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Prefacio La carta

Daniel

Otra mañana más. La luz entra por la ventana como una intrusa, igual que siempre. Esta rutina me va a matar poco a poco, y en verdad es extraño que no lo haya hecho hasta este momento. Son seis años lejos de todo y de todos, viviendo en un apartamento que parece más una caja de fósforos que un espacio habitable por personas. Paso todo el tiempo metido en mis libros de medicina, estudiando fuera de mi país y sin una compañía conocida, porque hasta a eso me he negado, aunque debo admitir que lo he intentado, pero ninguna mujer es como ella...

Sarah... Mis suspiros nunca se han detenido. ¿Cómo estará en este momento? ¿Con quién? ¿Me recuerda?... Hoy es su cumpleaños número 28 y no puedo sacarla de mi mente...

“¡Daniel Martins! ¡Reacciona y levántate!”, me digo a mí mismo para no perder el tiempo recordándola en vano.

A regañadientes dejo la cama. Debo ir a cumplir un horario al hospital, atender a unos diez pacientes antes de regresar a tomarme una botella de algún licor, el primero que encuentre a mi alcance, y quedarme dormido mientras recuerdo la misma noche, la que siempre llega a mi mente desde el día en que partí. Sobre la alfombra, al lado derecho de mi cama, aún están la botella de vodka que vacié el día anterior y la de whisky de dos noches atrás. Solo espero que no llegue la mujer que limpia; no estoy de humor para encontrarme otra nota con la frase: “Doctor, no debería beber tanto”. Tras una rápida ducha, me visto, tomo mi portafolio y salgo de la caja de fósforos. Omito el desayuno, tal vez tome un café en el transcurso de la mañana.

El camino hacia el hospital es corto y sin contratiempos. Pateo algunas piedras cuando llego a la zona de estacionamiento y veo a dos enfermeras que me señalan sin disimulo. Las ignoro, este no es el mejor día para lidiar con imprevistos. Paso derecho en la recepción sin saludar a las enfermeras de la entrada, al hombre de seguridad que, como siempre, coquetea con la recepcionista, o al par de pacientes que esperan en la sala a que sus respectivos médicos los llamen a sus consultas. Entro al consultorio que tiene mi apellido marcado en la puerta. Un elefante sonriente, con su trompa elevada hacia arriba para medir a los niños, me mira desde la pared de enfrente. Me recuerda que debo sonreír, como él, antes de que llegue mi primer paciente del día. Un golpe en la puerta me interrumpe mientras me pongo la bata con tiernos dibujos infantiles. Debe ser Cloe, mi secretaria, quien siempre acostumbra a llegar un par de minutos tarde, igual a Sarah... Suspirando, le abro la puerta y la veo de pie frente a mí con su agenda, mi correspondencia y una tímida sonrisa en sus labios rosados.

—Buenos días, doctor Martins.

La chica, de un cabello tan rubio que parece blanco, entra en mi consultorio como un torbellino; se sienta como un paciente más y espera hasta que me ubico frente a ella.

—Buenos días, Cloe. —Hago el mismo intento de sonrisa de todos los días—. ¿Qué tenemos para hoy?

—Una sonrisa legítima se vería mejor en usted, si me lo permite...

Y ahí va de nuevo con lo mismo de siempre.

—Ya lo sé, dime algo que no sepa Cloe, por favor —interrumpo un poco más brusco de lo que esperaba.

Tomo el puente de mi nariz entre mis dedos, buscando la paciencia para lidiar con Cloe. Es linda, tierna, alegre y sé que se preocupa por mí, pero eso es demasiado. Hoy no estoy para sus insistencias.

—Tiene cinco citas en la mañana, tres en la tarde. —Señala profesionalmente la agenda, ignorando mi gesto—. Llegó el extracto de su tarjeta de crédito, veo que siguió bebiendo demasiado —me reprende como cada mes y yo solo le lanzo una mirada amenazante—. También el seguro de su auto y una carta de Londres, alguien llamado Mark Tyler.

—¿Una... carta... de... Mark...? —digo con un grito ahogado.

Sé que asusté a mi secretaria más de la cuenta. Es una sorpresa el hecho de que Mark me escriba. ¿Cómo pudo encontrarme? Mi corazón se acelera. Llevo seis años sin saber de ellos, escasamente de mi familia y eso que últimamente ignoro a mi hermana.

—¡Dámela!

Le arrebato el sobre de las manos con demasiada agresividad, lo sé porque Cloe se aleja algo asustada.

