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INTRODUCCIÓN

Era una mañana fría de enero, cuando tras visitar el Monasterio de Guadalupe y postrarme en el camarín de la Virgen, sentí el deseo de conocer cómo era la patria chica de aquel hombre sobre el que había comenzado a escribir una novela. Pensaba en su visita a esa misma capilla, casi quinientos años antes que yo. Enfilé la carretera y al cabo de unas horas llegué a Medellín. Me encontré un pueblo tranquilo, silencioso, apenas había gentes por sus calles. Al desembocar en la plaza donde se hallaba su estatua sentí una honda emoción. Estábamos solos los dos. Frente a frente. Él con su historia y yo con mis sueños de escritor. Él supo conquistar lo que su mente le había forjado y triunfar, yo apenas había empezado a esbozar esa idea de plasmar en un libro la vida de este hombre que, para muchos, era la mayor gloria de España, pero, para otros, se trataba del gran olvidado.

Al recorrer las callejas de Medellín, la tranquilidad del pueblo despertó en mis sentidos como había sido el caminar de Hernán Cortés por aquellos rincones. Sentí por mis venas el aliento de su alma que vagabundeaba por la comarca. Por allí había corrido, había jugado con amigos que más tarde se convirtieron en compañeros de fatiga. Sin lugar a duda, allí había vivido aquel niño que luego al convertirse en un hombre logró una conquista que asombró al mundo. Ya no está la casona donde nació y vivió ajeno a su futuro, pero allí debía de encontrarse la esencia del hombre que aspiró a todo y lo consiguió. Yo solo aspiraba a algo de lo que él desprendía.

Toda su vida había sido como una gran aventura. La lucha contra sus sueños fue constante, los persiguió con fe y tesón y al final de su vida alcanzó todo lo que se había propuesto. En la antigua Roma habría alcanzado la «virtus» por su valentía y después la «dignitas», que era la compensación a sus hazañas. Pero no así en España, en la que tuvo que soportar, alguna vez que otra, las dudas sobre si sus conquistas eran merecedoras de esos honores que reclamaba.

La historia de este hombre encajaba en la película perfecta. El héroe era también el galán que enamoraba a las mujeres y, a la vez, el capitán intrépido y valiente que sobresalía en todas las batallas. Pero no todo había de ser una vida feliz y primorosa. En los años finales de su vida las reclamaciones a la Corona y sus inquinas con la nobleza castellana le amargaron un poco. Eran esos años en los que tenía que haber recogido los frutos de esa cosecha tan grandiosa que había obtenido para su patria y disfrutar de ellos con los honores correspondientes, pero he aquí los caprichos del destino. Cuando terminan sus sufrimientos de las batallas, sus agonías ante la muerte, a la que vio de frente en innumerables ocasiones, se encontró con la lucha burocrática, en la que nunca tuvo un trato justo; siempre peleó en desventaja. Los envidiosos de turno, que eran muchos, le pusieron todas las trabas y palos en su camino para que no pudiera disfrutar de la gloria que había alcanzado. Algo muy típico y original entre los españoles que abrazamos la envidia denigrando la grandeza de lo nuestro para alabar sin miramiento lo ajeno.

Cortés, como los héroes clásicos, superó todas las dificultades que se le presentaron. Durmió en lugares despoblados, entre lagunas y montes. A veces sin techo donde guarecerse de la lluvia. Soportado los ataques de los mosquitos y toda clase de alimañas. Abrió caminos donde antes no los había. Sus vivencias por las tierras del nuevo mundo le trajeron muchos sinsabores, pero a todos ellos se amoldó y supo ganar la partida, en un envite final, que arrojó el mejor premio que jamás un jugador había soñado obtener.

