Читать книгу El paciente cero eras tú - Juan Carlos Monedero - Страница 5
ОглавлениеPREÁMBULO
No regales ninguna derrota
La dialéctica hegeliana proporcionaría un maravilloso instrumento para tener siempre razón porque permite la interpretación de todas las derrotas como el comienzo de la victoria. Uno de los más bellos ejemplos de este tipo de sofismas se produjo después de 1933, cuando durante casi dos años los comunistas alemanes se negaron a reconocer que la victoria de Hitler había sido una derrota para el Partido Comunista alemán.
Hanna Arendt, Los orígenes del totalitarismo (1951)
La experiencia de nuestra generación: que el capitalismo no morirá de muerte natural.
Walter Benjamin, Libro de los pasajes
Las crisis rompen la normalidad, abren los tarros de las esencias y también la caja de los truenos. Regresan un aroma de muerte y de peligro y activan nuestro cerebro más antiguo. Son momentos en los que tenemos miedo, volvemos a pedir ayuda y también retornamos a organizar la ayuda mutua, que vuelve a ser una posibilidad. Son momentos de expresar obediencia a quien piensas que te puede salvar, y también de trenzar con tus iguales la solidaridad frente a la adversidad. Las crisis son el momento de los aprovechados y también de la comunidad, del grupo, del colectivo, del Estado. Con sus peligros y sus oportunidades.
El Estado es la máquina más perfecta de producir obediencia. Pero, para obedecerle, tiene que hablarnos en un lenguaje que reconozcamos. Incluso en una invasión, como ocurrió en Francia con la ocupación de la Alemania nazi, necesitaron inventarse el Gobierno de Vichy, un gobierno colaboracionista para asegurar la obediencia. No se obedece nunca solamente por la fuerza. Durante la pandemia, no nos hemos quedado confinados solo por el temor a las multas.
Obedecemos, es cierto, por la capacidad del Estado para ejercer la violencia con las armas, las sanciones y la cárcel. Pero también por la responsabilidad última que tiene en lograr la inclusión social (en repartir entre todos los miembros de una sociedad las ventajas de vivir juntos). No es menor la obediencia que se logra gracias a la legitimidad que tengan sus gobernantes, esto es, porque consideramos que tienen derecho a mandar (hoy en día, porque ganan las elecciones). Por último, seguimos el curso de las cosas también por la rutina, que nos hace obedientes, igual que nos hace católicos, futboleros, casados, tatuados, maltratadores, españoles, catalanes, rusos, argentinos, supervivientes, monógamos o adictos al azúcar.
Sólo esa forma de organización que llamamos Estado podía lograr que miles de millones de personas renunciaran a buena parte de sus derechos y se quedaran confinados en sus casas. Porque el Estado es una suma histórica de conflictos y consensos. Porque el Estado usa el poder para manejar el conflicto social en nombre del interés general. Porque el Estado, aunque sea mentira, obra con leyes que hablan a las expectativas del conjunto de la sociedad. Que nos engañen, forma parte del guion. Necesitamos estar juntos y el Estado organiza la convivencia, con cosas reales y también con trucos de magia.
En momentos de crisis, cuando se rompe la rutina, miramos al Estado y esperamos que el gobierno, que es quien lleva la nave, maneje con justicia la coacción, que sus decisiones busquen que las mayorías sigan incluidas en las ventajas sociales, que cumpla las reglas que exigimos a un gobierno para que sea legítimo. El Estado existe porque somos animales sociales. Hemos llegado hasta aquí cooperando y nuestra sabiduría es un depósito del tiempo (la resiliencia es una forma de nombrar lo que siembra el tiempo). Igual que la naturaleza, que es sabia porque tiene en su seno muchas estaciones. Igual que las cosas importantes. La pandemia detuvo el tiempo. Las cosas relevantes para una buena vida siempre necesitan tiempo.
La economía gestiona la escasez, la política gestiona el conflicto, las normas gestionan la desintegración y la cultura gestiona el sentido (en verdad, la falta de sentido). La división del trabajo, el poder, las leyes y normas, la trascendencia son necesidades para que los humanos sigamos juntos. Seguir juntos es la única garantía de seguir vivos. El Estado se ocupa de todas ellas. Y, donde no llega, encarga a la sociedad que haga su parte. En tiempos de crisis, miramos al Estado, y también pensamos en la nación, en los dioses, en la familia, en el despliegue de la conciencia. En las cosas que son más grandes que nosotros y nos dan tranquilidad. Cuidado con las crisis, porque vienen cargadas de promesas y de maldiciones.
El Estado puede poner una vela a Dios y otra al diablo. Es capaz de aplicar un Ingreso Mínimo Universal y de obligar a que los que más tienen más contribuyan. Y también es capaz de dar cobijo a una rebelión de generales, a conspiraciones de jueces o a colocar una parte de su lógica fuera de todo control democrático en eso que vamos llamando deep State. El Estado es capaz de lograr que un país entero se quede en su casa confinado durante meses (¿quién tiene tanto poder?), de señalar el objetivo contra el que dirigir una guerra, de regalar las riquezas del país, de disparar contra el pueblo o de organizar el llanto de toda una nación.
El Estado siempre ha mantenido en los dos últimos siglos esa ambigüedad. Aunque siempre, y esa ha sido su condición invariable, ha servido al sistema económico dominante. Por eso, hoy, el Estado que antes te mataba puede no dejarte vivir. No depende de él. El Estado no es algo con conciencia propia, un ente con una lógica aislada de su entorno. Es una relación social cuyo significado se obtiene en virtud de lo que la sociedad haga con él. Depende de la ciudadanía, que quizá obedezca las órdenes sin rechistar o quizá recuerde que, en democracia, se manda obedeciendo. En tiempos de crisis, pueden chocar el Estado y el gobierno (los militares en EEUU o en Brasil han tenido enfrentamientos con Trump y Bolsonaro), los partidos pueden colaborar con el gobierno o empezar su asalto al poder. La sociedad puede organizarse para ayudar a los más necesitados o convocar caceroladas para debilitar al gobierno. El resultado depende de la correlación de fuerzas, y los Estados, llenos de sesgos y surcos trazados por la Historia, son más amigos de inercias que de innovaciones. Pero quien decide es la correlación de fuerzas. ¿No han cambiado en España las mujeres el delito de violación por su indignación y protesta ante la sentencia primera de la Manada?
En tiempos de crisis se produce un cortocircuito en el Estado y para pilotar la nave no hay otra que activar la dirección manual. Por tanto, la pregunta ahora, que vienen tantas curvas, es: ¿nos ponemos todos, cada cual donde pueda y deba, a los mandos del barco?