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Introducción

De qué trata este libro

Este estudio aborda la situación y la historia reciente de los trabajadores agrícolas pampeanos entre la década de 1970 y nuestros días. Se trata nada más y nada menos que de los hombres que cultivaron el suelo, aplicaron los agroquímicos, y levantaron las cosechas récord de la expansión productiva más importante de la agricultura en la región desde principios del siglo pasado. Sin embargo, a pesar de su importancia crucial para el agro y para la economía nacional, hemos sabido poco y nada durante estos años acerca de quiénes son estos asalariados rurales tan esquivos a la visibilidad social. Ciertamente, hace décadas que la mayor parte de los argentinos vivimos en grandes ciudades y no nos topamos cotidianamente con ninguno de ellos. Apenas podemos divisar alguno de estos operarios si, mientras manejamos por las rutas, con paciencia y prestando atención, los distinguimos en medio de un campo, realizando sus quehaceres, sobre todo en épocas de cosecha. Ni siquiera es tan fácil contactarlos en las ciudades o pueblos donde viven, aunque sus localidades giren en torno a actividades agropecuarias o relacionadas a ellas. Se trata, en efecto, de muy pocos hombres que apenas si están allí. Y en esto consiste, precisamente, parte de su dramática invisibilidad social: en que casi nadie pude ver nunca ni directamente quiénes son, qué hacen, cómo viven, ni mucho menos qué sienten o piensan.

La otra parte de su invisibilidad se vincula —valga la redundancia— con un problema de punto de vista. De hecho, sobre la base de la ausencia de un contacto directo con esa realidad obrero-rural, nuestro vacío de conceptualizaciones acerca de ella se nutre a través de imágenes sustitutas, provistas —entre otros— por medios masivos de comunicación a los que los empresarios agropecuarios tienen acceso preferencial, a la vez que son destinatarios de buena parte de las publicidades que desde allí se difunden. Todo eso redunda en una saturación de representaciones de un “campo” homogéneo donde sólo hay “productores”, y en ellas —vehiculizadas en avisos radiales, spots televisivos, notas en los diarios de mayor tirada, suplementos, revistas especiales, exposiciones, simposios, artículos académicos y hasta libros enteros—, las diversas figuras del capital agrario devienen en los artífices encomiables del milagro productivo pampeano: espíritus emprendedores de agricultores “de punta”; prominentes inversores agropecuarios —como fideicomisos o pools de siembra—; renovados grandes propietarios o flamantes tomadores de tierras; consorcios importadores y fabricantes locales de tecnología mecánica y bioquímica; y hasta viejos chacareros y contratistas que —finalmente— se asumieron verdaderos empresarios del agro. Pero a menos que estemos frente a un capitalismo agrario sin obreros, no parece probable que esos grandes propietarios, tomadores de tierras, ejecutivos, o accionistas, sean capaces de sembrar, laborar y cosechar por sí mismos los cientos de miles de hectáreas que controlan en distintas zonas del país. En estas representaciones, entonces, faltan los hombres que sí lo hacen.

Desde las ciencias sociales, existe y aún está en desarrollo toda una historiografía sobre los peones que ocuparon esos mismos roles en esta misma zona del país a principios del siglo XX, durante la primera gran expansión agrícola (Pianetto, 1984; Bayer, 1986; Ansaldi et al 1993; Korzeniewicz, 1993; Sartelli, 1994 y 1997; Ascolani, 2009; Volkind, 2009a y 2010). Pero esta línea de trabajo quedó discontinuada en el tiempo. El traslado del grueso de la masa proletaria y su conflictividad a las ciudades durante los años ‘30 y ‘40 atrapó la atención de la mayoría de las investigaciones historiográficas sobre el movimiento obrero de ahí en adelante. Mientras tanto, salvo algunas excepciones (Mascali, 1986; Luparia, 1973; Viñas, 1973) para la vasta producción de la historia agraria, luego de la posguerra los sujetos sociales del agro pampeano se redujeron a variantes de agricultores familiares, chacareros o grandes empresarios de distinta índole. Como consecuencia, la historiografía sólo ofrece piezas sueltas sobre el devenir de los trabajadores en las pampas después de los años ’50.

