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Capítulo 1

Los tres movimientos que influyeron en el protestantismo peruano

Las culturas y religiones precolombinas

Antes de la llegada de los conquistadores, había dos civilizaciones grandes en América: el Imperio incaico, que se extendía desde el Ecuador hasta Chile, y el Imperio azteca, el cual abarcaba la mayor parte de México. Ambas civilizaciones habían conquistado a otras y, como consecuencia, en sus religiones se había incorporado a los dioses y cultos de los pueblos subyugados. Los incas introdujeron en su religión los cultos de Tiahuanaco y Chavín, en la sierra, y de Pachacámac y Chimú, en la costa, para mencionar solamente algunos1. A su vez, estas religiones más avanzadas en conjunto se levantaron sobre una base animista que no pudieron desplazar. Según este animismo, el mundo estaba dominado por espíritus que se manifestaban en la tierra, en ciertas plantas, en los manantiales, en los ríos, en las rocas grandes y en los cerros elevados2.

Tanto en el Imperio incaico como entre los aztecas, la religión oficial tenía prioridad sobre los cultos locales. La de los incas, o sea el culto al Sol, tenía tres fines:

1. Apaciguar a los dioses. Para esto, se sacrificaban llamas y otras bestias.

2. Indicar el tiempo de la siembra y cosecha. Para ello, había artefactos que permitían seguir el movimiento del Sol y de las estrellas.

3. Unir y afianzar al estado político. Por eso existía una relación estrecha entre el trono y el altar. Los sacerdotes esparcidos por todas partes del imperio, a través del sumo sacerdote en el Cusco, eran responsables ante el Inca, quien decía ser hijo del Sol.

Tanto en el Perú como en México, se desconocía el individualismo que caracterizaba a la cultura de los conquistadores. Por eso las religiones oficiales no se ocupaban tanto de la salvación individual como de la colectiva. Quizás ello explique el hecho de que las religiones oficiales no hayan podido desplazar el animismo, que sí respondía, en cierto modo, a las necesidades del individuo. Como sea, este animismo infundía un profundo fatalismo en el alma del indio americano.

El gobierno de los incas era excepcional en el sentido de basarse en un sistema no de tributos fijos, sino de trabajos. En tiempos de malas cosechas, se reducían por igual los ingresos del gobierno y los del pueblo3. Todo súbdito debía dedicar parte de su tiempo a labrar terrenos del Inca, el producto de los cuales se destinaba al sostén de este, de sus oficiales y de sus ejércitos. Además, debía dedicar otra porción de su tiempo a cultivar los terrenos del Sol, con cuyos productos se mantenía a los sacerdotes. Por último, los hombres tenían que ayudar a construir las fortificaciones, templos y palacios, y a mantener los caminos y puentes, además de prestar servicio militar. Todas las mujeres tenían que tejer telas para el Inca, los sacerdotes, los oficiales y los guerreros y además ayudar en la labranza de la tierra. A cambio de todo esto, cada familia recibía un terreno para uso propio durante su vida.

El gobierno incaico no conocía el tributo en dinero ni la esclavitud. Sin embargo, no existía la libertad ni había tampoco incentivo para desarrollar un sentido de responsabilidad personal. Los ancianos de cada pueblo o distrito tomaban las decisiones que afectaban la vida local. A su vez, ellos eran responsables ante los oficiales superiores, quienes tomaban las decisiones regionales. Por último, todos eran responsables ante el Inca. Sin la persona de este, todo se habría venido abajo.

El catolicismo español

El catolicismo español fue profundamente influido por la lucha contra los moros, que duró cuatro siglos. Durante los años 205 antes de Cristo hasta 414 después, la Península Ibérica formaba parte del Imperio romano, y durante este período se introdujo el cristianismo. Desde el año 414 hasta el 711, dominaron los bárbaros, pese a lo cual el cristianismo se mantuvo incólume. Cuando los moros invadieron España y ocuparon la mayor parte de la Península en 711, el cristianismo se vio en apuros. Se conservaron intactos unos reinos cristianos menores en el norte, pero en el resto de la Península los cristianos tuvieron que convivir con moros y judíos. Sin embargo, durante casi cuatro siglos hubo una relativa tolerancia y tranquilidad4. A mediados del siglo xi, el movimiento de los monjes reformistas de Cluny en el sur de Francia llegó a prevalecer en la iglesia española5.

