Читать книгу Las voces de la locura - José María Álvarez, Fernando Colina - Страница 12

4. Lo imposible y las voces

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Pero, al tiempo que han desaparecido los espíritus amigables o amenazantes de nuestro entorno, la realidad se ha ido descarnando, volviéndose tanto más cruda cuanto que la lingüisticidad del mundo ha entrado en crisis. Según la ciencia incrementaba su precisión y claridad en la superficie del mundo, el Romanticismo abría un abismo en el corazón del hombre y un territorio sin palabras en el interior de las cosas. En la realidad se ha ido entreabriendo un hueco que las palabras ya no aciertan a delimitar. La cosa en sí kantiana, la voluntad de Schopenhauer, la oscuridad de Schelling, la pulsión de Freud o lo real de Lacan, dan testimonio de esa experiencia radicalmente moderna que conduce al hombre hasta los límites del lenguaje, allí donde la representación no alcanza a revestir el territorio existente. Sin embargo, mientras que para el filósofo de Königsberg la cosa en sí —ese ámbito transfenoménico e inerte que no está sometido al tiempo ni al espacio ni a la causalidad— delineaba los límites entre lo cognoscible y lo incognoscible, para Freud y Lacan ese real, ya activo y amenazante, alcanza a constituir una de las dimensiones propias de la experiencia humana, sellando así el fracaso de lo simbólico y abriendo las puertas a un más allá del placer y del deseo.

De este descubrimiento es hija la psicosis propia de la Modernidad. La esquizofrenia, tal y como la conocemos, no puede ser anterior a este tiempo histórico, cuando la subjetividad descubre una incapacidad nueva y radical en el dominio del lenguaje. Las voces de los esquizofrénicos no son otra cosa que las respuestas del sujeto a lo imposible, respuestas al fin y al cabo ante la presencia de ese real que ha surgido ininteligible, peligroso y amenazador. Surgen del cortocircuito establecido entre una palabra fundida y perdida entre las cosas y la urgencia del lenguaje que acude a sofocar como puede, es decir, con el delirio, la herida que se ha abierto en el mundo y en la división del hombre. Las voces, en este caso, son la lengua muda que empieza a recobrar el habla, son un alfabeto naciente y titubeante. A un psicótico que conocemos, las voces le dicen «vacío», como si le recordaran la tarea original de crear algo, rellenar y simbolizar. A Schreber le decían algo parecido, le obligaban a pensar7. Las voces son el comienzo del racionalismo mórbido del esquizofrénico.

Ahora bien, del mismo modo que el esquizofrénico es precursor e investigador de una nueva realidad, revela también el testimonio de un temor desconocido. Sabemos que la angustia moderna ha sido definida por Kierkegaard como el resultado de una culpabilidad liberada del pecado pero aún sometida a esa posibilidad8. El psicótico, en cambio, es quien ha llevado su inocencia aún más allá, hasta alcanzar un territorio donde a la ausencia radical del pecado, esto es, del deseo, se une también la pérdida de las instrucciones sobre el manejo del verbo.

Muchas veces nos preguntamos sobre las características de la angustia del esquizofrénico, ese pavor que situamos por encima de la angustia neurótica, que, por muy informe y referida a la nada que sea, acertamos a nombrar y delimitar con palabras, aunque éstas se refieran al vacío y a la ausencia precisamente de palabras. Sin embargo, el esquizofrénico habría penetrado en un mundo enigmático, tan oscuro que ha perdido por el camino cualquier posibilidad de nombrarlo, ni siquiera como ausente o incognoscible. Esa presencia sustancial de las tinieblas en las que se extravía, solo y sin el ropaje del lenguaje, constituiría el nivel desolador de su angustia, la cota donde se fractura el lenguaje. Bien distinta resulta esta experiencia de la que puedo forzar si una noche solitaria contemplo con intensidad el firmamento y me cuestiono sobre el misterio de la vida y las dimensiones del cielo. No se trata aquí de este tipo de angustia ante lo que no tiene explicación, sino de la que experimentan quienes han metido el cielo en su cabeza extraviando las palabras que puedan dar cuenta del acontecimiento. No como el poeta nocturno que admira las estrellas y siente el estímulo trémulo de lo inefable, sino como quien ha perdido hasta la posibilidad más remota del lenguaje.

Las voces de la locura

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