Читать книгу Los inicios de la automatización de bibliotecas en México - Juan Voutssás Márquez - Страница 10
3.- La producción de tarjetas catalográficas
ОглавлениеCreo que hay un mercado mundial para, cuando más, unas cinco computadoras.
Thomas Watson, director de IBM, 1948
A fines de los cincuenta, prácticamente todos los catálogos de bibliotecas del mundo eran elaborados en las clásicas tarjetas de cartón de 7.5 × 12.5 cms. Cada título de un libro procesado requería además “desarrollar” el juego de tarjetas correspondiente, una tarjeta para cada entrada de los catálogos: autor, título, topográfico, diccionario, así como para cada una de las materias asignadas al libro. El promedio era casi seis tarjetas por obra. El proceso de elaboración de las tarjetas era muy detallado y consumía mucho tiempo: la tarjeta principal era mecanografiada en una máquina de escribir. Si no se tenían recursos reprográficos especializados, esta tarea debía repetirse en la máquina de escribir tantas veces como fuese necesario, una por cada tarjeta requerida. No podían obtenerse copias con papel carbón debido al grosor del cartón de las tarjetas, típicamente unas tres o cuatro veces más gruesas que una hoja de papel bond estándar.
Tarjeta catalográfica mecanografiada, años setenta. |
Tarjeta catalográfica de la Biblioteca del Congreso EUA de los años sesenta y setenta, con diversas tipografías. |
La fotocopia no era una opción en ese entonces: fue hasta 1959 que se comercializó exitosamente una máquina xerográfica, el “modelo 914”, de la Compañía Haloid-Xerox, y hasta octubre de 1960 que una de ellas fue adquirida por primera vez por la Biblioteca de los Institutos de Salud (NIH) de Estados Unidos, con lo que inició la flamante nueva era tecnológica de la fotocopia en las bibliotecas (Martin y Ferguson 1964, 410). Tardó todavía el resto de la década en popularizarse en la mayoría de ellas.
Desde marzo de 1961, comenzaron a verse cada vez con más frecuencia anuncios de la máquina 914 en las revistas para bibliotecas como el ALA Bulletin o el Library Journal El costo de la máquina era muy alto entonces: noventa y cinco dólares mensuales de renta en 1965 —equivalentes a poco más de setecientos dólares en la actualidad—, lo cual era la forma típica de adquirirla, o 27,500 dólares para comprarla —equivalentes a 212 mil dólares de hoy en día—. La renta incluía dos mil copias al mes; después de éstas había que sumarle los consumibles, lo cual hacía que el costo de obtención de cada copia fuese muy alto, además de que requería de un constante soporte técnico. Además, durante los primeros años de este modelo no era posible utilizar cartón para reproducir los textos lo cual cancelaba la posibilidad de su uso para la elaboración de tarjetas catalográficas. Esta deseable característica en esta copiadora fue introducida hasta 1965 (College & Research Libraries 1965, 464). Dado que la “plantilla” para copia consistía en cuatro tarjetas juntas, no era del todo práctica para el propósito de fabricación original de tarjetas partiendo de un original.
En 1964, el Boletín de la American Library Association (ALA) reportó que ya existen en algunas bibliotecas máquinas fotocopiadoras marca Vico-Matic, las cuales eran operadas por los propios usuarios por medio de un accesorio que les permitía introducir monedas. Las bibliotecas podían adquirirlas en versiones de diez o veinticinco centavos de dólar (ALA Bulletin 1964, 238). La misma revista reportó en 1966 que ya eran usadas en bibliotecas cuatro marcas de fotocopiadoras operadas con monedas: Docustat, Vico-Matic, Denison y Xerox 914. El costo para el usuario era en promedio cinco centavos de dólar por copia (Piez 1966, 507).
