Читать книгу Indeleble - Karen Londoño Muriel - Страница 8

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Capítulo 1 Un ángel castaño

Daniel

—Samuel Evans, ¿de nuevo tarde?

El profesor de feos anteojos y mirada atemorizante reprendió al chico de cabello castaño que acababa de entrar empujando la puerta del salón, interrumpiendo con eso el saludo del señor Harris.

—Lo siento, señor Harris. —Se veía realmente arrepentido—. Mi hermana...

—¡Sam! ¿Por qué me dejas atrás?

Ese fue el momento en que la vi por primera vez. Una chica delgada, de baja estatura y con su cabello castaño trenzado…

Y de repente… ¿Es que acaso no sabe detenerse cuando corre? La castaña se estrelló con la espalda de su... ¿hermano? Y cayó en el suelo estrepitosamente, provocando la risa de todo el salón.

—Señorita Evans. —Sí, es la hermana y solo hasta ese momento me di cuenta de que los únicos que no reíamos éramos mi hermana y yo—. ¿Quiere levantarse y caminar a su asiento?

—Señor Harris, disculpe.

Se levantó con gracia y, torpemente, llegó a una silla vacía que estaba a mi lado derecho. Me sonrió con ternura, luego hizo un tierno puchero y miró al profesor que hablaba algo con su hermano (algo de lo que no me enteré porque mis sentidos estaban concentrados en otro lugar).

Los hermanos se parecían bastante físicamente, aunque él era notablemente más alto que la chica sentada a mi lado. Bueno, también había una diferencia en los ojos; mientras él parecía tenerlos de un color miel, ella tenía una extraña mezcla entre el gris y el verde, eran de un color único.

—¡Eres torpe, Sarah! —la regañó fuertemente una joven pelinegra, sentada delante de ella—. ¡Cuándo vas a crecer, niña!

—No me molestes, Tracy, tengo suficiente con Samuel en casa.

Sarah miró a la chica y luego recostó su cabeza en el asiento, girándola hacia mí. Me regaló la más linda de las sonrisas que me vi obligado a devolver.

—Bueno, chicos, después de la interrupción de los señores Evans, comenzaremos con la clase.

El señor Harris se giró sobre sus talones y no supe de qué trataba la lección. Durante dos horas solo me concentré en mirar a ese tierno ángel que, sentado a mi lado, dormitaba su pereza oculta tras un libro. Me di cuenta de que su hermano se sentaba justo al lado de ella y estaba tan concentrado en el pizarrón que solo supo que Sarah dormía cuando la campana sonó y, como si se hubiera sentado en un resorte, pegó un brinco enorme que terminó por asustarme hasta hacerme saltar a mí también.

—¡Eres una tonta!

No medí mis palabras, simplemente salieron de mi boca sin que las pensara.

—Lo siento, señor engreído y sueño perfecto. —Sacó la lengua como una niña pequeña y yo tuve que contener la risa para no lastimarla más—. ¡Tengo graves problemas para levantarme y no había terminado mi reparador sueño de belleza! —dijo mientras acomodaba un mechón de cabello que se había escapado de su trenza.

—¡Sarah! —Su hermano la tomó del brazo—. ¡Quieres dejar de decir tonterías, no molestes a la gente!

Puede ser el mayor, aunque aparentan la misma edad, seguro son como Diane y yo: mellizos.

—¡Él comenzó! —lloró ella mientras me señalaba.

Parecía una chica extraña pero tierna y muy bonita. En ese momento pude detallar mejor sus ojos de un gris verdoso que, aún inundados por las lágrimas, mostraban un intenso brillo que no había visto antes en alguien más.

—Déjala, creo que no vale la pena pelear con niños —solté una vez más las palabras sin pensar y Samuel, si mal no recordaba su nombre, me sonrió y me estiró la mano.

—Samuel Evans, Sam para mis amigos —dijo mientras estrechábamos las manos.

—Daniel Martins —respondí sin más y devolviéndole la sonrisa.

—¡Son un par de trogloditas! —Sarah gritó con ira y salió corriendo del salón.

En ese instante recordé a mi hermana que salió tras ella.

—¡Eres muy descortés, Daniel! —gritó desde la puerta, me fulminó con la mirada y corrió tras el ángel castaño de cabello trenzado.

—Ella es así, no va a crecer nunca. —Las palabras de Sam me devolvieron a la tierra. —Son nuevos, ¿de dónde vienen?

—Somos de Glasgow. —Cogí mi mochila y me giré para salir caminando junto a Sam—. Llegamos el fin de semana y esa que salió tras tu hermana es mi melliza, Diane.