Si en algo también destacó fue en el amor. Hernán Cortés amó mucho. Sus conquistas amorosas fueron innumerables, aunque solo se tengan noticias de unas cuantas. Cinco o seis mujeres aparecen en la historia de este conquistador. Dos esposas y algunas más conocidas, pero ocultas en el fondo de su vida se encuentran muchas mujeres no mencionadas en la historia. Amó a castellanas, indias, mestizas y mexicas. No puso nunca ningún reparo al corazón de una mujer, fuese de la raza que fuese, el suyo siempre estaba abierto para todas ellas. Puede pensarse que en aquel hombre había dos personalidades: la del amante, dulce y tierno, y la del soldado, inflexible y cruel, en algunos instantes, hasta el final.

Amén de infinidades de biografías en las que se relatan sus correrías por el nuevo mundo, Hernán Cortés dejó constancia de ellas en sus cartas al rey. Muy pocos personajes de la historia habían dejado constancia de sus actos. Durante el devenir de la historia, multitud figuras notables consiguieron conquistas importantes, las cuales llegaron a nuestros conocimientos por las escrituras de personas ajenas a esas conquistas. Las memorias de algunos de estos fueron relatadas por conocidos, otras se recogieron en las escuchas de los que rodean al personaje y, algunas, con el paso del tiempo, recopilando datos.

Pero existen algunos que ellos mismos escribieron sus memorias, hazañas, incluso los errores, y nos dejaron detalles exactos de los momentos en los que la historia se detuvo junto a él para dejar constancia de lo que ocurrió realmente, escritos sin injerencias ni alteraciones de la verdad. Estaba claro que era su verdad, pero esa verdad es también la verdad del vencedor, la verdad de la historia.

En las memorias de los conquistadores, hay que remontarse a la antigüedad para encontrar a un conquistador que narrase sus hazañas de su propia mano. Me refiero a Julio César, quien desde el año 58 a. C. al 51 a. C. participó en la ocupación del territorio de los pueblos bárbaros del centro de Europa y escribió su Comentario a las guerras de las Galias.

Julio César fue un general romano que en su enfrentamiento con los pueblos bárbaros demostró una superioridad táctica y logística que desbarató todo intento de victoria de los que poblaban el centro de Europa durante esos años. Conquistó muchos territorios para engrandecimiento del Imperio romano que dominaba todo el mundo conocido.

En el año 52 a. C., tras la batalla de Alesia, en la que el genial general realizó una de las gestas militares más sobresaliente, Julio César daba por finalizada la campaña de las Galias, y escribió sus comentarios sobre estas. Escritas, todas ellas en tercera persona, como si él hubiese sido un personaje ajeno al hecho histórico. Se presenta como un espectador que ha contemplado aquellas batallas desde la lejanía, mirando el horizonte y narrando las peripecias de su ejército con todo rigor.

Unos cientos de años después apareció en Europa otro hombre que escribió sus memorias sobre su vida en las guerras y conquistas en las que participó. Este otro personaje es Napoleón, el cual encumbró a Francia al poder más alto del mundo. Polémico y controvertido, pero no por ello un hombre lleno de talento militar, su visión del mundo le condujo a la ruina de las conquistas que había realizado.

Pero antes de la llegada de Napoleón, apareció el personaje que nos ocupa, que no llegó a alcanzar la fama de los anteriores, no por méritos, ya que los igualaba o alcanzaba en dificultad, pero los honores en la vida a veces son repartidos con mucha ligereza y otras veces negados por cuestiones que la vida, pasados unos años, no llegamos a comprender.

Este personaje era Hernán Cortés Monroy, el cual, además de realizar la campaña militar más extraordinaria que un conquistador sueña en realizar: conquistar un imperio con un puñado de soldados, enfrentándose a miles de fieros guerreros; lo conquistó, lo pacificó y lo convirtió en un nuevo territorio de la Corona. Quizás la diferencia con los anteriores radica en eso. Él conquisto un imperio para su rey. Él estaba al servicio de un monarca, mientras que Julio César conquistaba para una Roma republicana y para su prestigio futuro, o Napoleón para la gloria de Francia y la suya propia.