En la Gaceta UNAM del 15 de marzo de 1965, se menciona como un gran avance la adquisición del primer modelo de la fotocopiadora Xerox 914 por parte del Centro de Cálculo Electrónico:
[…] con la que dará servicio a los directores, investigadores, profesores, funcionarios y estudiantes universitarios. Como es sabido, mediante esta máquina es posible copiar sobre cualquier tipo de papel con excelente legibilidad, y tiene además la ventaja de que pueden copiarse páginas de libros o revistas sin desencuadernar el original. Es posible también reproducir dibujos hechos a mano, con máquina, estampados o trazados con grafio. Se produce cualquier número de copias deseadas en forma automática sin necesidad ni de alimentar el papel en que se copia, ni de mover el original. Dadas las grandes ventajas que este tipo de copiadoras ofrece, el Centro de Cálculo Electrónico desea ponerla a disposición de la comunidad universitaria cargando solamente el costo nominal por página copiada ($0.75 por página de tamaño carta o menor y $1.25 por página tamaño oficio o mayor) (Gaceta UNAM 15-3-1965, 6).
Puede verse por la redacción de la nota cuán innovador era ese dispositivo en ese entonces, que ameritaba hasta un anuncio en la gaceta universitaria. Dado que el tipo de cambio en 1965 era de 12.50 pesos por un dólar, las copias en México costaban en ese entonces, sin intenciones lucrativas, el equivalente a seis y diez centavos de dólar, respectivamente. Considérese además que un dólar de 1965 es equivalente a 7.90 dólares de 2018. Puede deducirse de ello que en sus inicios la fotocopia era algo muy innovador y cómodo, pero no era barato en lo absoluto; tardó algunos años en convertirse realmente en una opción económica y masiva.
Tan solo unos meses después, en la Gaceta UNAM del 22 de noviembre de 1965, se mencionó por primera vez la reciente adquisición de una fotocopiadora ya en la Biblioteca Central:
[…] Desde el pasado mes de octubre, funciona en la Biblioteca Central de Ciudad Universitaria una máquina copiadora automática que operan los propios estudiantes. Mediante una cuota módica, el interesado puede adquirir en unos cuantos segundos una copia de actas de nacimiento, documentos personales, reportes escolares, páginas de libros, periódicos, trabajos artísticos, etcétera, sin peligro de dañar el original (Gaceta UNAM 22-11-1965, 6).
La Gaceta UNAM del 12 de abril de 1965 menciona además que en la Biblioteca Central ya había “[…] un aparato visor para micropelícula, que puede ser utilizado gratuitamente por maestros y estudiantes” (Gaceta UNAM 12-4-1965, 2).
A partir de entonces, las fotocopiadoras fueron proliferando lentamente en las bibliotecas mexicanas. Una década después de haber sido introducidas, solo existía un número limitado de ellas. No había muchas bibliotecas públicas entonces, pues el Programa Nacional de Bibliotecas Públicas comenzó hasta 1983. Adolfo Rodríguez menciona al respecto en las Jornadas de AMBAC de 1974: “[…] Pocas bibliotecas ofrecen servicios de fotocopia y es usual que, cuando lo proporcionan, la fotocopiadora se encuentra en la dirección de la escuela o facultad, lo que afecta la eficiencia del servicio, pues le dan prioridad a los asuntos administrativos” (Rodríguez 1974,116). A nivel masivo, las fotocopiadoras en las bibliotecas tuvieron un auge hasta principios de la década de los ochenta.
Había otros productos más económicos que contendían con este problema: Las máquinas duplicadoras no xerográficas existen desde fines del siglo XIX, y durante la primera mitad del XX se fabricaron docenas de marcas, modelos y tecnologías en este aspecto. Fueron diseñadas para oficinas, pero las bibliotecas no tardaron en adoptar muchas de ellas: las bibliotecas adquirieron y usaron hasta los años ochenta multígrafos, mimeógrafos, ciclostiles, duplicadores de alcohol y adresógrafos, por citar algunos cuantos.
