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PRÓLOGO

Poco después de mi consagración como obispo, en mayo de 1977, vino a mí la hermana Irene Grassl con la idea de reunir textos para los distintos días del año, tomados de mis diferentes escritos, en una especie de breviario de la vida cotidiana. El título que finalmente se ha encontrado para esta antología indica también la razón por la que he dado mi aprobación al proyecto: creo que una colección de palabras de meditación como la presente puede contribuir a su modo a desempeñar la tarea que anuncia mi tema, tomando de la III Carta de San Juan (vers. 8): «cooperadores de la verdad». Con esta fórmula expresa San Juan la participación de todos los creyentes en el servicio del Evangelio, así como la dimensión «católica» de la fe. El «presbítero», como se llama a sí mismo, pide hospitalidad para los apóstoles. Advierte así contra el autoaislamiento de las comunidades que se entienden como círculos cerrados. Para San Juan, rehusar hospitalidad a los misioneros es expresión de una catolicidad rechazada y, por lo mismo, significa también cerrarse a la verdad. En cambio, el acto de amor por el que los creyentes ofrecen alimento y albergue a los apóstoles peregrinos es también un servicio a la verdad. Por medio de su amor hacen posible la proclamación, convirtiéndose así ellos mismos en cooperadores del Evangelio. Así pues, en esa expresión sencilla se manifiesta el entrelazamiento de la verdad y el amor, de la fe personal y la catolicidad de la Iglesia; mas, al propio tiempo, la coordenación entre quienes se hallan revestidos de autoridad y fieles, entre quienes, en sus diferentes funciones, llevan solidariamente la carga y la gracia del Evangelio.

Una fórmula de amplitud y profundidad tales tiene la doble posibilidad de ser utilizada de diversas maneras y de expresar, desde distintos lados, algo siempre nuevo. Para mí se ha convertido en una perífrasis de lo que constituye la tarea del obispo: el obispo —especialmente él— es también «ca-operador», es decir, no interviene en nombre propio, sino que está enteramente determinado por el «con»: sólo cuando obra «con» Cristo y «con» toda la Iglesia creyente de cualquier tiempo y lugar hace lo que tiene que hacer. Su misión no es construirse una comunidad, sino levantar la Iglesia de Cristo. Esto quiere decir que tiene que conducir a Aquel que es el camino precisamente porque es la verdad (Ioh 14,6). El amor al que nos quiere llevar la fe es realmente esperanza y salvación para los hombres, ya que viene de la verdad y lleva a la verdad. La mera comunidad sin verdad sería sólo un analgésico, no la curación. En la palabra insondable de los «cooperadores de la verdad» lo decisivo es la conexión de verdad y amor.

Confío en que este libro pueda ser una decidida cooperación con la verdad. La obra solicita su hospitalidad, su reflexión y fe compartidas: quisiera abrir ventanas por las que pudiéramos dirigir nuestra mirada a la verdad del Evangelio. También quisiera despertar valor para la cooperación y servir de ayuda para el amor que el Señor nos ha encomendado como su nuevo mandamiento (Ioh 13,34).

Agradezco sinceramente a la hermana Irene Grassl la paciencia y el esfuerzo que ha derrochado para reunir las piezas de una pluralidad de obras dispersas que puedan servir para formar un breviario como el presente. ¡Ojalá que su esfuerzo dé fruto y ayude a muchos lectores a aprender de nuevo, día tras día, a ser cristianos!

Cooperadores de la verdad

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