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INTRODUCCIÓN ¿ORDEN O CAOS?
ОглавлениеEl 6 de enero de 2021 el tsunami populista golpeó la colina del Capitolio estadounidense. La estampa de un búfalo humano presidiendo la Cámara de Representantes quedará para la posteridad como el recordatorio de que la democracia liberal está en peligro. Desde entonces, esta idea ha dejado de ser hipótesis para convertirse en un hecho incontrovertible. Ahora sabemos que la versión más agresiva y poderosa del populismo quiere acabar con ella. Digo versión, porque la era populista en la que nos adentramos ofrece varios rostros, aunque todos comparten el mismo objetivo: reconfigurar el sujeto político y ponerlo a las órdenes de un poder que se ejerce utilizando las emociones.
Por un tiempo se pensó que el populismo sería transversal e igualitario. Ahora empezamos a ver que será vertical y autoritario, aunque también cabe un tercer rostro que hibride ambas posibilidades. Con todo, desde el asalto al Capitolio, la versión más autoritaria del populismo gana enteros; y la consumación de sus propósitos, también. Quiere convertir la democracia en lo que Pierre Rosanvallon define como una democradura. Una forma política posmoderna que fusiona la democracia y la dictadura mediante un gobierno esencialmente iliberal que, sin embargo, mantiene el aspecto exterior de una democracia.
El siglo XXI ha hecho posible que hablemos de ella y una sucesión de crisis que la televisión ha registrado con imágenes nos muestra el proceso que nos ha traído hasta aquí. Primero, los Boeing impactando sobre las Torres Gemelas. Después, los ejecutivos de Lehman Brothers abandonando con sus cajas la sede neoyorquina de la compañía. Finalmente, una multitud de fanáticos ocupando el hemiciclo de la Cámara de Representantes en Washington tras escuchar una alocución del expresidente Trump.
11 de septiembre de 2001, 15 de septiembre de 2008 y 6 de enero de 2021. Tres fechas que conectan tres momentos críticos de la historia de la democracia liberal y que el coronavirus ha modelado como una hipercrisis global. Los malestares acumulados tras las vivencias colectivas de cada una de esas crisis nos han traído aquí, y han provocado el oleaje populista que ha chocado estrepitosamente contra los muros del templo de la democracia moderna.
El desenlace hasta el momento es desolador: nos falta seguridad, no tenemos prosperidad y tampoco salud. Esta circunstancia hace que nos asomemos a un momento histórico donde la impotencia y la vulnerabilidad van de la mano y nos abocan peligrosamente a una psicología colectiva que busca redentores. Crece la sensación de que la democracia liberal es un modelo fallido. Los estados de excepción no han restaurado la seguridad; el capitalismo cognitivo no ha traído el bienestar para todos y la vacunación contra la covid-19 restablece lentamente la salud física y mental de una sociedad agotada y resignada ante la adversidad.
El viejo dilema seguridad o libertad se agudiza con la descomposición perceptiva de ambos en otro nuevo: orden o caos. Aquí es donde la democracia liberal pierde pie ante las profundidades posmodernas de una sociedad ingobernable agitada por un imaginario de catástrofes globales. Primero, porque el ser humano empieza a estar cansado y decepcionado de la experiencia cívica de ser un adulto kantiano; y segundo, porque la interacción compleja de problemas que acompaña la globalización adquiere tal magnitud e intensidad que solo la inteligencia artificial se ve como solución a ella. La suma de todo explica que el liberalismo esté herido por la nostalgia de que alguien decida por nosotros. Una pulsión que irá a más. Hasta el punto de dibujar un horizonte con rostro y propósito de hiperpoder: un Ciberleviatán que decida por todos dentro de la experiencia colectiva de un mercado total. Una distopía que es posible, pero no inevitable, bajo la era del populismo.
Con la reflexión que ofrezco en este libro continúo las que contienen Contra el populismo y Ciberleviatán. En ellos, modestamente, anticipé lo que vivimos. Lo digo sin ánimo de reivindicarme. No aspiro a ser una nueva Casandra. Tampoco a que me den la razón. Lo recuerdo porque sigo pensando que el populismo es un fenómeno político evitable, aunque se agudicen sus efectos. De hecho, se pueden prever incluso los momentos críticos si se analizan correctamente y se actúa sobre ellos antes de que se produzcan. Siempre me he sentido bastante interpelado por las palabras con que Raymond Aron se definía a sí mismo al decir que era un pesimista activo. En mi caso, también, y por eso vuelvo a la carga para reivindicar que, a pesar del riesgo de democradura tecnológica que se vislumbra en el horizonte, la libertad es todavía más posible que su negación bajo el orden y el caos que aquella propicia. Solo hace falta convencerse de que merece la pena luchar por la libertad humana, a pesar de todo. Eso busco con este libro.