Las técnicas para reproducir documentos fueron muy numerosas. Uno de los dispositivos más representativos de esta variedad fue el mimeógrafo —otra de las tecnologías de automatización no computacionales usadas en bibliotecas—, el cual consistía en una máquina reproductora mecánica basada en un esténcil o matriz de impresión para estarcir. Aunque hubo variantes, la más común se basaba en una hoja de papel encerado en la cual se mecanografiaba un texto, en este caso el de una ficha catalográfica. Al teclear un texto con la máquina de escribir sobre la hoja, el tipo metálico de cada letra removía la cera al golpear sobre la hoja con la forma de esa letra. Es decir, al final se tenía una hoja cubierta de cera con excepción de las letras tecleadas en ella. Ésta era la “matriz”; era instalada en el mimeógrafo, el cual por medio de la rotación de una banda de tela entintada permitía que la tinta de ésta pasara a una hoja de cartón en las partes no protegidas por la cera; esto es, se transferían al papel o cartón las letras del texto. De esta forma, se aceleraba el proceso de reproducción de las tarjetas, pero de cualquier modo los encabezamientos de materia debían ser mecanografiados en la parte superior de cada ficha.
Xerox 914 ad, 1961. Warshaw collection, duplication device box 1. National Museum of American History Archives. © Smithsonian Institution. (Permiso de Fair Use del Smithsonian) (Este anuncio aparece desde marzo de 1961 en Boletín de ALA). |
Anuncio de Xerox de 1965 donde introduce por primera vez la posibilidad de copiar tarjetas de catálogo en cartón. Imagen en acceso abierto en: College & Research Libraries, vol. 26, num. 6, November 1965, p. 464. |
Copiadora Docustat de monedas. Hawken, William (1964). Photocopying from bound volumes, Supplement no. 1, p. 4. Chicago: Library Technology Project, American Library Association. Acceso abierto en Hathi Trust Library https://catalog.hathitrust.org/Record/000839220 |
Monedero Xerox. |
Anuncio de la Copiadora Xerox 914 de monedas, 1966. Revista Billboard, Abril 2, 1966, p.76 https://www.americanradiohistory.com/Archive-Billboard/60s/1966/Billboard%201966-04-02.pdf Imagen en dominio público vía Google Books. |
Variedad de fotocopiadoras para libros tipo “Reflex”, 1982, Hawken, William, Photocopying from bound volumes, p. XVI. Chicago, Library Technology Project. American Library Association. Acceso abierto en Hathi Trust Library - https://catalog.hathitrust.org/ Record/000839220 |
Con o sin mimeógrafo, el proceso consumía mucho tiempo, además de que requería de la mayor minuciosidad, ya que los errores mecanográficos debían ser corregidos al instante con una pasta especial, y el mimeógrafo con frecuencia ensuciaba con tinta las tarjetas. Existieron otras variantes semejantes del mimeógrafo, como los multígrafos y los ciclostiles, y algunos con tecnologías variantes como las llamadas “duplicadoras de alcohol” o “máquinas Ditto”, cuyo funcionamiento era parecido al descrito pero no usaba tintas, sino solventes; o la tecnología de “transferencia por difusión”, la cual usaba luz y líquido revelador, con lo que se obtenía un negativo de papel intermedio; por ejemplo: Verifax de Kodak, CopyRapid de Agfa, Gevacopy de Gevaert o Copyproof. La variedad de tecnologías y marcas de todos esos dispositivos duplicadores fue innumerable. De hecho, la American Library Association publicó un compendio en 1962 de todos los métodos de copiado existentes usados en bibliotecas (Hawken 1962).
Para los sistemas bibliotecarios pequeños que catalogaban unos pocos títulos semanalmente, el proceso podía ser realizado por una o unas cuantas mecanógrafas. Conforme la cantidad de tarjetas a producir aumentaba, las bibliotecas o grupos de ellas debían recurrir a los mimeógrafos o similares. Más allá de una mediana producción, éstos se hacían insuficientes y las bibliotecas recurrían a sistemas de impresión todavía más poderosos, como los equipos de impresión offset.9 El problema crecía exponencialmente para los grandes sistemas bibliotecarios que adquirían numerosos libros cada semana. Imagínense sistemas como la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos o la Biblioteca Británica, que desde ese entonces adquirían varios miles de títulos semanalmente. Los juegos de tarjetas ya desarrollados implicaban decenas de miles de tarjetas a producir en ese lapso con las técnicas anteriormente mencionadas.
