Читать книгу Indeleble - Karen Londoño Muriel - Страница 11

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Capítulo 4 Indeleble

Daniel

Abrí la puerta con nerviosismo. Sabía que hablaríamos de cosas que definirían nuestro futuro y por eso, aunque todavía no compraba un anillo ni terminaba la universidad, estaba dispuesto a escaparme con ella, pedirle que fuera mi esposa y darle la vida que Alan le negaba; después de todo, no le permitió seguir estudiando al terminar la escuela, ni mucho menos la dejó trabajar para distraer su tiempo.

No la vi al entrar. Pasé a la recepción de la suite y vi a Mark recogiendo su chaqueta de un sofá junto a la cama. Esa fue la última vez que hablamos en persona.

—Daniel, gracias a Dios llegaste. —Se veía agotado, incluso, destrozado—. Sarah se está dando una ducha, necesitaba relajarse. Puedes esperarla. —Caminó hasta donde yo estaba—. Los dejaré solos. Tengo otra suite rentada, justo al lado de esta, para que no sospechen de ustedes y me quedaré allí...

—Mark, ¿qué sucede? —Su tono y su actitud decaída me asustaban.

—Que ella te lo diga, Daniel. Solo te pido un favor. —Al mirarme a los ojos me di cuenta de que los suyos no eran los mismos de siempre, les faltaba la alegría que tanto lo caracterizaba—. Entiéndela, ella te ama como no te imaginas...

—Tyler, me estás asustando. —Sostuve su mirada. Sí, estaba asustado; más tarde me daría cuenta de que tenía toda la razón para estarlo.

—Espera que ella salga del baño. —Intentó sonreír—. Y, Daniel, siempre serás mi mejor amigo, no importa lo que suceda. Te quiero. —Me dio un golpe en el hombro y salió, dejándome perplejo y sin posibilidad de moverme.

Cuando por fin pude dar un paso, me serví un trago y me senté en uno de los sofás. Tenía un mal presentimiento, todo era demasiado extraño. Recosté la cabeza en el respaldo y fijé la mirada en el techo para intentar calmarme.

—Daniel, llegaste.

La dulce voz de Sarah me hizo regresar. Estaba frente a mí, vestida como siempre, informalmente, pero hermosa. Llevaba un lindo vestido blanco con botones en la parte del frente y una falda amplia que caía hasta sus rodillas. En su pequeña cintura, un cinturón de color rojo le daba un toque antiguo, al mejor estilo de los años 60. Su tradicional trenza estaba en su sitio y, como de costumbre, su rostro no se veía dañado por una sola gota de maquillaje. Era la mujer más hermosa del mundo. Y era mi novia.

—Claro, mi ángel. —Me levanté y corrí a abrazarla. Necesitaba sentirla entre mis brazos. Pasaron dos días desde la última vez que nos vimos y las cosas no terminaron bien en ese momento—. Estaba muy preocupado por ti. —La alejé un poco, le di un suave beso en sus labios y volví a apretarla contra mi cuerpo—. Dime que tu padre no te hizo daño... —Mi voz se quebró ante la idea de Alan golpeándola.

—Daniel —susurró mi nombre y rompió en llanto con su rostro escondido en mi pecho.

—Sarah, hermosa, dime qué sucede —me atreví a decir mientras le acariciaba los cabellos—. Yo te puedo ayudar...

—Debo dejarte —soltó cortando mi frase y dejándome estático.

—¿De qué hablas? Sarah, yo...

Las palabras se quedaron en mi garganta sin poder salir.

—No podemos seguir juntos. —Se alejó y me miró a los ojos. Igual que Mark, mi ángel había perdido su brillo. Estaba destrozada y, de paso, me estaba destrozando a mí.

—¿Tu papá tiene algo que ver? —Fue lo único que pude decir y ella solo asintió—. No tiene que ser así, vámonos. Vámonos juntos —dije consciente de que las lágrimas empezaban a rodar por mis mejillas—. Sarah, podemos irnos, somos mayores de edad... Podemos casarnos y así no tendrás que dejarme, él debe entender...

—Daniel, no puedo. —Se soltó de mis brazos y me dio la espalda—. Entiéndeme, ¿sí? En un tiempo podremos, si aún me amas...

—¿Un tiempo? Sarah, me ocultas algo. —No me acerqué, solo hablé temiendo lo peor.

—Espero que lo entiendas —la escuché sollozar—. Perdóname por favor. —Iba a empezar a caminar, pero la alcancé y la tomé del brazo para girarla frente a mí. Necesitaba verle el rostro—. Déjame ir, no me lo hagas más difícil...

—Dime que no me amas y te dejaré ir a donde quieras.

Endurecí mi semblante y clavé la mirada en sus ojos mágicos que ahora estaban opacados por una tormenta de lágrimas.

—No me hagas esto, Daniel, por favor —rogó.

—Dilo, di que no me amas...

—No puedo...

Y no la dejé hablar más. La atraje hacia mí y atrapé sus labios rosados, esos labios que superaban al mejor chocolate que podrían ponerme enfrente. La besé desesperado. Necesitaba que todo lo que había dicho se borrara por completo. Que esas palabras nunca hubieran salido de su boca...