No presto atención a mi secretaria que me mira como esperando algo. Saco la carta y, demasiado nervioso, la leo mentalmente.

“Daniel, debo admitir que tardé casi un año en conseguir tu dirección. Tal vez, cuando leas esto yo haya abandonado este mundo, te sorprenderá saberlo. Llevaba más de ocho años luchando con una difícil enfermedad. Mi batalla terminó y por eso quiero enmendar en algo mis errores y los de mis padres antes de partir a otra vida.

Sarah no te dejó porque no te amara. Nuestros padres la obligaron a alejarse de ti y, aunque no me creas, nunca le toqué un solo cabello. Ella te ama, te ha amado cada día y estoy seguro de que te seguirá amando hasta el día en que muera. Están ligados de una forma en la que ni yo mismo me lo imaginaba. Recupérala, lucha por ella, quedará libre de la atadura de nuestros padres, y, la verdad, ella te necesita, ahora más que nunca.

No puedo decirte nada más. Ve a Londres y búscala.

Hasta siempre, amigo.

Mark.”

Aprieto el papel en mis manos y, mirando a los ojos a Cloe, solo puedo hacer un pedido:

—Llama a mi hermana.

Es lo único que me sale en medio de la conmoción.

—Claro, doctor.

Cloe sale inmediatamente de mi consultorio. Eso debo agradecerlo. Necesito estar solo.

Cloe acostumbra a escuchar una música algo fuerte para mi gusto y canta a todo grito cuando está de buen humor. Es una joven muy activa, atlética, con unos enormes ojos marrón, labios delgados y baja de estatura. Siempre es muy diligente y obedece mis órdenes de inmediato. Además, me aguanta el genio. Creo que su novio debe odiarme cuando se desahoga con él de los malos días que pasa conmigo.

Juego con la carta entre mis manos. ¿Es posible que sea cierto? No puedo creer que Mark esté muriendo o que ya lo haya hecho. Fue mi mejor amigo hasta que... Bueno, eso no vale la pena recordarlo en este momento.

Sarah, mi ángel, me necesita... ¿Será posible que aún, seis años después, haya algo que pueda hacer por ella? Para eso lo tiene a él, ¿o no? ¿Soy yo su plato de segunda mesa?

El sonido del teléfono termina con mis cavilaciones. Sé de sobra que Diane estará enfadada, pero levanto la bocina con esperanza.

—¡Daniel Martins, para qué demonios pones a tu secretaria a llamarme en lugar de hacerlo tú mismo!

Esta vez se enojó demasiado.

—Lo siento, Diane. Necesito hablar contigo. —Mi voz arrepentida suena más aguda de lo que esperaba... No me había percatado del par de lágrimas que ruedan por mi rostro—. ¿Puedes dedicarle a tu hermano unos cuantos minutos?

—Ya me despertaste. —Escucho cómo se remueve en la cama—. ¿Estabas llorando, Dany?

Maldita conexión entre mellizos.

—¿Le diste mi dirección a Mark Tyler? —pregunto sin rodeos.

—No, Daniel, incluso cuando me dijiste que no querías que te informara nada más de ellos también les dejé de hablar de ti. —La voz de Diane suena bajo y sin esa vitalidad que siempre tiene—. ¿Pasó algo?

—¿Qué está pasando con ellos?... Y sé sincera por favor —suplico.

—Daniel —habla indecisa—, dame un momento.

“Sam, amor, ¿quieres revisarla? Está llorando”, escucho que dice a sus espaldas

—Dany, yo lo siento… Mark falleció el viernes pasado.

—Y estamos a... —Miro mi calendario—. ¿Lunes?

—Casi martes —me corrige—. Lamento que muriera y que ustedes aún estuvieran... bueno... ya sabes...

—¿Y ella? —interrumpo antes de que siga hablando.

—La estamos cuidando, está algo mal y no para de llorar, pero no es precisamente por Mark, bueno, en parte sí —habla ya más segura—. Se está quedando en casa de Samuel unos días, él no quiso dejarla sola.

—Y tú estás allá en este momento... —No lo pregunto, es una afirmación. Si le dijo a Sam que estaba llorando debe ser porque habla de ella.

—Sí, le estoy ayudando —parece disculparse.

—No te preocupes, es bueno que alguno de los dos sea feliz, ¿no lo crees? —digo, mientras siento otra lágrima rodar por una de mis mejillas.

—Daniel... pero... no sé... tú deberías... —dice de manera entrecortada. No es capaz de hablar bien.

