿lo habremos elaborado perfectamente en nuestro interior, también en la práctica? A fin de que llegue al corazón quiero explicar brevemente qué es lo que quiere decir.
De un arzobispo portugués, de nombre Bartolomé de los Mártires,2 se cuenta que, haciendo en una ocasión un viaje de visita pastoral, llegó también a regiones de montaña muy solitarias y fue sorprendido de improviso por una fortísima tormenta. No sabía qué debía hacer, pero después vio que justo en las inmediaciones había una cueva. Gracias a Dios, dijo: ahora te vas a la cueva hasta que pase la tormenta. Entonces ve que por encima de la cueva está un muchacho, un joven pastor que apacienta su rebaño. Le pregunta al muchacho: ¿No quieres entrar también en la cueva para protegerte de esta terrible tormenta? No, dijo el muchacho, no debo hacerlo.
¿Por qué no debes hacerlo? Porque el padre no quiere. El padre quiere que yo permanezca aquí, porque aquí, en la zona, hay lobos, y si no permanezco aquí el rebaño no está seguro de los lobos. El arzobispo grabó profundamente en su interior la pequeña frase: «Porque el padre lo desea, permanezco aquí». Y desde ese momento, hizo de esa frase el lema de su vida. «Porque el Padre así lo desea».
Sabemos quién nos ha previvido en primer lugar y de manera ejemplar este lema a nosotros: fue el mismo Salvador. En efecto, también él es el pastor, el buen pastor, y su tarea consistió en proteger a su rebaño de los lobos, es decir, del diablo. ¿Por qué lo hizo? ¿Por qué vino a la tierra? ¿Por qué soportó la tormenta de su vida, cruz y sufrimiento de todo tipo? Él mismo lo dijo, y no solo una vez, como el muchacho pastor, sino innumerables veces. Ya hemos hablado extensamente sobre esto con anterioridad. Él declara solemnemente: He venido del cielo a la tierra no porque yo lo quisiera, sino porque lo quería el Padre.3 El Padre lo quiso. ¿Qué significa: el Padre lo quiso? ¡Cuán a menudo repitió esta frase! Pensemos en el Salvador a la edad de doce años, en la situación que se dio en Jerusalén —incomprensible para todos nosotros—. ¿Por qué, pregunta su madre, nos has hecho esto? ¿No sabíais que tengo que estar en las cosas de mi Padre?4 El Padre así lo ha deseado.
Treinta años estuvo en casa, pegado, como quien dice, al delantal de su madre. ¿Y por qué? Porque el Padre así lo quería. Después, ese tiempo terminó. Se había sentido a gusto en Nazaret, pero ahora, de pronto, se dijo: ¡Adiós, Nazaret! ¿Por qué? Porque el Padre así lo quería. ¡Qué agradable había sido convivir con la madre en casa —por supuesto, el padre (terreno) ya había muerto—! Pero no: debía salir a la vida pública. Ahora comenzaba lentamente la lucha de la vida, el morir. Patris sum nunc et in perpetuum. ¿No es siempre lo mismo?
Escuchemos otra expresión: Mi comida es hacer la voluntad de mi Padre, que me ha enviado.5 Todos nosotros tenemos, tal vez, nuestra comida predilecta. El Salvador tuvo también una «comida predilecta». Esta «comida predilecta» no la saboreó solamente de tanto en tanto: la saboreó cada segundo. «Patris sum nunc et in aeternum»: ahora, en este segundo. Ahora había llegado el momento en el que debía ascender a la cruz, y ¿qué hizo? «Patris sum nunc: en ese momento ascendió a la cruz.
Patris sum nunc et in perpetuum. Pero no solemos decir, solamente: «Patris sum nunc et in perpetuum», sino también: «Matris sum nunc et in perpetuum». ¿Por qué «Matris sum nunc et in perpetuum»? La respuesta solo puede ser siempre la misma: porque el Padre así lo quiso. El Padre quiso que pertenezcamos a la Santísima Virgen. ¿No nos dio acaso de manera solemne a través del Salvador en la cruz el mandato: Ecce mater tua, ecce filius tuus?6 ¿Qué quería él con eso? El Padre quería que entremos en una alianza de amor no solamente con él, sino también con la Santísima Virgen. Y más aún: ¿no nos ha dicho el Padre a través de la fe en la Providencia que le dio a la Santísima Virgen la orden de descender a sus pequeños santuarios de Schoenstatt a fin de sellar allí con sus predilectos una alianza de amor?
Ya ven, esto significa: Patris atque Matris sum nunc et in perpetuum. Por tanto, queremos ponernos y nos pondremos sin reservas a disposición del Padre y de la Madre a través de nuestra alianza de amor. Pero decimos: la alianza de amor no es solo una disponibilidad unilateral, sino una perfecta disponibilidad mutua. En la práctica, esto significa, entonces: no solo nosotros nos ponemos a disposición de manera perfecta y sin voluntad propia, sino que el Padre y la Madre se ponen también a disposición nuestra, también a mi disposición.
