Читать книгу La máquina de la consciencia - José Lozano López - Страница 9
ОглавлениеCAPÍTULO ٤
MIGUEL (MEDITACIÓN PROGGA Y CAMINOS HORIZONTAL Y VERTICAL)
Es increíble cómo las personas a veces nos vamos a los extremos. En algunas conversaciones se hablaba mal de la maquinita, en plan: «eso no es real», «seguro es otra forma de controlarnos manejando de alguna forma los datos que saca por pantalla» o «los cursos que están sacando para que la gente amplíe esa conciencia son manipulados por empresas que les interesa abrir mercados nuevos de ingresos».
Entiendo que muchas veces es difícil comprender las situaciones, a veces es incluso imposible, al no tener la información suficiente para poder definirlas, aunque lo que sí estaba claro eran los precios de las clases. Muchos de ellos solo pedían una donación para gastos del local y aun así había gente que decía que era «señal de que alguien los patrocina porque les interesa tenernos aquí controlados».
También los impedimentos que ponían políticos, bancos o algunos empresarios eran señales inequívocas de que a muchas personas de las que suelen mentir, no les interesaba . Como decía un buen amigo: «La mejor mentira es la que está escondida entre dos verdades». Lo llamaba el sándwich de la mentira escondida. Supongo que era parte de un proceso que se tenía que recorrer ya que, a mayor nivel de sociedad corrompida, mayor grado de compensación era necesario para equilibrarlo, como dice el principio del ritmo de nuestro amiguete Hermes.
Poco tiempo después, tuve la oportunidad de una nueva experiencia. Solo habían pasado diez días y leí de un curso de meditación tipo transcendental llamado La Casa Mental que se impartía de manera gratuita en el centro de Albacete capital. Pedí plaza por internet y, aunque ponía plazas limitadas a ciento veinte, parece que estaba completo. Al final, alguna plaza les quedó libre porque me confirmaron que podía asistir al curso. Tenía que ser mi momento, todo pasa por algo.
El curso se impartía durante cuatro sábados por la tarde, con sesiones de cuatro horas que hacían dieciséis horas en total. Eso sí, en el correo que me mandaron ponía que si fallase un día, no podría continuar con los restantes, aunque sí me valía como adelanto para otro curso que se impartiría después.
Era un edificio antiguo. La asociación estaba en la primera planta, en la entrada confirmaban nuestros datos y señalaban la asistencia. Ya en la sala principal había múltiples filas de sillas. Al fondo, una mesa elevada pero sencilla y velas e incienso colocados encima de ella. Aquel lugar se llenó hasta tal punto que algunas personas se sentaron en esterillas por el suelo apoyados en la pared. Una mujer de unos sesenta años muy delgadita se me acerco y me dijo con una voz muy cálida:
—No te preocupes por nada, ya has encontrado tu lugar. Lo que estabas buscando está aquí.
—Pero ¿nos conocemos? —contesté como acto reflejo.
—Aún no. Voy a seguir preparándome, disfruta del curso.
Y me dejó con la incertidumbre. De todos modos, me fui fijando a ver si hablaba con alguien más, pero los que hablaban con ella se le acercaban, no era ella la que iba a su encuentro. En fin, ya sabría más.
Pusieron las luces más suaves y en la mesa del centro se sentó ¡justo la mujer que me había dicho aquellas palabras! Dijo que se llamaba Pepi, una de las cinco guías del centro, y presentó a las otras cuatro personas. En total eran cuatro mujeres y un hombre. Explicaron que era la última clase que daban juntos porque se tenían que repartir por varias provincias de España tras la magnitud de solicitudes de nuevas aperturas de esta meditación que les habían pedido. Explicó que el curso se basaba en la experiencia de un hindú que desde muy pequeño había vivido en un templo de su país, que allí la llamaban la «meditación del monje» y que en un momento de su vida decidió viajar a otros países, se quedó en España a trabajar y de paso compartir esta meditación con otras personas.
Allí estaba yo, colocado en primera fila (también es verdad que me sentí allí porque de oído no iba muy fino) y esta mujer, en este primer día del curso, iba explicando cosas como que la meditación no era parte de ninguna religión, sino que valía independientemente de la creencia de cada uno, que era una forma de detener la mente y de entrar en contacto con esa parte pura de nuestro interior y que el corre, corre diario no nos dejaba prestarle la atención necesaria para encontrar armonía, equilibrio, paz y, en definitiva, la felicidad que todos internamente tenemos, y que cuando observemos y comprendamos estas emociones, podremos ampliar más todas ellas.
