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Eficacia y seguridad de las drogas inteligentes
2.1 ¿Son de verdad eficaces estas sustancias?
El propósito de este libro es describir los beneficios que implica el consumo de cierto tipo de sustancias, las llamadas drogas inteligentes. Sin embargo, antes de seguir adelante hay que advertir que ninguno de estos productos es la panacea universal. Cualquier alimento o vitamina puede ser beneficioso en unos casos y no en otros, e incluso resultar contraproducente en ocasiones. Hay que tener en cuenta que cada organismo es distinto y que lo que para unos constituye una bendición, para otros puede convertirse en un veneno, o simplemente no ejercer acción alguna.
Otro punto importante es que el efecto placebo está siempre presente en la toma de cualquier nutriente o droga. Multitud de experimentos han demostrado que la administración de sustancias desprovistas de cualquier tipo de actividad va seguida de notables cambios en el sujeto si está acompañada de sugestión y de cierto ritual que claramente influye en su psique. Hay muchas personas en las que el simple hecho de mentalizarse de que algo va a hacerles efecto induce a sus organismos a segregar sustancias beneficiosas, responsables de los resultados visibles. Por eso, a veces será difícil distinguir entre lo que puede producir la confianza ciega en que algo funcione y las propiedades reales de la droga en cuestión. El que sean escasos los experimentos a doble ciego con drogas inteligentes dificulta aún más la tarea.
2.2. ¿Son seguras las drogas inteligentes?
Debemos partir del hecho de que ningún alimento, vitamina o producto químico es totalmente seguro, y de que hay personas con alergia o sensibilidad incluso a la más inocua de las plantas. Sin embargo, es cierto que hay sustancias potencialmente más dañinas que otras.
En el caso de las drogas inteligentes, existen pocos estudios sobre sus efectos en usuarios sanos, debido a que pocas instituciones científicas están interesadas en organizar experimentos sistemáticos. Tenemos que reconocer que es cierto que existen pocas investigaciones serias sobre este tipo de sustancias, en comparación con todas las que se realizan con los productos comúnmente prescritos por la clase médica. Éste es uno de los argumentos esgrimidos por los partidarios de las drogas oficiales. Lo que no mencionan es que el número tan bajo de ensayos con nootrópicos se debe a que muchos son sustancias sobre las que no puede existir patente, razón por la cual no hay interés comercial por parte de los laboratorios. No se puede patentar una molécula que existe en la naturaleza, y sí una molécula sintetizada artificialmente. Ésa es una de las razones por las que muchos experimentos con drogas inteligentes han sido realizados gracias a personas e instituciones desinteresadas.
A pesar de ello, creemos no equivocarnos cuando afirmamos que, comparadas con las medicinas más comunes, incluso las drogas inteligentes más fuertes tienen menos efectos secundarios. La mayoría de las veces sus problemas no proceden de ellas en sí, sino de adulteraciones o usos inadecuados. Es bien conocido el caso del triptófano en mal estado, en 1989, y de las personas afectadas por eosinofilia mialgia debido a su consumo. Los problemas sanitarios —y las muertes— que se produjeron no tenían nada que ver con el aminoácido en sí. Sin embargo, a pesar de ello, la Food and Drug Administration estadounidense se apresuró a prohibir su comercialización, casualmente poco antes de salir al mercado el antidepresivo más famoso, la fluoxe-tina, que posee las mismas indicaciones terapéuticas que el trip-tófano, pero con más efectos secundarios.
¿Cómo deben utilizarse las drogas inteligentes a efectos de seguridad? Lo mejor es comenzar –no importa cuál sea el producto— con una dosis baja, inferior a la considerada normal, mantenerla un par de semanas y estar atento a las sensaciones y a los posibles efectos subjetivos. Es recomendable consultar a los que nos rodean si notan cambios en nosotros, si ven que estamos más activos y despiertos. Si hay beneficios evidentes, seguiremos tomando la misma cantidad y aumentaremos la dosis un par de semanas después. Así, lenta y progresivamente, llegaremos a lo que se considera normal. Si por el contrario no sentimos efectos, incrementaremos inmediatamente la cantidad, siempre de manera prudente.