Por otro lado, en los últimos años las indagaciones sociológicas sobre los asalariados rurales han crecido muchísimo en cantidad y en profundidad. No obstante, hubo pocas dedicadas al estudio de los que se abocaron al cultivo de maíz, trigo o soja. La mayoría se enfocó sobre otros territorios y cultivos, tales como la yerba, la caña de azúcar, el tabaco, el limón u otras frutas de exportación (Aparicio y Benencia, 1997 y 2001; Bendini y Radonich, 1999; Giarraca et al, 2000; Diez, 2009; Rau et al 2011; Steimbreger et al, 2012), así como en los de producciones pampeanas intensivas -como arándanos o cítricos entrerrianos-, o los de los cinturones hortícolas periurbanos (Benencia y Quaranta, 2005; Craviotti et al 2008; García y Lemmi, 2011; Jordán, 2014). Es decir, casos donde todavía -o hasta hace poco tiempo-, siguieron concentrándose obreros en cierto número para realizar tareas de tipo manual, y donde es más frecuente el conflicto manifiesto.

Las últimas referencias detalladas sobre obreros pampeanos dedicados a cereales datan de hace más de treinta años y fueron desarrolladas por Korinfeld (1981). Desde entonces, ellos quedaron mezclados con otros asalariados rurales en el marco de estudios más generales, de corte estructural y de base estadística (Gallo Mendoza y Tadeo, 1964; Bisio y Forni, 1977; Forni et al 1984; Ekboir et al, 1990; Neiman et al 2001; Neiman et al 2003; Benencia y Quaranta, 2006; Neiman et al, 2010; Quaranta, 2010; Baudrón y Gerardi, 2003; Neiman et al, 2006; Rau, 2010).

Parte de las preguntas básicas que intentó responder esta investigación, entonces, fueron quiénes son —en sentido amplio— esos hombres que hacen girar una de las ruedas maestras de la economía argentina; cuál es concretamente su rol en la producción de las cosechas récord; qué parte de la riqueza que generan queda en sus manos; cuáles son sus condiciones de trabajo y el modo de vida que llevan; en qué cambiaron sus quehaceres y su cotidianidad fruto de los cambios sociales y tecnológicos que lograron instalar los empresarios los últimos veinte años; cuándo y por qué dejaron de ser parte distinguible de los sectores del movimiento obrero o de las luchas agrarias de la zona pampeana; a través de qué otras formas canalizaron sus descontentos; qué luchas sí emprendieron y cuáles fueron sus resultados; cómo se perciben a sí mismos, y a su mundo; y en definitiva, cómo fue el proceso histórico a través del cual se conformaron como los obreros invisibles detrás del boom agrícola contemporáneo.

En relación a quiénes son los trabajadores agrícolas pampeanos, los primeros tres capítulos de este libro componen una secuencia dedicada a analizar cómo a lo largo del siglo XX se conformaron como un tipo muy especial y definido de trabajadores entre los asalariados rurales, y cómo sus condiciones de trabajo y de vida tuvieron que ver, por un lado, con escenarios planteados por los empleadores, pero también por las luchas —con sus avances o derrotas— que emprendieran los propios trabajadores, mediadas por situaciones y correlaciones de fuerzas políticas. Este proceso reconoció etapas, según el tipo de prácticas sociales que configuraron su condición obrera, abonando distintas concepciones sobre sí mismos y sobre el mundo. En otras palabras, los obreros agrícolas no son ni fueron un ente abstracto o inmutable —como un mero factor económico de la producción que sólo actúa adaptándose a contextos exteriores— sino que fueron conformando su fisonomía particular a través de esa dialéctica única con su entorno y entre sí, según quiénes y cómo fueran sus empleadores directos y sus compañeros; el lugar donde residían y el modo de vida que llevaran allí; las distintas ideas políticas de su tiempo; sus referentes y las corrientes sindicales; el contenido y el desenlace de sus luchas; la ausencia de leyes o la legislación que los contenía —la que pudieran conquistar o la que les impusieran—; la relación que mantuvieran con el Estado y sus personificaciones en todos sus niveles; y también, desde ya, el tipo de técnicas productivas que sus patrones lograran implementar, en la mayor parte de los casos, contra ellos. En esta clave, entonces, analizamos cómo y por qué esta masa obrera transitó una fuerte metamorfosis entre la efervescencia político-sindical que la caracterizó a principios del siglo XX, y la cotidianidad despojada de la actividad gremial o política organizada que los distingue en nuestros días.

