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José María de Pereda
Nubes de estío
– VI— Crema fina
ОглавлениеAquel día rebasó de los límites de lo empalagoso La estafeta local de El Océano. Como no iba firmada, las gentes indoctas que la habían leído se la colgaban a Casallena, fundándose en que aquél era su estilo, clavado; es decir, el estilo de que él abusaba cuando metía la pluma a revolvedora de estirpes, elegancias y finiquituras «de sociedad;» porque, como ya se ha indicado más atrás, Casallena valía mucho más que todas esas chapucerías de similor: pensaba por todo lo alto y escribía como un jerifalte; era agudo, ingenioso, castizo y ameno hasta más no poder; sólo que en cuanto le llegaba el acceso de cronista elegante, ¡adiós mi dinero! ya estaba con los ojos virados, la mano en la mejilla, y lánguido, lánguido, lánguido, trocando el tintero de sus glorias por una dulcera, y empapando las lisonjeras hipérboles de su pluma en almíbar de cabello de ángel. Entonces se dejaba ir como todos los del oficio ese, aunque, con algunas diferencias de arte, que no eran apreciables al paladar iliterato del vulgo leyente. Por esas diferencias, que saltaron bien pronto a los ojos de los expertos, se conoció al golpe que en lo de aquel día no había puesto su mano Casallena, como era la pura verdad; sin que esta aclaración signifique que era menos empalagosa, en lo esencial, aquella sección de El Océano, cuando la perjeñaba él.
Comenzaba de este modo:
«En el exprés de hoy se espera a la distinguidísima familia del egregio duque del Cañaveral, marqués de Casa— Gutiérrez. Es verdadera y hondamente lamentable para sus numerosos amigos de aquí y para la elagante colonia madrileña que nos honra este verano con su residencia en los hermosos hoteles de nuestra playa incomparable, que altísimos deberes políticos y particulares impidan a aquel insigne prócer acompañarla en el viaje, y le obliguen a retrasar el suyo algunos días. Felizmente no serán muchos, porque también en este modesto y oscuro pedazo de la patria querida reclaman al gran estadista excepcionales asuntos, que, por ser de los que tocan al corazón y esparcen en el sagrado del hogar el ambiente de las bendiciones del cielo y la luz de las auroras de mayo, han de arrastrarle bien pronto, con fuerza poderosa e irresistible, al seno de su adorada y elegante familia. ¡Ah, si no temiéramos pecar de indiscretos! ¡Ah! si lo que está todavía oculto, aunque, en transparentes cendales, en gasas sutiles, como ángeles entre arreboladas nubes, no lo estuviera, ¡qué grata, qué dulce, qué arrobadora noticia daríamos hoy a nuestras bellas y elegantes lectoras! Pero nos está vedado, nos está prohibido, nos está… ¿cómo lo diremos?… défendu, añadir una palabra más, y no la añadiremos. Entre tanto, consuélese nuestra high life con saber que dentro de pocas horas tendrá la dicha de poseer a la egregia dama, duquesa del Cañaveral y marquesa de Casa— Gutiérrez; a su digna hija, la bella, la elegante, la dichosa, la afortunada (como que en ella se adunan, y coexisten, y se compenetran la hermosura, el esprit y las riquezas); la bella, repetimos, la elegante, la dichosa, la afortunada duquesita de Castrobodigo; a su otra hija, la espiritual, la incomparable por su distinción y su donaire; en fin, María Casa— Gutiérrez, y está dicho todo; al joven duque de Castrobodigo, prez de la nobleza castellana y honra del Sport— Club; y, por último, a nuestro queridísimo amigo, al brillante joven Antonino Casa— Gutiérrez, unido a la buena sociedad de este pueblo por tantos y por tan fuertes vínculos; vínculos que aún se afianzarán más y más, estamos seguros de ello, en el transcurso de este verano; verano feliz y venturoso para ciertas almas d’élite, que bien merecido se lo tienen. Pero tente, pluma: ¿qué cendales, qué gasas tenues, qué nubes vaporosas ibas a desgarrar imprudente y temeraria? ¡Oh! el choque de la felicidad ajena en corazones bien nacidos, da por fruto inmediato la indiscreción. Es el torrente que avanza y se desborda. Perdón, afortunados e ilustres jóvenes, si del exceso de este mi desbordado torrente de entusiasmo por vuestra felicidad, se ha disgregado de la onda arrolladora un copo siquiera de leve espuma, que agite, que conmueva, que deshaga un solo pliegue del cendal, de la gasa, de la nube que oculta el delicioso misterio a los ojos voraces de la pública curiosidad.»