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Introducción
ОглавлениеHans Beck - Francisco Pina Polo
Es paradójica la frecuencia con la que se han anunciado giros académicos en los últimos años, entre otros el espacial, el performativo y el de las redes. A veces, estos giros son simplemente subsumidos bajo el paraguas de un giro cultural inclusivo. En realidad, se encuentra más literatura sobre estas cuestiones que investigadores anunciando nuevos descubrimientos. Como Karl-Joachim Hölkeskamp (2015) ha observado, la caracterización de cada uno de estos giros en las Ciencias Humanas radica en modestos avances desde perspectivas cambiantes, ampliaciones temáticas y aproximaciones teórica y metodológicamente más complejas. Si bien ninguno de estos avances constituye un resultado innovador como tal, su interacción sí lo es: es necesario explorar las sociedades antiguas de manera que pueda mostrarse la interacción e interdependencia de una amplia red de contextos y expresiones culturales.
En paralelo a estas tendencias y avances, el estudio de las élites antiguas ha experimentado un salto significativo en los últimos años. Durante mucho tiempo se ha sostenido que las antiguas élites mediterráneas, independientemente de la configuración institucional y del tamaño del grupo, eran modeladas por el hecho de que había, en el extremo opuesto del espectro social, un elevado número de personas no pertenecientes a las élites que estaban sujetas a su autoridad. En ese sentido debe entenderse la celebre afirmación de Ronald Syme (1939: 7): “en todas las épocas, cualquiera que sea la forma y el nombre del gobierno, ya sea monarquía, república o democracia, una oligarquía acecha detrás de la fachada”1. Esta proclamación merece una cuidadosa reflexión en más de un sentido. Porque mientras Syme, el gran historiador del Imperio Romano, en su intento por asomarse tras la “fachada” de gobierno se propuso revelar las fuerzas de la ‘revolución’ augústea, su veredicto pasó sin problemas de un paradigma gubernamental a una configuración más universal, una configuración en la que, por un lado, había unas pocas personas que ejercían el poder, sobre todo mediante el monopolio de diferentes formas de capital características del gobierno de la élite premoderna –económico, cultural, simbólico–, y, por otro lado, estaba la mayoría de las personas sujetas a ese poder.
En la historia del Mediterráneo antiguo, el rasgo general del dominio de las élites es que se construyó sobre la intrincada relación entre el estatus social y una organización política que estaba a su vez orientada hacia la preeminencia de los niveles superiores de la sociedad. Sin embargo, el simple binomio élites/no-élites se complica a causa de las múltiples conexiones y relaciones mutuas que trascienden esa clara división. Por ejemplo, en el caso de las élites griegas, desde el final del período arcaico hasta comienzos del período helenístico se ha argumentado que su enraizamiento en las ciudades-estado que se suelen etiquetar como democráticas u oligárquicas –o, en pocos casos, autocráticas, caracterizadas por el gobierno de un círculo o clan restringido– no se tradujo en estrategias de distinción que fueran invariablemente de naturaleza democrática u oligárquica. Las élites de las ciudades-estado de la Grecia egea estaban expuestas a la misma conformación social de unos ‘pocos’ frente a los ‘muchos’, a menudo respaldada por regulaciones políticas que proporcionaban una apariencia o más democrática o más oligárquica. Sin embargo, en su intento por asegurar la jerarquía y la distinción social, las élites griegas dieron un giro a las formas específicas de la cultura para crear una jerarquía que les permitiera navegar por las relaciones potencialmente volátiles con las no-élites y adherirse a un código común de comunicaciones (Ober, 1989).
En otras palabras, los gobernados –los ‘muchos’– no eran simplemente sujetos pasivos sino agentes activos en la medida en que formulaban expectativas (sociales, económicas, de comportamiento) que debían ser atendidas por las élites. Las estrategias de respuesta tenían unas veces más éxito que otras, y esas tasas de éxito diferían considerablemente en muchos lugares. Pero la combinación no era casi nunca distinta: la interacción cotidiana en la cultura abierta de la polis griega requería, además de leyes sobre los derechos políticos, modos de comunicación y participación pública bien definidos que dieran continuidad al dominio de la élite. Es digno de ser destacado que las altas instancias de muchas ciudades griegas fueron demostrablemente incapaces de asumir esa tarea, es decir, de dar forma a las condiciones sociales que aseguraban su estatus a lo largo del tiempo. Esta es en sí misma una observación interesante sobre el poder de la élite en la antigua Grecia.