Esta ausencia de conflictos resonantes se asocia frecuentemente a situaciones de bienestar social. Sin embargo, esto no siempre tiene en cuenta las situaciones esencialmente contradictorias que de todos modos suponen los vínculos salariales —tanto por la explotación económica que implican como por las relaciones de poder que demandan—; las dificultades objetivas y subjetivas para que algunos grupos de trabajadores articulen siempre expresiones abiertas y visibles de descontento; o la posibilidad de que esas luchas transiten —con más o menos éxito— por carriles subterráneos y menos manifiestos que los de las organizaciones sindicales o las instituciones previstas por la ley para las negociaciones entre el capital y el trabajo. Así, el capítulo 4 explora la dinámica formal e informal de las disputas entre asalariados y empleadores alrededor de cómo distribuir la riqueza agrícola en un período en el que, en general, los patrones supieron imponerse a los obreros. Esto no significó necesariamente que los trabajadores atravesaran siempre situaciones de miseria extrema, ni de que no tuvieran espacio para negociaciones y avances circunstanciales o puntuales. De lo que se trató —más exactamente— es que, en general, durante el último ciclo histórico, los obreros tendieran a tributar a sus empleadores una mayor parte de la riqueza producida con su trabajo. Es decir, sufrieron un incremento de su explotación (Marx, 1999), configurando un escenario fuertemente desigual, disimulado y alimentado a la vez por la abundancia del boom sojero.

En este sentido es necesario volver sobre el hecho básico de que los propietarios no pagan a los obreros por todo su trabajo, sino que sólo les abonan el tiempo que les llevó crear las riquezas para pagarse sus salarios, sean altos o bajos, dependiendo del resultado de sus luchas y negociaciones. Si en vez de remunerar sólo eso, el capital pagara a los obreros por todo el producto de su trabajo —y la riqueza no viene de otro lugar—, no existiría apropiación alguna de valor excedente de su parte, ni por lo tanto, capital (Marx, 1999). Es cierto que la producción agraria tiene sus particularidades y que el capitalismo en general asiste a lo que algunos denominan “tercera revolución industrial”. Pero en el último tiempo —y acaso como expresión cultural de la ofensiva del capital sobre el trabajo— estos fenómenos han sido sobreestimados hasta tal punto que terminó por atribuirse la generación de valor a las “tecnologías de conocimiento”, a nuevas formas organizacionales de los empresarios, o a la renta agraria per sé, en vez de explicarse por el trabajo y quienes lo realizan. Por eso, partimos de considerar que, en rigor, las nuevas tecnologías aplicadas al agro no crean nuevo valor una vez tranqueras adentro, sino que sólo constituyen medios que posibilitan crear nuevas riquezas a quienes trabajan allí. Y a su vez, por el lado de la tierra, ella tampoco agrega valor a los productos agrícolas: aunque un mejor terreno haga más productivo el trabajo, no lo hace por sí mismo. Es cierto que se trata de un medio de producción que no se pude reproducir por el hombre, se trata de un medio de producción que no se puede reproducir por el hombre. Y así, el empresario que posee una mejor tierra dispone de una diferencia de competitividad que otro no puede conseguir. Ese plus por la propiedad exclusiva de ese pedazo de planeta que hace más productivo el trabajo humano es lo que se llama renta. Pero eso que se produce allí tanto más provechosamente, es —de nuevo— el fruto del trabajo, y no la obra de la tierra por sí sola, ni mucho menos de sus propietarios (Bartra, 2014).