También hablaba de los tipos de respiración y lo importante de usar los pulmones en su totalidad porque el oxígeno pasa por ellos, de ahí a la sangre y a todas las partes de nuestro cuerpo, incluido el cerebro. Por eso, cuando uno tiene un ataque de ansiedad, lo primero que te dicen es cómo respirar: coger aire por la nariz, soltarlo por la boca y esa atención que ponemos en la respiración correcta, además de mejorar la oxigenación, no deja que la ansiedad crezca y la frena en gran medida. Ellos trabajan con dos tipos de respiración, la primera es la de nariz-boca, para descargar tensiones, y la segunda es la que llamaban «respiración consciente», que es la de nariz-nariz para ir bajando los megahercios de actividad mental hasta un nivel llamado «Alfa».
Luego hicimos unos ejercicios de respiraciones, otro de relajación recorriendo todo el cuerpo y sus sensaciones y una meditación que trabajaba el equilibrio de los dos lados del cerebro, derecho e izquierdo, para activarlos mejor. Hubo un descanso a las dos horas y tuve la oportunidad de conocer a un compañero, Paco, muy buena gente. Terminamos siendo buenos amigos por muchos años.
Después del descanso, explicó que esta meditación se basaba en una casa mental que íbamos a crear del tamaño, modelo o en el lugar que quisiéramos. Solo debía tener unas habitaciones y sitios concretos definidos para poder trabajar en ellos una vez nos pusiéramos a meditar y donde se observarían y comprenderían las emociones físicas, mentales y emocionales de todos los niveles que fuéramos detectando. De esta forma, una vez conociéramos las herramientas, no necesitaríamos a nadie para guiarnos en la meditación para que en cualquier momento pudiéramos ponernos a observar lo que nos pasaba y mejorarlo con cada meditación que realizáramos de forma autosuficiente. Teníamos que crearnos como tarea para el próximo sábado una idea de cómo queríamos esa casa mental y crearla en meditación con las respiraciones y visualizaciones. Con el tiempo, aprendí que además es un buen test para saber la capacidad personal de cada uno de visualizar.
Al terminar, me quedé hasta el final y hablé con Pepi. Aunque no me dejó claro por qué me había mandado ese mensaje a la entrada, sí sentía que era una mujer muy especial.
El sábado siguiente fui tempranito para sentarme de nuevo en la primera fila. El curso lo dio una compañera, María José, y fue preguntando uno por uno sobre la creación de la casa mental. Era importante que todo el mundo pudiera tenerla para así tener acceso a las herramientas que allí se iban a practicar. La sala seguía estando llena. Si había faltado gente ese segundo día, no era perceptible a primera vista. María José explicó el proceso de la meditación:
—Nos colocamos en posición cómoda con las manos encima de las piernas. Empezamos haciendo tres respiraciones nariz-boca y luego un mínimo de siete respiraciones nariz-nariz. Luego, visualizamos que estamos bajo una catarata y sentimos cómo el agua fresca recorre nuestro cuerpo. Seguidamente, nos metemos en un ascensor de luz y hacemos un conteo del diecinueve al uno con parada en el diez y una respiración consciente. Una vez lleguemos al uno, estaremos más abajo del nivel de onda cerebral aproximado Alfa y llegaríamos al nivel Theta, que es donde hay que intentar mantenerse. En ese momento, hacemos otra respiración y entramos a nuestra casa mental o templo personal. Tenemos una gran sala con una fuente de agua en el centro y una claraboya por donde pasan rayos del sol. En el lado derecho de la sala, hay un ascensor desde donde se accede al centro de ayuda y es donde se hará el trabajo más profundo de toda la meditación, justo situado al lado del centro de salud, para concentrar la energía focalizada en el punto que queremos curar, con ayuda de un médico personal que tenemos dentro. En el lado izquierdo, vamos a situar la sala de proyección mental, desde donde usaremos la ley de atracción a un nivel intenso para pedir cosas, más bien de necesidad material, y al fondo tenemos acceso a nuestro jardín, desde donde se abrirán los siguientes niveles de acceso, un poco más adelante. Hoy vamos a trabajar con el centro de salud y la sala de proyección mental.
Hicimos la parte práctica de la meditación, todos con los ojos cerrados y siendo guiados por María José. Vivimos esta experiencia, que me resultó fascinante y enriquecedora. En el centro de salud se nos debía aparecer una persona que iba a ser el médico. A mí se me apareció una mujer, pero la cara y las manos eran como de luz, no tenía rasgos definidos e hicimos una serie de pasos para focalizar sobre el estado de salud que queríamos mejorar. Me encantó la parte donde la médica recogía energía y, junto con mis manos, posábamos las cuatro en el punto que quería mejorar y realmente sentí una sensación… difícil de explicar con palabras.
La parte de la proyección mental era muy parecida a la forma de focalizarlo que usa el principio de la ley del mentalismo de Hermes. Se pedía siempre en positivo, visualizando lo que queríamos tener como si ya lo disfrutáramos y se terminaba con un «en armonía con todo el universo» y dando las gracias a lo que cada uno sintiera. Personalmente, daba gracias a la energía suprema. Esta herramienta se debería usar con lo que pidiéramos todos los días y cuarenta días seguidos (a menos que se consiguiera antes, claro) y, si en algún momento falláramos un día, había que comenzar desde el principio ya que se perdería esa continuidad de la energía necesaria para la conexión.
