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Capítulo I
La aventura del alma

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Venimos a esta vida a cumplir un propósito claro y preciso, definido y programado por nuestra alma mucho antes de nuestra aparición en el mundo físico. Nuestra alma sabe lo que viene a hacer en esta vida y, aun aquellos que no creen en la vida espiritual, incluso los más escépticos, tienen un propósito para estar aquí, en la Tierra. Seamos conscientes o no, todos tenemos un propósito a cumplir y, aun sin saberlo, mal o bien, de alguna manera llevamos a cabo la intención de nuestra alma o al menos lo intentamos. Que ignoremos la existencia de este propósito, que no cumplamos con el plan original o que nos desviemos de este plan, no significa que no haya un propósito para el alma. Todos, absolutamente todos, tenemos un propósito a cumplir en esta vida y este propósito forma parte del proceso de aprendizaje, de evolución y de crecimiento del alma, y constituye la esencia y el sentido de nuestra vida en el cuerpo físico.

Tomar conciencia de que estamos aquí, en esta vida, cumpliendo con un plan proyectado por nuestra alma antes de encarnar es trascendental, aun cuando no sepamos a ciencia cierta cuál es ese plan. El solo hecho de instalar en la conciencia la convicción de que nuestra alma tiene un propósito para estar aquí, en este mundo, hace que podamos transitar por la vida con una actitud serena, segura y confiada. Edward Bach1 decía que el conocimiento y la aceptación del propósito del alma representan el alivio de la miseria y de los sufrimientos terrenales y nos dejan libres para desarrollar nuestro camino evolutivo con alegría y felicidad.

La certeza de tener un propósito a realizar nos conduce a comprender y a valorar la importancia de esta vida y de nuestra presencia aquí, más allá de las dificultades de la vida cotidiana. Esta conciencia nos impulsa a aprovechar nuestra estadía aquí al máximo (Carpe Diem) y evita que malgastemos nuestra energía vital en cuestiones intrascendentes, concentrándonos en lo que hemos venido a hacer. Saber que nuestra alma tiene un objetivo preciso a lograr nos sostiene para persistir en nuestro camino en las instancias difíciles, comprendiendo que las circunstancias adversas son parte del escenario que hemos elegido para crecer.

La vida en el cuerpo físico es una aventura para el alma. Aunque nosotros no podamos verlo así, para el alma la vida es un gran desafío. Aun cuando en ocasiones tengamos que experimentar el dolor, la vida no deja de ser una gran aventura. Todas las dificultades que enfrentamos son parte del aprendizaje y de la experiencia del alma para crecer y evolucionar. De alguna manera hemos acordado ese plan antes de encarnar, aunque a veces, hay que decirlo, lo hayamos hecho bajo protesta.

Uno de los interrogantes que se suelen formular con mayor frecuencia es “¿cuál es mi misión en esta vida?”. Es natural desear o soñar con tener una gran misión, pero la verdad es que la primera misión que tenemos en esta vida es con nosotros mismos. Antes que nada, necesitamos sanarnos a nosotros mismos. Si no sanamos nuestra alma, no podremos cumplir con grandes misiones para la Humanidad. La Luz necesita guerreros sanos emocionalmente antes que héroes fuertes. ¿Cómo vamos a enfrentar, si no, las trampas, las tentaciones y la seducción que la vida material nos propone sutilmente y que nos apartan de nuestro verdadero objetivo?

La verdad es que el propósito del alma suele ser menos ambicioso, más preciso y personal, pero no por ello menos difícil. Desprenderse del egoísmo, de la soberbia, del odio, del miedo, de la ambición de poder, de la ira o de la culpa puede significar para el alma varias vidas de arduo trabajo. No basta una sola vida para que el alma pueda hacer su evolución, conquistar la materia, satisfacer sus necesidades de múltiples experiencias y desarrollar una conciencia capaz de manifestarse al unísono y en armonía tanto en el plano físico como en la dimensión espiritual. Por eso estamos aquí, trabajando paso a paso con nuestra alma, vida a vida, procurando desembarazarnos de los velos que impiden que nuestro verdadero ser se manifieste en el cuerpo físico tal como es: un reflejo de la Luz Primordial.

