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Prólogo
ОглавлениеEn La rebelión de las élites y la traición de la democracia, Christopher Lasch desarrolla una idea interesante, quizás original para los lectores europeos y norteamericanos, pero sobre todo sumamente familiar para quien conoce el funcionamiento de las élites latinoamericanas. La propuesta de Lasch invierte la lectura articulada en 1930 por Ortega y Gasset, a propósito de su texto La rebelión de las masas. Para Ortega y Gasset la crisis de la civilización occidental provenía de “la dominación política de las masas”, de allí que correspondiera a las propias élites asumir los más rigurosos patrones éticos y culturales sin cuyo concurso, juzgaba él, la civilización habría de tornarse imposible.
He aquí la inversión de Lasch: en nuestra época, la amenaza proviene de los que se instalan en la cima de la jerarquía social, de las elites que controlan el flujo internacional del dinero y de la información. El espíritu elitista del que habla Lasch no es sólo norteamericano, pues supone una irradiación de carácter transnacional que tanto expresa a la ideología neoliberal como a su más inmediata consecuencia, vale decir, una sociedad biclasista que gobierna al capitalismo contemporáneo. Este circuito constituye una nueva plutocracia mundial que, en términos estadísticos, da cuenta del veinte por ciento de privilegiados con el dinero, la salud y el par educación/información, respecto de una población residual, caracterizada por su lugar subalterno y las tendencias decadentes que le son corrrelativas.
Lo que nos viene a mostrar el texto de Julio Hevia Garrido Lecca es precisamente el sistema de pensamiento correspondiente a lo que denominaremos un nuevo real de las élites. Lo “real” es una noción producida dentro de un orden histórico determinado: en el plano colectivo, implementado por grupos e instituciones; en el plano individual, operado por mitos e ideologías, nutrido de valores y deseos. Y sus propios efectos: mecanismos perceptivos, estéticas, rutinas laborales, itinerarios, transporte, residencia, educación, tiempo libre –entendidos todos como realidades de la sociedad moderna– van a desprenderse, ellos mismos, de las tecnologías cognitivas y representacionales engendradas por el sistema dominante.
Nuevas tecnologías implican, por cierto, el redimensionamiento de la realidad. Es preciso señalar que dicho redimensionamiento no aniquila lo “real”, sino que lo altera y distorsiona en sus tradicionales modos de representación. En nuestro caso, por ejemplo, a propósito de la intervención tecnológica en las clásicas coordenadas de espacio y tiempo. Tales modos son solidarios de un mundo vital específico, de aquello que podríamos llamar “mundo perceptivo”, condición indispensable para el intercambio de influencias y la acción recíproca entre el hombre y el medio ambiente. Ese individuo, pues, percibe la realidad del mundo en la medida en que se adapte, interactivamente, a unos vínculos ecológicos, sensoriales e intelectuales.
El mérito principal del actual trabajo de Hevia consiste en exponer, de manera clara y erudita, las transformaciones en los vínculos intelectuales y sensoriales, cuya responsabilidad compete a la nueva ecología cognitiva de las élites. Resulta evidente que tales mutaciones vienen a favorecer la circulación de las ideas y los productos informativos, todo ello en beneficio de las nuevas configuraciones de las clases sociales.
A propósito del particular arreglo de su tematización, y sin adoptar un tono explícitamente político, el texto de Hevia entrevé el punto crucial de la nueva fractura social, que como bien muestra Baudrillard es el de la circulación: “La única circulación en esta sociedad es la de las élites y de las redes, la del dinero y de la información en tiempo real. Circulación abstracta, inaccesible para las mayorías”.
Detrás de las críticas de Hevia a la diseminación egotista de las posiciones del sujeto, se diseña una ética contraria a la moralidad tecnomercadológica que exalta la fuerza afirmativa de cada cual como fuente de una especie de derecho natural. Encontramos, pues, entre otros indicadores: la autoestima obtenida en terapias del ego, el esnobismo meritocrático, las posibilidades de acceso a la información high-tech, el tránsito por los nuevos códigos semióticos.
Tras las críticas levantadas, resulta inequívoco el intento de abonar el terreno para la articulación de una ética, ciertamente novedosa y además compatible con la realidad presente. Vale recordar a Platón en el Gorgias cuando pone en boca de Cálicles el elogio del atendimiento a los propios apetitos y a su incondicional satisfacción, aunque esto implique la opresión de los débiles a cargo de los fuertes. Pues bien, el texto de Julio Hevia Garrido Lecca deja traslucir su posición crítica contra el poder de una nueva orden tal vez excesivamente remota, e incluso abstracta, para la mayoría, pero muy concreta y real para las mencionadas élites.
Muniz Sodré Río de Janeiro, febrero del 2000