Читать книгу Gabriel García Márquez. Nuevas lecturas - Juan Moreno Blanco - Страница 28
La crónica reporta la leyenda
ОглавлениеEn relación con el cuento «Los funerales de la Mamá Grande», Vargas Llosa (1971) afirma:
El narrador ha hecho suya la perspectiva de la gente que, en la calle, chismea, murmura, se apodera de los hechos real objetivos y los manipula con la fantasía, aumentándolos, coloreándolos, mudándolos en mito y leyenda. (p. 451)
«El narrador se alinea con la perspectiva mítico-legendaria del pueblo» (pp. 449-450). Esto querría decir que existe una versión con la facultad de hacer pasar la materia narrada del mundo real objetivo al de la fantasía, el mundo mítico. Aun cuando existe literatura crítica suficiente para aceptar que la serie de La Sierpe sirve de matriz para el cuento mencionado, tal pasaje de lo real objetivo a lo mítico no se comprueba en las crónicas de La Sierpe.
El narrador de las crónicas muestra un universo que, a diferencia de lo expresado por Vargas Llosa para el cuento referido, y a diferencia del cuento «Blacamán el bueno, vendedor de milagros», ya existe instalado en el orden mítico de comprensión del mundo. Quizás sea exagerado hablar de un orden mítico del mundo a la manera como lo entiende Nietzsche en El nacimiento de la tragedia ([1872] 2000)12. Creo que, para La Sierpe, se está ante un microcosmos donde lo sobrenatural es orgánico con el orden natural de las cosas. Los regímenes, por un lado, racional, natural y de vigilia, y, por el otro, fantástico, sobrenatural y onírico, se conjugan. Incluso, podría entenderse que ese microcosmos pone en escena un universo simbólico, quizás, inédito en la producción periodística y cuentística garciamarquiana de aquel entonces. En esta perspectiva fundacional y singular, se deben entender las palabras «La Sierpe, un país de leyenda dentro de la costa atlántica de Colombia» (García Márquez, 1985, p. 5). «Un país de leyenda» es una realidad existente a la llegada del narrador-reportero, no es el resultado de una narrativa que arribara a lo legendario. En otras palabras, lo mítico –según Vargas Llosa o Sims– o lo legendario no es un efecto semántico. Al contrario, es una visión de mundo que existe antes de la crónica.
En la primera crónica, «La Marquesita de La Sierpe», no hay ningún enunciado con un acto equivalente a recostar un taburete y, ahora sí, contar los hechos. En el cuento «Los funerales de la Mamá Grande», el narrador es testigo directo de los acontecimientos. En las crónicas de La Sierpe, la leyenda antecede al oficio del cronista. Los hechos preceden a la narración periodística. El tiempo verbal de las crónicas es el presente, pero su referente se ubica en el pasado: «Hace algunos años» (García Márquez, 1985, p. 5) es la primera frase de las crónicas. El presente de la enunciación es, entonces, el tiempo del reporte que hace la crónica13. El presente es el tiempo que habita el cronista y en el que tiene acceso a la leyenda. El presente, solo en apariencia, sería el tiempo de enunciación de la leyenda: «La leyenda dice» (p. 7), «dice la leyenda» y «la leyenda agrega» (p. 8). No obstante esa conjugación verbal, el presente no es la temporalidad simbólica del mito. Esta sería un pasado atemporal. Al respecto, Sims (1978) recuerda de Lévi-Strauss su idea de que el valor del mito es que el específico patrón descrito es atemporal (p. 15). Por lo mismo, el presente simple de la conjugación verbal en «dice la leyenda» es, en realidad, la temporalidad en que el cronista reporta la leyenda.
