Читать книгу El abandono de la experiencia - Josué Durán H. - Страница 5
ОглавлениеPONER LOS PIES SOBRE LA TIERRA
A menudo, cuando el insomnio me invade, la causa es la preocupación. En esos momentos, pienso en las obligaciones del día siguiente y encuentro en ellas un problema irresoluble. Pero, dado que ese día y ese problema todavía no han llegado, en mi mente, cualquier resolución no escapa de ser sino meras especulaciones. No puedo solucionarlos y, por lo tanto, tampoco puedo dormir. Llegado a este punto, empiezo a sopesar los infortunios que la falta de sueño podría producirme mañana: el hartazgo, la pereza, el desasosiego; y entonces me inquieta que el primer problema que ya se me aparecía irresoluble se viere complicado por mi agotamiento. En seguida, sin embargo, especulo que esta misma preocupación es la que me previene de dormirme; que es debido a ella que al cerrar los ojos mi respiración se agita y mi mente no puede parar. Y, por lo tanto, que esta preocupación es la causa de mi insomnio, de la misma manera que el insomnio es la causa de mi preocupación. Atado a este círculo vicioso, muchas veces, encuentro la salida en una historia: me veo a mi mismo, en algún futuro próximo, relatando mi penuria a cualquier interlocutor. Así, levantándome de pronto algunos palmos sobre la tierra, empiezo a contemplar mi vida como si se tratara de la escena de una película o de algo que alguien me pudiera contar. Con ese sutil procedimiento, pronto la preocupación deja de ser mía.
La literatura tiene a menudo también esta función de escape. Así, en una novela de Ítalo Calvino, El barón rampante, el personaje principal, acaso imitando al gran fabulador, decide un día trepar a la copa de un árbol para escapar de un castigo impuesto por su padre y promete no volver a bajar. Desde allá arriba, dice, puede habitar el mundo sin tener que escuchar lo que tienen para decirle los demás. Mientras tanto, abajo en el suelo, acontece la Historia: la mujer de la que se enamora va y vuelve, llegan los desterrados españoles, Napoleón mismo hace a su ejército marchar. Él, sin embargo, como un lector travieso, no quiere poner los pies en la tierra; antes que vivir una vida monótona y aristocrática, prefiera las aventuras y la velocidad, la altura y la vista privilegiada que esta le ofrece, la levedad.
Acaso otro lector afanado, el protagonista de Nada, la célebre novela de Janne Teller, también decide un día trepar a un árbol para no bajar. En este caso, sin embargo, sus motivos pesan: “Nada importa –dice–. Hace mucho que lo sé. Así que no merece la pena hacer nada. Eso acabo de descifrarlo”. Reduciendo el mundo circundante a una estampita, desde su árbol, Pierre Anthon les recrimina a sus compañeros la futilidad de sus esfuerzos y, lanzándoles piedritas, les increpa a dejar de actuar. Ellos, sin embargo, no se dejan contrariar; reuniendo en una pila los objetos que consideran preciosos, creando así un “montón de significado”, los compañeros de clase de Anthon pretenden demostrarle que su nihilismo está equivocado y que rige sus vidas algún valor de verdad.
En esta búsqueda entre la levedad y el peso, la lectura a veces no parece otra cosa que un intento de duplicar la realidad. Si la realidad es insuficiente, piensa el lector, la vida debe estar en los libros y en sus fórmulas; y, sin embargo, mientras abajo el suelo a veces tiembla y, otras, parece que su árbol está a punto de caer, el lector, que se ha subido a una rama para alcanzar a mirarlo todo en su vastedad, no siempre tiene a quienes le presenten una pila de verdades. Entonces, consternado, desesperado incluso, empieza a cavilar cómo amasar ese “montón de significado” sin tener que abandonar su cometido. Para no tener que poner los pies sobre la tierra, la literatura presenta a menudo un posible escape: el solipsismo.