Cuando hablamos del propósito del alma, tenemos que saber que no hay propósitos más importantes que otros. Cada propósito vale una vida en sí mismo. Ser madre o padre y nutrir, cuidar y ayudar a sus hijos a cumplir con su propio propósito es tan importante como ser astro de cine, rey o presidente. Una anécdota budista nos servirá de ejemplo. Cuentan que luego de escuchar al Buda, un hombre rico repartió todos sus bienes entre familiares, amigos y gente necesitada, y se retiró a vivir a una cueva en la montaña con la intención de alcanzar la iluminación. Arregló también con un ex sirviente para que éste le proveyera de alimentos y de ropa limpia dos veces por semana. El hombre pasó así el resto de su existencia practicando el ayuno y la meditación en las enseñanzas de Buda. Al morir, gracias a su práctica consecuente y constante, el alma de este hombre entró directamente en el Nirvana2. Pero cuál no sería su sorpresa cuando hallándose allí, en el Nirvana, se encontró con su ex sirviente, quien había desencarnado inmediatamente después de él. Sumamente sorprendido, preguntó a los seres de luz:

—¿Cómo es posible? Yo me desprendí de todas mis posesiones materiales y pasé el resto de mi vida en ayuno y meditación para llegar aquí y resulta que mi sirviente, que continuó con su vida mundana, también está aquí. ¿Cómo es esto?

—Es que, justamente —le replicó un maestro—, gracias a que tu hermano te atendió y te proveyó de comida y de ropa limpia durante toda tu vida es que tú pudiste hacer tu trabajo de transmutación para alcanzar el Nirvana. Por lo tanto, con su trabajo y su dedicación hacia ti, él hizo tanto mérito como tú para estar aquí.

De modo que no hay propósitos que sean más importantes que otros. Hasta es posible que el propósito más insignificante a nuestros ojos pueda ser el más valioso para la Luz. Al final de este libro, en el apéndice, encontrarán un listado con algunos de los propósitos más frecuentes recopilados en mi experiencia clínica.

Ahora bien, venir a la vida, a un cuerpo físico, para cumplir con el propósito del alma, no es fácil. El solo hecho de encarnar, el proceso para pasar de la esencia espiritual a la sustancia física, puede llegar a ser hasta doloroso. Por más aventura que sea la experiencia en el cuerpo físico, para el alma que se encuentra en la Luz, iniciar el viaje hacia el mundo físico es como ir al exilio, al destierro, y no todos estamos ansiosos por venir aquí. Todo va bien durante la diagramación del anteproyecto de vida, pero cuando llega el momento de descender en la materia y separarse de la Luz, allí comienza la angustia del alma, la resistencia, la protesta, la rebelión y el deseo de volver atrás. Sabemos lo que tenemos que hacer, sabemos que tenemos que hacerlo, pero una cosa es diagramar un plan y otra cosa es ponerlo en ejecución. En los papeles, todo parece perfecto y todo cuadra, pero también sabemos que una vez que estemos en el escenario físico las cosas no serán tan fáciles. Entre otras cosas tendremos que superar obstáculos y dificultades, resolver cuestiones pendientes con viejos enemigos (se supone que tendremos que llegar a amarlos en algún momento), exponernos al dolor, aprender nuevas lecciones y, para complicar las cosas, perderemos nuestra conciencia espiritual y nuestra conexión con la Luz. El instante de la separación de la Luz, para iniciar el descenso al mundo físico, suele ser uno de los momentos más dolorosos y desgarradores para el alma de algunas personas. Esta es la razón por la cual algunas personas suelen experimentar una nostalgia esencial para la cual no hallan consuelo y que no está relacionada ni con esta vida ni con experiencias de vidas anteriores. Es la añoranza del mundo de la Luz. Esta nostalgia podría asemejarse con aquella que siente la persona que vive en el exilio y que no puede regresar a su tierra de origen.