—Luego hablamos, Diane. Debo dejarte, mi primer paciente debe de llegar en un minuto. Te estaré llamando —le miento, necesito tiempo para mí—. Te quiero y dale un abrazo a mamá y a papá de mi parte.

—Yo también te quiero... Ya voy, amor... —grita alejando el celular—. Cuídate y le daré tus saludos a mamá y a papá.

Y cuelga inmediatamente.

Sin pensarlo dos veces levanto la bocina una vez más para comunicarme con mi alegre secretaria.

—Dígame, doctor —responde al instante.

—¿Puedes pasar mis citas para el doctor Smith y avisarle al director que necesito hablar urgentemente con él?

—¿Algo más, doctor? —responde con formalidad.

—Gracias por todo, eres una gran asistente —digo con sinceridad. El que me haya convertido en un ogro no quiere decir que haya perdido mis modales.

—¿Perdón? ¿Le pasa algo, doctor Martins?

Sé que se confundió con mis palabras.

—Más o menos, ¿quieres salir a almorzar conmigo y te cuento?

No sé si es por la nostalgia que me produce la decisión que estoy a punto de tomar o porque necesito abrir mi corazón a alguien, pero de verdad quiero hablar con ella, largo y tendido.

—Me asusta, doctor, pero acepto. Pasaré sus citas y lo comunico con el director.

Y sin más, cuelga el teléfono.

Sarah

Es difícil aceptar todo lo que sucede. Perdí a mi mejor amigo, a la persona que me acompañó en la pena que tuve que atravesar gracias a nuestros padres. Ellos destrozaron nuestras vidas.

¿Aún me recordará? Es improbable. Debió rehacer su vida en el exterior. Está en todo su derecho, después de todo yo...

El llanto vuelve a mí como un mar insaciable e incontrolable. Mark… ¿por qué me dejaste sola?, solo tú sabías lo que guardaba mi corazón y en este momento debo enfrentar a nuestras familias. ¿Quién me va a consolar por las noches? ¿Quién me va a escuchar cuando necesite hablar?

—¿Sarah, puedo pasar?

La voz de mi hermano llega mientras su cabeza se asoma por la puerta de la habitación.

—Ya lo hiciste, ¿no?

Intento regalarle una sonrisa, pero no llega a iluminar mis ojos, de hecho, no se iluminan desde que él se fue.

—Ay, mi tontita —dice Samuel, mi hermano mellizo, se sienta en la cama y me atrae hacia su pecho con dulzura. Creo que después de todo, sí me quiere un poco—. Dime qué puedo hacer para sacarte ese dolor, ¿en verdad querías tanto a Mark?

—Si supieras Sam… —Sorbo mi nariz. Las lágrimas no me permiten hablar bien—. No sé si puedas entenderme, para ti todo fue tan fácil...

—No digas eso, en verdad me duele verte destrozada y sin saber cómo ayudarte. —Toma mi rostro entre sus manos y me obliga a mirarlo—. Sarah, sé que hay algo más que la muerte de Mark, ¿por qué demonios no confías en mí?

¿Mi hermano está enfadado o es solo mi impresión? ¿Debo seguir el consejo que me dio Mark antes de morir y decirle toda la verdad?

—Llama a Diane, creo que tenemos que hablar y a ella le va a interesar lo que voy a decir.

Tengo que ser fuerte. Diane sabe lo que debo confesarle a mi hermano, pero temo que él no lo tome bien. Él es mi familia, debe entenderme… Y si no lo hace, Diane estará a mi lado para controlarlo.

—¡¿Diane, amor, quieres venir por favor?!

Lo escucho gritar mientras pienso cómo o por dónde empezar con mi historia... Una muy larga historia.

Daniel

El restaurante —si se le puede llamar así a un lugar donde solo venden hamburguesas, papas fritas y malteadas cargadas de azúcar— al que me lleva Cloe es más de su estilo que del mío. Eso sí, ella asegura que es comida gourmet.

Qué paradójico, ¿el mundo me está dando una señal? Recuerdo cuánto le gustaba a Sarah comer esta comida chatarra que yo odio...

—¡Doctor!

El grito de Cloe me trae de vuelta a la tierra.

—Ya te dije que me llames Daniel —respondo, masajeándome el oído derecho. Y añado—: y no me trates de usted.

Conseguí, gracias a mi trabajo, un traslado a Londres. Esta es la despedida con la única persona con la que me relacioné en los Estados Unidos.

—Créame, me cuesta mucho llamarlo por su nombre, pero lo intentaré —dice y sonríe con ternura—. Daniel, ¿te parece bien esta mesa?

