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Capítulo III

Ideología y educación

Educación y revolución en el pensamiento de Antonio Gramsci

La pedagogía contemporánea se distingue por el gran número de reduccionismos que en las últimas décadas le han dado una buena parte de su contenido. Uno de los más extendidos es el de reducir la educación a su función social o a su identificación con la política. En este caso se incluyen las pedagogías de origen marxista, algunas de las cuales han cobrado enorme difusión en los más diversos contextos educacionales. El fundamento de la pedagogía marxista está dado por la concepción materialista del mundo y de la historia, tal como la explicitaron Carlos Marx y Federico Engels en sus orígenes, y como posteriormente la interpretó Vladimir Illich Ulianov (Lenin).

Según una conocida expresión de Lenin (Tres fuentes y tres partes integrantes del marxismo) esta concepción se estructuró sobre la consideración crítica de la economía clásica, el socialismo utópico y la ideología alemana. En su explicitación pedagógica influyó decididamente este último aspecto, sobre todo a través de la interpretación hegeliana de la dialéctica, que Marx criticó con especial énfasis. La pedagogía socialista, tal como la entiende Marx, reposa sobre el supuesto de que el hombre puede ser educado por el reflejo de la realidad de una manera ilimitada. Así, el «hombre nuevo» es el resultado de la confluencia del progreso de la materia y el desarrollo del hombre. La sociedad nueva se instaurará ineludiblemente, afirma Marx, como una consecuencia necesaria del cambio de base material o real, cambio que se opera fundamentalmente gracias a la lucha de clases. Marx realiza una buena síntesis de esto en el prólogo de su Contribución a la Critica de la Economía Política.

Lenin introduce una tesis voluntarista a este esquema cuando hace resaltar la acción externa de los intelectuales y reconoce en su obra ¿Qué hacer?, escrita a fines de 1901 y principios de 1902, que la doctrina del socialismo ha surgido de teorías filosóficas, históricas y económicas elaboradas por representantes instruidos de las clases poseedoras, esto es, por los intelectuales. Por su posición social, afirma, también los fundadores del socialismo contemporáneo, Marx y Engels, pertenecían a la intelectualidad burguesa. Lenin advierte que la educación puede ser un arma política de gran eficacia, pero esto implica apartarse ya, en un aspecto importante, del determinismo economicista de Marx. Así en su discurso pronunciado en la conferencia de toda Rusia de las comisiones de educación política de los departamentos de instrucción pública provinciales y distritales, el 5 de noviembre de 1920, sostiene que la tarea fundamental para los trabajadores de la educación y para el partido comunista debe ser ayudar a la enseñanza y educación de las masas trabajadoras para que superen las costumbres y hábitos que han heredado del antiguo régimen. El genio de Lenin lo lleva a reconocer en el mismo discurso que la tarea ideológica es más profunda y poderosa que la militar y la política para vencer la resistencia de los capitalistas.

Producida la revolución de Octubre en Rusia, el comunismo encontró en Makarenko a su primer pedagogo. De la teoría de la revolución del marxismo leninismo se desprende la necesidad de conducir las masas desde arriba y de la educación de la conciencia por la propaganda. De estos principios políticos se dedujeron los de la pedagogía. Antón S. Makarenko (1888–1959) fue seguramente quien elaboró la nueva teoría educativa marxista, buscando la construcción del «hombre nuevo» que responda a los requerimientos de la colectividad a través del trabajo.

Para Makarenko el hombre es objetivo de la educación, no sujeto. Sus «hombres nuevos» no son sino funcionarios de la ideología, que renuncian a su autonomía para volverse dependientes de lo colectivo. Por eso cuando se suicida un alumno en la colonia Gorki, Makarenko piensa en primer lugar en la caída de la producción, tal como lo relata su Poema Pedagógico. El hombre sólo tiene significado en la medida en que está al servicio de la colectividad y sus necesidades vitales. La «fragua de hombre nuevo» será la comuna dividida en colectivos, y sólo allí podrá operarse la ascensión del hombre a las normas objetivas y subjetivas del colectivismo por el trabajo. Esta concepción de la educación y la disciplina de Makarenko será luego calificada por algunos de «estalinista».