Inevitablemente, al nacer o poco después, olvidamos nuestra identidad espiritual y nuestra pertenencia a la Luz. Perdemos nuestra conexión con el Cosmos y con el resto de la Creación. Olvidamos también por qué y para qué estamos aquí en un cuerpo físico. Como consecuencia de esta desconexión, olvidamos nuestro propósito original y lo que hemos venido a hacer en esta vida.

El olvido es parte del proceso de encarnación y es necesario para que el alma pueda desidentificarse de su personaje anterior y asumir su nuevo rol. Pero además, en el instante de nacer, nuestra alma se encuentra de improviso con un desafío básico: la sobrevivencia de su vehículo físico. Puede que todavía recordemos de dónde venimos, es posible que todavía mantengamos nuestra conexión espiritual. De hecho, cuando comienzan a expresarse verbalmente, algunos niños recuerdan episodios de su vida anterior, manifiestan venir de una estrella o de la Luz o insisten en que tenían otros padres. Pero para el momento en que comenzamos a comunicarnos mediante el habla, la gran mayoría de nosotros ya ha perdido la conexión con el mundo espiritual. Mientras estábamos en la Luz no teníamos necesidades físicas. Durante nuestro pasaje por el vientre materno éramos alimentados pasivamente, sin tener que preocuparnos de ello y ni siquiera necesitábamos respirar. Pero al nacer, este cuerpo físico recién salido al mundo nos exige a gritos su atención. Experimentamos sensaciones y necesidades que antes no teníamos. El alimento ya no viene solo y, cuando no llega el alimento, surge en nuestras entrañas un monstruo desconocido: el hambre. Lloramos, gritamos, pataleamos y entonces obtenemos lo que necesitamos. Para sobrevivir en el mundo físico, tenemos que ocuparnos del cuerpo, tenemos que aprender a reconocer las señales nuevas que recibimos y cuáles son los requerimientos de este mundo físico. Tenemos que aprender también cómo hacernos entender y cómo entender a quienes nos rodean. Una gran diversidad de estímulos comienza a captar nuestra atención y así, poco a poco, a medida que nos vamos conectando con el mundo físico, nos vamos desconectando del mundo espiritual y olvidamos quiénes somos, de dónde venimos y para qué hemos venido. El golpe de gracia lo recibimos al entrar en la escuela, porque allí comenzamos a desarrollar los procesos intelectuales que nos alejarán todavía más de nuestra esencia espiritual. A esto debemos agregarle los traumas que solemos atravesar en la infancia y que en ocasiones suelen ser extremadamente terribles, como el abuso y el maltrato físico y psíquico. Estos traumas de la infancia nos llevan a replegarnos y a cerrarnos para no sufrir y acentúan aún más la separación con la fuente de donde venimos y con nuestro propósito. En esta lucha por sobrevivir y en la confusión creada tanto por las dificultades como por los desafíos y tentaciones de la vida moderna, nos olvidamos de quiénes somos en realidad y para qué estamos aquí. Como dirá más adelante una de las protagonistas de las historias, estamos aprendiendo a ser espíritus dentro de un cuerpo.

Hay que sobrevivir y conquistar el mundo físico. Éste es un proceso natural e inevitable por el que todos hemos de pasar, pero llega un momento en el que podemos y debemos iniciar el camino de reconexión con nuestra esencia espiritual y con nuestro plan original, con el propósito que hemos venido a cumplir.

El plan del alma es de largo alcance y el cuerpo físico es el instrumento idóneo para lograrlo. El cuerpo físico es el vehículo del alma en este plano. Si maltratamos el cuerpo, si no lo cuidamos, tendremos que dejarlo antes de tiempo y no podremos cumplir en esta vida con el propósito original. Si nos apartamos del plan original, sea por lo que fuere, saldremos de esta vida sin haber cumplido con el propósito del alma y tendremos que volver una vez más para concretar en el plano físico la voluntad de nuestra alma.

