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El desarrollo de una idea

Hace mil años nació un invento destinado a cambiar el mundo. Sin embargo, el mundo tuvo que esperar nueve siglos antes de darse cuenta de ello. Cuando los chinos apretujaron en un pequeño cilindro de papel una mezcla de salitre, azufre y carbón y le añadieron una mecha para prenderle fuego, lo hicieron con la intención de divertirse con el ruido y los colores de una brillante explosión. No podían imaginarse que un día algo parecido serviría para llevar al hombre al Espacio. Hasta ese momento, el hombre había soñado con volar hacia las estrellas de mil y una maneras diferentes, pero nunca a bordo de un cohete. Antes de que los chinos construyeran el primero de esos ingenios, se idearon medios de transporte a base de alas de cera o incluso de un carro tirado por San Juan el Evangelista en persona. Después de la aparición del cohete, a nadie se le ocurrió que podría usarse como medio para viajar por el Espacio, incluso con mejores resultados que los frascos llenos de rocío de Cyrano de Bergerac, o los gansos de Domingo González, el veloz mensajero español de la obra de Francis Goodwin. Es cierto que Cyrano de Bergerac los describe y usa en una de sus novelas, incluso su uso por etapas para alcanzar mayores velocidades y altitudes, pero una abeja no hace colmena y su idea pasó totalmente inadvertida.

Siglo tras siglo, la humanidad y la ciencia maduraban y, por fin, alguien hizo abrir los ojos a los demás. Fue un maestro de una pequeña escuela de un pueblo cercano a Moscú, Konstantin Eduardovitch Tsiolkovsky, el que vio la luz. Y esa luz iluminó el camino a seguir por otras personas de todo el mundo. Tsiolkovsky fue el primero en sugerir que un cohete propulsado por combustible líquido, en lugar de la milenaria pólvora, podría dar la energía suficiente como para acelerar y alejarse de la Tierra. También habló de cohetes por etapas, de estaciones espaciales, de tripulantes haciendo reparaciones en órbita, de colaboración internacional y de muchas otras cosas. Pero se quedó en la teoría. Y para muchos una teoría poco creíble, además. ¿Cómo podía alguien sugerir que un cohete podía funcionar en el Espacio si allí no hay aire sobre el que desplazarse? Menuda tontería.

Por suerte, alguien se encargaría de demostrarlo. Un contemporáneo suyo, pero del otro lado del océano, el norteamericano Robert Hutchings Goddard, fue el primero en demostrar que un cohete podía funcionar no sólo bien sino mucho mejor en el vacío del Espacio que en la atmósfera terrestre. Eso lo consiguió en 1912, simplemente midiendo el empuje de un cohete de combustible sólido en el interior de una cámara en la que se había hecho el vacío. Tras esta demostración, se dedicó a ponerlo en práctica y a ello consagró los años siguientes. El 16 de marzo de 1926, Goddard lanzó el primer cohete propulsado por combustible líquido de la historia. Voló sólo dos segundos y medio en los que alcanzó una altitud de doce metros, suficiente como para asegurarse un lugar destacado en los libros de historia. Ahora las cosas empezaban a ir más deprisa. En Europa, el rumano Hermann Oberth también teorizó sobre el Espacio y los cohetes, igual que Tsiolkovsky. Pero a diferencia del ruso que era autodidacta, con el mérito y las limitaciones que ello supone, Oberth era un más completo y mejor matemático. A pesar de ello, sus razonamientos y cálculos no bastaron para convencer a la gran mayoría de mentes científicas, pero sí que motivaron lo suficiente al número justo de mentes exploradoras y soñadoras que acabaron fundando la mejor asociación de aficionados a la naciente astronáutica que ha existido jamás. Y fueron estos hombres los que, unas pocas décadas después, lograron llevar al hombre a la Luna. No obstante, antes de que llegara ese momento tendrían que aprender muchas cosas y desarrollar no sólo nuevos motores y nuevos cohetes, sino también tomar decisiones duras y controvertidas, sufrir desilusiones y, lo peor de todo, combatir en la guerra más cruel, despiadada y sanguinaria que haya visto la humanidad. De ese camino hablaremos ahora, el que llevó a desarrollar el primer misil balístico de la historia y que, de manera casi paralela, llevó a cumplir el más ansiado sueño del hombre: volar a las estrellas.


Robert Goddard, el hombre que lo hizo posible, fotografiado antes del histórico vuelo de su cohete, en marzo de 1926 (usaf).