Además de ello, nos dejó constancia de los hechos que ocurrían escribiendo sus relatos. Unas cartas magníficas que envió a su rey en las que fue detallando todos los pormenores de esa conquista, campaña a campaña.

La primera carta-relación la envió Hernán Cortés a la reina doña Juana y a su hijo el rey Carlos I. Fue enviada desde la Villa Rica de la Veracruz el 10 de julio de 1519.

En ella cuenta lo acaecido en los primeros años de sus andanzas por la isla de Cuba y las primeras expediciones a las tierras del Yucatán y los territorios del Imperio mexica, por aquellos tiempos, unas tierras desconocidas para todos los españoles.

Cortés narra la creación de la ciudad de la Villa Rica de la Veracruz, algo atrevido, ya que se encuentra en un mundo al que no conoce. Pide los plenos poderes para dicha ciudad, ya emancipada del Gobierno de Cuba. La Villa Rica de la Veracruz es la primera ciudad que se creaba en ese imperio desconocido hasta ese momento.

La carta-relación fue entregada a la corte a principio de abril de 1520 en Valladolid por los procuradores, que el Cabildo de la recién creada población en Veracruz había elegido como portadores a Alonso Puerto Carrero y Francisco de Montejo.

La segunda carta-relación fue escrita el 30 de octubre de 1520, en la recién fundada ciudad de Segura de la Frontera, en territorio mexica y enviada al emperador Carlos V. Fue presentada en la corte por Alonso de Mendoza, despachado de los territorios de la Nueva España el 5 de marzo de 1521.

En dicha epístola, el capitán Cortés continúa con la narración de los hechos ocurridos en el inicio de la campaña y sus avances por el imperio mexica, allá por 1520.

La tercera carta-relación la escribió Hernán Cortés el 15 de mayo de 1522 en la ciudad de Coyoacán, donde había decidido instalar su cuartel general, debido a la destrucción de Tenochtitlán y a la gran mortandad que en ella se había producido.

Cortés prosigue con la narración de las operaciones militares para la conquista de la capital del Imperio mexica. Narra la destrucción de Tenochtitlán y el final de la conquista. Las nuevas tierras de aquellas indias desconocidas son ofrecidas al rey de España.

La cuarta carta-relación, fechada el 15 de octubre de 1524 a su majestad el emperador Carlos V, fue escrita en Tenochtitlán, una vez apaciguado y conquistado todo el territorio mexica. En ella refiere sus actos como gobernante y organizador de aquel territorio; algo que le producían más dolores de cabeza que la propia conquista.

Y la quinta y última fue manuscrita en Tenochtitlán y enviada al emperador el 3 de septiembre de 1526, a través de un criado suyo llamado Domingo de Medina, en la cual le explica a su rey los acontecimientos que ocurren en el gran dominio que él había conseguido para la Corona española. Asimismo, relata las peripecias de la expedición a Las Hibueras (Honduras), en la que una vez más, la enfermedad puso en peligro su vida.

A través de estas epístolas, Hernán Cortés nos va contando cómo fue tejiendo los hilos de esa gran empresa, hasta conseguir uno de los logros más grandes que la humanidad ha visto. Gracias a ellas se pueden seguir, paso a paso, los acontecimientos que ocurrieron en la expedición de hombres que, guiados por su ambición, escribieron una de las páginas militares más brillantes del mundo.

No cabe la menor duda de que ese puñado de hombres, valientes o insensatos, al mando de su capitán, decidieron marchar hacia la ciudad de Tenochtitlán, guiados por su fe o por su ambición. Lo que ocurrió después entra en la epopeya y en los anales de las mejores tácticas militares. No sabemos cómo Hernán Cortés, que no era un militar de grandes conocimientos de la guerra, ni era un soldado con gran experiencia, pudo llevar a buen fin la empresa. Solo nos cabe pensar que su fe le guio por aquellas tierras y le protegió hasta el logro de sus objetivos.