El hecho de que hayamos elaborado un anteproyecto de vida antes de encarnar, no nos obliga a cumplirlo al ciento por ciento. No existe tal fatalismo. Un plan es un plan y podemos cambiarlo o modificarlo ejerciendo nuestro libre albedrío. Es posible que podamos mejorar nuestro plan original si trabajamos con nuestra alma y nos desprendemos de antiguas emociones y de mandatos negativos que no nos permiten manifestar todo nuestro potencial. Pero si al término de esta vida consideramos que no hemos cumplido con lo que teníamos que hacer, experimentaremos la sensación de algo inconcluso y necesitaremos volver otra vez para completar lo que quedó pendiente. El alma necesita cerrar la Gestalt3.

Muchos propósitos se frustran por enfado, por resentimiento, por confusión, por ignorancia, por creer que no hay un propósito, por priorizar las conquistas materiales, por ambición de poder o por privilegiar la satisfacción del ego.

El suicidio y las muertes súbitas o imprevistas también frustran o interrumpen el cumplimiento del propósito del alma. En el caso de las muertes violentas o por accidente, no podemos saber de antemano si esto estaba o no estaba previsto dentro del plan original. Hay situaciones que son inevitables, porque están directamente vinculadas con hechos de vidas anteriores. En estos casos, la probabilidad de que se produzca un desenlace violento siempre está latente, pero en última instancia dependerá de las decisiones que tomen los protagonistas en el momento decisivo. Los enemigos de vidas pasadas pueden encontrarse en esta vida para vengarse o cobrarse la deuda pendiente, pero puede ocurrir que, en el último instante, se haga la luz en el victimario y desista de concretar su venganza. Eso abrirá otra línea de acción y cambiará el curso de los acontecimientos.

En el caso de los accidentes, hay dos situaciones básicas. Una de ellas es que la muerte por accidente forme parte del plan original. Aunque ignoremos su sentido, aquí no hay interrupción del propósito del alma. Pero si una persona se accidenta mortalmente por despreciar la vida, por no cuidar su cuerpo, por inconciencia o por desafiar el destino, la muerte se produce en forma anticipada y aquí sí se frustra el plan del alma.

Pero en el Universo también hay margen para el error y es posible que haya accidentes que sean puramente imprevistos y que no estaban dentro del plan original.

De cualquier manera, sea por responsabilidad propia o debido a la acción de terceros en hechos violentos o accidentes, la consecuencia para el alma, en estos casos, es que se interrumpe la concreción de su propósito y eso la llevará a encarnar nuevamente para terminar lo que quedó inacabado.

Como regla general, todos venimos a realizar un trabajo particular que constituye el eje central alrededor del cual gira el propósito del alma. Hay otros aspectos a desarrollar que complementan y acompañan al tema central. Cabe señalar, además, que el propósito a cumplir está directamente vinculado a asignaturas pendientes, trabajos inconclusos o cuestiones a resolver de existencias previas. En ocasiones se trata del aprendizaje de algo puntual. Para la mayoría de nosotros esto funciona así. Es posible que haya algún elegido o algún avatar que venga exclusivamente a cumplir una misión para la Humanidad, pero no sucede así para el común de los mortales.

Hay que tener en cuenta que, a veces, el alma puede estar involucrada en un trabajo o en un propósito de largo aliento. Esto implica que puede necesitar de varias vidas de entrenamiento y preparación antes de llevar a cabo el propósito final en la vida en la que pondrá en acción todo su potencial y experiencia adquirida.