Por eso dedicamos el capítulo 5 a analizar el rol económico y social de los trabajadores en la producción, y cuál fue el papel que jugó el salto tecnológico en el marco de estas relaciones de explotación. Es decir, en el impulso a la producción de más riquezas, pero también en la puja por quién se las apropiaría. Así, se detallan las consecuencias de estos cambios sobre el empleo, sobre la productividad de los trabajadores, y sobre la distribución del ingreso. Con la misma perspectiva, el capítulo 6 expone cómo y por qué la reducción de los tiempos de trabajo fruto de aquellos adelantos no sólo no acortó la jornada laboral, sino que derivó en su prolongación e intensificación, motivando pujas formales e informales entre patrones y empleados en las que, a su vez, la legislación y el Estado jugaron su rol inclinando la balanza hacia el lado de los empresarios. Asimismo, se explora cómo todo esto contribuyó a delinear no sólo determinadas condiciones de trabajo, sino también un nuevo modo de vida para los operarios de maquinaria agrícola, caracterizado por su aislamiento social durante la mayor parte de sus días. En esta misma dirección, el capítulo 7 aborda las consecuencias de los aumentos en la productividad del trabajo —en términos de un menor tiempo de trabajo por hectárea— y de la prolongación de la jornada laboral, sobre la movilidad territorial de los trabajadores agrícolas, sobre la dinámica de su ciclo ocupacional anual, y —de nuevo— sobre el modo de vida y los conflictos que surgieron a partir de estas transformaciones.

A su vez, la reproducción en el tiempo de los vínculos salariales y el rendimiento de los trabajadores en sus tareas, requiere siempre del ejercicio del poder y su legitimación diaria (Thompson, 1991; Scott, 2004). En una palabra, no alcanza con la economía (Bourdieu, 2007). En este marco, para buena parte de los trabajadores con saberes precisos y escasos, el oficio opera como una herramienta defensiva frente a los empleadores, tanto en lo que hace al ritmo y la autonomía con la que realizan sus quehaceres, como en relación a las remuneraciones exigidas (Coriat, 1990; Womack Jr.). De ahí que este sea un terreno intensamente disputado por patronos y obreros al nivel del ámbito de trabajo, a través del cual se procesa una parte importante de las relaciones de orden y mando entre ellos. Por eso, el capítulo 8 indaga la medida en que las transformaciones del proceso productivo impuestas por los empresarios en los últimos años —sobre todo las de tipo informático— cambiaron la naturaleza de ciertas tareas obrero-rurales, y afectaron la cuota de autonomía relativa que podían disputar en base a su antiguo expertise. Por otro lado, se explora qué consecuencias tuvieron estos cambios en los procesos y ámbitos de aprendizaje de las nuevas calificaciones; hasta dónde los viejos obreros fueron capaces de asimilarlas; quiénes, cómo y para qué difundieron los nuevos saberes; y en qué sentido las labores de índole más intelectual fueron más sencillas de asimilar para una nueva generación de trabajadores agrícolas socializada ya en el marco del dominio de las tecnologías digitales.

En esta misma línea, el capítulo 9 trata sobre los esfuerzos patronales por legitimar su autoridad en el lugar de trabajo y fuera de él. Por un lado, para conseguir la cooperación de trabajadores que siguen conservando márgenes de autonomía en el manejo de su máquina; por otro, para aumentar su rendimiento; y finalmente, para asegurar el abastecimiento y la desvinculación de parte de su fuerza de trabajo de acuerdo a los ciclos de la agricultura cada año. En este marco, indagamos el rol de los compromisos de tipo personal que tejen con sus operarios —bajo modalidades que configuran una especie de “moderno paternalismo”, a decir de Newby (1979)—; las motivaciones que encuentran los obreros para aceptarlos; y los efectos sobre las relaciones con sus empleadores y sus compañeros que genera esa dinámica. Por otro lado, también detallamos los mecanismos menos amables de la vigilancia patronal, tanto al interior de los pequeños grupos de hombres que componen los equipos de trabajo, como en el ámbito más amplio de las localidades y zonas aledañas donde residen gracias a la existencia de mercados laborales reducidos y muy personalizados.

Por último, los vínculos salariales y las relaciones de poder que suponen, también crean cotidianamente en los obreros impulsos a la resistencia (Scott, 2004). Estas modalidades de cuestionamiento o insubordinación no necesariamente son deliberadas, conscientes, colectivas ni organizadas. Pueden ser —y la abrumadora mayoría de las veces así son— meramente individuales, espontáneas, silenciosas y sin ningún tipo de perspectiva política detrás ni delante de ellas. Es decir, no se reducen a las manifestaciones convencionales y más elaboradas que les otorgan los partidos o las organizaciones sindicales. De modo que el capítulo 10 explora la evolución del tipo, la eficacia y las motivaciones de algunas de estas modalidades de contestación que se dieron los obreros agrícolas para oponerse a sus patrones, en el marco de su desafección respecto a la actividad sindical formal. Por ejemplo, los juicios laborales, el abandono del puesto en medio del trabajo, la rotura deliberada de herramientas, o intentos de nucleamiento independientes, entre otros. Al mismo tiempo, analizamos sus potencialidades y su significado en relación a su identidad autónoma —en definitiva, de clase— en las situaciones de aislamiento y fragmentación que experimentan.