De esta forma, tras varios ensayos —y probablemente algunos errores— llegaremos a conocer la dosis más apropiada para nosotros. No olvidemos que cada persona es distinta, y que la relación cantidad ingerida/efectos beneficiosos muestra una forma de U invertida: aumentar la dosis potencia los efectos, hasta llegar a un punto en el que cualquier incremento no conlleva mejoras y sólo puede resultar perjudicial debido a los efectos secundarios. Recordemos que más no es siempre mejor.
2.3. Las drogas oficiales
Las medicinas comúnmente recetadas, a pesar de toda la base experimental y el respaldo que puedan tener, adolecen de unaserie de problemas que no suelen presentarse en las drogas inteligentes. Las drogas oficiales tienen, como es lógico, aplicaciones beneficiosas, pero el error consiste en creer que lo curan todo sin efectos secundarios importantes, mientras se piensa que las sustancias alternativas son venenos propios de grupos marginales o caprichos extravagantes sin utilidad alguna. Como casi siempre, la virtud reside en el justo medio y la actitud más juiciosa consiste en usar cada cosa a su tiempo y de forma razonable. Por este motivo, lo que señalamos ahora debe ser tomado sólo como una exposición de los efectos secundarios de las sustancias bendecidas y ensalzadas por la medicina oficial, la cual ya se encarga, a través de sus representantes, de estigmatizar todo lo que escapa a sus redes.
Puesto que el objeto de este libro son los productos que actúan sobre el intelecto, dejando de lado de momento las sustancias con acción exclusivamente física, toca ahora hablar de las drogas que la medicina oficial receta para todo lo que concierne a la mente y sus trastornos, los psicofármacos.
La psicofarmacología ha experimentado un gran crecimiento en años recientes, frente al puñado de marcas de sus primeros tiempos, la década de 1950. Los fármacos para trastornos psiquiátricos tienen indicaciones muy diversas. Algunos son adecuados e imprescindibles para tratar ciertas enfermedades, pero otros se prescriben cuando un paciente muestra algún tipo de patología que parece de origen nervioso. En realidad muchas de las visitas a las consultas médicas no tienen una causa fisiológica clara y, tras el diagnóstico «eso es psicológico», se suele recetar un psicofármaco para tapar la dolencia.
2.3.1. Neurolépticos
Los primeros medicamentos de este tipo fueron creados en la década de 1950: los neurolépticos, de gran utilidad paraaliviar a personas con psicosis y esquizofrenia, a quienes les permiten, en muchos casos, llevar una vida casi normal sin necesidad de permanecer internados. La hipótesis aminérgica —la predominante en las neurociencias— postula que la mejora de las condiciones de vida de estos enfermos se debe a que los neurolépticos bloquean la excesiva producción de dopamina en determinadas zonas del cerebro, causa de tales padecimientos.
Ahora bien, lo que mejora las condiciones de vida de ciertas personas puede estar contraindicado para otras, y así alivia sus síntomas, pero les deja sin dopamina, por lo que no se sienten motivados por nada (apatía y abulia), tienden a no realizar actividad alguna, tienen grandes problemas para la creación intelectual y no presentan la normal búsqueda del placer que se da en todos los seres vivos (anhedonismo). Curiosamente, a pesar de su potencial de intoxicación, se suelen dispensar sin necesidad de receta médica, por no considerarse psicotropos peligrosos. Algunos de los más clásicos son la clorpromacina, el haloperidol y el sulpiride, un medicamento prescrito para todo tipo de trastornos psicosomáticos, como problemas digestivos y una larga serie de padecimientos que, por desconocerse su causa, se creen debidos a algún problema psicológico que está motivando una somatización (enfermedad física). Con los más modernos se intentan aminorar los efectos secundarios sobre la neurotransmisión, pero siempre afectan de alguna manera uno u otro proceso relacionado con la dopamina, con lo que se producen los problemas señalados anteriormente.
2.3.2. Benzodiacepinas
Los psicofármacos más utilizados son los tranquilizantes benzodiacepínicos, que han llegado a ser los tranquilizantes por antonomasia por haber desplazado prácticamente a todos los demás fármacos de estas características. Presentan la ventaja de que se necesita una dosis muy grande para que resulten tóxicos. Casi nadie puede suicidarse tomando estos productos, puesto que el estómago se rebelaría ante tal cantidad de pastillas, si bien es cierto que el alcohol potencia sus efectos y que su asociación sí puede ser fatal en algunos casos.
