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Lo justo, lo bueno y lo poderoso. Estrategias de autoconfiguración aristocrática en la Grecia arcaica1
ОглавлениеElke Stein-Hölkeskamp (Universität Duisburg-Essen)
Las siguientes reflexiones sobre las estrategias de autoconfiguración en la Grecia arcaica se centrarán en la cuestión de la pertenencia y participación en una élite. Esto implica, en términos concretos, los criterios que determinan el estatus, el rango y la preeminencia de los individuos. La tradición literaria parece ser bastante clara en este aspecto. Después de todo, los textos desde la Ilíada en adelante versan sobre las cualidades específicas de los héroes individuales y líderes de la envergadura y reputación de un Aquiles, un Héctor o un Odiseo, que invariablemente buscan “ser siempre los mejores y superar a todos los demás”. También en la poesía arcaica, desde Arquíloco hasta el Corpus Theognideum, estos criterios de excelencia y preeminencia, por los cuales los aristócratas individuales superan a los demás, ocupan invariablemente un lugar central. Sorprendentemente, sin embargo, desde los primeros textos en adelante, los poetas toman también, y sobre todo, una postura muy crítica hacia la élite. Son estos textos los que proporcionan un acceso ideal a nuestro tema2.
Permítaseme comenzar con un poema de Arquíloco, nacido alrededor del año 680 a.C. en la isla de Paros. Arquíloco (fr. 114 West), quien tuvo una vida sumamente aventurera como mercenario, rechaza al tipo homérico, por así decirlo, del guerrero alto y bello, de larga cabellera y postura orgullosa: no tiene “ningún agrado por el general corpulento de andar jactancioso, que presume de sus rizos o se afeita con cuidado”; prefiere uno que sea “menudo, que en sus canillas se aprecie que es zambo, que se plante con firmeza y esté lleno de valor”3. A mediados del siglo VII a.C., el espartano Tirteo (fr. 11 West) formula una crítica fundamental y exhaustiva de las actitudes y el comportamiento de los miembros de la élite de su época. En sus elegías, niega enfáticamente que un hombre “por su excelencia en el correr o en la pelea de puños”, aun si “venciera en carrera al tracio Bóreas” o “tuviera la altura y la fuerza de un Cíclope”, sea digno de estima y recuerdo. Simplemente no reconoce la belleza y la fuerza física, el éxito en las competiciones atléticas, la riqueza y la elocuencia como signos de excelencia personal e individual. Para él, la única virtud verdadera (areté) es el “impetuoso coraje”, y eso significa que
… osa presenciar la matanza sangrienta y, manteniéndose cerca, sabe lanzarse contra el feroz enemigo. Eso es excelencia. Esa es, entre los hombres, la máxima gloria y el más hermoso premio al alcance de un joven guerrero. Un bien común a la ciudad y al pueblo entero es el hombre que, erguido en vanguardia, se afirma sin descanso.
Estos valores cooperativos marcan al hoplita en la falange y constituyen cualidades centradas en la comunidad de la polis.
Hacia mediados del siglo VI se tiene una evidencia similar en los fragmentos de Jenófanes de Colofón. Este poeta critica la excesiva exuberancia de la élite de su polis natal: “Acudían al ágora no menos de mil en total, con mantos teñidos de púrpura todos, jactanciosos, ufanos de sus muy cuidadas melenas, impregnados de ungüentos de aroma exquisito”, una suerte de “lujo inútil”, que habían aprendido “de los lidios” (fr. 3 West). Incluso más, su crítica está dirigida a la excesiva estima y el reconocimiento de que gozan los campeones olímpicos: lamenta la inutilidad de las actividades deportivas para la comunidad de la polis y critica los valores subyacentes y, de hecho, la mentalidad de grupo estamental que gira en torno a la competencia, o más bien a la competitividad por sobre todo y solo en este ámbito: un hombre que obtuviera
… una victoria por la rapidez de sus pies o en el pentatlón… o bien en la lucha, o bien en ese espantoso certamen que llaman ‘pancracio’, muy ilustre se hace a los ojos de sus convecinos, y puede alcanzar la gloriosa ‘proedría’ en los Juegos, y recibir alimentos a cargo del erario público, y de su ciudad un regalo, que tenga por premio.
Todo esto no contribuiría al “buen gobierno” de la ciudad ni a “engrosar” su tesoro (Jen., fr. 2 West). La crítica en uno de los poemas del Corpus Theognideum apunta en un sentido similar. El poeta confronta a sus conciudadanos con una pregunta polémica:
¿Cómo vuestro corazón tiene el valor de cantar al son de la flauta? Desde la plaza se ve la frontera de nuestra tierra, que os alimenta con sus frutos, ¡a vosotros que en vuestros rubios cabellos lleváis en los banquetes rojas guirnaldas!