Quien sistematizó la pedagogía del llamado «Realismo Social Soviético» fue A. G. Kovaliov. Para éste los principios de la educación comunista se deducen de los vínculos de la educación con la vida, con la práctica de la educación comunista y por el trabajo. Postula como objetivo de la pedagogía soviética la correspondencia de los objetivos de la educación comunista con las necesidades internas del desarrollo de la personalidad humana. El trabajo, afirma, no es únicamente la fuente de los valores materiales y espirituales, sino también como lo expresa Marx, la primera condición de la vida humana.

Estos pedagogos rusos, sin embargo, no llevaron el pensamiento de Lenin hasta sus últimas consecuencias, influenciados seguramente por la rigidez con que los censores soviéticos han considerado los aspectos ideológicos. Las ideas de Lenin sobre el papel de la educación de la conciencia revolucionaria de las masas proletarias fueron desarrolladas de una manera muy original por Antonio Gramsci, quien comprendió el valor del espíritu humano de la lucha revolucionaria. En sus Cuadernos de la Cárcel escribe Gramsci que la humanidad no ha tomado conciencia de su valor por la presión brutal de la necesidad fisiológica, sino gracias a la reflexión inteligente, primero de algunos hombres y después de toda una clase. Esto significa, afirma, que toda revolución ha sido precedida por un intenso trabajo de crítica y de penetración cultural. Entiendo que en Gramsci aparece una concepción que, si bien se apoya en algunas afirmaciones del marxismo originario, es novedosa en su insistencia en que se debe transformar la superestructura ideológica de la sociedad y no esperar el cambio de la infraestructura económica, tal como sostenía Marx. La afirmación de Marx de que el hombre puede ser educado y formado por medio del reflejo de la realidad queda como un mero postulado ideológico.

Antonio Gramsci nació en Cerdeña en enero de 1891, en el seno de una familia pequeño burguesa.67 Su padre, Cicilio Gramsci, era bachiller y había estudiado derecho durante dos años. Se desempeñó como empleado del Registro Civil y su situación económica podía considerarse, a pesar de su precariedad, como afortunada en la economía de subsistencia que caracterizaba entonces a muchas zonas de Italia. Como resultado de la derrota de su partido en las elecciones de 1897 fue perseguido políticamente, y algunas irregularidades administrativas en su trabajo parecen haber dado la oportunidad a sus enemigos para llevarlo a la cárcel por varios años, acusado de desfalco y falsedad de documentos públicos. Antonio Gramsci tenía entonces sólo siete años y las privaciones económicas que tuvo que afrontar con su madre y sus seis hermanos lo marcaron para siempre. Su físico era débil y algo deforme (era jorobado), pero su inteligencia era poderosa y pronto evidenció sus condiciones intelectuales.

Desde 1908 estudió en el colegio Dettori de Cagliari, siempre en medio de grandes privaciones. Como tantos jóvenes sin recursos aspiró a una beca en la Universidad de Turín. Consiguió en los exámenes de ingreso una ubicación bastante buena y fue admitido con otro becario, también sardo, que se distinguiría con él en la política italiana y que sería años más tarde beneficiado con su encarcelamiento: Palmiro Togliatti. Inició Gramsci sus estudios universitarios en la Facultad de Filosofía y Letras de Turín en 1911, donde estudió lingüística y filología. Frecuentó las clases de lingüística de Matteo Bartoli y las de filosofía de Aníbal Pastore. Posiblemente ya en esta época comienza a ser influenciado por las ideas de Antonio Labriola, el primer propagandista italiano de las ideas marxistas, quien propiciaba una adecuación del internacionalismo de Marx a la realidad histórica de Italia (justificó teóricamente la expansión colonial en general y las aspiraciones expansionistas de Italia afirmando que los socialistas no debían ir en contra de los intereses nacionales de su país).68

Lo exiguo del monto de la beca obtenida lo sometió nuevamente a una vida realmente miserable, de debilidad física y crisis nerviosas que logró superar gracias a su gran voluntad. Estas privaciones, su defecto físico, su afectividad malograda (se casó en Rusia y tuvo dos hijos a los que prácticamente no conoció) son aspectos de la vida del comunista sardo que deben ser tenidos en cuenta, pues, como escribe Calderón Bouchet, «Es difícil hacerse una idea completa de Gramsci sin recordar un momento toda su desventura».69