El binomio entre unos pocos gobernantes y los muchos gobernados se ha complicado notablemente en los estudios sobre el carácter político de la República romana2. Aquí también la imagen tradicional de la élite aristocrática ha sido cuestionada sobre la base de la dependencia de la nobleza de las masas o populus. La República romana no fue por supuesto una democracia, aunque cabe señalar que precisamente esta afirmación ha puesto en marcha un vivo debate internacional y, ciertamente, ha dado lugar a una auténtica oleada de estudios sobre la Roma pre-imperial que virtualmente se ha llevado por delante las concepciones que se tenían de las élites republicanas. Una de las nociones básicas de este debate es que la aristocracia romana estableció un conjunto único de vínculos, obligaciones y responsabilidades mutuas con el pueblo que sirvieron para cohesionar la sociedad. Más allá de su papel genuinamente político como cuerpo electoral que determinaba la nómina de aristócratas que desempeñaban cargos públicos cada año, el pueblo de Roma, aunque sujeto al gobierno del senado y de las familias que lo componían, constituía un elemento común de referencia, consagrado por el tiempo, y con unas auctoritas y dignitas propias era un agente social que exigía y demandaba de las élites un complicado código de comunicación. El pueblo romano no ejercía el poder en el marco de unas instituciones democráticas, pero es evidente que resulta demasiado fácil reducir su papel al de receptor pasivo de la autoridad de la élite.
Estos ejemplos indican cómo la actuación de las antiguas élites, sus estrategias de comunicación, su uso de capitales diversos y la delimitación de sus funciones públicas han sido objeto del escrutinio de la investigación. Por extensión, este enfoque incluye también el estudio de múltiples lugares y escenarios en los que las actuaciones de las élites tenían lugar ante una audiencia más amplia: por un lado, los lugares formales de interacción (lugares de reunión política), como los espacios religiosos y los sitios de esparcimiento colectivo (teatro, estadio); por otro lado, los lugares informales tales como el mercado o simplemente ‘la calle’, un espacio que se ha identificado como fundamental para la creación de un orden y una organización determinados. En definitiva, las antiguas élites mediterráneas tenían que demostrar su competencia y respetabilidad en todos estos ámbitos, y por lo tanto no solo debían ser líderes del progreso y la innovación, como Max Weber las describió, sino también líderes en el contexto de unos complejos sistemas de comunicación (Beck, Scholz & Walter, 2008).
Para materializar estos aspectos, las élites antiguas deben ser ubicadas ante todo en el contexto de la cultura. Por ello este volumen se centra en tres vectores del elitismo en particular, tanto en el mundo griego como en el romano: la comunicación del liderazgo y de las funciones propias del liderazgo; la distinción de la élite mediante estilos de vida reconocibles; y las estrategias discursivas para asegurar la legitimidad de la élite. Y lo hace a través de una serie de artículos cuyos autores abordan estos temas desde diferentes perspectivas.
El volumen se inicia con el capítulo de Elke Stein-Hölkeskamp, quien analiza las estrategias de autoconfiguración de las élites en la Grecia arcaica, en particular los criterios que determinaban el estatus, el rango y la preeminencia de los individuos. A partir del estudio de las fuentes antiguas sobre el período, la autora llega a la conclusión de que las élites fueron incapaces de reaccionar colectivamente a los retos que las poleis iban creando en sus nuevas estructuras. Por el contrario, fueron más bien aristócratas individuales los que asumieron de diversas maneras los nuevos roles que progresivamente correspondían a las élites. Eso conduce a una conclusión fundamental: esas variadas reacciones en el contexto del proceso de formación de la polis subrayan la fuerza de los aristócratas individuales y la debilidad estructural de las aristocracias como colectivos, y esa es una de las características básicas de la denominada “edad de la experimentación” griega.