De los considerados casi unánimemente como «los padres de la astronáutica», Hermann Oberth fue el que más influyó en toda una generación de jóvenes ingenieros y soñadores que trabajaron mucho y duro para hacer realidad el sueño de viajar al Espacio. Oberth nació en la ciudad transilvana de Hermannstadt, entonces parte del Imperio austro-húngaro, el 26 de junio de 1894. De niño leía mucha ciencia-ficción pero sus estudios iniciales se encaminaron hacia la medicina, carrera que debió interrumpir al iniciarse la primera guerra mundial. Destinado como sanitario de la marina austríaca, se dio cuenta de que curar heridas no era lo que más le gustaba y en 1919, terminada la guerra, se dedicó a estudiar matemáticas, física, química y astronomía en varias universidades. Al cabo de tres años de hincar los codos presentó en la universidad de Heidelberg una tesis doctoral que resultó rechazada por inverosímil. Esa misma tesis se publicó al año siguiente convirtiéndose en el primer libro que trató de manera científica el tema de la propulsión de los cohetes y la navegación por el Espacio. En ese folleto, más que libro, titulado Die rakete zu den Planetenräumen (El cohete hacia los espacios interplanetarios), exponía con detalle su cohete «modell b», capaz de explorar la alta atmósfera y que, según afirmaba, con un motor de empuje suficiente podría dar vueltas a la Tierra. La mayoría de los pocos científicos que lo leyeron ridiculizaron el libro porque carecía de suficientes conocimientos técnicos. Precisamente ese punto, el que muchas partes del libro no fueran técnicas sino especulativas, fue lo que atrajo la atención de los «no científicos», captando la imaginación de muchos jóvenes y algunos no tan jóvenes. Entre 1924 y 1938, dio clases de matemáticas y física en el Instituto Alemán de la ciudad de Medias, aunque siempre usando como ejemplos y punto de partida de sus problemas en clase la navegación espacial. Durante esos años entró en contacto con los grandes nombres de la astronáutica y publicó su segunda gran obra, Wege zur Raumschiffhart (La ruta de la navegación en el Espacio). Por este libro se le otorgó el premio rep-Hirsch de la Sociedad Astronómica de Francia valorado en 5.000 francos, aunque al ser esta la primera edición se decidió doblar la asignación. Y en 1927, junto a un grupo de entusiastas de la naciente técnica aeroespacial fundó la «Verein für Raumschiffhart» (vfr). Al año siguiente, por encargo de la productora cinematográfica alemana ufa, aceptó el proyecto de construir un cohete de combustible líquido para ser lanzado el día del estreno de la película Frau im Mond (Una mujer en la Luna) de Fritz Lang. El guión era obra de su mujer, la actriz y protagonista del film Thea von Harbou, quien se había basado en algunos textos de libros y artículos del propio Oberth y de Willy Ley. El cohete se empezó a construir gracias al esfuerzo de toda la vfr, pero nunca fue terminado.

En primer lugar, Oberth fue un teórico que carecía totalmente de experiencia en ingeniería práctica. Esperando que le sirvieran de ayuda, la ufa contrató a Rudolf Nebel y a Alexander Shershevsky para que colaboraran con Oberth. El primero había sido piloto de la Luftwaffe durante la primera guerra mundial con once derribos acreditados, pero tenía unos limitados conocimientos sobre ingeniería que substituía con su increíble entusiasmo. Durante el conflicto intentó propulsar un avión mediante un cohete, y en la dura posguerra creó una empresa pirotécnica en Sajonia. Shershevsky era más pintoresco aún. Estudiante de ingeniería aeronáutica en Rusia, no podía volver a su país, a pesar de ser un ardiente comunista, porque su visado de estancia en Alemania había expirado y, por tanto, en la Unión Soviética se le acusaba de deserción. En sus ratos libres escribía artículos de divulgación sobre aviación, pero pasaba más tiempo discutiendo de política con la primera persona con la que se encontrara que trabajando en el cohete. En resumen, ambos tenían la misma desventaja que su jefe, por lo que acabaron entorpeciéndole más que ayudándole.


Hermann Oberth diseñó el cohete que aparece en la película Frau im Mond, aunque no pudo construir una réplica real para el estreno del film.

Un nuevo contratiempo llegó de la mano de otro miembro de la vfr que, en una conferencia y contradiciendo las bases teóricas de la asociación, afirmó que un cohete de combustible líquido nunca podría volar, pues al poner en contacto los ergoles en la cámara de combustión, estos explotarían. Dado que el vuelo del cohete de Goddard en 1926 todavía no se había hecho público, Oberth, incomprensiblemente alarmado por esa afirmación, decidió investigarla por su cuenta, añadiendo un nuevo motivo de retraso a la construcción del cohete. Mientras llevaba a cabo esas investigaciones, una explosión, que a punto estuvo de matarlo y lo dejó ciego temporalmente destruyó el laboratorio. Como los prometidos fondos de la productora no llegaban, Oberth tuvo que emplear parte de sus propios ahorros simplemente para reconstruir el laboratorio. Para entonces, el tiempo había pasado muy deprisa y el cohete no iba a estar listo. Para colmo, el diseño del cohete se inició sólo tres meses antes de la fecha del estreno de la película y como se pretendía darle un alcance de setenta kilómetros era, a todas luces, un proyecto imposible de alcanzar en ese momento.

