Читать книгу Cara y cruz - José Miguel Cejas - Страница 32

Una lógica desconcertante

Оглавление

El 11 de agosto de 1929, mientras daba la bendición con el Santísimo en la iglesia del Patronato de enfermos, se le ocurrió la posibilidad de pedirle al Señor «una enfermedad fuerte, dura, para expiación»33, que le ayudara a desagraviar y co-redimir; es decir, padecer con Cristo para redimir a los hombres.

Si el cimiento de la Obra debía ser la oración, tanto la del alma como «la oración del cuerpo» (la mortificación), ¿qué mejor cosa podía hacer él –pensó– que padecer en su alma y en su cuerpo por Dios?34.

Cuando Escrivá le comentó a Valentín Sánchez su deseo de pedir a Dios esa enfermedad, este le desaconsejó que lo hiciera. Siguió su consejo, aunque –como diría tiempo después– presentía que Dios le concedería en el futuro una enfermedad fuerte y purificadora para sacar adelante la Obra35. «Me pide el Señor indudablemente –puso por escrito– que arrecie en la penitencia. Cuando le soy fiel en este punto, parece que la Obra toma nuevos impulsos»36.

* * *

Comenzó a pedir a numerosas personas, especialmente a los enfermos y pobres de los barrios marginales, que ofrecieran a Dios sus oraciones y sufrimientos «por una intención suya».

«Fueron unos años –recordaba– en los que el Opus Dei crecía para dentro sin darnos cuenta. La fortaleza humana de la Obra han sido los enfermos de los hospitales de Madrid: los más miserables; los que vivían en sus casas, perdida hasta la última esperanza humana; los más ignorantes de aquellas barriadas extremas»37.

Atendía a centenares de enfermos en los hospitales y corralas madrileñas donde se hacinaban las familias en condiciones miserables. Iba a visitarles en tranvía, a pie, entre el barro y los charcos, sorteando las inmundicias, con los zapatos rotos, protegiéndose las suelas agujereadas con cartones –no había para más–, haciendo oídos sordos a los insultos –cucaracha era el más refinado–, entre el hedor y la mugre, adentrándose en lugares que muchas buenas gentes de Madrid no se atrevían a pisar.

En este ambiente –recuerda una religiosa, Asunción Muñoz–:

Se nos hizo imprescindible nuestro Capellán [...]. Yo era la más joven de la Fundación y tenía más resistencia para actuar de día o de noche [...].

Nos acercábamos a las casas humildes de estos enfermos. Había, muchas veces, que legalizar su situación, casarlos, solucionar problemas sociales y morales urgentes. Ayudarles en muchos aspectos. [...] ¡Cuántas veces he dialogado con él acerca de un alma que habíamos de salvar, de un paciente que necesitábamos convencer! Yo le pedía consejo acerca de lo que habíamos de decir o hacer. Y él iba todas las tardes a ver a alguno de ellos, puesto que los enfermos para él eran un tesoro: los llevaba en el corazón38.

Cara y cruz

Подняться наверх