Grandes departamentos de mecanógrafas, de técnicos de mimeógrafo y de impresores fueron construidos en esas épocas para poder contender con el problema, con altos costos asociados y un problema además siempre creciente debido al incremento de obras que se adquirían cada año. Entre todos los sistemas bibliotecarios, el de la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos enfrentaba el más serio de todos. No tan sólo debía producir las tarjetas catalográficas para la propia biblioteca —de por sí numerosas—, sino que además debía producir tarjetas para todas las pequeñas bibliotecas que así se lo solicitaran, pues desde 1894 había instaurado un servicio de fabricación y venta de tarjetas bajo pedido. Debido a su inmensa producción, en los sesenta esta biblioteca ya no producía las tarjetas con máquina de escribir, mimeógrafos u offset: contaba con completos sistemas de imprenta y reproducción más refinados y de mejor calidad, aunque no menos complejos. Un servicio parecido existió también a partir de los cincuenta en la Gran Bretaña, derivado de la British National Bibliography (BNB) de la Biblioteca Británica. De igual forma, de los cuarenta a los setenta existieron empresas particulares que se dedicaron a la fabricación y venta de juegos de tarjetas para bibliotecas; por ejemplo, H. W. Wilson y Xerox en Estados Unidos, y Deutsche Bürokratie en Alemania. La revista Library Resources and Technical Services de la ALA consignó en su número de primavera de 1969 una lista de cerca de cincuenta proveedores comerciales de la unión americana que se dedicaban a realizar procesos técnicos de libros con la entrega del correspondiente juego de tarjetas catalográficas (Directory of Commercial… 1969, 220-286).
En 1963, la International Federation of Library Associations and Institutions (IFLA) realizó una encuesta entre las bibliotecas nacionales y universitarias cuya recomendación consistió en crear de manera informal dos comités al efecto: El Comité de Reprografía y el Comité de Mecanización (McCallum, 2003:2). En 1964, en la reunión de IFLA en Roma, en el seno de este último comité recién creado, Verner Clapp leyó una ponencia con un novedoso tema denominada “Mecanización y automatización en las bibliotecas norteamericanas” (McCallum 2003,1).
Multigrafo de la Biblioteca Pública de Cleveland, Mayo de 1937. Utilizado para la producción masiva de tarjetas de catálogo. El Multigrafo era una antigua máquina copiadora mecánica que tenía la capacidad de reproducir cartas que parecían estar mecanografiadas. Imagen por cortesía de los Archivos de la Biblioteca Pública de Cleveland, EUA. |
Mimeógrafo manual ca. 1945. Nótese la matriz o esténcil de papel encerado. Doinio público. |
Mini-duplicador Gaylord de tarjetas catalográficas por medio de esténcil, 1966. Imagen tomada de: College & Research Libraries, vol. 27, num. 6, November 1966, p. 503. CC BY-NC |
Multigrafo Adresógrafo para reproducción de documentos por medio de un esténcil, ca. 1960. Imagen en acceso abierto de la colección adsausage. http://www.adsausage.com |
Máquina duplicadora Verifax de Kodak parecida a un mimeógrafo, pero sin usar tinta. Su tecnología de transferencia era “por difusión”, la cual usaba luz y liquido revelador, obteniendo un negativo de papel intermedio. 1961. Imagen en acceso abierto de la colección Adsausage - http://www.adsausage.com |
Anuncio de duplicador Ditto, cuya tecnología utilizaba líquidos solventes. Ca. 1950. Dominio Público. |
Copiadora Gevacopy de Agfa - 1950 - Archivo de imágenes de Develop GmbH, Langenhagen, Alemania. CC BY-SA 3.0 https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=5193471 |