La elaboración del propósito del alma implica la consideración, la evaluación y la definición de una serie de aspectos en los cuales normalmente no nos detenemos a pensar. Diseñar un anteproyecto de vida requiere, como cualquier proyecto que se precie, una planificación previa lo más minuciosa posible. Todo proyecto se planea con las mejores intenciones, pero también sabemos que, a medida que ese proyecto se va desarrollando, aparecerán dificultades o contingencias que pueden complicar y retrasar su ejecución. En cualquier proyecto siempre hay margen para la improvisación, la creatividad y para que se presenten los imponderables con los que siempre hay que lidiar. Como dije antes, un plan es un plan y está siempre sujeto a revisión. El plan del alma es como una hoja de ruta que nos sirve de guía para identificar los mojones destacados del camino a recorrer, pero siempre tenemos en nuestras manos la posibilidad de modificar el recorrido original.

Para comenzar, la elaboración del propósito del alma supone que hay una serie de pasos a seguir. Hay cuestiones básicas que tienen que ser definidas antes que otras. Si bien no podemos asegurar que esto sea exactamente así, la mayoría de las personas que han vivenciado en regresión el momento en el que se prepara su anteproyecto de vida describen una secuencia similar. Claro está que, como el alma habita en la dimensión atemporal, es posible que estos pasos que pasaremos a describir ocurran en forma simultánea, pero para nosotros se manifiestan como una secuencia. Casi todas las personas coinciden en que lo hacen acompañadas por una luz o por seres de mayor sabiduría que les aconsejan o sugieren cómo armar su plan de vida. No siempre se puede elaborar el plan por uno mismo. Es frecuente observar que, en algunos casos, el plan ya viene diagramado de antemano y queda poco margen para cambiar algunos aspectos. Este tipo de situaciones son las que, con mayor frecuencia, dan origen al enfado y a la rebeldía del alma.

En la preparación del proyecto del alma, lo primero es la elección del propósito y el trabajo a realizar en el cuerpo físico. Como ya anticipamos, por lo general este trabajo está en relación con acciones de vidas pasadas. El alma necesita efectuar su trabajo de corrección sobre sus acciones pasadas, ya sea para iniciar o bien para progresar en nuevos emprendimientos. Los asuntos sin resolver de otras vidas y, en particular, los conflictos emocionales y vinculares no resueltos, son un lastre muy pesado que limitan y bloquean las potencialidades del alma y le impiden manifestarse en la vida física con todo su poder y su creatividad. Por esta razón, para poder desarrollar y cumplir con su propósito central, el alma tendrá que resolver y terminar las asignaturas pendientes que arrastra de vidas anteriores. Realizar este trabajo le insumirá al alma gran parte del tiempo físico del que dispondrá en esta vida. Esta es la razón por la cual muchas personas comienzan a ejecutar el verdadero propósito de su alma en la segunda mitad de su vida, cuando ya se han liberado de las ataduras que las sujetaban. Moisés tenía ochenta años cuando lideró el éxodo del pueblo hebreo de Egipto. Necesitó toda una vida de preparación para cumplir con su gran misión. De modo que no debemos desesperarnos si el propósito de nuestra alma se demora en bajar a nuestra conciencia física. Eso sí, mientras tanto, habrá que cuidar el cuerpo. Sin el cuerpo no podremos cumplir con nuestro plan de vida.

Una vez que se ha establecido el propósito básico del alma, como así también los aspectos secundarios que lo acompañan, a continuación habrá que definir la elección del país y de la familia en la cual se encarnará. Esto implica que se habrá tenido que definir también el planeta en el cual se desarrollará la experiencia del alma. Es obvio que nosotros sólo podemos hablar de la Tierra, pero eso no impide que hayamos tenido experiencias de vida física en otros planetas. Aunque no siempre es posible obtener este dato en el trabajo terapéutico, en el capítulo XII veremos que a veces es posible discernir para qué necesitamos encarnar en la Tierra.