Por su parte, Natasha Bershadsky aborda en su investigación dos conflictos bélicos en el mundo griego, la Guerra Lelantina y los enfrentamientos argivo-espartanos por la Tireátide. Bershadsky propone inscribir ambas confrontaciones en un marco mítico. Desde esa perspectiva, las disputas por la llanura lelantina y la Tireátide no constituyeron guerras propiamente dichas, sino más bien enfrentamientos rituales. En ellos los participantes, que pertenecían a la élite social, recreaban mitos de antiguas luchas sobre los territorios en disputa, y las batallas servían como ritos de paso para los jóvenes de esa élite. La recreación ritual de las antiguas luchas implicaba un modo simbólicamente potente de representar la identidad de la élite en el período arcaico, al tiempo que constituía un arma poderosa en las luchas entre facciones democráticas y oligárquicas en el período clásico.
Siempre en el ámbito griego, Hans Beck centra su contribución en la ciudad de Corinto para, desde ella, reflexionar sobre la estrecha relación de las élites sociales con el ámbito local en el que desempeñaban un papel de liderazgo. Existía ciertamente en el Mediterráneo en la Antigüedad una evidente conectividad entre sociedades (muy) lejanas y distintas, pero las élites encontraban el sentido de su existencia en su anclaje social y cultural en la comunidad en la que residían. Es ese localismo abierto a la conectividad internacional el que Beck enfatiza en su análisis.
Fabio de Souza Lessa defiende en su estudio que las competiciones atléticas (agônes) fueron en el mundo griego siempre un fenómeno ligado a la aristocracia, tanto en la época arcaica como en el período clásico. De acuerdo con el autor, incluso cuando la democracia se abrió paso en algunos estados griegos, los atletas siguieron procediendo exclusivamente de las filas aristocráticas. La explicación de ello se encuentra en la necesidad para los atletas de tener los medios necesarios para su subsistencia independiente, así como el tiempo libre para dedicarse a la práctica deportiva.
Durante la guerra del Peloponeso, una moda laconizante parece haberse impuesto entre los jóvenes de los círculos oligárquicos de la élite ateniense, reflejada en una vestimenta austera y en el uso de cabello largo. Julián Gallego sostiene en su capítulo que no se trataba solamente de una cuestión estética, ni tampoco de una declaración clasista en el plano ideológico, sino que pretendía configurar una identidad política y comunicar públicamente, al mismo tiempo, la existencia de un grupo dispuesto a pasar a la acción. Era una forma de intentar subvertir la democracia ateniense, con el objetivo último de instaurar un régimen oligárquico.
Como Alex McAuley afirma al inicio de su contribución, la gran rapidez con la que los territorios conquistados por Alejandro comenzaron a adoptar rasgos que pueden ser calificados como “griegos” resulta un fenómeno fascinante. El autor retoma la pregunta que la investigación se ha planteado desde hace mucho tiempo, sobre quién fue el responsable de la activa difusión de la lengua, la cultura y las costumbres en los territorios helenísticos, y la centra en particular en el reino seléucida y, en concreto, en la región de Capadocia. McAuley sostiene que, en el caso de Capadocia, este fenómeno de imitación helenizadora no debe ser atribuido exclusivamente a reyes o ciudades, sino a las élites “imperiales” regionales del reino seléucida. Esta helenización, a su vez, se filtró a otros niveles de la sociedad en un proceso de emulación de las élites.
El subsiguiente capítulo de Karl-Joachim Hölkeskamp sirve para dar paso en el volumen al mundo romano, y en particular a su período republicano. Hölkeskamp expone en su artículo la evolución de la historiografía sobre la República romana desde la perspectiva de la interacción y/o confrontación científica entre los investigadores europeos continentales, en particular alemanes, y los que trabajan en el ámbito anglófono, para finalizar planteando brevemente cuáles son, en estos momentos, los temas de mayor actualidad en torno a la denominada “cultura política” de la República romana, sin duda uno de los grandes debates historiográficos en las últimas décadas.
Ilaria Battiloro aborda una cuestión mucho más específica, en concreto el proceso de interacción entre las élites romanas y lucanas durante la República tardía. Para ello, la autora analiza el material arqueológico procedente de los santuarios locales en la región de Lucania, lo que permite explorar el proceso de asimilación de modelos culturales romanos, pero también el diálogo cultural que se estableció entre Roma y las comunidades indígenas del territorio lucano.
