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CAPÍTULO ٢

MIGUEL (EL EMPRESARIO): EL PROCESO DEL CAMBIO

Estando allí sentado, en posición de loto, sintiendo todo y a la vez no habiendo nada, me sobrevino la retrospección de mi vida: esas experiencias que, a mis 49 años, 1,82 m de altura, ojos verdes y, siendo el mayor de tres hermanos, había sentido como varias vidas interesantes vividas en una sola,

Pero para mi gusto, hubiera preferido haber estado más consciente en todo lo que había vivido.

Nacido en una isla de España y educado en un pueblo de Castilla la Mancha, desde los 8 años empecé con gran interés, atraído por el ajedrez y la música, algo que me avivó la estrategia, la planificación y la organización. Con 14 años jugaba al ajedrez con los mejores de la provincia a la vez que tocaba con la banda local de música y, por las necesidades de mi familia, empecé a trabajar en la construcción con mi padre. Al principio me parecía horrible trabajar a temperaturas bajo cero cargando materiales de mucho peso, pero con el paso del tiempo era algo que pude agradecer.

Mi afán de conocimiento en temas financieros, de estrategia y mi obsesión por avanzar en la vida (o mi parte del horóscopo tauro) hicieron que creara una empresa tras otra desde los 18 años. Con 22 años llegué a gestionar tres empresas a la vez y alrededor de cien trabajadores y, luego de crear un grupo de empresas a nivel internacional, en América del Sur, por ejemplo, estaba en la cúspide con dieciocho empresas y alrededor de cuatrocientos veinte trabajadores a la edad de 35 años.

Yo ahora lo defino como «tener éxito profesional» cuando el verdadero reto es «tener éxito personal». Era tenerlo casi todo a nivel material, pero con un grado de responsabilidad y obligaciones que no dejaban espacio para atender lo realmente importante. Temas personales de la familia o amigos eran sustituidos por «tengo esto, ahora he conseguido esto y esto voy a conseguir en un futuro». Me identificaba con los personajes de esas películas que estaban rodeados de abogados, financieros, secretarias y que contestaba por teléfono a su hijita diciéndole: «Sí, sí, cariño, esta vez llego a tiempo a verte al teatro, no te voy a fallar» y luego… En fin, parecía que si no me dedicaba en cuerpo y alma a las empresas, el mundo se iba a parar y, claro, como mucha gente dependía de mí para poder cobrar a final de mes y poder comer en sus casas… Craso error por mi parte.

En esa fase de mi vida, me vino una de esas comprensiones que ponen una semillita en nuestras psiquis y nos abren un poquito más a la realidad. Tenía un socio de cierta edad (yo tendría alrededor de treinta y tres y él, sesenta y cinco), al que tenía muchísimo cariño y él a mí, y, tras 2 ingresos en el hospital por amagos de infarto, me dijo tumbado en la cama del hospital:

—Miguel, sabes que te quiero como a un hijo, ¿verdad?

—Sí, amigo, lo sé; y yo a ti como a un padre.

—¿Pues sabes? Estando aquí, tumbado en esta cama sin saber si voy a ver un día más el amanecer, de las pocas cosas que me arrepiento es de no haber disfrutado más de mis hijos en esa horquilla de edad tan bella como es cuando tienen entre 2 y 12 años. Entonces, te digo, con todo el cariño del mundo y sabiendo que tus hijas tienen 3 y 5 años, que no te dejes arrastrar por esa vorágine empresarial que nos controla, sino que disfrutes de cada momento, cada instante que puedas pasar con ellas, porque eso, querido Miguel, eso… no se paga con dinero. Y lo que os aporta para el resto de vuestras vidas es maravilloso. Aún estás a tiempo de conseguirlo.

Hubo una temporada en la que, como parte de ese proceso de crecimiento profesional o incluso con ciertas necesidades personales, decidí ponerme a jugar videojuegos y entré en el mundo de los RPG online, como el Everquest y el WOW, a los que les dediqué 3 500 y 3 700 horas, respectivamente. Sí, sí, más que una carrera universitaria, lo sé… Este intento de evasión de la realidad al mantenerme ocupado con algo diferente, aunque tenía muchos momentos divertidos, trajo consigo una carga más de evasión de lo exterior, de la familia, de los negocios, de los amigos, etc.

Tras unos últimos tiempos difíciles de pareja, con una mujer con la que llevaba 20 años de relación, allá por el año 2007 y con 36 años, decidí expandir mi empresa al extranjero con dos objetivos. Primero, ver si realmente, al vivir en otro país, nos echábamos de menos y evitar la ruptura; no solo por nosotros, sino por nuestras hijas, que por entonces tenían 6 y 8 años. Y segundo, ver si conseguía «tener otros huevos en otros nidos» y consolidar así un poco más las empresas.