Cómo se realizó la investigación

La historia que relatan estas páginas fue muy rica en procesos de transformación que abarcaron distintas dimensiones de la cotidianidad y la subjetividad obrero-rural, poblados de multiplicidad de luchas, negociaciones y acuerdos en instancias poco resonantes. Por eso mismo, se trató de un devenir con escasos acontecimientos o quiebres importantes, sin grandes conflictos y con casi ninguna actividad sindical. Es decir, con pocos motivos para la profusión de fuentes documentales como las que caracterizan la investigación historiográfica de otros sectores de trabajadores. Por eso, en la medida en que tratamos de integrar distintos niveles de análisis —el político, el socio-económico, y el de los procesos más subterráneos que hicieron a la cotidianidad de los asalariados—, también se complementaron metodológicamente distintos abordajes cuantitativos y cualitativos, en base a distintas fuentes estadísticas, documentales y orales.

Entre las técnicas cualitativas, el corazón de esta investigación estuvo en la recopilación y análisis de 54 entrevistas a obreros y ex obreros agrícolas bajo la forma de “historias de vida”; 5 más a obreros en calidad de líderes sindicales y políticos; 24 a contratistas y/o productores en su carácter de patrones; 4 a asalariados familiares; 3 a maestros, directores de escuela y médicos rurales; y finalmente, 5 a ingenieros, extensionistas y técnicos, generalmente del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) o de la Federación Argentina de Contratistas de Maquinaria Agrícola (FACMA). Eso sumó 95 entrevistas que dieron cuerpo al valioso acervo testimonial del estudio, nutrido en parte gracias a la técnica de la “bola de nieve” —cuando una entrevista recomienda la siguiente— y finalizado de acuerdo al “criterio de saturación” o “redundancia”, es decir, cuando a pesar de los esfuerzos por obtener nueva información, sólo se obtenían detalles irrelevantes sobre las mismas líneas discursivas (Bertaux, 1989; Wainerman y Sautu, 1998).

Aplicamos un cuestionario semi-estructurado muy flexible, que mantuviera la comparabilidad de los casos sin condicionar demasiado la fluidez natural de las conversaciones y la emergencia de particularidades con cada trabajador. En general grabamos digitalmente las conversaciones, aunque también apelamos a las anotaciones manuales durante o después de las charlas si contribuía a hacer más espontáneo el intercambio, y en función de lo mismo, realizamos entrevistas de tipo grupal que facilitaron la emergencia de nuevos elementos. El cuestionario se centró en la reconstrucción de la evolución de su cotidianidad en el trabajo y fuera de él, en su historia personal, en las relaciones entre los compañeros y frente a los patrones, en las transformaciones experimentadas en el proceso productivo, y en sus valoraciones políticas y sindicales a nivel local y nacional. En relación a las singularidades de su actividad político-sindical, también desarrollamos un cuestionario distinto para recabar los testimonios de dirigentes y ex dirigentes gremiales de la UATRE de la delegación Zona Norte de la provincia de Buenos Aires, de la delegación Santa Fe sur, y de las seccionales de Pergamino, Bahía Blanca y Marcos Juárez de la misma organización. Todos los testimonios fueron transcriptos, catalogados y procesados con la ayuda del programa de análisis de datos cualitativos MAX-QDA.