Realmente, era como la famosa ley de atracción, solo que entendiéndola desde la raíz, menos superficial. Yo estaba encantado, ya que me gustaba saber el origen de todo.
El tercer sábado, volvió Pepi a darnos la clase. Explicó una meditación para hacer antes de dormir, para poder conciliar mejor el sueño, hasta algunos ronquidos llegué a escuchar de fondo. Yo me quedé dormido un breve tiempo, o sea que funcionaba.
Después explicó la meditación usando el centro de ayuda. Una vez más todos, meditando y tras pasar las fases iniciales y el conteo, llegamos a la sala central y nos acercamos al ascensor para bajar al centro de ayuda. Pepi explicó que en este lugar se realizan los trabajos más profundos del tipo emocional, como quitar los vicios, fobias, adelantar la fase de los duelos. Allí nos esperaría una persona que sería el enlace con nuestro ser. Íbamos a bajar unas plantas para intentar llegar a la onda cerebral Delta, que es justo la frecuencia más cercana al sueño y donde se pueden realizar los cambios más profundos y duraderos. Pasamos a este ascensor y bajamos siete plantas y, en mi experiencia, al salir del ascensor, me encontré con una persona que era yo mismo pero veinte o treinta años mayor, pelo y barba blanca y muy arreglado, tipo caballero inglés. Nos dimos un abrazo y, continuando con la meditación, pasamos a una sala donde había tres pantallas. En la primera, y siempre acompañados de esta persona, vimos y observamos la situación que queríamos cambiar tal y como era en el pasado. En la pantalla del centro, después veríamos cómo está en el presente y en la última pantalla, al final, veríamos cómo queremos vivir realmente esa situación en el futuro. Después, se intentaba compartir la experiencia con esta persona o acompañante y salíamos por el ascensor de nuevo a la sala tras una despedida cariñosa.
Por último, antes de salir de la meditación, había cinco o seis frases que trabajaban emociones concretas y que, pronunciadas interiormente, reforzaban esos estados por lo que salíamos, si cabe, con más fuerza y seguridad de la meditación. Siempre había que salir despacio, para que el cambio de frecuencia no fuera brusco, porque podría ocasionar malestar o mareos.
Impresionante esta meditación fabulosa, notaba agradecimiento interno.
El cuarto día, la clase la dio Joaquín, el único hombre de los guías. Luego, cuando lo conocí y compartimos experiencias, nos dimos cuenta de que habíamos tenido unas vidas muy parecidas.
Desde luego, si había venido menos gente apenas se notaba. Luego me enteré de que habíamos asistido el primer día unos ciento cincuenta y, a pesar de que si fallabas un solo día no podías asistir al resto del curso, habíamos acabado el curso al completo unos ciento veinticinco.
En esta clase se hizo una meditación para limpiar y quemar cosas que no queremos cargar como parte del proceso inicial para quitarles poder. La otra meditación que se realizó es una que solo se hacía el cuarto día del curso o los días que había comida de todos los compañeros, y que venía el maestro hindú a compartir varias meditaciones conocidas y otras nuevas durante un día de convivencia. Esta meditación era muy larga, pasaba de los 30 min de media de las normales a casi el doble y se realizaba un viaje muy intenso. Se llegaba a un sitio donde un gran maestro nos daba una palabra de poder para mantralizar y la oportunidad de abrir el canal para conectar con esa fuerza interior que todos tenemos si realmente queremos acceder a ella.
Acabada la clase, nos dieron unos folios para hacer un seguimiento directo de las meditaciones que fuéramos practicando en casa: hora de comienzo, tiempo de meditación, sensaciones, etc. y así poder crearnos el hábito. También nos dieron la opción de elegir a uno de los guías para consultas directas. O bien, nos indicaron que se haría un reparto para elegir a uno de los cinco. Yo sentí que Pepi era la persona que necesitaba y que más me podía aportar en ese momento de mi vida, así que la elegí. De esta manera, tuve otra gran amiga por muchos años.
Hacerse socio costaba 10 euros al mes y podías ir a todos los cursos que se impartieran, tanto de primer nivel como los que había de segundo nivel. En este último, las meditaciones conocidas y algunas nuevas se practicaban en grupo y así podíamos no solo conocer las experiencias de los compañeros sino que, además, disfrutar de la energía que creaban las meditaciones en grupo, que estaba por encima de las que solíamos hacer en solitario. Intenté ir a las máximas meditaciones posibles y aprovechar este canal de conocimiento con el que tanto había conectado.