Al inicio no me respondió, pero con los segundos sus labios terminaron adaptándose a los míos, respondiendo con un beso que me decía a gritos el amor que sentía. Ella me amaba, yo la amaba, no teníamos por qué separarnos; no lo iba a permitir.

Sin soltarla del abrazo y sin dejar de besarla, la dirigí hasta la habitación. En siete años, nunca sobrepasamos la línea de la pasión. Habíamos estado a punto; sintiendo el calor de las hormonas que se introducía en nuestros cuerpos, pero nunca tuvimos la oportunidad para dejarnos llevar… Hoy no pensaba detenerme. Necesitaba confirmar que nos amábamos como nadie más lo ha hecho.

Tomé el rostro de Sarah con una de mis manos y con la otra bajé dibujando su contorno hasta posarla en la parte baja de su espalda, la atraje contra mi cuerpo para demostrarle lo que causaba el suyo en mí. Ella enredó sus manos en mi cuello y halaba suavemente mi cabello, sabía que Sarah no me pediría detenerme. Profundicé aún más el beso y degusté con mi legua el sabor de su boca abierta y dispuesta a recibirme. La recosté en la cama suavemente y me ubiqué encima de ella sin perder el contacto de nuestros labios. Mis manos recorrieron sus largas piernas bajo la tela del vestido. La sentí estremecerse con mi contacto. Me amaba, eso era evidente y yo la amaba a ella, con mi vida. Estaba dispuesto a darlo todo por esa mujer. Ella lo sabía y yo se lo iba a corroborar con mis caricias. Poco a poco nos convertimos en solo besos, mordiscos y manos. En un acto desesperado, Sarah se deshizo de mi chaqueta de cuero y mi camiseta negra; ambas terminaron en algún lugar cercano a la cama. Con el mismo desespero abrí botón por botón el vestido de mi ángel, dejando a la vista su hermosa silueta cubierta por un delicado conjunto de encaje rosa pastel.

—Te amo, preciosa. —Mi voz salió suave contra sus labios—. No tenemos que separarnos...

—No digas nada —dijo con los ojos cerrados y tan cerca de mis labios que sentía su delicioso aliento—. Solo ámame a pesar de todo. Ámame, Daniel —me pidió con la voz quebrada y los ojos apretados.

Estaba sufriendo, estábamos sufriendo, pero yo no me detuve ante esa señal. La besé con ansiedad mientras me deshacía de mi pantalón. Recorrí su cuerpo con mis manos, adorándola, grabando cada centímetro de su piel en mi memoria, tatuándola con una tinta indeleble mientras mis labios recorrían los suyos, su cuello y la parte superior de su pecho. Sus delicados dedos trazaban figuras indescifrables en mi espalda descubierta mientras con la otra mano jugueteaba con mi cabello. Nos necesitábamos, ambos lo sabíamos. De repente nada más existió. La habitación desapareció, las preocupaciones se esfumaron y solo existíamos ella, nuestro amor y yo.

Las caricias cada vez eran más y más atrevidas. Sus pechos reaccionaron a mis manos mientras que mi entrepierna reaccionaba a sus caricias en mi espalda. Esa vez no íbamos a detenernos. Esa vez íbamos a terminar lo que dejábamos empezado siempre. Nos deshicimos de la poca ropa que quedaba y pude adorarla completamente. Mi ángel era simplemente perfecto. La memoricé por completo con mis labios. La vi mirarme con temor, pero con decisión. Vi cómo su cuerpo pedía lo mismo que pedía el mío. La gravé en mi memoria, la tatué en mi alma… Sentí cómo me atraía cada vez más a ella, sin temor y, aunque tuvimos que detenernos a tomar un poco de aire cuando por fin nos entregamos por primera vez, la pasión fue mucho mayor y un par de segundos después ya estábamos en un baile en el que nuestros cuerpos se acoplaban con una perfección única. Ella era mía, yo era suyo. Los sentidos se me dispararon a un nivel nuevo y el olor típico de Sarah, una mezcla entre fresas, chocolate y vainilla, dejaba de parecerme delicioso y tierno y se convertía en el más erótico de los perfumes. Sus manos me recorrieron sin parar. Estaba ansiosa mientras yo lo único que buscaba era tocar el cielo juntos. Quería perderme con ella y fue así como llegó un orgasmo tan fuerte y agotador que nos arrasó como una gran ola en el mar. Separé nuestros cuerpos cuando regresé a la tierra y me dejé caer sobre el costado, atrayéndola hacia mí y acunándola para que descansara sobre mi pecho. Permanecimos así hasta que por fin nuestras respiraciones se acompasaron y nos sumergimos en los brazos de Morfeo…

—... A la mañana siguiente me desperté solo en la habitación y con una nota al lado. —Recuerdo que esa nota la he guardado en mi billetera todo este tiempo y la busco rápidamente para leerla en voz alta:

“Perdóname, Daniel. Solo te pido un tiempo para arreglar todo y poder vivir nuestro amor sin miedos... Te ama, tu ángel...”

Cloe sigue mirándome impasible.