Esta extensa muestra fue intencional, intensiva y de casos críticos (Patton, 2002), tanto para recortar el universo de asalariados agrícolas como para acotar el territorio del estudio, centrado en la zona histórica y predominantemente agrícola de la región pampeana del norte bonaerense, el sur santafesino y al sudeste cordobés. Aquí se trabajó en tres niveles: un ámbito de estudio asimilable a una muestra crítica compuesta por dos partidos arquetípicos en el corazón maicero y sojero de la pampa húmeda (Pergamino, en la provincia de Buenos Aires; y Caseros, en Santa Fe); seis partidos de control dentro de la misma área (Salto y Mercedes, en Buenos Aires; San Jerónimo, en Santa Fe; y Marcos Juárez e Inriville en Córdoba); y cinco partidos más fuera de la zona predominantemente agrícola: cuatro al centro-noroeste (Carlos Tejedor, Carlos Casares , Bolivar y Rivadavia) y dos al sur bonaerense (Coronel Dorrego y Coronel Pringles).

En el terreno de las fuentes documentales accedimos y procesamos archivos muy valiosos de la Federación Argentina de Contratistas de Maquinaria Agrícola (FACMA) que hasta ahora nunca habían visto la luz. Gracias a estos documentos patronales se pudo reconstruir con información sistemática y de primera mano parte de la evolución de las remuneraciones de los obreros vinculados a estas empresas desde 1973 hasta 2010, así como las expectativas de ganancias que tuvieron estos propietarios de maquinaria antes de cada temporada; promedios de jornadas de trabajo por cultivo y época del año; controversias legales alrededor de la contratación, previsión social y seguridad física de los obreros en el trabajo; e información epistolar entre contratistas, ingenieros y abogados referidas a sus estructuras de costos y sus problemas con los salarios de los operarios. Además, nos pudimos apoyar en ellos para dar cuenta con mucha exactitud de la evolución de los tiempos de trabajo por hectárea y por quintal de distintas producciones de acuerdo a diferentes niveles, modelos y tipos de tecnificación, verificando con detalle las consecuencias que el cambio tecnológico iba generando año a año en las condiciones laborales de los asalariados, en el tamaño de los planteles de personal, y en la productividad de su trabajo, lo cual, combinado con los datos sobre sus remuneraciones, permitió estimar con bastante fidelidad los niveles de explotación que soportaron los obreros en distintos períodos históricos.

Algo lejos de lo que pasaba en los equipos de contratistas, pero en función de analizar el procesamiento institucional de los conflictos entre los representantes del trabajo y del capital agrario, se relevaron los acuerdos alcanzados por los empleados y las entidades patronales en la Comisión Nacional de Trabajo Agrario del Ministerio de Trabajo, expresadas en distintas resoluciones entre 1980 y 2010; y las Actas de las deliberaciones en la Comisión Asesora Regional Buenos Aires y La Pampa en la Delegación La Plata del mismo Ministerio, sobre cuyos acuerdos y desacuerdos —de carácter no resolutivo— la Comisión Nacional dictaminaba sus resoluciones.

En el orden de las instancias institucionales, una de las fuentes documentales más fecundas para analizar las transformaciones en las distintas dimensiones de la cotidianidad obrero-rural —y a la vez calibrar los motivos de sus descontentos y las condiciones en que lo hicieron manifiesto—, fueron los archivos sobre sus juicios laborales entre 1970 y 1994, dotados de un valor historiográfico, un detalle y una encarnadura inigualable. Así, se indagó el Departamento Histórico Judicial de la Suprema Corte de Justicia de la Provincia de Buenos Aires, y a través suyo, los pocos legajos conservados del viejo Tribunal del Trabajo en el Archivo del Departamento Judicial de Pergamino, que concentró dos terceras partes de los juicios encarados por obreros rurales en el territorio bonaerense.

En relación a otro tipo de conflictos manifiestos que no tuvieran expresión o resolución institucional a través de esas vías —gremiales o judiciales—, se chequeó la base de datos sobre conflictos laborales elaborada por la Subsecretaría de Programación Técnica y Estudios Laborales del Ministerio de Trabajo entre 2006 y 2010; los registros de la Dirección Nacional de Relaciones Laborales y de la Dirección de Asociaciones Sindicales del mismo Ministerio; los archivos desclasificados de la ex Dirección de Inteligencia de la Provincia de Buenos Aires (DIPBA) acerca de los conflictos y la actividad sindical—rural en Pergamino y Salto entre 1970 y 1997; un relevamiento del periódico regional ABC Rural, y una revisión y seguimiento de los diarios nacionales Clarín, La Nación y Página/12.