¿Qué significa esto, entonces? El Padre y la Madre hacen también lo que yo quiero, lo que yo deseo, por supuesto, bajo determinadas condiciones. ¿Dónde está eso en nuestro lema? Vivat sanctuarium. ¿Qué significa «vivat sanctuarium»? En el santuario no hemos sellado solamente nosotros una alianza de amor con la Santísima Virgen y con el Padre del cielo, sino que también ellos han sellado una alianza con nosotros. Es decir, ellos se han puesto a nuestra disposición. ¿A través de qué se han puesto a nuestra disposición? A través de su amor misterioso, misericordioso. Ellos nos han ofrecido su amor, pero yo digo, intencionalmente: su amor misericordioso.
¿Que implica la expresión «amor misericordioso»? Nuestra miseria, nuestros límites. Vean: de un lado, el Dios misericordioso, y del otro lado, nosotros, miserables criaturas. Por eso es evidente: el Padre y la Madre saben que somos desvalidos, que somos limitados, que tenemos defectos, que somos desvalidos. Por tanto, somos objeto del amor misericordioso del Padre y de la Madre.
En realidad, nunca podremos grabarnos de forma suficientemente profunda la expresión «amor misericordioso». ¿Qué significa amor misericordioso? En el Dios eterno, infinito, encontramos todas las buenas cualidades en medida y grado infinitamente elevados. Es así como hablamos del Dios justo, del Dios omnipresente, del Dios omnipotente. Pero si abrimos la Sagrada Escritura, nos sale al encuentro una pequeña frase que nos abre un mundo. La pequeña frase reza: Super omnia haec misericordia eius.7
Por encima de todas las cualidades se encuentra el amor misericordioso: ese amor supera todo, todo lo demás. Por tanto: el amor misericordioso, no solo el amor. Dios sabe cuán débil soy. Dios sabe que soy limitado. Dios sabe que tengo el pecado original. Dios sabe que innumerables veces he pecado personalmente. ¿Y ahora? Su amor misericordioso me dice «sí». Esta es la gran imagen de la historia que tiene el apóstol san Pablo, la gran imagen de la historia que tiene la Santísima Virgen. Por sobre todo está el Dios misericordioso. El Dios misericordioso tiene en sus manos las riendas del acontecer universal.
El apóstol Pablo reflexiona en una ocasión en la Carta a los Romanos: ¿Por qué ha dejado Dios que todos los hombres se enredaran en el pecado original? Si tenemos el pecado original, todos somos criaturas pecaminosas. Por eso la pregunta: ¿por qué gobierna Dios a una humanidad tan pecadora? La respuesta, maravillosamente profunda, reza: Para poder apiadarse tanto más de ella.8 ¿Qué significa esto, a su vez? Por ser la humanidad tan pobre y pecadora, el Dios vivo puede derramar su misericordia en esa humanidad. Esta es la gran imagen de la historia que tiene el apóstol Pablo. El Padre Dios gobierna una humanidad pecadora por misericordia divina, no en primer lugar por justicia. La justicia también está presente, pero por sobre toda justicia actúa en la historia de la humanidad su misericordia.
Lo mismo encontramos si examinamos la imagen de la historia que tiene la Santísima Virgen. Solo es preciso que nos detengamos a considerar el Magníficat. En él escuchamos la frase: «Su misericordia llega a los que le temen de generación en generación».9 ¿Qué significa «su misericordia»? Una misericordiosa mano paternal gobierna el acontecer universal.
Pero ¿qué se exige como condición? «Los que le temen», es decir, los que reconocen y confiesan con humildad y confianza su miseria.
Cuando abrimos el Antiguo Testamento, nos detenemos con gusto en la alianza divina que Yahveh selló con Israel. Sabemos cuán frecuentemente Israel violó esta alianza divina. Fue en el desierto. Allí el pueblo había adorado el becerro de oro en lugar de entregarse a Dios, o sea, en la práctica, había violado la alianza.10 El jefe del pueblo, Moisés, oye lo que sucede. Se enciende de ira, toma las tablas de la ley, las tira, se hacen pedazos, se destruyen, y él invoca el castigo de Dios sobre su pueblo. Tres mil hombres tienen que morir. Esto es el Dios justo. Así castiga Dios la violación de la alianza. Pero el mayor castigo consiste en que Yahveh declara: No quiero vivir más en medio de mi pueblo. Entonces, Moisés va, pide y suplica a Yahveh que sea de nuevo bondadoso y misericordioso. Confiesa que el pueblo ha pecado, que ha pecado gravemente, y Yahveh declara de inmediato: Quiero mostrarme a mi pueblo en toda mi belleza. He tocado a mi pueblo, me he inclinado hacia mi pueblo y me apiado de quien quiero. ¿Qué oímos aquí?
