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Prólogo

Dios escribe recto con renglones torcidos; porque los caminos emprendidos se dibujan torcidos y disparatados; porque todo escapa a las normas acreditadas de la cordura, del buen sentido y la compostura convencional. Y, sin embargo, en el horizonte final, todo toma cuerpo y se esclarece. Lo disparatado se torna coherente, lo turbio se hace luz y la locura se convierte en cordura. Desde la atalaya final todo cobra sentido. Eso es precisamente lo que intento aclarar en este libro.

Sus páginas han ido brotando del corazón a borbotones, sin un plan previo. Los capítulos aparecen sin un orden lógico aparente; más bien se suceden de manera alborotada, anárquica. Se ve que el intento es cualquier cosa menos un proyecto académico. El arranque ha respondido a la necesidad, por mi parte, de elaborar algo así como una relectura, una interpretación de mi vida, hecha desde las canas, desde la madurez que propician los años. Entrado ya en mis ochenta años, desde la sombría placidez que me ha regalado la cama de un hospital, aquejado por las goteras que a todos nos deparan los años para deterioro de nuestra salud; desde ahí me he sentido en la necesidad de pensar, mirando al pasado, al complejo desarrollo de mi vida. También mis hijos, José Carlos y Manuel Eugenio, no han dejado de insistirme para que me ponga manos a la obra. Y mi mujer María Dolores, sobre todo ella, no ha dejado de hacerlo un día sí y otro también. Este es el resultado: No una autobiografía, porque mi personaje no da para tanto; sino una interpretación de mi compleja vida, hecha desde la fe, con un hondo sentido providencialista. Porque las cosas no han sucedido porque sí. Yo estoy viendo la oculta mano de Dios moviendo los hilos disparatados de esta vida mía, tan complicada y tan singular. Este es el por qué y el sentido de este libro. No es una autobiografía, repito, como suelen hacer las personas de prestigio. Yo no lo soy, ni lo pretendo. Pero sí me apetece ofrecer un testimonio; un testimonio personal, vivo y humilde. Como liturgista y como hombre de Iglesia. A lo mejor sirve de aliciente y de estímulo para compañeros que están andando el mismo camino.

José Manuel Bernal

Logroño

Mi vida, sin recato

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