Читать книгу El abandono de la experiencia - Josué Durán H. - Страница 3
ОглавлениеEmpecé escribiendo los breves ensayos que constituyen más de la mitad de este volumen pensándolos como si fueran un libro. Entonces, tenía en mi mente la imagen de un discurso hecho de relámpagos, textos breves e imprevistos, que se conectaran sutilmente unos con los otros, a través de imágenes que tomaran prestados de obras pasadas y que intercambiaran constantemente. Brevedad convertida en vida; letra muerta convertida en renovación. El objetivo era que esos ensayos consiguieran explotar aquello que esas imágenes tuvieran de pensativas; y que ese pensamiento presentado a retazos hubiera culminado en la forma de un libro. No digo que no lo fuera.
No obstante, pasados algunos meses, volcado en varias relecturas, había algo en los ensayos que echaba a faltar: no sabía que hacer con sus desproporciones, con unos conceptos que quedaban más representados que definidos y con unas tramas que había convertido en pinturas mas no en argumentaciones. Me preocupaba entonces por unas ideas sobrantes, aún indefinidas o mal explicadas, que sentía que solo yo comprendía. Sentía que, al pasear por algunos temas y ojear objetos diversos, había hablado de varias cosas –las formas coloniales, mi abyección por la ‘apertura’, mi definición de la ‘sordera’– y estas pronto se habían hecho tangibles, más que como razonamientos, como procedimientos de lectura, maneras intempestivas de pensar y de dispensarme. A media luz, pero también por ciertas prisas propias del género, el ensayo breve, que fustigaba con su estética a mis argumentos, me había apresurado en mi escritura, llegando apenas a exponer de mis tesis un rostro fugitivo.
Me quedaba la cuestión de mostrar esas ideas en otras de sus caras. Me preocupaba entonces la necesidad de enseñarlas. La literatura, sin embargo, ofrece pocas alternativas didácticas; quiero decir que la pedagogía de la literatura ha sido casi siempre un tema que la literatura misma –al menos la ‘alta literatura’– ha evitado, quizá por falta de respuestas, probablemente porque esa pregunta (¿cómo enseñar la literatura?) obliga a pensar en la función social de las obras literarias y, abierta esta caja de pandora, poca probabilidad queda ya de regresar con presteza a las preocupaciones formales que son las que los estetas y los novelistas tanto prefieren. Empero, la interrogación por la instrucción de la literatura se había abierto en mí y, encaminado en esa senda, ya en mitad de la vía, mas sin la compañía de ese selecto club de iniciados, los autores estudiados, los problemas no dejaban de aparecérseme.
En el fondo, se trataba de un asunto de traducción. Y es que, pensar una teoría sobre unos cuentos sería sencillo, bastaría con abstraer, sintetizar, explicitar, encontrar un hilo conductor que permita saltar de uno al otro, resumiendo de refilón en palabras lo que otrora no fueran sino sensaciones, arguyendo una idea como excusa para justificar unas creaciones. Sin embargo, ¿redactar una teoría sobre otras tantas teorías?, ¿cómo se escribe aquello?, ¿cómo se conceptualiza lo que ya originalmente es pensamiento, cómo se sintetizan unos textos que trabajan por sí mismos con abstracciones? Por supuesto, no se puede. El resultado sería un absurdo o un popurrí, una disertación tan ofuscada y metaliteraria que aburriría al mismísimo Javier Cercas.
En cambio, el más laborioso –y laborable– camino fue buscar una práctica, una escritura que enseñara las teorías que había postulado en esos breves ensayos. Ir practicando el ensayo, es decir, convirtiendo el ensayo en algo práctico, acercándolo hacia la práctica de la literatura, hacia su enseñanza, hacia la ejecución de la realidad, ese fue el destino elegido, si no quizá tan bien alcanzado, para ese momento de cierre que se titula ‘El abandono de la experiencia’. En el camino, aparecieron otros tantos interrogantes –¿o, más bien, debería decir conflictos?– sobre los cuales haría mal en adelantar al lector, quien agradecerá la posibilidad de la sorpresa.
Escribir con ejemplos, evitar los conceptos, tal es la magia del ensayo; también, sin embargo, es la muerte del prologuista.