Tanto el país como la familia en la cual vamos a encarnar están en relación con el propósito que se viene a realizar. Los países constituyen el marco de referencia básico para que se desarrolle la aventura del alma. Con su característica particular, cada país ofrece diferentes posibilidades para que el alma interactúe con el drama y la energía del país en el cual encarnará. Cada país tiene una energía propia que resuena con la energía del alma. La energía de un país determinado puede estimular o cobijar el desarrollo de ciertas capacidades del alma al mismo tiempo que puede limitar la manifestación de otras. La estructura e historia propias de cada país obligan al alma a enfrentarse con situaciones inevitables que son parte de su aprendizaje. Supongamos que en vidas pasadas fuimos o formamos parte de un pueblo dominante que esclavizó a otros pueblos. Ahora nos tocará pasar por la misma experiencia, pero del lado de los dominados, para aprender qué se siente cuando se es esclavizado. Los países son como grandes escenarios ya preparados para que se represente la obra de turno. Sólo tienen que ingresar los actores, en nuestro caso las almas, para que comience la función. Los escenarios, los países, quedan en su lugar, pero los actores, las almas, van rotando de país en país, según el drama o la comedia que tengan que representar. Por supuesto que nada impedirá al alma emigrar con su cuerpo a otro país, pero llevará consigo la carga de la energía original que recibió al momento de encarnar y de nacer. Por este motivo, el lugar de nacimiento de una persona es un dato fundamental a la hora de confeccionar una carta natal, ya que esto permanecerá inalterable a lo largo de la vida de una persona.

La familia elegida o designada en la cual se nacerá sirve al propósito del alma. Es el escenario principal donde se ponen en acción todos los conflictos afectivos y vinculares no resueltos. La familia funciona de distintas formas según la experiencia que el alma necesita vivir. Puede aglutinar o disgregar a sus miembros. Puede dar contención, apoyo y sostén como así también puede inducir al aislamiento, el desamparo o el abandono. Puede acompañar y estimular el desarrollo del propósito del alma tanto como obstaculizarlo o impedirlo. La elección de los seres que serán nuestros padres constituye en muchos casos el aspecto central del propósito del alma.

Existe la creencia generalizada de que elegimos a nuestros padres antes de encarnar, pero la verdad es que esto no siempre es posible para el alma. Según las circunstancias de cada alma, a veces podemos elegir y otras veces no es posible hacerlo. Si tenemos asuntos pendientes de resolución con algún alma en particular, eso nos impedirá elegir a los seres que queremos como padres. Primero, hay que resolver las cuentas pendientes que tenemos con otras almas. Si en la vida actual terminamos bien nuestro trabajo, eso hará que en la vida siguiente podamos tener a los padres que queremos tener.

Existe una ley básica en el Universo que es la ley del amor. Finalmente todo se resuelve mediante el amor. Es casi una regla que enemigos de vidas pasadas se encuentren en esta vida dentro del seno de una familia para resolver su enemistad. Inevitablemente, los antiguos enemigos se verán obligados a relacionarse por medio de los vínculos familiares. Por ejemplo, una mujer puede llevar en su vientre, sin saberlo, al asesino de una vida anterior. Ésta es otra de las razones para el olvido del alma, porque si no, ¿cómo sería posible para una madre amar y cuidar a su bebé sabiendo que ese ser es el mismo que la asesinó en una vida pasada? Ni los padres ni el hijo lo recuerdan, pero el conflicto y la enemistad estarán latentes a nivel inconsciente y, tarde o temprano, el enfrentamiento surgirá. Mal o bien, por medio de los lazos de sangre, se creará un vínculo afectivo y eso permitirá que al menos esas almas se acerquen un poco más. Lo que la Luz espera es que los enemigos del pasado puedan reconciliarse, perdonarse y amarse. A veces, este objetivo se consigue y otras veces no, y tal vez sea necesario más de una vida para que estas almas enemistadas puedan llegar a amarse. Puede suceder también que un alma haya quedado en deuda con otras. Ser padre y proveer a las necesidades de sus hijos puede ser la manera en que un alma pueda saldar con otras su deuda del pasado.