—Otros mellizos en la clase. —Parecía sorprendido—. Sarah es mi melliza, pero no entiendo cómo compartimos útero sin matarnos el uno al otro. —Soltó una carcajada que me contagió. Era un chico gracioso—. Ven, te presentaré a nuestros amigos.

Me hizo seguirlo a través de los pasillos hasta un patio en la parte trasera. Un grupo de chicos reía en una esquina. Todos parecían de mi edad. Hablaban y reían animadamente. Estaba seguro de haber visto a dos de ellos en mi salón cuando llegamos y agradecí en mi interior por la posibilidad de hacer amigos en mi primer día en la gran ciudad.

Caminamos hasta ellos y todos recibieron a Sam con estrechones de manos y abrazos, lo que me llevó a pensar que eran bastante unidos. Temí no poder encajar en un grupo así. Siempre fui lo que llaman “un lobo solitario”.

—Chicos, él es Daniel Martins, el chico nuevo que el señor Harris no quiso presentar.

Sam me empujó para quedar a su lado y poder ver a cada uno de los jóvenes.

—¡Bienvenido, Martins! —Un chico de cabellos negros y alborotados se acercó y me tendió la mano—. Soy Mark Tyler y él —dijo y señaló a otro chico de cabellos castaños— es Ronald, mi primo.

—Mucho gusto —respondí estrechando sus manos.

Un chico de despeinados cabellos castaños me sonrió bajo su mata de pelo y señaló a otro rubio que estaba a su lado:

—Yo soy Nicholas y él es Andrew.

—Me alegra conocerlos a todos —dije con timidez. Nunca en mi vida había estado tan rodeado de… ¿amigos?

—¿Qué le hiciste esta vez a tu hermana, Sam? —Otro chico de cabellos castaños, más tirando rubios, y con rasgos parecidos a los de Samuel y su hermana rompió el círculo y entró enfrentando a Sam—. Está llorando como una magdalena por allá. —Señaló una esquina donde un grupo de chicas se aglomeraba sobre... ¿Mi hermana y Sarah? No podía distinguirlas bien.

—Estaba insultando a Daniel —respondió Sam, parándose despreocupado, y luego cruzó sus manos tras la cabeza. Sí, eran mi hermana y Sarah—. Ah, sí, Daniel, él es Scott Green, está un grado delante de nosotros.

—Hola —dije tímidamente pero el rubio seguía mirando a Sam.

—Sí, sí, un placer. —Me miró sin prestar atención y volvió sus ojos a Sam—. ¡Ve y discúlpate con ella!

—No lo haré, Scott, así que deja esa posición de primo protector.

Se enfrentaron con las miradas por cerca de dos minutos y nadie más mediaba palabra, todo era demasiado incómodo.

—¿Quieren parar ya? —Mark se interpuso entre ellos dos—. Yo iré, sé cómo animarla —sonrió convencido y nos guiñó el ojo antes de salir del círculo.

—¿Esto siempre es así? —le pregunté, confundido, a Nicholas que estaba a mi lado.

—Más o menos. Sarah es una chica linda, pero algo torpe y tonta. Eso enfurece a Sam —dijo y señaló al lugar donde están las chicas—. Por eso siempre pelean, pero Mark suele hacer alguna tontería que la anim...

—¡Lárgate de acá, Tyler! —El grito de una chica nos hizo voltear a todos. Era Sarah—. ¡Vete a seguir burlándote de mí con ellos! ¿O crees que no te vi retorcido de la risa cuando me caí esta mañana? —seguía gritando como una loca—. ¡Y a todas, ustedes también! ¡Vámonos, Diane! —Tomó a mi hermana de la mano y se fue hacia el interior casi arrastrándola.

—Esta vez nos pasamos, chicos. —Andrew miraba la escena con dolor—. Creo que no querrá ver a ninguno de nosotros.

—Vale, vale, me voy a disculpar…

Sam, con pereza, se disponía a caminar. No había gran intención en sus palabras.

—Yo lo haré. Fui quien la trató mal.

Mis palabras salieron atropelladas. Me sentía fatal por provocarle dolor a Sarah. Todos me miraron desconcertados.

—¡Buena suerte! —dijo Sam, conteniendo una risa y dándome una palmada en el hombro. No pensaba acompañarme, eso era seguro.

El miedo y los nervios me invadieron enseguida mientras todos me miraban. Solté un fuerte suspiro y entré por la puerta para buscarlas. No conocía la escuela así que solo caminé mirando a todos lados. Fue entonces cuando vi que mi hermana golpeaba una puerta de forma insistente.