Al mismo tiempo que transcurre su vida universitaria se va formando su mentalidad revolucionaria. Desde fines del siglo pasado Italia había comenzado a industrializarse. Milán se había convertido en un gran centro industrial y financiero y Turín, donde en 1899 comenzó a funcionar la fábrica de automóviles Fiat, se había constituido en el centro del proletariado italiano. En 1914 Gramsci se adhirió al Partido Socialista, pero la guerra dividió al socialismo en dos fracciones antagónicas: el fascismo y el partido Comunista Italiano, que quedó formalmente creado, como escisión del Partido Socialista Italiano, en 1921.

La labor periodística de Gramsci (había escrito su primer trabajo político en 1914),70 a la que algunos consideran un serio intento de reforma intelectual y moral, y sobre todo su consideración de los «consejos de fábrica» desarrollados en Turín llegaron a oídos de Zinoviev, quien informó a Lenin. En junio de 1922 llegó a Moscú, donde conoció a Lenin, Trotski, Stalin, Bujarin (cuyo pensamiento criticará más adelante extensamente), Kamenev y otros. Bajo la dirección de Zinoviev comenzó a trabajar en la Internacional Comunista, para lo cual se trasladó a Viena en 1923. En mayo de 1924 debe volver a Italia, dirigiéndose a Roma para ocupar su banca de diputado para la que había sido elegido en abril de ese año. Tenía entonces treinta y tres años. Ese mismo año fue nombrado Secretario General del Partido Comunista italiano.

A partir de entonces, junto a su actividad parlamentaria se dedica al periodismo político, fundamentalmente en L’Ordine Nuovo, del que ya había sido colaborador. En la cámara de diputados se enfrenta en 1925, a raíz de la discusión de un proyecto de ley contra la masonería, con Mussolini, a quien califica como un hombre «realmente impresionante». Mussolini, por su parte y a diferencia de quienes veían en el sardo a un ser insignificante, lo consideró «un cerebro indudablemente poderoso».

Ya en esta época Gramsci comprende que su situación en la Italia fascista es comprometida. Manda a su esposa a Rusia y se prepara a afrontar las consecuencias de sus actividades revolucionarias. Es detenido el 18 de noviembre de 1926. Acusado de conspiración contra el estado, excitación al odio de clases, instigación a la guerra civil, apología del crimen y propaganda subversiva, fue procesado en Roma del 28 de marzo al 4 de junio de 1928 y condenado a veinte años de cárcel. En julio fue trasladado a la cárcel de Turi, en la provincia de Bari. Conseguido el permiso para tener cuadernos, el 8 de febrero de 1929 comienza sus escritos carcelarios con un plan de trabajo donde ocupa un lugar destacado la problemática de los intelectuales. Por lo que evidencian sus escritos, su situación no le impidió estar al tanto del movimiento intelectual y político de su época. Su acceso a las publicaciones periódicas debe haber sido bastante libre, por la cantidad de títulos que comenta: Corriere della Sera, Civiltá Cattolica (publicación jesuítica a la que recurre constantemente y que le proporciona parte del extenso conocimiento que tenía del catolicismo) Italia Letteraria, Rivista Internazionale di Filosofia del Diritto, etc.

En este período escribe sus Cuadernos de la Cárcel, orientados en gran medida a la crítica de la obra filosófica de Benedetto Croce, a los problemas educacionales y culturales y a diferentes aspectos de la historia de Italia. Estos «Cuadernos» fueron (y son) publicados en forma fragmentada con diversos títulos, algunos puestos por el mismo Gramsci y otros por sus editores, entre los que se destacan El materialismo histórico y la filosofía de Benedetto Croce, Introducción a la filosofía de la praxis, La alternativa pedagógica, Los intelectuales y la organización de la cultura, Notas sobre Maquiavelo, sobre la política y sobre el Estado moderno, etc. Las cartas a sus familiares, amigos y camaradas políticos constituyen también una fuente importante para comprender su pensamiento, en los que abundan los textos referidos a la educación y la cultura.