Como quiera que sea, los padres confrontan al alma que encarna como hijo con el trabajo que ésta debe realizar. El propósito funciona en ambos sentidos. El alma del hijo aprenderá y se servirá de la experiencia de tener a estos padres y, a su vez, los padres, harán lo propio con el alma que llega a su custodia como hijo.

Es claro que también hay familias en las cuales reina la armonía. Probablemente esto se deba a que se trate de un grupo de almas que ya han estado en relación anteriormente y han cumplido con su tarea de corrección. Ahora les toca recoger los frutos de su siembra y se encuentran para apoyarse y ayudarse mutuamente en su trabajo en esta vida.

En el espacio entre vidas antes de encarnar, es posible que también se produzca el encuentro preliminar con otras almas con las cuales hemos de interactuar en la vida física. Entre estas almas están quienes serán nuestros hermanos, ya que éstos forman parte del trabajo que el alma viene a realizar, ya sea para acompañarse o para resolver viejos entredichos. Pero también es posible que concertemos una cita previa con aquella alma que será nuestra compañera o compañero de ruta en esta vida. Bueno, quizás concertemos más de una cita.

Una vez que se ha diseñado el plan de vida y se ha establecido la familia en la cual se encarnará, llega el momento en el que el alma ha de iniciar su aproximación al plano físico. No podemos cuantificar o establecer en términos de tiempo físico cuál es el lapso que transcurre entre la preparación del plan del alma y la transición al plano físico. Para el alma el tiempo no existe, de modo que no podemos precisarlo con exactitud. No obstante, por el relato de algunas personas sabemos que el alma que ha de encarnar puede estar ya en el plano físico rondando a sus futuros padres con bastante antelación a su concepción física. Incluso, hasta es posible que de alguna manera influyan sobre sus padres para que éstos se encuentren en el plano físico. Más aún, hasta pueden estimularlos al acto sexual cuando llega el momento cósmico más apropiado para su concepción.

Lo cierto es que, cuando llega el momento de iniciar el viaje hacia el plano físico, algunas almas se resisten a hacerlo. Como ya veremos más adelante, desprenderse del mundo de la Luz suele ser muy duro y desgarrador para algunos. Es el momento de la verdad, el momento en el que se acaban la protección, el sostén y el amor incondicional de la Luz para entrar en el mundo de la dualidad, del conflicto de los opuestos. Y, sobre todo, se perderá la conexión con la Luz y se olvidarán los propósitos y la conciencia de la propia esencia.

Aquí conviene explicar un poco de qué se trata este viaje del alma hacia su exilio en la Tierra. Aunque lo experimentemos o lo describamos como un viaje, en realidad se trata de un pasaje o de una transición de la dimensión de la energía pura al plano de la materia. Como decía Apolonio de Tiana4, se trata del pasaje de la esencia a la sustancia. Esta transición o pasaje es vivenciada por algunas personas como si se deslizaran por un tobogán.

La aproximación al plano físico puede ser experimentada como el ingreso a una atmósfera de mayor densidad, más pesada, donde el alma ya no puede moverse con la libertad y la ligereza que tenía en su estado original. Es posible que, en este pasaje, el alma próxima a encarnar sea acompañada por una o más presencias espirituales que pueden ser sus guías o simplemente seres designados para el acompañamiento en este trance en particular.

El momento de la concepción marca definitivamente el punto de no retorno a la Luz, aunque algunas almas se las ingenian para cortar con el anclaje al cuerpo físico, lo que redundará en un aborto espontáneo. Ésta es otra forma de frustrar el plan original del alma. No obstante, la gran mayoría de las almas ya no puede zafar de su compromiso. Para algunas personas la concepción de su cuerpo físico es un momento grandioso que puede ser vivenciado como una explosión de Luz. Para otras, es un momento triste o dramático porque, definitivamente, ya no hay posibilidad de volver atrás.

Una vez que el alma se encuentra unida al cuerpo físico, comienza a experimentar sensaciones y emociones que no tenía hasta ese momento.