La crónica de García Márquez a su vez precisa que el presente no es el tiempo de la leyenda. Las coordenadas temporales de esta –como la misma ciénaga serpeña– tienen límites borrosos, que van desde un pasado remoto cuando La Marquesita vivía: «Los más viejos habitantes de La Sierpe oyeron decir a sus abuelos que hace muchos años vivió en la región» (García Márquez, 1985, p. 7), hasta un presente habitado por la idolatría popular –rezagos de la antigua veneración a La Marquesita– y una suerte de interacción carnavalesca con la muerte a la que se le canta «La zafra del dolor profundo». Así que el tiempo de enunciación de la leyenda es, en rigor, arbitrario, borroso o, mejor, distendido. Va desde el pasado del referente hasta que este coincide con el presente de la enunciación.
Para los eventos más contemporáneos referidos por la crónica, la conjugación verbal es el presente perfecto, cuyo pasado alcanza el presente: «La idolatría ha adquirido en La Sierpe un extraordinario prestigio» (p. 15, énfasis mío). Aquel presente de los pobladores de La Sierpe, ubicable a inicios de la década de los cincuenta, se extiende al siglo xxi. La leyenda sigue viva: las peregrinaciones en San Benito Abad (departamento de Sucre) –zona de influencia de la Ciénaga Grande, para adorar a un Cristo negro llamado Milagroso de la Villa– dan fe de esa actualidad. En la procesión de 2008, asistieron cerca de tres mil creyentes, y José Chadid, sacerdote de la Villa de San Benito, afirmó que en la procesión anual «es donde se escucha que Dios se salió de la Biblia» (Martínez, 9 de marzo de 2008). La crónica, una vez más, contiene a la leyenda. Los eventos fabulosos se hacen comunicables y entendibles al lector gracias a la crónica. De alguna manera, la crónica historiza la leyenda: la organiza en un orden cronológico que va desde el pasado arcaico hasta el presente del muerto alegre.
Intentaré demostrar que, a pesar de ese intento de historización (contención), la leyenda desborda a la crónica. Esto es así en varios sentidos. Primero, la crítica ha resaltado más los temas realistas mágicos que sirven para una crítica genética, como la ampliamente atendida por Conrado Zuluaga (2015)14. Segundo, la leyenda reportada afecta incluso la tipología textual de la crónica, y por extensión al periodismo de García Márquez, hasta el punto de ser calificados como literarios (Williams, 1985) o mágicos (Herscovitz, 2004). Tercero, obliga al lector de la crónica adoptar códigos de lectura no canónicos, como si estuviera frente a la literatura fantástica (McGrady, 1972). Cuarto, que es mi tarea en lo que sigue, la leyenda se irradia por los personajes, el espacio, la cosmovisión y la cotidianidad del universo narrativo hasta hacer viable que las fronteras de lo ontológico y lo metafísico, entre lo imposible y lo probable, entre lo veritativo y lo verosímil, se disuelvan.
Los habitantes de La Sierpe y su realidad son sobrenaturales. Incluso aquellos que no fueron herederos de los poderes de La Marquesita interactúan con esa realidad sobrenatural sin asombro. La hechicería es una práctica cotidiana. Esto se comprueba con la calma que un hombre llega al consultorio médico «para que me saque un mico que me metieron en la barriga» (García Márquez, 1985, p. 5). «Lo ordinario de lo sobrenatural es el gran marco para que a ciertos personajes se los trague la leyenda» (p. 21). No se trata de un pasaje de lo real objetivo a lo imaginario o fantasioso, sino que la leyenda es una narrativa que va a fijar justamente los rasgos memorables, hiperbólicos, de sus personajes. Así las cosas, los personajes por ser fantásticos se convierten en leyenda.
Devenir leyenda no es una nueva condición, es una fijación narrativa de su existencia. No cabe duda de que La Marquesita es el personaje más potente en este mundo. Sin embargo, hay otros habitantes que se vuelven personajes legendarios por su osadía; tal es el caso del hombre del pie hinchado, quien trató de alcanzar el tesoro escondido de La Marquesita. Este personaje es muy importante para entender los dos niveles textuales que ocupa la leyenda. Esta es memoria y modo de narración. Solo por esta doble dimensión es posible que la leyenda cuente la historia de un hombre que pisó la leyenda.