Estas ediciones fragmentarias, con títulos diferentes que a veces tienen un mismo contenido, y una presunta criptografía carcelaria motivada por el interés de eludir a sus censores a veces dificultan la lectura de Gramsci; pero ello no obstante su pensamiento puede ser seguido sin mayores dificultades.

Por benigna que haya sido su estadía en la cárcel (si es que lo fue), las privaciones que lo acompañaron en la mayor parte de su vida finalmente cobraron su víctima. Apenas había superado la mitad de su condena cuando Gramsci enfermó gravemente. Afectado de tuberculosis doble, hipertensión, gota y otras enfermedades, vivió sus últimos meses de vida bajo libertad vigilada (algunos dicen que había sido liberado ante la certeza de su fin) en una clínica de Formia y murió de hemorragia cerebral en Roma el 27 de abril de 1937, a los cuarenta y seis años de edad.

Como suele ocurrir, sus escritos han sido interpretados según la situación doméstica que dentro de la intelectualidad comunista adopta cada uno de sus comentadores. Así, hay quienes ven en él al renovador del marxismo o al creador de un comunismo más humano. Otros consideran que cuando la revolución de octubre de 1917 señaló en Rusia un nuevo punto de referencia para los socialistas, el pensamiento de Gramsci se configuró sobre modelos soviéticos.

Lo cierto es que el pensamiento de Gramsci ha mantenido su influencia sobre el marxismo contemporáneo. La crítica de Althusser al historicismo marxista es un buen ejemplo de ello. La actualidad de Gramsci se renueva periódicamente en los Congresos de Estudios Gramscianos que se celebran en Cagliari, donde pensadores de diversa procedencia intelectual reconocen la importancia de su pensamiento. No me detendré aquí en su influencia política, ya que esto excede el tema de este trabajo, pero mostraré en los restantes puntos del presente capitulo cómo esta influencia puede ser constatada en otras expresiones del pensamiento pedagógico actual.

La filosofía de la praxis

Si se gusta de los juegos intelectuales, leer a Gramsci puede llegar a ser cautivante. Cuando parece caer en una heterodoxia que le valdría el inconveniente adjetivo de «revisionista» surge la adhesión a las tesis centrales del marxismo–leninismo, aunque se trate de un marxismo que para estar en contacto con los problemas actuales deba mimetizarse en formas equívocas. Gramsci se desinteresó de los aspectos especulativos o «abstractos» del marxismo, acentuando el papel de la praxis entendida como práctica revolucionaria. Sin embargo, su planteo es eminentemente filosófico y aun sus análisis políticos e históricos hay que interpretarlos en este sentido.

La adaptación del marxismo a las circunstancias modernas a la que he hecho referencia Gramsci la encuentra en el leninismo. No abandona el planteo básico de que la estructura económica es aquello sobre lo cual descansa la historia, pero revaloriza el papel del espíritu humano como su causa y resultado. La concepción fatalista de la historia, tal como se presenta en algunos marxistas, como Bujarin, es abandonada por el pensador sardo, para quien los hombres pueden acelerar el proceso dialéctico, acentuar las contradicciones y hacer que la historia tome el sentido más conveniente. Tal vez aquí se manifieste ya la influencia de Croce, para quien lo «vivo» de la filosofía de Hegel es la primacía del pensamiento en la comprensión de la realidad. Esto, aun cuando provenga de un idealista, no repugna la concepción leninista, con la que Gramsci se identifica progresivamente. En efecto, la tesis de Lenin del «socialismo en un solo país» se adecua perfectamente a la intención de Gramsci de presentar un comunismo «a la italiana». Si bien creo que muchos textos de Marx se oponen en mayor o menor medida a esta interpretación, por lo que muchos marxistas creen —o creían— que todas las fases de la evolución capitalista deben producirse de la misma forma en todos los países, otros en cambio la posibilitan, como el prefacio fechado en Londres el 21 de enero de 1882 a la traducción rusa del Manifiesto, donde Marx y Engels se preguntan si la comunidad rural rusa podría pasar directamente a la forma superior de la propiedad colectiva (comunista), sin pasar primero por el mismo proceso de disolución que, para ellos, constituye el desarrollo histórico de Occidente. El conocido texto de Marx en el Prólogo a la Contribución a la crítica de la economía política no ofrece ninguna duda de que para el autor la conciencia humana es un mero reflejo de la base material de la sociedad. Para Gramsci, en cambio, las relaciones sociales no son mecánicas sino activas y conscientes. Los hombres se cambian a sí mismos y se modifican en la medida en que se cambia y se modifica todo el complejo de relaciones de los que son el «centro de anudamiento». Por ello la personalidad histórica de un filósofo, para Gramsci, viene dada por la relación activa entre él y el ambiente cultural que quiere modificar. Por eso, el verdadero filósofo, para el pensador sardo, es el político, esto es, el hombre activo que modifica el ambiente o conjunto de relaciones de que cada individuo forma parte. Si la propia individualidad es el conjunto de estas relaciones, «hacerse una personalidad» significa tomar conciencia de estas relaciones y modificar la propia personalidad significa modificar el conjunto de estas relaciones. Para esto debe afirmar Gramsci que tales relaciones no son simples y siempre necesarias. Algunas son necesarias, escribe, pero otras son voluntarias.