Dicho movimiento le impuso a la iglesia una disciplina muy necesaria, pero al mismo tiempo fomentó el fanatismo que posteriormente desembocaría en las cruzadas. En España se enseñaba a los cristianos que el alma de quienes morían en la lucha contra los moros pasaría al Purgatorio, aunque estuviera en ese momento en estado de pecado mortal. Así se desarrolló una “teología de la violencia” igualada sólo en las cruzadas, y la convicción de que se servía a Dios blandiendo la espada y volándoles la cabeza a los moros6. Durante la larga guerra de reconquista, el patriotismo y la religión se unieron de tal forma que el ser español llegó a significar ser católico.

Por fin Granada, el último baluarte de los moros, cayó en enero de 1492. Al mismo tiempo, gracias a las reformas introducidas por el arzobispo Jiménez de Cisneros (1436–1517), la Iglesia Católica en España pudo superar el decaimiento moral y espiritual que en esa época afectaba a casi todo el resto de la iglesia. España llegó a ser una nación sumamente religiosa, como se ve, por el hecho de que la cuarta parte de su población estaba compuesta de monjes o sacerdotes. Sin embargo, se produjeron también algunos aspectos negativos.

a. El entusiasmo religioso se volvió fanatismo y se estableció la Inquisición para detener la apostasía de los judíos y moros convertidos. En 1484 se nombró a Torquemada como Gran Inquisidor.

b. La prolongada lucha contra los moros le impuso al catolicismo español una serie de rasgos musulmanes. El gran filósofo español Unamuno ha dicho que el Cristo popular de España no nació en Belén, sino en alguna parte de África del Norte7. Como consecuencia, el catolicismo español se volvió severo y fatalista.

c. La identificación de Cristo con las aspiraciones colectivas de los españoles, hizo aparecer al Señor como un prisionero de la tierra8. La cruz ya no representaba la victoria de Cristo sobre el pecado, sino su identificación con el dolor humano.

El movimiento misionero evangélico

La Reforma ayudó mucho a restablecer los valores esenciales del cristianismo, pero no tuvo visión misionera. Por eso la Reforma protestante no influyó directamente en América Latina, excepto a través del establecimiento de una colonia de hugonotes en Río de Janeiro en el siglo xvi y de otra holandesa en Pernambuco en el siglo xvii. Ambas colonias fueron de corta duración. Más tarde, muchos luteranos alemanes emigraron a Brasil, Argentina y Chile.

El movimiento pietista del siglo xviii sí tuvo visión misionera, pero para ese entonces quedaban pocos campos desocupados en América Latina. Los moravos establecieron una magnífica obra en la colonia holandesa que hoy se llama Surinam, y en la costa oriental de Nicaragua, la cual estaba desligada del resto del país.

Cuando América Latina se abrió por fin a la influencia externa en el siglo xix, el mayor impulso protestante provino de los Evangelicals anglosajones. Fueron ellos quienes implantaron la obra protestante en este continente. El hecho de que el congreso misionero de Edimburgo de 1910 declarase que América Latina no se consideraría como campo de misiones, impidió que las iglesias protestantes de otras tradiciones emprendieran allí la obra. Así, pues, habrían de ser los Evangelicals quienes consolidarían la obra. Últimamente, el movimiento ecuménico ha procurado establecerse en América Latina, pero el no haber respetado lo suficiente la herencia evangélica de la gran mayoría de las iglesias protestantes latinoamericanas, ha limitado considerablemente su influencia. De lo anterior se desprende que los Evangelicals anglosajones han ejercido una influencia dominante en la obra desde sus inicios hasta el presente, y más que en cualquier otro continente. Es imprescindible, por tanto, estudiar la forma en que esta herencia evangélica se ha desarrollado.

1. Los puritanos

El comienzo del protestantismo en Inglaterra se debió no tanto a razones espirituales como a la discordia que surgió entre el rey Enrique viii y el Papa, lo cual movió al monarca a nacionalizar la iglesia inglesa en el año 1534. En cuanto a la doctrina se refiere, Enrique viii siguió siendo católico hasta la muerte. No fue sino hasta el reinado de su hijo Eduardo vi (1547–1553) cuando se inició una reforma doctrinal, reforma que por razones políticas se suspendió después de la muerte de Eduardo. Posteriormente, debido a la influencia de Calvino, surgió un movimiento que pretendió purificar a la iglesia de sus vestigios católicos, y por eso recibió el nombre de puritanos. El horror que los ingleses siempre le han tenido a cualquier solución extremista impidió que los puritanos alcanzaran su objetivo, pero tampoco fue posible que sus enemigos los expulsaran de la iglesia. Lo que deseaban los puritanos era mantener incólume la autoridad de la Biblia y de la palabra de Cristo frente a la influencia de la tradición. Asimismo, se resistían a la tendencia de basar la salvación tanto en las obras humanas como en la gracia de Dios. Por eso, la cruz ocupaba un lugar tan central en el mensaje de los puritanos; fue en la cruz donde Dios había quitado el pecado.