—No quiere salir, no sé qué decirle. Pobre chica. —Diane parecía realmente preocupada —. Y tú la trataste mal —me reprochó.

—Oye, tontita —dije con la voz más dulce que pude sacar mientras tocaba la puerta y movía a mi hermana a un lado.

—¡Me llamo Sarah! ¡No tontita! —me gritó tras la puerta de lo que fuera eso allí dentro.

—Está bien, está bien, Sarah. ¿Puedes abrirme la puerta? —pregunté aburrido de la situación, pero si yo la había iniciado, yo la terminaría.

—¡No quiero ver a nadie! —gritó desde dentro.

—Diane, yo me encargo —miré a mi hermana que seguía perpleja a un lado—. Ve y come algo, si quieres —agradecí que me hiciera caso porque apenas terminé la frase se fue en dirección al patio, dejándome solo frente al salón cerrado—. Anda, Sarah, quiero disculparme contigo, no con una puerta.

—¿Disculparte?

La vi asomar su cabeza por la puerta con indecisión.

—Sí, lamento haberte hablado mal. —Me incliné para poner mi rostro frente al de ella. De verdad era bajita y tenía su nariz algo enrojecida por el llanto, mientras que sus tiernos ojos gris verdoso me miraban confundidos y esperanzados al mismo tiempo—. ¿Puedo pasar o vas a salir?

—Pasa.

Abrió un poco la puerta y de repente me vi rodeado de espejos en un salón y con ella recostada de espaldas en la puerta ya cerrada.

—Podemos comenzar de cero, ¿te parece? —La miré directamente y sonreí para infundirle confianza—. Mucho gusto, soy Daniel Martins, tengo quince años y acabo de llegar de Glasgow con mis padres y mi hermana melliza, a la que ya conociste…

Le estiré la mano en un acto de buenos modales.

—Soy Sarah Evans, tengo catorce años. —Me estrechó la mano con dulzura y sentí un fuerte corrientazo que invadió cada rincón de mi cuerpo. Como si con ese mínimo contacto ella hubiera despertado cada parte de mí—. También soy melliza y ya conociste a mi hermano.

—Disculpa si fui grosero, no...

—No te disculpes, la verdad no me dolió lo que dijiste. Mi hermano me lo recuerda cada día —me interrumpió sonriendo y sentí como si una cálida luz me hubiera cubierto—. Me dolió que todos se rieran de mí, incluyendo a Samuel. —Se sentó en medio del salón con los pies cruzados, descargó su mochila despreocupadamente a su lado. Yo la seguí, estirando mis pies y dejando mi mochila junto a la suya—. Soy un poco torpe y tonta, ya lo viste, pero no soporto que mis amigos se rían así en mi cara. Tú y tu hermana no se rieron, gracias por eso...

—Fue gracioso, debo admitirlo —confesé, fijando mi mirada en la puerta—. ¿Es que acaso no viste a tu hermano?

—¡Claro que lo vi! —Pensé que se enojaría con mi comentario, pero ahí seguía, sonriendo adorablemente—. Es solo que lo vi demasiado tarde… —dijo y sacó la lengua mientras jugueteaba con la trenza que le llegaba justamente a la cintura.

—Eres toda una tontita —le solté en tono juguetón y devolviendo su gesto.

—Y tú bastante engreído —una vez más me sacó la lengua en un gesto infantil y por alguna extraña razón sentí el impulso de abrazarla, pero me contuve—. Ya conociste a los chicos, ¿verdad?

—Ehm... Sí, a algunos.

¿Realmente era tan fácil que se olvidara de una discusión? Yo simplemente agradecí que cambiara el tema.

—Son buenos... Algo crueles, pero buenos.

Agachó la cabeza y empezó a jugar con sus manos en su regazo.

—¿Crueles? ¿Por qué?

Quería seguir viendo esos ojos, pero no me atrevía a levantarle el rostro.

—Ninguno me ayuda con los temas de clase, me evaden siempre y son muy inteligentes. Me dejan trabajando sola y creo que la escuela es mucho para mí.

Levantó una vez más el rostro y me miró con una sonrisa melancólica.

—Tal vez Diane quiera trabajar contigo, ¿no te parece? —intenté animarla.

—Tal vez… —Se puso de pie tan rápido que me asustó cuando lo hizo—. ¿Quieres ayudarme a ensayar?

—¿Qué? ¿Ensayar?

Sarah volvió a cambiar su estado de ánimo y de tema bruscamente. Creo que para seguirla iba a tener que estar muy atento.