De todo esto surge con claridad la importancia del fundamento antropológico. Gramsci es consciente de ello cuando afirma que la pregunta: ¿qué es el hombre? «... es la primera y principal pregunta de la filosofía».71 Para el comunista de Cerdeña no existe una naturaleza humana inmutable, pues el hombre no es más que el conjunto de las relaciones sociales históricamente determinadas: «La respuesta más satisfactoria es que la “naturaleza humana” es el “conjunto de las relaciones sociales”, porque incluye la idea de devenir; el hombre deviene, cambia continuamente con el cambio de las relaciones sociales y porque niega el “hombre en general”: de hecho, las relaciones sociales son expresadas por diversos grupos de hombres que se presuponen recíprocamente y cuya unidad es dialéctica, no formal».72

El hombre es una formación histórica. Para Gramsci, pensar de otro modo implicaría caer en una forma de trascendencia o de inmanencia. Por eso el monismo que asume no es ni materialista vulgar ni idealista, sino que consiste en la unidad de los contrarios en el acto histórico concreto, en la actividad humana (historia y espíritu) ligada a una cierta «materia» organizada (historificada), a la naturaleza transformada por el hombre. La pregunta por el hombre no es entonces una búsqueda de la esencia humana como punto de partida filosófico, ya que esto sería un residuo metafísico o teológico. El hombre es voluntad concreta, esto es, aplicación efectiva de la voluntad hacia los medios concretos que realizan dicha voluntad. Por eso la propia personalidad se crea dando una orientación determinada a la voluntad; identificando los medios que hacen esta voluntad concreta y determinada y no arbitraria, y contribuyendo a modificar el conjunto de las condiciones que a su vez la realizan o determinan.

De esta manera se logra la disciplina del propio yo interior. La cultura aparece entonces como la conquista de una conciencia superior por la que se llega a comprender el propio valor histórico. Pero, dice Gramsci, «todo esto no puede verificarse por evolución espontánea, por acciones y reacciones independientes de la propia voluntad, como acontece en la naturaleza vegetal y animal, donde cada individuo se selecciona y especifica los propios órganos inconscientemente, por ley fatal de las cosas. El hombre es sobre todo espíritu, es decir, creación histórica, y no naturaleza».73

La acción humana que modifica el ambiente y que al hacerlo modifica al propio sujeto deviene acción política. Se llega así a la unidad entre filosofía y política, entre pensamiento y acción. Esta es la filosofía de la praxis. Todo es política, y la única filosofía es la historia en acto, es decir, la misma vida. Este es el punto central del pensamiento de Gramsci. De la negación de la trascendencia del pensamiento sobre la praxis se deriva que el hombre se realiza a sí mismo actuando en la historia. Por eso su acción adquiere, a su vez, un valor filosófico.

El marxismo se presenta así, en el pensamiento de Gramsci, como la única filosofía porque es la única política, esto es, la única praxis filosófica y por lo tanto humana. De allí su crítica a los que introducen en el marxismo la distinción entre filosofía y política o entre filosofía y ciencia. Gramsci afirma la unidad del marxismo: no existe distancia entre pensamiento y praxis. Los principios de la filosofía marxista son normas de acción, y la acción humana es filosófica en cuanto expresa la verdad histórica.