Pequeña prensa manual con esténcil encerado para fabricar tarjetas catalográficas, 1964. Imagen con permiso de “fair use” en ALA Bulletin, vol.58, num. 4 (April 1964), p. 325, https://www.jstor.org/stable/25696912 |
Sala de almacenamiento de originales de tarjetas de la Biblioteca del Congreso de los EUA, ca. 1919. Imagen propiedad de Library of Congress. Dominio Público. http://blogs.loc.gov/picturethis/2017/11/flipping-through-the-card-catalog/ |
Sala de fabricación de tarjetas de la biblioteca del Congreso de los EUA, ca. 1930. Imagen propiedad de la Library of Congress. Dominio Público. https://blogs.loc.gov/ picturethis/2015/11/flipping-through -the-card-catalog/ |
Máquina tipográfica Offset - Boletín de la UNESCO para las bibliotecas, vol. XIX, núm. 2, marzo 1965. |
En 1965, durante la reunión de IFLA en Helsinki, el comité se instaló de manera formal. Durante toda esa década, ese comité escuchó de nuevos y variados proyectos provenientes de diversas bibliotecas de múltiples naciones: El Reino Unido, Estados Unidos, Canadá, Suecia, Alemania y la Unión Soviética, entre otras, cuyos temas abarcaban la posibilidad de incipientes desarrollos de sistemas computacionales para adquisiciones, control de publicaciones periódicas, circulación, bibliografías, catálogos de libros, índices KWIC y KWOC y, por supuesto, el tema más importante y complejo de todos: la producción automatizada de juegos completos de tarjetas catalográficas y la eventual creación de catálogos automatizados en las bibliotecas, todo ello con ayuda de computadoras (McCallum 2003, 3). En 1964, La Association of Research Libraries (ARL) o Asociación de Bibliotecas de Investigación de la unión americana también creó su Comité de Automatización con la idea de explorar las posibilidades de la aplicación de la emergente tecnología computacional al quehacer bibliotecario. En 1967, la Federación Internacional de Documentación (FID) organizó en Roma la Conferencia Internacional Sobre Información y Diseminación Mecanizada” (FID/IFIP 1967). En 1965, Joseph Licklider visualizó que las computadoras de estaban llegando a capacidades que estaban próximas a realizar las grandes tareas bibliográficas imaginadas y descritas por Vannevar Bush veinte años antes, y escribió su famoso libro Bibliotecas del futuro, en donde describió cómo una computadora podría proveer una biblioteca automatizada a numerosas personas accediendo a una gran base de datos remota creada al efecto (Licklider 1965).
En 1964, en la Feria Mundial de Nueva York, la American Library Association (ALA) organizó un stand o exhibición con el nombre Library/USApara mostrar al público lo que las bibliotecas podían llegar a ser con la tecnología de ese entonces. Los principales patrocinadores y exhibidores fueron Univac, IBM y Kodak. Una impresionante computadora Univac era visible detrás de una pared de vidrio. Contenía algunos miles de referencias a documentos históricos almacenadas en una primitiva memoria de tambor magnético, y se ofrecía a los azorados visitantes la oportunidad de hacer consultas en tiempo real, las cuales eran impresas al momento en una impresora de alta velocidad. Los documentos completos relacionados con la búsqueda podían consultarse en microfilmes ahí mismo. Aunque el conjunto de datos disponibles era pequeño, el efecto para los visitantes que no conocían esas capacidades de consulta y recuperación de información resultaba impresionante, y fue un asomo al futuro de lo que estaba por venir unos años después (Rayman 2014).