¿Qué es la plena belleza de Dios? Dios se inclina hacia la criatura y se apiada de los miserables. Este es su título de honor. Y después agrega: Yo soy el que es fiel, el que es fiel a la alianza y el que es veraz. ¿Qué es, pues, lo que el Padre nos pone a disposición en virtud de la alianza de amor? Nosotros nos hemos puesto a su disposición y él se pone a nuestra disposición, pone a nuestra disposición su amor infinitamente misericordioso. Ese amor es el que él pone a mi disposición, por supuesto, bajo una condición: tengo que confesar y reconocer con sencillez y plena confianza mis debilidades y miserias.
Las antiguas leyendas relatan de un monje que tenía mucho contacto con su ángel custodio, y, como es fácilmente imaginable, una vez, el monje quiso saber, de su ángel custodio, a quién querría más el Padre celestial. Entonces el ángel le dijo: ¡Adivínalo tú mismo! Bien, dijo el monje, pienso que un niño en su floreciente inocencia sería aquel a quien más querría el Padre del cielo. No, le dijo el ángel custodio. Erraste el tiro. De nuevo el monje: Una niña que se deposa por entero con el Salvador para el Padre celestial. Otra vez, la respuesta fue: erraste el tiro. El monje: un mártir, que entrega su vida por el Salvador, por el Padre del cielo. Nuevamente la respuesta: erraste el tiro. Un apóstol, que recorre el mundo entero. Una vez más, la respuesta: erraste el tiro. El monje se encuentra, entonces, desvalido: ¿Quién ha de ser, realmente? El ángel le dice: Ven, que te mostraré algo —por supuesto, lo que les relato es solo una leyenda—. El ángel toma al monje y lo lleva a la cárcel. Un criminal está allí encerrado, llora sus pecados y tiene confianza en la sangre del Salvador. El ángel dice después: Estos son los hombres a quienes más quiere el Padre del cielo. Mi miseria, la miseria reconocida, confiadamente reconocida, es el mayor título que nos da derecho al amor misericordioso del Padre.
Este es el secreto de Schoenstatt, este es mi secreto. Piensen en la fundación, en el Acta de Fundación.11 ¿Con qué lugar se selló la alianza de amor? Ya lo saben: era un pequeño santuario, pero que había sido convertido en trastero. Verdaderamente, algo pequeño, insignificante. ¿Y quiénes fueron los primeros con los que la Santísima Virgen selló la alianza? Una pequeña comunidad, desconocida frente al vasto mundo. Fíjense que hasta el acta de fundación consigna este acontecimiento, este hecho. En ella oímos: «¡Cuántas veces en la historia del mundo ha sido lo pequeño e insignificante el origen de lo grande, de lo más grande!».12
Por eso Schoenstatt ha sostenido siempre: no ha sido nuestra virtud, sino nuestra miseria la que movió a la Santísima Virgen a sellar con nosotros la alianza de amor y a convertirla en alianza de amor con el Padre.
Como ven, por el reconocimiento de esa debilidad y miseria Schoenstatt ha atravesado todas las turbulencias de la época, de la Primera y de la Segunda Guerra Mundial. Si decimos que hemos sido honrados por poder sellar la alianza de amor con ella, con ella y con el Padre del cielo, no invocamos para ello nuestra virtud, sino nuestras debilidades, nuestra miseria. Es así: nuestra alianza de amor es un desposorio entre la misericordia de Dios y la miseria personal.
Ahora entendemos qué significa la alianza de amor en el sentido de la perfecta disponibilidad mutua. ¿Qué ponen el Padre y la Madre a nuestra disposición? Su amor misericordioso. Pero esto exige de nosotros entrega humilde, plenamente confiada en todas las situaciones de la vida. Y aunque hubiese pecado sabe Dios cuánto, aunque mi vida fuese una única cadena de pecados graves, el Padre del cielo no me abandona, la Santísima Virgen me sostiene en su mano. Tengo que permanecer humilde y tener confianza. Este es el sentido de nuestra alianza de amor. Así pues, queremos repetir juntos: Patris atque Matris sum nunc et in perpetuum, vivat sanctuarium. Amén. ¡Nos cum prole pia!13
1 Plática en el santuario.
2 Fraile dominico, arzobispo de Braga y primado de Portugal, 1514-1590, beatificado por Juan Pablo II.
3 Véase Jn 8,42.
4 Véase Lc 2,41-52.
5 Véase Jn 4,34.
6 Véase Jn 19,25.
7 Véase Sal 145,9: «Es misericordioso con todas sus criaturas».
8 Véase Rom 11,32.
9 Lc 1,50.
10 Véase Éx 32ss.
11 Véase Primera Acta de Fundación, en Documentos de Schoenstatt, Editorial Patris: Córdoba (Argentina), 2002, págs. 28-31.
12 Ibíd., pág. 31.
13 Con Cristo, su hijo (bendíganos la Virgen María).