—Sí, es que estoy enfadada con Mark y él es mi pareja normalmente —dijo como si fuera lo más lógico del mundo. Eran novios seguramente y yo empezaba a entristecerme sin saber el porqué.

—¿Qué practicas?

Me puse de pie y esperé una respuesta.

—Teatro y danza. Me gustan las artes, tal vez sea por eso por lo que lo demás no se me da bien —respondió sonrojándose. Y señalando los espejos que nos reflejaban por todo el lugar, añadió—: estamos en un salón de baile.

Parecía que se hubiera percatado de mi ignorancia al respecto.

—No sé bailar, lo siento —dije, intentando salir del problema en que me estaba metiendo.

—Yo puedo enseñarte. No es difícil seguir un baile de salón.

Me agarró de la mano y me llevó hasta una mesa donde había una grabadora algo anticuada. Le dio play y una suave música empezó a sonar. Un hermoso vals inundó el salón y Sarah se paró delante de mí. Por fin podía detallarla bien. Su contextura delgada se podía notar aún con el uniforme. No tenía unos senos grandes, pero su tamaño era perfecto para su cuerpo. Sus labios ligeramente abultados y de un color rosa coral se curvaron en una leve sonrisa mientras movía hacia atrás la trenza que había ubicado sobre su hombro cuando se levantó del suelo. Puso una de sus manos en mi hombro, sé que le quedaba un poco difícil porque le llevaba casi una cabeza en estatura. Tomó una de mis manos con la otra y las entrelazó dejándolas alzadas a un lado...

—Tómame de la cintura… —dijo, alzando el rostro para mirarme. Estaba sonriendo y los vestigios de sus lágrimas desaparecieron. Ahora me miraba ilusionada así que puse mi mano en su cintura, guiada hacia la espalda. Pude notar que tenía la cintura y caderas bien marcadas al sentir la curva entre ellas con mi mano—. Sí, así —me alentó e irguió su postura que ahora parecía mucho más elegante y refinada—. Ahora, déjate llevar por la música.

Le hice caso. Cerré mis ojos y dejé que la suave melodía guiara mis pasos y, como si flotáramos, empecé a dar vueltas por el salón con Sarah entre mis brazos. Obviamente no era la primera vez que bailaba un vals, pero sí la primera vez que me sentía en el cielo. Giramos por unos cuantos minutos. Abrí mis ojos y la vi con los suyos cerrados, disfrutando el momento. Hermosa... Fue ese el momento en que me dejé envolver por ese sentimiento que todos buscan y anhelan. Fue amor a primera vista... Me enamoré de esa pequeña tonta con la que estaba bailando.

—Eres muy bueno —dijo, sacándome de mi burbuja personal. La música había terminado—. Estoy considerando seriamente cambiar a Mark por ti —añadió y me miró con la expresión que pone un niño pequeño cuando comete una travesura.

—No puedes cambiar a tu novio, además, yo no bailo —solté nervioso.

—¿Novio? ¡Bromeas! —me soltó y empezó a reír a carcajadas mientras el eco del salón repetía su risa—. Mark es mi mejor amigo, nunca tendría algo más serio con él. Es como mi hermano, crecimos juntos y no, no tengo novio —terminó por explicarme y el alma me volvió al cuerpo.

—Lo siento, pensé... —intenté disculparme.

—Todos lo piensan. —Me soltó y caminó hasta recoger su mochila—. Debemos volver a clase, la campana está por sonar.

—Ehm... Sí, claro. —Cogí mi mochila y le abrí la puerta para que saliera delante de mí—. ¿Solo tú practicas en los momentos de descanso?

Empezamos a caminar uno al lado del otro por los pasillos

—Cuando estoy triste, aburrida o enfadada, sí. Normalmente Mark me acompaña, pero ya te dije, no lo quiero ver. —Su tono era dulce y tranquilo, bailar sí que la calmaba—. Y ya conseguí un parejo mucho mejor. —Me miró y guiñó un ojo con complicidad.

—No te ilusiones, de verdad no me gusta...

—No me importa si te gusta o no. —Su voz sonaba a regaño de mi madre cuando intentaba escaparme de las tareas del hogar—. A mí me gustó bailar contigo y pienso hacerlo de nuevo.

Era una chica obstinada y me di cuenta de que ya me tenía completamente atrapado.

—¿Piensas obligarme? —dije y la miré incrédulo.

—Sé que te gustó, lo disfrutaste —respondió y se encogió de hombros.

Tenía la razón.

—Sí, pero...