Derivado del creciente interés en el tema, la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos consiguió un financiamiento para realizar un estudio destinado a explorar la viabilidad de la aplicación de la automatización computarizada a los diversos procesos de esa biblioteca. Los resultados de este proyecto recomendaban la creación de grupos que diseñaran e implementaran los procedimientos requeridos para automatizar las funciones de catalogación, indizado, búsqueda y recuperación de información bibliográfica (King et al. 1963, 2). El Consejo de Recursos Bibliotecarios (CLR) o Council on Library Resources10 de la unión americana patrocinó además un estudio para la conversión de las tarjetas catalográficas existentes en la Biblioteca del Congreso hacia un formato electrónico. El informe final de este estudio fue discutido en una conferencia apoyada por el CLR y celebrada en esa biblioteca en noviembre de 1965 (Avram et al. 1965). Como resultado, se acordó la conveniencia de que la Biblioteca del Congreso se convirtiera en una fuente de distribución de registros bibliográficos legibles por computadora. Como consecuencia, la biblioteca obtuvo fondos para llevar a cabo un primer proyecto piloto computarizado y recibió una subvención para probar la viabilidad y utilidad de la elaboración y la distribución de sus registros. Al proyecto se le denominó MARC, como acrónimo de Machine Readable Cataloging, o catalogación legible por máquina (Avram 2003, 1712).
El proyecto MARC fue desarrollado por un grupo de bibliotecas seleccionadas junto con la del Congreso entre los años 1965 a 1968, cuando publicaron sus resultados y distribuyeron las primeras cintas con registros a prueba. Siendo un proyecto muy exitoso requería todavía de algunas precisiones y por ello fue lanzada una segunda etapa del mismo denominada MARC II. Esta segunda fase continuó expandiéndose durante la primera mitad de la década de los setenta. A partir de 1968, la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos produjo todos sus registros catalográficos en formato MARC simultáneamente con la versiones en papel o cartón de ese entonces. En ese año, la Biblioteca del Congreso comenzó a ofrecer y distribuir regularmente cintas magnéticas de computadora con los nuevos registros a las bibliotecas que lo solicitasen. Por lo mismo, en ese año comenzó a publicar los manuales correspondientes para que las bibliotecas supieran cómo interpretar y convertir los registros electrónicos nuevamente hacia fichas catalográficas (Library of Congress 1968). A principios de los setenta encargó a una empresa la conversión de todas sus tarjetas catalográficas existentes en su catálogo previas a ese año hacia una versión en formato MARC para tener completo todo su catálogo en ese formato. A partir de 1980, la Biblioteca del Congreso ya no agregó tarjetas de cartón a su catálogo manual, el cual quedó estático desde entonces con veintidós mil cajones y veintidós millones de tarjetas catalográficas.
Por su parte, la Biblioteca Británica también tomó interés por estos tópicos y, partiendo de las recomendaciones de los estudios originales, inició su propio proyecto para sistematizar la Bibliografía Nacional Británica, BNB MARC o British National Bibliography with Machine Readable Cataloguing. Esa organización siguió muy de cerca, colaboró en el proyecto estadounidense y llegó a conclusiones muy parecidas. Posteriormente, cuando la Biblioteca Británica decidió continuar con su propio proyecto MARC, colaboró muy de cerca en la
Computadora UNIVAC, en la sala de exhibición de la American library Association durante la Fería Mundial de Nueva York, 1964 - 1965. © Copyright American Library Assosiation. This document mat be reprinted and distributed for non-commercial and educational purposes only, and not for resale. |
segunda fase MARC II en un esfuerzo por satisfacer los requisitos de ambos sistemas bibliotecarios. Esta cooperación rindió frutos a largo plazo: ambos reconocieron la conveniencia de un formato común de intercambio y la importancia de que los dos países coincidieran en una norma. No sólo sería posible intercambiar registros legibles por máquina entre Estados Unidos y el Reino Unido, sino que también se abriría el camino para que otros países siguieran el ejemplo y desarrollaran sus propios proyectos MARC, lo que reduciría los costos de catalogación para ellos y para la Biblioteca del Congreso (Avram 2003, 1720). En 1969, ambos países propusieron y lograron en sus respectivos institutos de estándares —el American National Standards Institute (ANSI) y el British Standards Institute (BSI)— la adopción del estándar MARC II.11 Con el tiempo, ese estándar llegóa nivel internacional con su adopción por parte de la oficina International Organization for Standardization (ISO) como el estándar ISO-2709-1973. Esta estandarización creó el ambiente ideal para que muchos países comenzaran sus planes para el desarrollo de sistemas MARC propios (Avram 2003, 1720). Entre estos países, se encontraba México.