La diferencia fundamental que existe para este autor entre la filosofía de la praxis y las demás filosofías es que éstas tratan de conciliar intereses opuestos y contradictorios, mientras que la filosofía de la praxis, por el contrario, no tiende a resolver pacíficamente las contradicciones existentes en la historia y en la sociedad: es la historia misma de tales contradicciones. La filosofía no es creación de uno u otro filósofo, de un grupo de intelectuales o de las masas populares. Es una combinación de todos estos elementos que se convierte en norma de acción colectiva. Se comprende, entonces, que Gramsci reconozca que Lenin hizo avanzar la filosofía en la medida en que hizo que avanzara la doctrina y la práctica política de un modo organizado a través del partido comunista.

Las acciones colectivas no quedan libradas al azar, y es al partido político, el «príncipe moderno», al que le corresponde dirigirlas en el sentido de la conveniencia histórica: «El príncipe moderno, el mito– príncipe, no puede ser una persona real, un individuo concreto; sólo puede ser un organismo, un elemento de sociedad complejo en el cual comience a concretarse una voluntad colectiva reconocida y afirmada parcialmente en la acción. Este organismo ya ha sido dado por el desarrollo histórico y es el partido político: la primera célula en la que se resumen los gérmenes de voluntad colectiva que tienden a devenir universales y totales».74 La realización de un aparato hegemónico, en la medida en que crea un nuevo terreno ideológico, determina una reforma de las conciencias y de los modos de conocimiento, crea una nueva concepción del mundo.

Por eso Gramsci se pronuncia en contra de la desviación mecanicista del materialismo soviético representada por Bujarín, que subordina al hombre a la necesidad extrínseca de la materia. Con ello queda planteado el problema de las relaciones entre estructura y superestructura. Al respecto considera que, por un lado, ninguna sociedad se propone tareas para cuya solución no existan ya las condiciones necesarias o no estén al menos en vía de desarrollo; por otro lado, ninguna sociedad desaparece si antes no desarrolló todas las formas de vida que están implícitas en sus relaciones.

Con esto Gramsci no se aparta de Marx en lo substancial. Pero considera que el materialismo histórico mecanicista no considera la posibilidad de error sino que cree que todo acto político está determinado por la estructura de un modo inmediato, como reflejo de una modificación real de la misma, y no como el acto que, si bien determinado por ella, se vuelve revolucionario porque trata de modificarla. Así, uno de los mayores aportes de Gramsci será el de postular el valor del espíritu humano en la lucha revolucionaria, lo que implica reconocer la primacía de la superestructura. «La estructura y las superestructuras, escribe, forman un “bloque histórico”, esto es, el conjunto complejo, contradictorio y discorde de las superestructuras es el reflejo del conjunto de las relaciones sociales de producción. De esto se deduce: que sólo un sistema de ideologías totalizador refleja racionalmente la contradicción de la estructura y representa la existencia de las condiciones objetivas para la inversión de la praxis. Si se forma un grupo social homogéneo al 100 % en lo que a la ideología se refiere, quiere decirse que existen al 100% las premisas para esta inversión, esto es, que lo “racional” es real operativa y actualmente. El razonamiento se basa en la reciprocidad necesaria entre la estructura y la superestructura (reciprocidad que constituye precisamente el proceso dialéctico real)».75

Con esta idea de reciprocidad Gramsci, sin apartarse substancialmente del marxismo «ortodoxo», logra explicar hechos o situaciones que desde una óptica mecanicista resultaban absurdas, al mismo tiempo que da a la revolución mundial un arma de valor incalculable: la primacía del espíritu en el proceso dialéctico. Es así como puede escribir: «Renán, en tanto Renán, no es una consecuencia necesaria del espíritu francés; él es, por relación con este espíritu, un evento original, arbitrario, imprevisible».76 Y en otro texto de mucho valor: «En la discusión entre Roma y Bizancio sobre la procesión del Espíritu Santo sería ridículo fundar en la estructura del Oriente europeo la afirmación de que el Espíritu Santo sólo procede del Padre y en la de Occidente la afirmación de que procede del Padre y del Hijo».77

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