Las provincias del imperio constituían para los miembros de la aristocracia romana un ámbito donde desarrollar sus habilidades políticas, militares y administrativas, bien cumpliendo su servicio militar en las primeras fases de su carrera política, bien como imperatores al frente de un territorio en el desempeño de una magistratura superior. En este último apartado, el gobernador de una provincia iba al territorio bajo su mando siempre acompañado por la denominada cohors praetoria, un consilium formado por personas de confianza del imperator que le asesoraba administrativa, judicial y militarmente según cuáles fueran las características de la provincia. Alejandro Díaz Fernández estudia en su contribución la participación de hijos, hermanos y otros familiares en esas comitivas provinciales y cuál era su cometido durante su estancia en la provincia.
En el año 146 a.C., la ciudad de Cartago fue saqueada por el ejército romano bajo el mando de Escipión Emiliano. El sitio y posterior pillaje de la ciudad norteafricana fueron calificados por las fuentes antiguas como brutales. Sin embargo, Emiliano es alabado por esas mismas fuentes por el trato que dio al botín obtenido, al que declaró público mientras proclamaba que devolvería muchos de los objetos culturales hallados a sus auténticos propietarios, los griegos de Sicilia. Brahm Kleiman muestra en su capítulo que Escipión Emiliano utilizó retóricamente esos objetos para afirmar algunas de sus virtudes públicas (en particular la moderación y la generosidad) ante diferentes audiencias, tanto griegos y sicilianos como el pueblo romano, pero también ante otros miembros de la aristocracia romana.
Cristina Rosillo-López, por su parte, analiza un aspecto de la política no oficial, en tanto que tenía lugar fuera de los espacios públicos habilitados para ello, pero fundamental para el funcionamiento de la res publica. La autora estudia, durante la República tardía romana, las conversaciones y reuniones privadas cara a cara entre políticos como instrumento imprescindible de comunicación y circulación de información, por un lado, y de realización de negociaciones y acuerdos previos a la toma de decisiones, por ejemplo en el senado, por otro lado. Su análisis proporciona una nueva perspectiva de las relaciones interpersonales dentro de la élite y de cómo la política romana se desarrollaba en la práctica.
El período final de la República romana bajo el gobierno de los triunviros Antonio, Lépido y el joven César es en muchos aspectos excepcional desde la perspectiva institucional (pero también económica o militar). Francisco Pina Polo centra su artículo específicamente en el consulado sufecto, que perdió el carácter sustitutorio extraordinario que había tenido a lo largo de toda la República para convertirse en permanente durante el período triunviral, de modo que cada año, junto con los cónsules ordinarios, hubo varios cónsules sufectos. Con ello, los triunviros buscaban recompensar la lealtad de sus más fieles aliados políticos, al tiempo que fortalecían su posición al depreciar implícitamente el consulado, convertido en una magistratura de inferior categoría dependiente del triunvirato.
Cecilia Ames y Guillermo de Santis estudian la Eneida virgiliana como un acto de memoria histórica en homenaje al campesinado romano e itálico que fue ampliamente perjudicado por el avance imperialista de Roma, desde el momento en que su participación en los ejércitos conquistadores provocó la ruina de muchos de ellos, su desplazamiento y, en última instancia, la transformación del campo italiano. En opinión de ambos autores, si bien lógicamente el campesinado anónimo no protagoniza el poema épico, Virgilio deja clara en él su imprescindible presencia e importancia histórica.
Tito Livio es una fuente de información imprescindible para quienes investigan sobre la República romana, es el gran cronista de la historia de Roma desde sus inicios hasta su propia época. Catalina Balmaceda centra su artículo en el análisis de los exempla que Livio presenta en los años iniciales del período republicano como parangonables a la situación histórica de la época augústea en la que él escribe. La “formación” de la República es comparable –o implícitamente comparada– a la presunta “restauración” de la res publica que Augusto habría llevado a cabo, y las características morales, más que políticas, de los líderes que habían forjado Roma serían así proyectadas a las del nuevo líder al frente del imperio.
Más allá de los aspectos puramente literarios, la recitatio, en tanto que lectura realizada ante un público, es un hecho social en estrecha relación con la historia cultural de las élites romanas. Es desde esta perspectiva desde la que Clément Bady analiza la recitatio funebris de Marco Aquilio Régulo, datada alrededor del año 104 d.C. y recogida por Plinio el Joven. Su recitatio debe ser entendida en el contexto de la competencia aristocrática, como un instrumento para distinguirse de otros miembros de la élite. En ese sentido, Régulo se muestra especialmente hábil para promocionar su estatuto aristocrático, dirigiéndose al público de las ciudades de Italia y del imperio, utilizando los mecanismos sociales de la elocuencia y de la literatura.