Se recetan para problemas muy diversos, desde un dolor de cervicales que se achaca a un origen psicógeno, hasta los ataques de pánico. Son, probablemente, después del alcohol, el tabaco y el café, las drogas con mayor cantidad de adictos (permítasenos utilizar el lenguaje de gobernantes y personal a su servicio). Dejar de tomarlas después de largo tiempo de uso producirá un síndrome de abstinencia más suave que el del alcohol, pero más fuerte, en la mayoría de los casos, que el de la heroína. La persona a la que le son recetados suele sentir, en los primeros días, una especie de paz desconocida para ella. Después se toman, no para sentirse bien, sino porque el no tomarlos implica sentirse mal.
Los efectos a la hora de rendir intelectualmente consisten, sobre todo, en una dificultad progresiva para recordar cosas (amnesia), en una ralentización de los reflejos, en un embotamiento generalizado y en una indiferencia emocional que al principio es deseada, pero que luego pasa factura, ya que se recuerdan mejor los conocimientos y hechos a los que va asociado algún sentimiento: si nuestra emotividad está bloqueada, se pierde el incentivo a la hora de recordar cosas por asociación.
Hay muchas presentaciones en la farmacología española. Las diferencias consisten, principalmente, en la duración de sus efectos. Aquellas cuya acción se prolonga alrededor de 24 horas se recetan para la ansiedad y trastornos parecidos, y son quizá las menos perjudiciales. Las que tienen un tiempo de vida medio —como la benzodiacepina común, el diacepam, y otras similares—, tienen las mismas indicaciones, con menor duración ansiolítica. Las que poseen una duración más corta y un comienzo más fuerte en sus efectos se prescriben para el insomnio. Otras, más suaves y con menor acción sobre el sistema nervioso central, se comercializan como relajantes musculares.
Todas ellas deberían ser utilizadas sólo durante cortos períodos de tiempo y cuando sean totalmente necesarias, ya que el rendimiento intelectual desminuye considerablemente mien-tras se están tomando, aparte de otros posibles problemas de salud, como somnolencia, sequedad de boca, vértigos y depresión respiratoria.
2.3.3. Antidepresivos
Junto a las benzodiacepinas, los psicofármacos más utilizados son los antidepresivos. Existen varios tipos de productos contra la depresión:
1. Los IMAO, inhibidores de la monoaminooxidasa, enzima que destruye los neurotransmisores una vez han cumplido su función. Estos fármacos consiguen que su acción no sea excesiva.
2. Los tricíclicos. Bloquean las bombas de reabsorción de los neurotransmisores serotonina y noradrenalina, con lo que se consigue un mayor tiempo de contacto con los receptores.
3. Los ISRS (inhibidores selectivos de la recaptación de la serotonina) actúan sólo sobre este neurotransmisor, el implicado en la mayoría de las depresiones. También hay productos que inhiben la recaptación de la serotonina y la noradrenalina al mismo tiempo; pero los más usados, tanto que han llegado a ser los antidepresivos por antonomasia, son los que afectan a la serotonina.
Los antidepresivos son anticolinérgicos, es decir, dificultan la acción de la acetilcolina, el neurotransmisor encargado de la concentración, memoria, relajación, etc. Algunos de ellos pueden originar ansiedad, por lo que será más difícil aún concentrarnos. Otros provocan sedación y somnolencia, por lo que tampoco son demasiado beneficiosos. Todos pueden producir una desensibilización e incluso destrucción de los receptores de los neurotransmisores, y cuesta bastante dejar de tomarlos después de un largo período de uso. Algunos estudios indican que esos receptores vuelven a la normalidad con el tiempo, mientras que otros afirman lo contrario, así que no se conoce todavía el daño que pueden causar a largo plazo: si se aumenta el tiempo de contacto entre un neurotransmisor y sus receptores, éstos se acomodarán a la nueva situación y tenderán a la baja. Además, la toma de un antidepresivo no hace nada por aumentar la producción del neurotransmisor al que afecta, por lo que, si se su-prime tras un cierto período de uso, nos podemos encontrar ante un verdadero desastre neuronal.
Otro efecto secundario bastante molesto es una especie de bloqueo emocional, que es lo que se busca al principio, pero que después resulta perjudicial. Este problema se une a la pérdida de sensibilidad en todos los sentidos, lo cual puede producir problemas sexuales en los varones, con eyaculación retardada y/o impotencia.