—Desde ese día la tengo grabada en mi piel, en mi memoria y en mi alma… la recuerdo noche tras noche.

—Wow... —Me mira con picardía—. Oye, ¿en verdad eres célibe, entonces?

—No quiero hablar de eso, Cloe. —Bebo un trago más de cerveza, avergonzado—. Ahora, ¿lo que te conté ayuda a tu teoría?

—Sí, algo. —Sostiene mi mirada mientras bebe otro trago ignorando mi vergüenza y añade—: ¿así que unos días después supiste que se casaron?

—Sí. Ese fin de semana salió la foto en el periódico y, ahora que lo pienso, no se veían nada felices —añado vaciando la botella y levantándola para pedir otra—. En fin, el resto es sencillo, empaqué, pedí un traslado en la universidad y terminé acá.

—¿Ya compraste el pasaje? —Mira al camarero y le pide una cerveza más.

—Salgo esta noche. Se supone que entro mañana mismo al hospital central de Londres… o bueno, no sé cuándo, el cambio de horario y las escalas lo harán algo complejo. —Creo que ya empiezo a extrañar a esta chica loca—. Ya hablé con un amigo para que me recoja y me deje quedar en su casa. No quiero llegar a la de mis padres, además quiero sorprenderlos.

—Bueno, entonces te diré lo que pienso antes de que partas a hacer tu maleta. —Recibe las dos cervezas y le da las gracias al mesero—: debes estar prevenido porque si tu amigo murió y dijo todo lo que dijo en esa carta, será mejor que tengas la mente abierta. ¡Ah!, y consigue una casa pronto porque planeo ir a conocer a esa Sarah en mis vacaciones y necesitaré un lugar a dónde llegar. —Me regala un guiño y suelta una risa—. Gracias por abrir tu corazón conmigo.

—Gracias a ti por escuchar mis tonterías y darme ánimos.

Levanto la botella y brindamos juntos.

Sarah

—... A media noche me desperté y lo dejé solo con una nota de despedida. —Veo a mi hermano concentrado en mis palabras y sorprendido—. Tenía la llave de la habitación de Mark y me fui llorando… me consoló toda la noche, prometiéndome que todo saldría perfecto y que respetaría nuestro amor. —Suspiro… lo cumplió.

—Espera un momento. —Lo que más temo está a punto de suceder, lo veo en su rostro—. Quieres decir que Mark y tú nunca...

—Nunca —ratifico consciente de lo que eso significa y de la verdad que está intentando digerir.

—¿O sea que Chelsea es hija de Daniel? —suelta en un grito ahogado—. Sarah, ¿cómo pudiste engañarnos a todos? ¿Cómo pudiste ocultárselo? ¿Quién más lo sabe?

Sus ojos me miran con sorpresa y su rostro está perplejo, nunca me había mirado de esa forma y comprendo que esté más que enfadado.

—A parte de Mark, lo saben los Martins, la niña, Vivian, Owen y Nicholas —respondo mirando a Diane con temor—. Y nadie más puede saberlo hasta dentro de un mes. —Intento calmar a mi hermano—. Samuel, yo no lo planeé y Mark sabía que moriría pronto...

—No entiendo nada. Sarah, ¿tu hija ha vivido cinco años en una mentira? ¡Y los Tyler!, y ¡nuestros padres! —grita y sé que lo hace para liberarse.

—Para de gritar. —Diane intenta calmarlo—. Vas a despertar a la niña y es mejor que descanse, hoy fue un día duro para ella.

—O sea que quien le hace las transfusiones a Chelsea es...

—Su verdadero abuelo... —Diane complementa la frase de Samuel.

—O su tía. —Miro a Diane quien fue la que sirvió de donante para la sesión de hoy.

—¿Y si tienes a los donantes por qué demonios alargas la tortura de tu hija sabiendo que puedes hacerlo ya?

¿Me está regañando por la salud de Chelsea y no por las mentiras que me vi obligada a decir? Pensé que me estaría odiando. Mi hermano adora a mi hija.

—Porque los Tyler se darían cuenta de que la niña no es parte de su familia y eso no puede suceder aún. Mark dejó todo listo para que en un mes podamos hacer el trasplante con o sin Daniel.

—Cuéntame eso porque ahora sí me perdí.

Se sienta a mi lado una vez más y me toma la mano. Ahora sé que me apoya.

—Bueno. ¿Recuerdas que me perdí con Mark unos días enteros antes de la boda? —Él asiente—. Nos quedamos toda la semana en las habitaciones del hotel. —Comienzo por ahí—. Todos pensaron que era lo mejor antes de la boda; que era bueno que nos conociéramos bien... Y bueno, él dijo que yo debía saber un par de cosas; que no permitiría que por nuestros padres mi vida se destruyera. —Suspiro al recordar todo lo que Mark hizo por mí—. ¿Recuerdas que en ese entonces Nick ya estaba haciendo sus prácticas de derecho?

—Sí, recuerdo todo eso. —Sam nunca ha sido un hombre paciente y se le nota.

—Bueno, el primer día llegamos al hotel y hablamos hasta la madrugada...

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