Buena parte de la cobertura de los conflictos obrero-rurales en la época en que la actividad sindical no estaba tan disociada de la cotidianidad de los operarios de maquinaria, fue analizada en base a la consulta de todos los números de la revista patronal Documentación e Información Laboral, entre 1970 y 1989, cuya colección se encuentra en parte en la Biblioteca de la CGT, y en parte en la biblioteca del CEIL del CONICET. También sobre el período anterior a los años ’90 —entre 1977 y 1985— se tomó contacto con algunos de los números de una de las escasísimas publicaciones de izquierda hechas por trabajadores rurales con independencia de la estructura gremial, llamada La Voz del Obrero Rural, la cual funcionó como órgano de la “Corriente Clasista de Obreros Rurales” desde mediados de los ’70 hasta fines de los ’80. Respecto a la actividad sindical obrero-rural durante y después de los años ’90, se compilaron y analizaron todos los números del órgano oficial de la UATRE Pregón Rural, entre 1997 y 2010; Salud Rural (órgano de OSPRERA, la obra social de UATRE); la revista de la “UATRE Seccional 494 Pergamino”, de aparición muy irregular; y Acción Gremial, también de Pergamino.

En relación a las fuentes estadísticas, se analizaron los datos acerca de la población asalariada ocupada en la agricultura en base a los Censos de Población y Vivienda 1970, 1980, 1991 y 2001, sin llegar a completar el plan original —por falta de información disponible al público— que incluía la consulta del último censo de 2010. Estos datos suelen ser más detallados que los de los censos agropecuarios porque la unidad de análisis son las personas y no las explotaciones agropecuarias, lo cual evita mejor las subdeclaraciones patronales del personal o la ausencia circunstancial de asalariados en la explotación al momento de la llegada del censista, a la vez que también capta mejor a los trabajadores empleados por contratistas que no dependen directamente de los establecimientos agropecuarios censados. No obstante —también con la frustración de no contar con datos de 2008— se consultaron datos de los Censos Nacionales Agropecuarios de 1988 y 2002.

De manera complementaria a los datos censales, en relación al número de los trabajadores empleados en la agricultura, también se ensayaron de forma bastante fructífera intentos estimativos a partir de la triangulación de datos de otras dependencias del Ministerio de Economía, como el Insumo de mano de obra en agricultura, ganadería, caza y silvicultura entre 1993 y 2007, elaborado por la Dirección de Cuentas Nacionales; o el Sistema Integrado de Jubilaciones y Pensiones entre 1995 y 2010 de la Dirección Nacional de Programación Económica. Respecto a la caracterización y la estructura social interna de las empresas contratistas, se consultaron los datos de la Encuesta Provincial de Servicios Agropecuarios de la Provincia de Buenos Aires, 2002-2006, elaborada por la Dirección Provincial de Estadísticas de la Provincia de Buenos Aires. A la vez, en relación a la distribución del ingreso en la agricultura y la medida en que los salarios obreros eran suficientes para satisfacer sus necesidades básicas, y cuánto se acercaban o alejaban de la media de otros sectores de asalariados, se consultaron las series de la Dirección Nacional de Política Macroeconómica del Ministerio de Economía referidos a Salario Mínimo Vital y Móvil, entre 1970 y 2010; Salario Neto por Sector, entre 2006 y 2010; y la Canasta Básica Total, entre 1970 y 2010.

En fin, se trató de una investigación sobre un tema muy poco abordado, que se propuso explorar distintos elementos que contribuyeran a explicar la historia, la situación y a la identidad de este sector tan especial de trabajadores rurales. De ahí que, en definitiva, lejos de cualquier ánimo “concluyente”, los resultados de este primer intento sean tan generales como introductorios: cada área del mismo puede y necesita ser profundizada con nuevas indagaciones, al margen de todo lo que, por razones de espacio o coherencia, decidimos no incluir en este volumen. Sin embargo, el objetivo de esta publicación será cumplido si, sobre la base de arrojar algo de luz sobre un área decididamente oscura de la historia o la sociología rural, se lograran aportar nuevos elementos para el debate sobre la verdadera situación de los trabajadores rurales detrás del agronegocio, y sobre la naturaleza de las transformaciones económicas y sociales que atravesó la agricultura los últimos años.

Las cosechas son ajenas

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