Para entender el caso del hombre del pie hinchado es necesario situarlo en el contexto de ese mundo de leyenda que es La Sierpe. La Sierpe es un microcosmos dentro del caribe colombiano. De ahí que la serie completa haya recibido el título de «Un país en la costa atlántica». Al tiempo es un universo narrativo autosuficiente (Sims, 1987, p. 46). La Sierpe nace como universo asimilable a lo mítico por su vinculación a la muerte de La Marquesita:
Concentró frente a su casa sus fabulosos rebaños y los hizo girar durante dos días en entorno a ella, hasta cuando se formó la ciénaga de La Sierpe, un mar espeso, inextricable, cuya superficie cubierta de anémonas impide que se conozcan sus límites exactos. (García Márquez, 1985, p. 8)
El elemento agua se ha registrado en diversos relatos fundacionales, forma parte de las mitologías cosmogónicas. También está asociado a la figura femenina. En esta primera crónica, se tiene la conjunción de una suerte de diosa creadora y un mundo acuoso. La Sierpe ya existía, pero su constitución en «país de leyenda» obliga a ser una ciénaga y a tener límites imprecisos. Esta cosmogonía permite sostener que la leyenda «se traga» tanto al personaje central como a su universo.
La leyenda, cuenta la crónica, además va a infestar de «realismo mágico» al arrocero que intentó alcanzar el tesoro de La Marquesita. Su viaje es un desplazamiento a la leyenda misma. En el centro de la ciénaga, la creencia popular afirma, se encuentran enterrados los grandes tesoros de La Marquesita. «Allí hay un totumo con calabazos de oro al que se le tiene amarrada una canoa, y a esta la custodian culebras gigantes y caimanes blancos» (p. 8). Él va a ser testigo y testimonio de que sin lograr tocar el centro de la ciénaga-universo-leyenda, y con esa imposibilidad se le mantiene en el plano del deseo, fue suficiente con acercarse para que su pie sufriera una hinchazón monstruosa (García Márquez, 1985, p. 8).
Su monstruosidad no es signo de caída como lo es la cola de cerdo en Cien años de soledad. Otra caída se registra en la serie: al hombre que trató de robarse la dote de Jesusito se le hincharon las manos. Eso sí, la deformidad es un estigma que documenta la facticidad de la fantasía. Entonces, la hinchazón es el efecto, en el plano de la realidad, del atrevimiento, y el calificativo monstruoso es su medida.
El hombre del pie hinchado luciría con satisfacción su monstruosidad por «ser el único hombre de La Sierpe que se ha atrevido a pisarle los terrenos a la leyenda» (García Márquez, 1985, p. 9). La deformación es la marca de su heroísmo. Son los riesgos que se corren en las expediciones a mundos perdidos o arcaicos, como el paraíso. Ese árbol de totumos de oro parece una alusión al árbol bíblico. La secularización recreada en la crónica no resalta la prohibición, opera con vigor la comprobación de que la leyenda es cierta. La deformación no es castigo por la transgresión, es una prueba de que lo fantástico tiene concreción en el plano de la realidad. Esto que le ocurrió al ambicioso arrocero no lo cuenta la leyenda, no forma parte de esa fijación narrativa. El lector sabe del suceso y travesía del hombre del pie hinchado por la crónica, y el cronista se informa por el mismo aventurero: «La descripción que hace el hombre de su aventura» (p. 8). En consecuencia, la leyenda «se traga» al hombre por su pie y también por su relato. La descripción de la travesía hecha por el arrocero –reporta la crónica– «es tan fantástica como la leyenda de La Marquesita» (p. 8). Finalmente, la crónica no es una memoria de hechos objetivos. No tiene una pretensión de verdad científica. La crónica es un registro subjetivo, mediado por la tradición oral. Con la serie de La Sierpe, el lector está ante una crónica del deslizamiento: de lo fabuloso a lo real; pero una realidad excepcional, solo posible en un país de leyenda. Esto es justamente lo contrario al movimiento que advertía Vargas Llosa de tomar el mundo real objetivo y trasladarlo a lo mítico-legendario.