Es evidente que el hombre estaba protegido por una mano divina, puesto que la muerte estuvo muchas veces a su lado, sin embargo, él conseguía mantenerse con vida, hasta alcanzar que esta se apagase de forma natural y a una edad avanzada para la época. Su fe, sobre todo en la Santísima Virgen, la cual le llevó oculto en el manto, le orientó para conseguir con buen fin ese logro.

Los hechos históricos narrados en la siguiente novela están inscritos dentro de la historia que Hernán Cortés escribió en sus cartas-relación, mientras que los puramente especulativos son productos de la ficción, como escritor me he permitido la libertad de crear algunos personajes y diálogos para rellenar esos oscuros pasajes en su vida, de los que no dejó constancia en ningún lugar.

Hoy apenas recordamos esos hechos. Nadie quiere mencionarlos, sentimos como vergüenza oculta lo que conseguimos y cómo lo conseguimos. Un velo oscuro oculta la gloria de haber alcanzado aquellos logros militares escudados en unos derechos de unos pobladores que, a su vez, eran invasores y tiranos, los cuales aún se sienten con derecho a exigirnos la reparación de aquellos hechos, como si la Historia, dentro de su contexto, entendiera de perdones o disculpas. Si hubiésemos de pedir reparaciones a todas las invasiones o atropellos que han existido en el mundo, no creo que hubiese papel para escribir la relación de los agravios que todos los pueblos, a través de las épocas, han sufrido o han provocado.

Todas las épocas nos muestran que los hombres han avanzado hacia la civilización a través del saber y las armas.

Con esas conquistas los soldados castellanos llevaron a esos territorios todos los conocimientos que la Europa medieval había alcanzado, chocando frontalmente con los conocimientos de los naturales, ricos en algunos temas, pero anclados en la noche de los tiempos en otros. Se introdujeron semillas y frutos desconocidos en aquellas tierras, así como cultivos nuevos e instrumentos técnicos en el nuevo mundo. A su vez, importamos nuevos productos que llegaron a la Europa vieja renaciendo los conocimientos sobre los alimentos.

Sin la conquista, habrían sido necesarios muchos años de esperas para que estos conocimientos fuesen puestos a disposición de aquellos pueblos que habían sido conquistados, que no dudo de que habrían llegado. El mundo era muy grande, pero al mismo tiempo se fue haciendo cada vez más pequeño. Así había ocurrido en otros lugares y en otras guerras.

Es reconocida las luchas encarnizadas que España mantuvo con el invasor árabe durante casi ochocientos años, no obstante, también es reconocida la gran aportación a nuestros conocimientos que nos dejó esa cultura. Ellos aportaron a nuestro conocimiento los avances en el saber de todos los terrenos. Durante muchos siglos los cristianos supieron convivir con los invasores árabes, la España cristiana supo asimilar los conocimientos de los invasores para su riqueza cultural que llegaron a ser importantes para el desarrollo de nuestra cultura. Llegando a convivir las culturas árabes, cristiana y judías en una Toledo universal para las ciencias.

Hoy es tiempo ya de reconocer los méritos de aquel gran soldado, invasor o conquistador, llamadlo como queráis, de recibir los reconocimientos, por su aportación a la cultura del Imperio mexica que un día, muy lejano ya, caminaba por una senda, estrecha y oscura. Con él llegó la luz del conocimiento que imperaba en una Europa que había salido de la oscuridad de la Edad Media y aportaba al mundo la revolución que se estaban produciendo en todos los terrenos del saber. Llevó la lengua, rica en cultura. También la fe cristiana a todos los pueblos que la aceptaron con amor, y el camino se ensanchó para que se acercaran a los logros del conocimiento que imperaban en Europa.

Hernán Cortés, el hijo de Quetzalcoatl

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