Читать книгу Crecimiento y empleo - Juan Francisco Jimeno - Страница 8
El autor
ОглавлениеEmpecé mis estudios de Economía a finales de los años setenta, cuando todavía las respuestas de los libros de texto y de los profesores de Economía a la pregunta sobre cuánto crecimiento del PIB es necesario para crear empleo estaban en un rango del 3%-4%. Desde principios de los años noventa he desarrollado mi carrera profesional como investigador y profesor de Economía, primero en ámbitos académicos, y posteriormente, desde 2004, en una institución con responsabilidades en política económica. En ambas posiciones he estado siempre al tanto de las discusiones sobre cuestiones económicas que se desarrollaban en ambientes políticos y de cómo dichas discusiones se han transmitido a la opinión pública.
El principal responsable de mi exposición a las discusiones económicas en ámbitos no académicos fue Luis Toharia, uno de los pioneros de la investigación y de la divulgación de la economía laboral en España, tristemente fallecido cuando más necesario era que siguiera contribuyendo a resolver los problemas del mercado laboral.2 Luis guio los inicios de mi carrera profesional y me inculcó la necesidad de abordar las discusiones sobre cuestiones laborales desde el análisis de los datos. Aparte de ser un profesor magnífico, un mentor generoso y un colega excelente, estuvo principalmente activo en el asesoramiento de instituciones públicas y permitió que sus estudiantes participaran en pie de igualdad en la preparación y el desarrollo de dicha tarea.
Otro responsable ha sido Olivier Blanchard, director de mi tesis doctoral en Economía a finales de los años ochenta, que me confirmó en la creencia de que el estudio de la economía solo tiene sentido si se realiza como disciplina científica y con el objetivo de interpretar la realidad y mejorarla, lo que solo es posible desde el conocimiento basado en la coherencia lógica y en el análisis de los datos a partir de técnicas estadísticas y econométricas capaces de desenmascarar lo que una simple relación de sucesos no puede desvelar. También me enseñó que, para esa tarea, ayuda el hecho de mantener una mente abierta, inquisitiva y absorbente, y que la ideología y el gusto por las «guerras de religión» desgastan y no llevan a ninguna parte.3
La exposición directa, intensiva y simultánea a la economía laboral, la macroeconomía, la investigación académica y las discusiones sobre política económica me ha causado algunos inconvenientes. Uno de ellos es que frecuentemente me he sentido como un pescador en el lado equivocado del estanque. No he encajado totalmente entre los economistas laborales, donde mi perfil de «macroeconomista» o de «banquero central» resultaba a veces algo extraño; tampoco entre los macroeconomistas, donde era frecuentemente visto como un economista laboral demasiado preocupado por cuestiones institucionales. En ámbitos académicos, a veces, no se valora suficientemente la exposición a los debates en ámbitos públicos y políticos y la participación en los mismos. Y en las instituciones de política económica, los académicos e investigadores son frecuentemente minusvalorados y despreciados por preocuparse en exceso por cuestiones abstractas y teóricas demasiado alejadas de la realidad.
A pesar de todo ello, mi experiencia laboral en instituciones con responsabilidades de política económica ha resultado especialmente enriquecedora, aunque solo en unas pocas dimensiones, que no incluyen las que la mayoría de la gente considera como las más gratificantes. Una de ellas es que la combinación de habilidades y experiencia que he adquirido a lo largo de los años también me ha proporcionado algunas ventajas. En las discusiones sobre cuestiones de política económica, creo percibir con cierta claridad cuándo se olvida la coherencia impuesta por el análisis lógico, lo cual ocurre con demasiada frecuencia. También creo tener alguna sensibilidad ante macroeconomistas que simplifican en demasía sus análisis económicos, hasta el punto de resultar irrelevantes para abordar cuestiones sociales que preocupan a los ciudadanos. Cuando estoy con economistas académicos algunas veces me sorprende su desdén por la realidad y la ingenuidad con la que pretenden que sus conclusiones teóricas sean trasladables al mundo real. Y cuando estoy en ámbitos políticos, me resulta muy inquietante el atrevimiento y la soberbia de aquellos que, sin ningún tipo de conocimiento, imponen sus puntos de vista sin dejar lugar al más mínimo debate.