Estuve un año en Natal (Brasil), el lugar más cercano de América desde España, a solo siete horas de avión, pero descubrí en un viaje en solitario que uno de los socios, que además era español, nos quería engañar y después de vender a otro socio mis acciones, me cambié a México, concretamente a Cancún, donde después de exponer en el SIMA (Salón Inmobiliario de Madrid) había conocido otras buenas inversiones y allí acabé en la Riviera Maya e imagino que, como no viví mi juventud como los demás, al meterme demasiado joven en negocios, en ese momento me correspondió pasar por la fase golfa. Y así, desde esos extremos, aprendí qué es lo que realmente iba a querer tener en mi vida.

En el año 2009, cuando llevaba casi dos años en Cancún, un día que estaba en nuestra central de oficinas, se acercó un día una mujer colombiana llamada Zayda, quien había abierto un centro holístico (¿qué era eso?) a unos metros de nosotros y nos ofreció dos clases gratuitas como vecinos de su local de reciente apertura. Luego de ver el listado de actividades, me apunté a Hatha Yoga y a un curso de metafísica, a los que se apuntaron también la jefa de administración y el director financiero. La primera experiencia me marcaría para siempre porque cómo una simple comprensión en el momento adecuado, podía hacer temblar mis cimientos de empresario que, claro, con 18 empresas y más de 400 trabajadores y una facturación acorde con ello, ocasionaba un conflicto con mi soberbia que se resistía al cambio y evolución.

Al día siguiente, alrededor de las 20 h, que era justo cuando empezaba la clase de metafísica, cerramos las oficinas y fuimos al centro de esta mujer en una sala enorme donde ya había más de 60 personas y dijo más o menos algo así:

—Para los que vienen por primera vez a un curso de este tipo, es muy importante saber cosas básicas como… —Aquí comentó aspectos de la energía, su vibración, la ley de causa y efecto y de cómo conectar con nuestro ser, crear conciencia y saber conectarse con el canal correcto, para pedir algún objetivo que, la verdad, no entendí muy bien en ese momento.. Y continuó—: Vamos a comenzar con una pequeña práctica. Todos buscamos algo en común: ¡la felicidad! Solo que esa felicidad es diferente en cada persona. A unos les hace felices en este momento de su vida unas cosas y a otros, otras diferentes y a veces incluso opuestas. Lo que vamos a hacer es escribir en un papel lo que nos hace feliz a nosotros.

Una vez escritos los papeles y entregados, empezó a leerlos, tiempo que aprovechamos los asistentes para conocernos.

—Muy bien, ya está claro. Como imaginaba, la gran mayoría ha puesto que le hace feliz poder ayudar a sus familiares y amigos, o incluso a todo el mundo, para que puedan ser felices. Bien, os voy a compartir una cosa, es un ideal muy noble… ¡solo que no es el correcto!

Imaginaos mi perplejidad. ¿Qué pasa aquí? ¿Qué puede saber esta mujer que yo ya no conozca?

Y ella siguió diciendo:

—Si dedicamos nuestros esfuerzos y energía por tener felices a los demás y luego no nos corresponden, sufrimos porque nos hemos creado expectativas. Y si nos corresponden, ¿dependemos de los demás para ser felices?

Hay una definición que me gusta que habla del egoísmo saludable. Es cuando el primer esfuerzo siempre es por nosotros y después por los demás, porque si nosotros estamos bien, podemos dar lo mejor de nosotros mismos a las personas que queremos. Un egoísmo malo es primero pensar en mí y luego en mí. El saludable sería primero en mí y luego en los demás y siempre, siempre desde el corazón.

¡Zasca! Se me movió todo el cuerpo, mente, emociones… Aquello tenía una lógica aplastante y, claro, el lógico se suponía era yo.

Después de aquella experiencia, bajé el nivel de las salidas de fiesta y empecé a asistir a los cursos de dos a cuatro veces a la semana. Fui cambiando muchas de mis amistades de la noche por amistades del día. Esto lo hice yo solo porque mis dos compañeros, el tercer y cuarto día ya no siguieron viniendo, y yo seguía teniendo mucha curiosidad.

Hubo muchos días bellos, como cuando fuimos entre 30 y 40 personas al amanecer a la playa e hicimos ofrecimientos al sol y al mar. O al anochecer con una hoguera en el centro, todos unidos de las manos en círculo y compartiendo sentimientos personales.

Con la guía hice muy buena amistad; quizás era el más preguntón y eso a ella le gustaba. Decía que la hacía meditar y algunas de las prácticas, como la de la verdad absoluta —que se hacía en parejas— las realizaba con ella y me llevaba a visitar Zonas que no conocía de la ciudad . De esta manera, también conocí lo mejor de Cancún, no solo la parte de la zona hotelera y la fiesta, si no la de la cultura, gente local, placitas escondidas donde parecía haberse parado el tiempo, así como comidas y postres nunca probados.

En el 2010 la situación empresarial era insostenible, el préstamo hipotecario para construir el edificio seguía parado, la máster franquicia recibió un bloqueo por parte de un bufete de abogados del D. F. que quería no solo el 50 % de la franquicia, sino el 100 % y solo teníamos gastos. Por si fuera poco, también surgieron problemas con el director financiero por temas personales y empresariales. A ello había que sumarle todos los problemas personales y empresariales de España, que eran brutales . Así que decidí poner un plazo de tres meses, tras los cuales, sin buenas expectativas, le cedí los derechos de las empresas al director financiero, quien decidió quedarse allí y yo en octubre de ese mismo año volver a España a ver qué podía solucionar.