—Pero nada, Daniel. Tal vez a tu novia le gusta que bailes bien y ni lo sabes —lanzó el comentario tan de repente que solo pude abrir de más los ojos.

—No tengo novia, Sarah —respondí, algo sonrojado.

—Bueno, a la que tengas en un futuro, acá hay muchas chicas lindas —sonrió alegre y nos detuvimos frente a nuestro salón—. Espero te guste la escuela y Londres... Si necesitan alguna guía en la ciudad, con gusto les ayudaré.

—Gracias, lo tendré en cuenta.

Haría cualquier cosa para compartir tiempo con ella.

Ese día pasó rápido. Terminé haciendo grupo con Sarah y Diane para un trabajo de anatomía después de ver cómo todos sus amigos la dejaban sola. Me di cuenta de que sí es un poco cabeza hueca y no se le dan bien las teorías, pero, aun así, tenía interés en ayudar y sentirse útil.

Al terminar las clases, la vi correr inútilmente tras Sam. Él la dejó atrás, y ella siguió caminando sola y cabizbaja hacia casa. Pronto, Mark apareció a su lado y ella lo despachó rápidamente, así que Diane y yo la alcanzamos. No podíamos dejarla caminar sola hasta quién sabe dónde. Mi hermana fue la primera en llegar a su lado.

—¿Sarah, por qué vas sola?

—Sam me dejó atrás y no quiero ver a ninguno de mis amigos. Aún me duele lo de esta mañana... —contestó, y, aunque sonreía, sus ojos mostraban tristeza.

—Daniel y yo podemos acompañarte… si quieres —Diane me miró de reojo, esperando que yo asintiera —. ¿Verdad, Dany?

—Ehm... Sí, podemos acompañarte... —dije consciente de que un tenue rubor empezaba a cubrir mis mejillas.

—Gracias, sigan tranquilos, puedo llegar sola a mi casa. No se desvíen por mi culpa —dijo, luego nos miró intercaladamente y volvió sus ojos al frente.

—Puedo invitarlas a comer un helado —hablé más para Sarah que para mi hermana, pero esperaba que funcionara.

—¿Helado? ¿De verdad?

Los ojos de Sarah se iluminaron como dos estrellas resplandecientes y, en cuestión de segundos, nos tomó de las manos a mi hermana y a mí y corrió hacia un hermoso parque lleno de árboles, fuentes y niños jugando.

—Te gustó Sarah, ¿verdad? —dijo Diane y me sacó de mis pensamientos mientras pagaba los helados y veíamos a la castaña sentada en una silla comiendo un helado doble de fresa.

—¿De qué hablas? Solo me da lástima —respondí, haciéndome el tonto.

A diferencia de Sam y Sarah, Diane y yo éramos muy unidos, a tal punto que muchas veces sabíamos lo que pensaba el otro.

—No puedes negarme nada a mí, Daniel. —Me miró con picardía—. Vamos, llevemos a Sarah a su casa y vamos a la nuestra, mamá debe de estar preocupada.

Minutos más tarde, dejamos a Sarah frente a un enorme portón blanco en nuestro mismo barrio residencial. Eso fue una gran ventaja porque no conocíamos mucho de la ciudad. Se despidió de nosotros con alegría y regresamos a nuestra casa sin hablar. La verdad yo necesitaba algún tiempo solo para entender lo que había pasado en mi primer día en Londres y mi hermana lo entendía. Me encerré en mi habitación y las imágenes nuestras bailando en el salón de danza me atacaron al instante. Parecía un hermoso ángel de cabellos castaños y sonrisa radiante...

—Daniel, hijo, ¿quieres comer algo?

La voz de mi madre me hizo regresar a la habitación llena de libros de texto y figuras modulares armadas por mí mismo.

—No, mamá, voy a dormir un rato.

Me acomodé en la cama y cerré los ojos para soñar con ella, con mi ángel...

Cloe me mira como si tuviera monos verdes en la cara.

—¡Wow! ¿En verdad fue amor a primera vista?

—Creo que sí —respondo, me encojo de hombros y miro al mesero que trae la orden de dos hamburguesas con quién sabe qué cosas dentro, papas fritas y sodas—. Desde el primer momento en que la vi me enamoré, pero esa fue mi perdición.

—Pero ¿sí llegó a ser tu novia o no?

Cloe recibe su hamburguesa con cara de no haber comido en días y yo solo puedo sonreír al recordar a Sarah.

—Pues sí, déjame seguir con la historia —digo mientras cojo una papa y juego con ella en el plato frente a mí...

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