Los convoca a llorar “por esta tierra perfumada” que se pierde ante el enemigo, a recortar sus cabellos y poner fin a la fiesta (Teognis, 825-830).
Estos textos enumeran una serie de características consideradas típicas para los miembros de la élite y que, al mismo tiempo, son vehementemente denunciadas como innecesarias y hasta dañinas y destructivas para la comunidad: riqueza y vida ociosa, físico esbelto y fuerte, osadía y arrogancia, elegancia y elocuencia. Estas marcas de preeminencia son invariablemente resultado de cualidades personales, posesiones y logros individuales, obtenidos y acumulados en prácticas culturales competitivas. Estas prácticas consistían en una gran variedad de actividades en las que cualquier persona que tuviera los medios y recursos necesarios podía invertir su tiempo y energía. Al mismo tiempo, sin embargo, los fragmentos de estos poetas –que son, después de todo, nuestra fuente más importante para la historia social de la era arcaica– no ofrecen ningún criterio objetivo, universalmente válido y aplicable en las distintas circunstancias para definir de manera clara y efectiva al grupo en la cima en la escala social4.
Cualquier intento de definir las características de la élite por medio de un análisis de su base social resulta igualmente problemático. En este caso particular, un enfoque sociohistórico debe estar centrado en las características concretas de esta élite como tal, sin recurrir a presupuestos y generalizaciones derivados de analogías implícitas con el patriciado de la Roma republicana, o las aristocracias de la Edad Media o la temprana Modernidad europea. Los resultados de la investigación en las últimas décadas, especialmente a raíz de las conclusiones propuestas por estudiosos franceses como Félix Bourriot (1976) y Denis Roussel (1976), se pueden resumir de la siguiente manera: desde el principio, ha sido y sigue siendo una característica esencial de la aristocracia –o más bien, de los aristócratas– el actuar invariablemente como tales, es decir, como individuos y no como un grupo o “clase” coherente y homogénea. Dado que nunca hubo algo parecido a estructuras gentilicias o linajes, el nacimiento noble no pudo convertirse en un criterio decisivo, y mucho menos exclusivo, del estatus y el rango aristocráticos. Las familias nucleares nunca formaron comunidades más amplias con relaciones agnadas o cognadas. Solo las relaciones agnadas inmediatas (padres, hermanos e hijos) estaban a cargo del matrimonio, funerales y rituales similares. En pocas palabras: las familias aristocráticas y, por lo tanto, los aristócratas como individuos nunca estuvieron interconectados en estructuras familiares de amplio o incluso mediano alcance5.
La unidad básica de la sociedad arcaica era el oîkos. Todos los miembros de la élite eran propietarios de un gran oîkos, que comprendía no solo a la familia nuclear, sino también a esclavos, trabajadores libres, “amigos” y seguidores. Existen muchos pasajes en la épica homérica y la poesía arcaica que atestiguan la importancia fundamental de esta base para el rango y el estatus del individuo. Era en y gracias al oîkos que se producían los recursos que permitían ese estilo de vida aristocrático que los poemas de Arquíloco, Tirteo, Jenófanes y Teognis describen como signo de distinción por excelencia de las élites6. El rendimiento de la economía de oîkos era el que sustentaba la capacidad del aristócrata individual para participar en las prácticas sociales típicas, como el consumo competitivo ostentoso y el atletismo agonístico. En consecuencia, solo un hombre que tuviera un éxito demostrable en estas esferas de actividades estaba en condiciones de generar un rango elevado y un estatus aristocrático a través de estas formas de autoconfiguración en esta cultura de presencia física y visibilidad. En concreto, solo un propietario exitoso de un gran oîkos era capaz de ofrecer simposios, de entrenar su cuerpo y cultivarse, de ir de caza y criar caballos, y de realizar largos viajes para asistir a los festivales y juegos panhelénicos en Olimpia y otros lugares. Un hombre que no fuera capaz de mantener este amplio y exigente espectro de actividades generadoras de estatus y de estrategias para fare la bella figura perdería el capital simbólico, en términos de Pierre Bourdieu, que constituía la base de sus pretensiones de formar parte de la élite7.