La película se estrenó el 15 de octubre de 1929, sin el cohete de Oberth, y marcó rápidamente un antes y un después en lo que se iba a entender desde entonces por «viaje espacial» al aparecer en ella cosas tan inauditas por aquel entonces como los efectos de la aceleración, la falta de gravedad o la desde entonces inevitable y dramática cuenta atrás de los últimos segundos previos al despegue. A consecuencia del fracaso de Oberth y sus colaboradores, la vfr entró en tal «crisis existencial» que su presidente, Johannes Winkler, presentó la dimisión para volver a dedicarse a tiempo completo a su trabajo en la empresa aeronáutica Junkers. Para evitar en lo posible la vergüenza pública que iba a suponer no tener listo el cohete, Nebel, que ahora sí se hizo socio de la vfr, sugirió impulsarlo con combustible sólido y hacerlo estallar en pleno vuelo para que nadie pudiera examinar sus restos y descubrir el auténtico motor. La desesperada propuesta, por descontado, no prosperó, cosa que sí sucedió con su nueva propuesta: construir un «cohete mínimo», un Mirak (por Minimum Rakete). Esa idea fue la base teórica del primer cohete de la sociedad. Oberth fue el único que no se entusiasmó con ella, porque para él era necesario demostrar la clara superioridad de los cohetes de combustible líquido frente al sólido, con un enorme y gran cohete capaz de alcanzar una gran altitud, y el Mirak iba a ser demasiado pequeño y ridículo para poder hacerlo. Sin duda, Oberth era un soñador y un visionario, un auténtico novato en cuestiones prácticas...

Lo que sí estaba listo era el motor que debía impulsar al cohete de la ufa, el Kegeldüse («motor cónico», debido a su extraña y evidente forma), primer motor desarrollado por la vfr. El día de la primera prueba, el 23 de julio de 1930, funcionó durante un minuto y medio. Estaba construido en acero con un revestimiento de cobre, sin ningún tipo de refrigeración y quemaba gasolina y oxígeno líquido. Poner en marcha el motor no era fácil: se sumergía el Kegeldüse en un cubo de agua, protegido por una mampara y se le colocaba encima un trapo empapado en petróleo ardiendo. Al cabo de unos segundos, los necesarios para ponerse a cubierto, arrancaba el Kegeldüse en medio de un enorme ruido. Esa primera prueba había sido controlada por miembros del Chemische-Teknische Reichsanstalt, por lo que la asociación pudo obtener un valioso certificado en el que quedaba palpablemente demostrado que su motor había funcionado durante noventa segundos durante los cuales consumió seis quilos de oxígeno líquido y uno de gasolina, obteniendo casi siete kilos de empuje.


El Mirak en su primera versión. Impulsado por el motor Kegeldüse fue el primer cohete diseñado por la vfr (Mark Wade).

Oberth permaneció en Berlín hasta justo después de esa prueba, fecha en que regresó a su pueblo natal para seguir con su trabajo de profesor de matemáticas. La estancia en su hogar duró pocos años porque, en 1938, fue requerido por la Escuela Técnica de Viena. Allí le sorprendió el estallido de la segunda guerra mundial, que supuso un nuevo traslado para Oberth. En julio de 1941, fue enviado a Peenemünde donde gracias a sus experimentos, teorías e inventos empezaba a tomar forma el cohete a-4. Terminado el conflicto, Oberth fue pasando de un campo de concentración aliado a otro, siempre minuciosamente interrogado, hasta que consiguió abrirse camino a Suiza en 1948. En ese país permaneció dos años, pero el siempre inquieto y solicitado profesor volvió a cambiar de residencia en 1950, marchando a Italia para colaborar con la marina en el desarrollo de un nuevo cohete propulsado con nitrato de amonio. En 1954 regresó a Alemania, aprovechando la estancia para publicar su tercera gran obra sobre vuelos espaciales: Menschen im Weltraum (Los hombres en el Espacio). Al año siguiente, por expreso deseo de von Braun, se unió al equipo de éste en Huntsville, Alabama, y colaboró con el esfuerzo espacial de este país hasta 1958. Dos años después se jubiló y regresó a Alemania dedicándose a partir de entonces a cuestiones más filosóficas. La muerte le sorprendió en 1989, mientras vivía en Feucht, cerca de Nuremberg.

La aportación de este tercer gran pionero fue brutal e irremplazable. Había establecido las ecuaciones y normas que permiten calcular los parámetros más óptimos para los cohetes, dedujo las leyes fundamentales de la concepción de los cohetes, la formulación de las relaciones entre velocidad, consumo y aceleración, y algo más de doscientos variables, leyes y principios matemáticos, físicos y técnicos. Diseñó el Pendelrakete, un antecesor del actual transbordador espacial, y escribió sobre satélites meteorológicos, de reconocimiento, de telecomunicaciones, astronómicos y navegación, sobre el tratamiento de materiales en condiciones de baja gravedad y sobre el aprovechamiento de la luz y la energía solar gracias a enormes espejos puestos en órbita. Influyó tanto en toda una generación de jóvenes ingenieros que, sin su aportación, la astronáutica, a pesar de Tsiolkovsky y Goddard, se habría quedado estancada antes de madurar.

V-2. La venganza de Hitler

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