2. Los metodistas

Para el año 1738, el protestantismo había decaído mucho en Inglaterra. Bajo la influencia del deísmo que aceptaba a Dios como creador inicial, pero negaba su intervención posterior, la religión se había vuelto formal y teórica. Ese mismo año, a Juan Wesley se le conmovió el corazón de una manera extraña y empezó a predicar el nuevo nacimiento. Excluido de los púlpitos por su entusiasmo, comenzó a predicar al aire libre. Como resultado del avivamiento metodista, los Evangelicals añadieron un acento pietista a su herencia, sin asemejarse del todo a los pietistas. Los Evangelicals siempre le han dado más importancia a la doctrina que los pietistas.

3. Los Hermanos Libres

A principios del siglo xix, surgió en el seno de la Iglesia Anglicana un movimiento que protestaba contra la formalidad de la liturgia, la restricción del ministerio a un pequeño grupo de sacerdotes ordenados, la inclusividad de una iglesia que aceptaba como cristianos a todos los que asistían a los cultos y la exclusividad que no buscaba contacto con otras denominaciones. La idea fundamental de J. N. Darby, uno de los fundadores del movimiento, era que la unidad cristiana se experimentaba en la muerte de Cristo que se celebraba en la Santa Cena (Jn 12.32)9. Estas ideas agradaron a los Evangelicals, muchos de los cuales se unieron al nuevo movimiento, pero aun aquellos que permanecieron en sus iglesias fueron influidos. Hudson Taylor, fundador de las llamadas misiones de Fe, era un hermano libre, y es en la obra misionera de los Evangelicals donde se nota más la influencia de las ideas de los Hermanos Libres. Sin embargo, ejercieron también una influencia negativa sobre los Evangelicals. Los Hermanos Libres acentuaban mucho la unidad en la muerte de Cristo, pero no lo suficientemente la unidad en la resurrección a una nueva vida. En parte por esto y en parte por su creciente aislamiento eclesiástico durante la segunda mitad del siglo xix, los Evangelicals perdieron mucho del interés en el aspecto social que los había caracterizado en el tiempo de Wesley y en la primera mitad del siglo xix.

Una breve evaluación de los Evangelicals

El triple énfasis de los Evangelicals sobre el nuevo nacimiento, la autoridad de la Palabra de Dios y la centralidad de la cruz, aparece en el diálogo que tuvo Jesús con Nicodemo en Juan 3.1–15. Nicodemo había preguntado cómo podía ver y entrar al reino de Dios, y Jesús respondió que había que nacer de nuevo (Jn 3.38), aceptar la autoridad de su palabra (Jn 3.11–13) y creer en el Hijo crucificado (Jn 3.14–15, cf. Jn 12.32–33).

Este triple énfasis de los Evangelicals explica que su preocupación principal haya sido la evangelización: cómo entrar ellos mismos en el reino de Dios y cómo ayudar a otros a hacer lo mismo. No se han preocupado en igual medida por la expresión del reino de Dios en este mundo. Sin embargo, a partir de la conferencia mundial en Lausana en 1974, esto ha cambiado.

1 Prescott, William M. History of the Conquest of Peru, vol. i. Londres: 1983, p. 43. Véase también Mason, J. Alden. The Ancient Civilizations of Peru. Londres: 1961, p. 207.

2 Garcilaso de la Vega. Royal Commentaries, Libro i. Londres: Hakluyt Society, 1869, pp. 47, 49ss.

3 Enciclopedia Británica, vol. i. Nueva York-Londres: 1974, p. 855.

4 Bainton, Roland. “Mission in Latin America”. Christian Century, junio 18, 1961.

5 Enciclopedia Británica, vol. 21. Nueva York-Londres: 1963, p. 116.

6 Nelson, Wilton. Vista panorámica de la historia de la Iglesia Católica Romana en América Latina, 1973.

7 Mackay, Juan A. El otro Cristo español. México: Casa Unida de Publicaciones, 1952, pp. 103s.

8 Juan Mackay cita a Unamuno: “Este Cristo de mi tierra es tierra”, ídem, p. 105.

9 Coad, Roy. A History of the Brethren Movement. Londres: 1968, p. 32.

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