En los siguientes meses, empecé a experimentar cambios increíbles en temas de trabajo, en cuestiones personales que antes me quitaban el sueño por falta de soluciones o comprensiones, y empecé a abrirme a conocer a más personas y a alguna chica muy interesante. Ante los cambios que se iban producían en mí y en mis situaciones de alrededor mucho más positivas, decidí nunca dejar esta meditación. Llegó un momento en que la tenía como base para ir añadiendo otras herramientas emocionales y aumentar los niveles de conexión. Aunque, eso sí, mi anhelo por seguir aprendiendo no cesaba. No paraba de explorar y explorar, de sumar y sumar.
Gracias a la aparición de la máquina de la conciencia, se iniciaron por todo el mundo diversas conferencias, tertulias, cursos, convenciones. Una de las compañeras que conocí del curso de la casa mental me invitó a que la acompañara a una conferencia en Alicante que se llamaba «La elección del camino: la vida que quieres vivir». Alicante siempre me gustó, estaba a hora y media de viaje y la playa y el clima me apasionaban. Un día me gustaría vivir también allí.
En esta clase, un tipo llamado Elián, de más o menos mi edad, con gafas y pelo largo y un poco canoso, hablaba sobre temas que se comentaban mucho entonces: apegos, desapegos, energía en movimiento, el materialismo, los cambios o clics de la vida y sobre que, aunque cueste entenderlo, cuando peor lo pasamos es cuando más aprendemos. Solo hay que estar despierto y aprender lo que necesitamos para seguir avanzando. Hubo una parte de la conferencia que más o menos decía así:
—En nuestra vida tenemos dos caminos principales: el horizontal —y trazaba en una pizarra, una línea de izquierda a derecha—, es el que normalmente vivimos: cada día que pasa tenemos más edad, aprendemos de las experiencias y estudios, nacemos, vivimos y morimos. Luego está el vertical —y trazaba otra línea de abajo hacia arriba que se cruzaba con la línea horizontal—. Este crecimiento es más del corazón consciente, donde se aprovechan las comprensiones de la horizontal y, desde el amor, vamos generando sabiduría. El nivel de la línea vertical define el tipo de vida consciente que vamos a vivir en la línea horizontal, y determina también a qué edad lo vamos a vivir. Me explico:
»Por ejemplo: a una persona de 35 años y un nivel de conciencia ocho le pasarán cosas menos agradables que a esa misma persona, con esa misma edad y con un nivel de conciencia, digamos, de veinticinco, que vivirá situaciones más agradables, con más paz y con más amistades verdaderas. Eso produce una vida horizontal con más momentos felices.
»Me viene a la mente la fábula del pueblo donde en el cementerio todos tenían grabado en la lápida que habían vivido 6 años y 125 días; 9 años y 27 días; 11 años y 87 días, fechas aparentemente muy bajas. Cuando preguntaron con cierta pena a los mayores del pueblo el porqué de las edades, respondieron sonrientes que había habido en el pueblo una persona muy sabia que compartió con ellos que la satisfacción de esta vida no proviene del tiempo que hayas vivido, si no de la cantidad de tiempo que hayas tenido momentos felices y desde entonces apuntamos en una agenda esos días felices y, cuando fallecemos, nuestros familiares suman esos días y los graban en la lápida.
Entiendo que no se debe comparar con situaciones personales de cada persona, sino revisar en nosotros mismos si puede existir la opción de vivir más momentos felices con esa comprensión, ese estado mental correcto.
Elián continuó:
—Este estado es mucho más importante incluso que el físico, lo que comemos, lo que bebemos, la familia, los amigos… Este estado es todo. No digo que no sea importante lo demás. Lo es y mucho, pero solo tenéis que ver la cantidad de gente que se cuida haciendo mucho deporte o se obsesiona con lo que come y no es muy feliz. Luego tienes personas que o no comen tan bien o incluso les falta un miembro físico o más y, teniendo ese estado mental correcto del que hablamos, tienen más facilidad para ver lo positivo en cada cosa y disfrutar de la vida. Os invito a la reflexión del cambio que hay en nuestras vidas al elevar el camino vertical y lo que influye en el horizontal.
La verdad es que me resultó muy interesante, aunque en ese momento aún tenía ciertas resistencias. Imagino que algo por dentro de mí estaba muy cómodo y no se quería retirar de donde estaba.
Después de una charla agradable por el puerto de Alicante y la Esplanada con mi nueva amiga y compartiendo lo que cada uno había comprendido, le agradecí la invitación y la compañía. Volvimos a nuestro Albacete a seguir con nuestros quehaceres. Eso sí, al próximo curso interesante me tocaba invitarla. Esa noche soñé con mujeres y hombres que juntos subían por unas escaleras en un camino con mucha luz; con algunos de ellos me cruzaba la mirada y me daban sensación de paz e ilusión.