Finalmente, quisiera volver sobre la pregunta importante: ¿qué ocurre con el rol de estas élites en el proceso que hemos estado llamando “el surgimiento de la polis” a partir de Victor Ehrenberg (1937)? Parece existir un consenso universal en que no debemos conceptualizar este proceso de formación de un tipo muy específico de organización sociopolítica como un desarrollo evolutivo unidireccional y uniforme de un conjunto de instituciones y procedimientos similares –en otras palabras, un proceso de diferenciación institucional en el que una élite como colectivo fuera, por así decirlo, desempoderada poco a poco por un cuerpo ciudadano cada vez más consolidado–. Por un lado, este proceso fue mucho más complicado y variado debido a las propias características del grupo estamental de los “aristócratas”, como se mencionó previamente. Por otro lado, este proceso ciertamente tuvo un amplio espectro de repercusiones para la situación de estos aristócratas y cambió su libertad de acción de muchas maneras. En cierto modo, el surgimiento y la estabilización de las instituciones centrales de la polis y la concomitante consolidación de los cuerpos ciudadanos deben considerarse como una respuesta indirecta a la perturbación permanente generada a través de la competencia y las luchas de poder entre los aristócratas, que cada vez más se consideró como un factor principal en la crisis desestabilizadora de las comunidades8. Estas comunidades y sus instituciones nacientes tomaron el centro del escenario en el sentido pleno de la metáfora –un lugar exclusivo, en el que se discutían todos los problemas y se tomaban soluciones vinculantes en procedimientos formalizados de decisión mayoritaria; vinculantes también, y sobre todo, para los aristócratas–9. En los procedimientos legislativos, electivos y de resolución de conflictos, las asambleas populares, los consejos y los magistrados tenían que cooperar a través de procedimientos firmemente institucionalizados. Actuar por mano propia, de manera personal (self-help), por ejemplo, bajo el modo de la venganza de sangre, fue reprimido paso a paso. Para los aristócratas, las posiciones de liderazgo en las instituciones nacientes como los consejos y las magistraturas fueron de particular importancia. Al principio, estas posiciones fueron, ciertamente, ocupadas por aristócratas que eran lo suficientemente influyentes como para hacer frente a las ambiciones de los competidores y para impulsar exitosamente su reclamo a estas nuevas posiciones de preeminencia. Fue la feroz competencia entre los aristócratas lo que llevó al establecimiento gradual de reglas formales vinculantes, que regulaban cantidades, cualificaciones, procedimientos de nombramiento, duración, funciones y competencias de los cargos. En muchas poleis se establecieron sanciones y penalizaciones con el fin de disciplinar a los aristócratas, que intentaban recurrentemente eludir restricciones tales como la prohibición de la iteración y la continuidad en los cargos o que transgredían los límites de sus competencias. Procesos regulares y formalizados de rendición de cuentas complementaban la amplia escala de procedimientos por los cuales la comunidad de la polis controlaba a los magistrados. Obviamente, todas estas regulaciones buscaban limitar la concentración y la acumulación de poder en manos de los magistrados aristocráticos10.
Como consecuencia de su carácter específico, las élites fueron incapaces de reaccionar colectivamente a los múltiples vientos de cambio. Fueron más bien aristócratas individuales los que, a su manera, asumieron los nuevos roles que acabamos de mencionar. Algunos de ellos intentaron construir relaciones especiales con el conjunto de los ciudadanos, con el objetivo de obtener una posición de preeminencia entre ellos. Sin embargo, el hecho de que las magistraturas estuvieran generalmente organizadas de manera colegiada y con una corta duración hizo que, por lo general, estos cargos anuales no devinieran, al menos en un principio, en un objetivo importante ni mucho menos principal o incluso exclusivo de la competencia aristocrática. Muchos aristócratas deseaban un poder personal irrestricto y permanente –me refiero a tiranos como Cipselo en Corinto y Pisístrato en Atenas–11. Otros intentaron erigirse en líderes de la ciudadanía a través de una batería de medidas y reformas que paradójicamente aceleraron la institucionalización y consolidación del cuerpo ciudadano –los reformadores, árbitros y legisladores atenienses Solón y Clístenes son buenos ejemplos–12. Es esta amplitud de posibles reacciones al proceso de formación de la polis lo que subraya la fuerza de los aristócratas individuales y la debilidad estructural de las aristocracias como colectivos, y esa es una de las características básicas de la “edad de la experimentación” griega.
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1 Traducción de Sergio Amor. N. del tr.: se utilizan las siguientes traducciones al español, en ocasiones levemente modificadas para mantener el sentido del texto original inglés: Arquíloco: E. Suárez de la Torre, en Yambógrafos griegos, Madrid, 2002; Jenófanes y Tirteo: C. García Gual, en Antología de la poesía lírica griega (siglos VII-IV a. C.), Madrid, 1980; Teognis: F. Rodríguez Adrados, en Líricos griegos, II. Elegíacos y yambógrafos griegos, Barcelona, 2007.