Fueron tiempos más que difíciles. Mi todavía mujer resultó con un cáncer de pecho, por lo que decidí quedarme un tiempo en casa, antes de divorciarnos, y acompañarla. Unos meses después y con tratamiento, mejoró. Tras hablarlo, me retiré a vivir a casa mis padres. A ella también se le juntaron varias vicisitudes, como el fallecimiento de su padre, al que estaba muy unida.

Yo, por mi parte, intentaba pagar a la máxima cantidad de personas posible y cobrar de igual forma, pero los cobros no llegaban y la gente se ponía muy nerviosa. Entonces empecé a cerrar empresas y a pagar al personal directo como pude. Recuerdo que tuve una de esas decisiones transcendentes. Tenía un dinero personal guardado con el que podía haber vivido bien el resto de mi vida y en cambio, en contra de consejos de otros amigos empresarios, decidí pagar al personal y quedarme bajo mínimos, pero esa tranquilidad no tiene precio.

Igual que en otros temas, al principio parecía que se caía el cielo encima (única cosa a la que le tenían miedo los vikingos), pero después de pasar el duelo pertinente, solo me quedó dar las gracias por esta oportunidad. Fue cuando entendí la frase china: «Crisis está compuesta de dos términos: peligro y oportunidad». Peligro, porque hay un cambio que trae pérdidas y por lo tanto duelo; y oportunidad, para saber las cosas que ya no queremos que estén en nuestro camino (como decía Jorge Bucay: «vaciar la mochila») y rodearnos de las que realmente sí queremos tener. Por lo tanto, después de esta tremenda experiencia, solo me quedó dar las gracias por la comprensión vivida.

Gracias a mis hijas, a algunos amigos y a los largos paseos por el campo apreciando de nuevo la vida en cada figura y partes de un árbol, cada sonido que llegaba a mis oídos sin tantas trabas, cada olor que ahora era más consciente de percibir o a sabores varios y al sentir en la piel sensaciones, poco a poco me fui recuperando, aunque sin saber hacia dónde iba a parar el resto de mi vida.

Con el paso del tiempo, y manteniendo buena actitud, en menos de un año pude volver a tener buena relación con la que ya era mi exmujer, cosa de la que estaba muy orgulloso porque aún teníamos dos hijas en común y también sentía que era una pena no mantener cierta amistad. O sea, ¿estás 20 años viviendo con una persona y porque al final no vayan las cosas bien, ya no vale para nada las experiencias y cosas buenas que hubo entre ambos?

Me puse hacer running y estuve activo unos años con el club de la ciudad. En aquellos tiempos, pasé de pesar 95 kg con traje, corbata y perilla a 73 kg con ropa casual y afeitado total. Mis hijas, después de haberme visto más de 25 años con perilla, al verme afeitado decían: «¡Anda, un hermanito mayor! ¡El que nos faltaba!». Ja, ja… qué bellas son mis princesas.

Había otro tipo de princesas a las que fui conociendo en esos años y, tras muchas experiencias, fueran sexuales o emocionales, empecé a conocerme mejor. Como mi juventud fue muy corta, al estar tan centrado en las empresas, se ve que también necesitaba vivir esta fase. Gracias a ello, empecé a entender mejor la parte femenina que tan difícil nos resulta conocer a los hombres.

En el tema monetario, iba tirando con pequeñas cantidades que me pagaban algunos que me debían dinero personal y mediante alguna cosilla aparte que iba haciendo. Pero cada día que pasaba sentía que no podía ser eso todo lo que me deparaba la vida, algo tenía que cambiar, algo tenía que buscar, algo que me volviera a dar esa ilusión que tiempos atrás había tenido.

Entonces ocurrió… Mayo de 2020, justo el mes en que cumplía 49 años. Aún recuerdo que estaba en casa de mis padres y lo dijeron por la televisión. ¡Se había presentado una máquina que era capaz de, nada más y nada menos, saber el nivel de conciencia de cada persona! ¡Guauu! Siempre había sido defensor de la verdad con cierta conciencia hasta tal punto de que, en mi época empresarial, no realicé ciertas ventas si veía que no se adaptaban al cliente y el resultado era siempre que me aportaba más beneficio tanto a corto como a largo plazo. Además, se sabe que «un cliente contento se lo dice a cinco personas y un cliente descontento a diez personas».

¿Pero esto podría ser verdad? No estábamos a 28 de diciembre, ¿verdad? (día de los Santos Inocentes). Había escuchado algo sobre algunas máquinas que detectaban mensajes del cerebro, pero nunca había pensado en que se llegara a este avance tan crucial.

Ese mismo día cambié mis objetivos de volver a iniciar negocios y me propuse intentar conocer un poco mejor los mundillos estos con los que ya había tenido contacto en México y que elevaban la conciencia.


La máquina de la consciencia

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