En 1967, los rectores de las instituciones de enseñanza superior del estado de Ohio, Estados Unidos, decidieron fundar un centro computarizado común que diese servicio de fabricación y distribución de tarjetas a todas las bibliotecas de esas escuelas con el fin de reducir costos. Se creó así el Ohio College Library Center (OCLC). El primer centro de cómputo de esta organización estuvo en el Centro de Investigación de la Universidad Estatal de Ohio y sus primeras oficinas se ubicaron en la Biblioteca Principal de esa universidad en la ciudad de Columbus. En poco tiempo, se volvió un exitoso centro regional que daba servicio a 54 instituciones académicas de ese estado. Con la disponibilidad regular de las cintas de la Biblioteca del Congreso, a partir de 1971 el proyecto se consolidó exitosamente y se convirtió en el gran productor y distribuidor de tarjetas catalográficas de Ohio y un caso práctico de gran éxito del uso de grandes computadoras para ese propósito. En 1977, los miembros de la organización adoptaron cambios en la estructura de gobierno que permitieron a las bibliotecas fuera de Ohio hacerse miembros y participar en el proyecto y el servicio; se hacían de un proyecto muy rentable económicamente. En 1981, la corporación se convirtió en Online Computer Library Center, Inc. (OCLC), una empresa privada con participación
Henriette Avram presenta una cinta magnética con 9,000 fichas bibliográficas a Richard Coward de la Bibliografía Nacional Británica. 1967. Fuente: “American Libraries”, Octubre 1989. © Copyright American Library Association. This document may be reprinted and distributed for non-commercial and educational purposes only, and not for resale. |
Sótano de la Biblioteca del Congreso de los EUA. Pasillos con los antiguos catálogos en papel. 22,000 cajones con 22 000,000 de tarjetas catalográficas acumuladas hasta 1980. Dominio Público. |
universitaria que sigue brindando servicios de información a bibliotecas hasta la fecha (Rosenheck 1997, 1-7). Su departamento de producción de tarjetas llegó a su máximo en 1985, año en el que produjo 131 millones de tarjetas, ocho toneladas por semana. A partir de ahí, la producción fue declinando año con año con el advenimiento cada vez mayor de los catálogos en línea. Imprimió sus últimas tarjetas en 2015. Según la empresa, en toda su trayectoria imprimió cerca de mil novecientos millones de tarjetas (Leopold 2015).
OCLC no sólo tuvo éxito en la fabricación de tarjetas catalográficas; también en la recuperación de información bibliográfica en línea. En 1970, comenzó a entregar servicios a 35 bibliotecas basado en el entonces novedoso concepto de tiempo compartido.12 El equipo original para ello fue un mainframe o gran computador central Sigma 5 de Scientific Data Systems” (SDS), y la terminal estándar necesaria para las bibliotecas usuarias era una Irascope modelo RTE con pantalla CRT; esto es, Catodic Ray Tube o Tubo de Rayos Catódicos, conocido comúnmente como “cinescopio”. Esa moderna terminal fue diseñada por Spiras Systems a pedido de OCLC para sus funciones. Dado que las redes de telecomunicaciones eran sumamente rudimentarias en ese entonces, el enlace se hacía por medio de una línea telefónica rentada por la biblioteca usuaria en forma exclusiva para conectar la terminal con el computador central. Las bibliotecas pagaban a OCLC una membresía anual y luego un pago con tarifa preferencial por cada material encargado.