2 Ilíada, 6.206-210. Las élites en la Grecia arcaica han sido analizadas en una serie de estudios innovadores, que presuponen una superioridad económica, social, política y cultural. Además, generalmente se asume que la pertenencia a la élite no era hereditaria, sino que dependía de logros individuales y de un estilo de vida particular, y debía ser ratificada una y otra vez. Cf. Donlan (1980); Stahl (1987); Stein-Hölkeskamp (1989); Ulf (1990); Fouchard (1997); Schmitz (2004; 2008); Duplouy (2006); Fisher & van Wees (eds. 2015); recientemente, Stein-Hölkeskamp & Hölkeskamp (2018).
3 Cf. también, Arquíloco, fr. 5 West, donde el poeta simplemente admite que se metió en serios problemas en un combate y tuvo que abandonar su escudo, algo sumamente vergonzoso de acuerdo con el código de honor heroico.
4 Los elementos principales del estilo de vida aristocrático, que es una característica esencial de la distinción de este estrato social, son descriptos y analizados en la siguiente selección de monografías y volúmenes editados; estudios generales: Stein-Hölkeskamp (1989); Stein-Hölkeskamp & Hölkeskamp (2018); intercambio de regalos: Van Wees (2002); Carlà & Gori (eds. 2014); atletismo: Mann (2001); Nicholson (2005); Neer (2007); Fisher (2009); de Polignac (2009); Flaig (2010); y las contribuciones relevantes en Christesen & Kyle (eds. 2014); simposio: Fehr (1971); Murray (1983; 2009); y las contribuciones en Murray (ed. 1990); Wecowski (2014); vestidos suntuarios y estatuas: Reinhold (1970); Schneider (1975). Cf. Morgan (1993), sobre juegos panhelénicos.
5 Los trabajos de Bourriot y Roussel, que cuestionaron y refutaron plausiblemente la importancia (e incluso la existencia) de redes de relaciones de sangre de gran alcance, siguen siendo fundamentales. Cf. también Humphreys (1978; 1982); Patterson (1989); Stein-Hölkeskamp (1989); Schneider (1991-92); y recientemente Duplouy (2015).
6 Cf. los aportes fundamentales de Schmitz (1999; 2004; 2007; 2014).
7 Sobre la pérdida de riqueza y sus consecuencias, cf. los siguientes pasajes en el Corpus Theognideum: Teognis, 83-86, 145-150, 151-154, 155-158, 173-180, 181-182, 227-232, 267-270, 315-318, 345-350, 351-354, 393-394, 523- 526, 619-622, 660-663, 667-674, 929-930, 1117-1118. Sobre el Corpus Theognideum como fuente para la historia social de las élites arcaicas, cf. los aportes de Figueira & Nagy (eds. 1985); Stein-Hölkeskamp (1989: 86ss., 134ss.; 1997); Lane Fox (2000); van Wees (2000); Forsdyke (2005); Selle (2008). (N. del tr.: la expresión “fare la bella figura” aparece en italiano en el original en inglés).
8 Sobre el surgimiento de la polis y el desarrollo de sus estructuras institucionales, cf. Welwei (1983), que sigue siendo fundamental. Las contribuciones de Hansen (ed. 1993); Mitchell & Rhodes (eds. 1997); Raaflaub & van Wees (eds. 2009), ofrecen balances de las investigaciones recientes.
9 Sobre la emergencia de la actividad legislativa y la escritura de las leyes, cf. el trabajo básico de Hölkeskamp (1999), y los artículos de Hölkeskamp (1994; 2000; 2010), sobre aspectos particulares.
10 Sobre la interdependencia entre desarrollo de consejos y magistraturas, por un lado, y las características particulares de las élites, por el otro, cf. Stein-Hölkeskamp (1989: 94ss.).
11 Cipselo: Heródoto, 5.92b; Nicolás Damasceno, FGrHist, 90 fr. 57, 1-7. Pisístrato: Heródoto, 1.59.3-5; 1.60.1-61.2; Tucídides, 6.53-61; [Aristóteles], Constitución de los atenienses, 13.4; 14.1. Cf. Berve (1967), que sigue siendo fundamental. Anderson (2005) ofrece un relevamiento de investigación angloamericana sobre el tema. Stein-Hölkeskamp (2009) describe la tiranía en el contexto de las sociedades aristocráticas.
12 Welwei (2011) sigue siendo fundamental para la Atenas arcaica. Sobre Solón, cf. las contribuciones en Blok & Lardinois (eds. 2006). Sobre la muy debatida cuestión del papel de las reformas clisténicas en el surgimiento de la democracia ateniense, cf. las siguientes publicaciones, en las que se ofrecen interpretaciones controvertidas: Ober (1996); Morris & Raaflaub (eds. 1997); Raaflaub, Ober, Wallace et al. (2008).