Durante la gestación, mientras se desarrolla lo que será su vehículo físico, el alma goza todavía de cierta libertad. Puede entrar y salir de su cuerpo físico a voluntad. Puede tener contacto con sus compañeros o guías espirituales, pero no le resulta posible alejarse mucho de su cuerpo físico porque está sujeta a éste por el llamado cordón de plata. Poco a poco, la libertad del alma se va limitando cada vez más hasta que, en el momento del nacimiento, no queda otra alternativa que habitar definitivamente el cuerpo que será su casa y su instrumento de trabajo durante el transcurso de la vida física.

En el momento del nacimiento, todavía tenemos conciencia de lo que venimos a hacer. Sabemos lo que nos espera y para qué estamos aquí. Pero, como dije anteriormente, pronto perdemos nuestra conexión con el mundo espiritual y olvidamos nuestro propósito original. Sin embargo, no todo está perdido. El propósito sigue estando ahí, en forma latente, a nivel subconsciente y, en algún momento, se manifestará por medio de la intuición, de la vocación, de la atracción por determinadas actividades o por la firme convicción para llevar adelante algún proyecto en particular. Más tarde, el encuentro con otras almas, seguramente previsto de antemano, activará a nivel subconsciente algún vago recuerdo que nos llevará a corregir nuestro rumbo o a despertar algún interés particular que nos pondrá en la dirección deseada por nuestra alma. Muchos encuentros casuales no lo son tal, sino que fueron dispuestos por nuestra alma para que funcionaran como recordatorios de lo que veníamos a hacer. Así fue como yo me encontré con la terapia de vidas pasadas. En 1986, yo aún era cirujano plástico y no tenía ni la menor idea de la existencia de la TVP. Fue entonces que mi maestra espiritual, Isabel Deibe, quien había recibido una invitación para asistir a un seminario de Terapia de Vidas Pasadas, me entregó el sobre con la invitación al tiempo que me decía: “José Luis, esto es para vos”. Así fue como conocí a la doctora María Julia Prieto Peres, quien me iniciaría en el mundo de la TVP. Un gesto espontáneo de mi maestra espiritual me puso sobre los rieles de mi verdadero destino en esta vida.

En los capítulos siguientes vamos a adentrarnos en la aventura del alma que va al encuentro con su propósito de vida. En la mayoría de los casos son historias donde las personas que me consultaron lo hicieron primariamente con el fin de resolver alguna situación conflictiva en particular y, durante el trabajo terapéutico con la TVP, se encontraron con el propósito de su alma y vivenciaron su proceso personal de encarnación. Lo que veremos aquí es tan sólo un breve muestrario que nos brinda una idea aproximada de cómo se gesta el propósito del alma y del drama que significa, en ocasiones, encarnar en este mundo. Demás está decir que no pretendo agotar aquí las infinitas variantes que pueden producirse. Cada alma es un universo en sí misma. Más adelante, veremos con mayor detalle la secuencia de los pasos que mencionamos anteriormente a través de un ejercicio diseñado a tal fin. No siempre aparece la secuencia en forma completa, tal como la hemos descripto, ya que cada persona vive la experiencia a su manera y dentro de los límites que su mente racional le permite expandirse. No obstante, los conceptos que he compartido aquí con ustedes fueron recogidos a lo largo de muchos años de práctica clínica —veintitrés hasta aquí—, y reflejan lo que aprendí de la experiencia de las personas que me consultaron.

1 Bach por Bach, obras completas, escritos florales, Dr. Edward Bach, Continente, 6ª ed., Buenos Aires, 2001.

2 Estado de conciencia alcanzado por el vaciamiento del ego en el cual se experimenta una beatitud inefable y la unidad con la Luz. (N. del A.)

3 En este caso, el término Gestalt (en alemán) indica nuestra tendencia natural a buscar la mejor forma o configuración que cierre un evento sin dejar nada pendiente. (N. del A.)

4 Filósofo griego de la escuela pitagórica, 3 a. c. - 97 d. c. (N. del A.)

El propósito del alma

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