A partir fundamentalmente del material epigráfico conocido, Jonathan Scott Perry se centra en el ámbito económico relativo a una serie de oficios relacionados con el trabajo artesanal en el mundo romano. En su análisis, trata fundamentalmente de explorar la intersección entre clase social y género, y en particular el posible rol económico y de liderazgo de las mujeres, en muchas ocasiones oculto o difuminado por la escasez de información, pero también por los prejuicios de la historiografía moderna.
A continuación, Timothy Howe nos lleva a Cilicia Tracheia en Anatolia, en concreto a su capital Antioquía, con el objetivo de estudiar, sobre todo a partir de las inscripciones honoríficas asociadas a edificios públicos, el modo en que se desarrollaron y fomentaron prácticas y valores compartidos entre las élites locales e internacionales como instrumento de lealtad al Imperio Romano y, al mismo tiempo, de consolidación del liderazgo local. El autor llega a la conclusión de que, en términos generales, no se debe hablar de ruptura sino más bien de continuidad: los monumentos públicos enfatizan la permanencia del espacio político y sagrado dentro de la nueva presencia romana imperial, simplemente integrando ahora a las élites romanas.
Los dos últimos artículos del volumen están dedicados a la Antigüedad tardía. Durante los siglos IV, V y VI, las élites dominantes dentro del Imperio Romano siguieron siendo, como lo eran en las centurias anteriores, aristocracias civiles, políticas y urbanas, todavía sin el carácter militar que tuvieron más adelante. A pesar de esa continuidad, en ese período tuvieron lugar cambios en la vida urbana que pusieron en cuestión los instrumentos de control de la población urbana y las formas tradicionales de legitimación aristocrática. Esa es la cuestión específica que aborda Julio Cesar Magalhães de Oliveira en su capítulo. Finalmente, Carlos García Mac Gaw estudia en particular los rasgos del liderazgo dentro de la dirigencia donatista disidente en el Norte de África en los siglos IV y V, no tanto dentro de las estructuras religiosas sino fuera de ellas, es decir, los líderes religiosos como terratenientes, abogados y magistrados, y cómo esas circunstancias sirvieron como mecanismos de construcción de poder.
En definitiva, este volumen recorre desde perspectivas muy diversas y variadas el papel desempeñado por las élites sociales en el ámbito local, regional e internacional, en particular su interacción y confrontación social, económica y política, su capacidad de supervivencia desde la transformación, y su poderosa contribución a la creación de culturas modeladas a su conveniencia, y todo ello en un recorrido cronológico que nos conduce desde la Grecia arcaica hasta la Antigüedad tardía, pasando por la Grecia clásica, el mundo helenístico, la República romana y el Principado, siempre dentro del rico y fructífero ámbito mediterráneo.
Bibliografía
Beck, H., Scholz, P. & Walter, U. (eds. 2008). Die Macht der Wenigen. Aristokratische Herrschaftspraxis, Kommunikation und edler Lebensstil in Antike und Früher Neuzeit, München.
Hölkeskamp, K.-J. (2015). “‘Performative turn’ meets ‘spatial turn’. Prozessionen und andere Rituale in der neueren Forschung”, en D. Boschung, K.-J. Hölkeskamp & C. Sode (eds.), Raum und Performanz. Rituale in Residenzen von der Antike bis 1815, Stuttgart, 15-74.
Hölkeskamp, K.-J. (2019). La cultura política de la República romana. Un debate historiográfico internacional [2016], tr. F. Pina Polo y C. Rosillo-López, Zaragoza-Sevilla.
Ober, J. (1989). Mass and Elite in Democratic Athens: Rhetoric, Ideology, and the Power of the People, Princeton.
Syme, R. (1939). The Roman Revolution, Oxford.
1 “[I]n all ages, whatever the form and name of government, be it monarchy, republic, or democracy, an oligarchy lurks behind the façade”.
2 Véase ahora, en traducción al español, K.-J. Hölkeskamp, La cultura política de la República romana: un debate historiográfico internacional, Zaragoza-Sevilla, 2019.