Con esa infraestructura, sumamente avanzada para su época, las bibliotecas asociadas podían realizar sus procesos de adquisiciones, ordenar juegos impresos de tarjetas catalográficas, producir bibliografías, etcétera; algo inédito en su tiempo. Para 1979, el sistema se había migrado a un mainframe mucho mayor, una Xerox Sigma 7, seis equipos Xerox Sigma13, y dos minicomputadores Tandem T-16. Las Sigmas hacían el procesamiento de la información; una Tandem manejaba la red y la otra administraba la base de datos: una estructura parecida a lo que se hace hoy en día. Estos computadores centrales llegaron a atender la entonces increíble cantidad de tres mil terminales (Maruskin 1980, 9-46).
En 1972, las bibliotecas de la Universidad de Stanford iniciaron un proyecto encaminado a crear un sistema confiable para su control bibliográfico que fuese flexible, modular y funcionase en línea automatizando las tareas de adquisiciones, catalogación, y recuperación de información. Surgió así el sistema Bibliographic Automation of Large Library Operations using a Time-sharing System (BALLOTS). Como puede verse, el concepto del tiempo compartido era parte primordial de su nombre. El enlace, que empezó a funcionar a principios de los setenta, se hacía por líneas telefónicas dedicadas desde terminales Sanders PDS–804 ubicadas en las bibliotecas y conectadas a un minicomputador PDP 11/40 de Digital Equipment Corporation. Cada una de las catorce sedes de la universidad contaba con una máquina de este tipo que hacía parte del procesamiento de datos. A su vez, esos minicomputadores estaban conectados por una línea dedicada hasta un gran computador central IBM-370/168 (Allison 1979, 13). Su objetivo inicial era la adquisición y catalogación compartida y cooperativa por las diferentes unidades de la Universidad de Stanford; posteriormente, se le fueron añadiendo otro tipo de servicios más sofisticados como bibliografías, documentación, acceso a revistas, etcétera. El Research Library Group (RLG) fue fundado en 1974 por cuatro grandes bibliotecas de investigación: la Biblioteca Pública de Nueva York y las bibliotecas universitarias de Columbia, Harvard y Yale, como una organización sin fines de lucro. En 1978, el RLG se trasladó a la Universidad de Stanford y adoptó el sistema BALLOTS de su Biblioteca. Este sistema evolucionó hacia la base de datos bibliográficos en línea Research Libraries Information Network (RLIN). En 2003, los miembros de RLG incluían más de ciento sesenta instituciones de investigación en quince países diferentes. En 2007, RLG y OCLC lograron oficialmente una fusión de sus organizaciones y recursos.
En abril de 1977, la Biblioteca Británica inauguró su servicio British Library Automated Information Service (BLAISE), el cual fue construido para facilitar la recuperación en línea de las fichas de sus colecciones en el Reino Unido. Para abril de 1981, su banco de datos contenía cuatro millones de registros que abarcaban también lo producido por la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos desde 1968.
En Canadá, los esfuerzos de automatización comenzaron en 1970 con algunas reuniones al efecto. Se crearon varios comités a propósito con el fin de poder adoptar el formato MARC y desarrollar su versión canadiense, así como comenzar a desarrollar un sistema automatizado central basado en la Biblioteca Nacional de ese país. Fue creado así el sistema de catalogación Canadiana. Por medio de éste, crearon su catálogo de unión con el cual a partir de 1974 producían cintas en formato Canadian MARC para ser distribuidas a todas las bibliotecas del país que lo solicitacen. Evidentemente, también utilizaban cintas MARC provenientes de la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos y de la Biblioteca Británica para auxiliarse en su catalogación. Por la naturaleza del país, su sistema era totalmente bilingüe —inglés y francés—, inclusive en su parte de autoridades. En 1975, lo rediseñaron como base de datos con capacidades de funcionamiento en línea con el nombre de DOBIS. En esa década, construyeron también una red de bibliotecas canadienses muy parecida a la de OCLC basada en la red de la Universidad de Toronto denominada University of Toronto Library Automation System (UTLAS) (Brodie 1981).
Los últimos proyectos mencionados no fueron los únicos en su época, pero sí algunos de los más representativos del estado del arte de la automatización de bibliotecas de ese entonces.