—Sí. —Le retiro la silla para que se siente y me ubico frente a ella—. Voy a extrañarte.

Es una buena forma de comenzar la despedida.

—Y yo a ti y a tu mal genio —responde como si nada—. Lo que no entiendo es por qué decidiste regresar a Londres después de tanto tiempo, y así de repente...

—Desde que salí, hace seis años, dije que no hablaría de esto con nadie, pero necesito desahogarme. Ahora estoy a punto de volver y jugármela toda. Necesito valor —digo mientras reviso la carta de hamburguesas.

—Sin que te ofendas, acabas de rejuvenecer diez años, por fin te veo sonreír.

¿Estoy sonriendo? No era consciente de eso.

—¡Gracias! ¿Cuántos años aparentaba tener? —pregunto divertido.

Es una buena chica, habría sido una gran amiga.

—Para serte sincera, unos 37 o 38 —responde y sonríe de oreja a oreja.

¡¿Cómo puede sonreír así cuando me dice que aparento tener diez años más?!

—Tengo 29, pero gracias por tu apreciación —replico y vuelvo la mirada al complicado menú. Me rindo—: pide por los dos, yo invito.

Nunca entendí una carta de comida chatarra; Sarah en cambio era una experta.

—Está bien —Cloe levanta la mano y un mesero llega en cuestión de segundos a tomar el pedido que ella le dicta como si fuera una lección de colegio—. Ahora sí, ¿por qué regresarás así de repente?

—Eres poco paciente, ¿verdad? —bromeo. El buen humor regresa a mí después de tanto tiempo.

—De verdad, doc... Daniel, me asustas —se corrige mientras hace una tonta mueca de terror—. A ver, habla...

—Regreso por una mujer. La mujer más hermosa que he conocido en mi vida —hablo casi con veneración—. Y bueno, quiero recuperarla.

—Espera un momento. —Está realmente sorprendida, lo puedo ver en sus ojos abiertos, más de lo acostumbrado—. ¿Dejaste a una novia hace seis años y pretendes volver, así como así?

—No la dejé —confieso con pesar—. Ella me dejó a mí...

—La entiendo, eres irritante, sin ofender —dice entre risas, y no puedo evitar pensar que traumé a mi secretaria en estos dos años.

—¿Quieres escuchar la historia o criticarme por lo mal jefe que fui? —la amenazo divertido. Estoy seguro de que pasaremos un buen momento.

—Adelante, ella te dejó… —dice y me invita a seguir, haciendo un ademán con sus manos.

—Sí, de repente se despidió y al siguiente fin de semana se casó con mi mejor amigo...

—No te amaba entonces —interrumpe, y no puedo evitar admitir, para mis adentros, que yo también llegué a esa conclusión cuando me enteré de la boda.

—Eso creí, hasta que recibí la carta de esta mañana —suspiro. En verdad me siento triste por Mark. Fue un gran amigo y me cuesta creer que muriera tan joven. Teníamos la misma edad—. Ese amigo era Mark Tyler...

—¡¿El que envió la carta de esta mañana?! —pregunta sorprendida y yo solo puedo asentir—. ¡Wow!, ahora entiendo por qué reaccionaste así cuando te la mencioné. —Se acomoda frente a mí y apoya los codos en la mesa, el rostro entre sus manos y la mirada castaña en la mía—. Esto se pone interesante. Sigue, sigue...

Sonrío ante su actitud.

—Bueno… Mark murió el viernes pasado y me escribió algo antes de fallecer. Dijo que en todo este tiempo Sarah no ha dejado de amarme, igual que yo a ella...

—¡Qué romántico! —suspira dramáticamente. Es curioso, unas cuantas veces la he visto salir y llegar al hospital con su ropa normal y me pregunto: ¿quién creería que una chica que se viste de negro, encajes y botas con platina puede tener un lado tan dulce?—. ¿Y quién es ella?

—Se llama Sarah. Sarah Evans. Aunque supongo que ahora debe llevar el nombre de su difunto esposo. Debe ser Sarah Tyler —digo, al tiempo que asimilo lo que nunca quise aceptar—. Un ángel de cabellos castaños...

—Daniel, usted de verdad la ama. —Se endereza y de repente me habla con más seriedad—: cuénteme, ¿cómo la conoció?

—La conocí hace unos catorce años —suspiro y Cloe ríe ante mi ensoñación—. Todo comenzó cuando mis padres decidieron llevarnos a mi hermana y a mí a Londres para terminar los últimos dos años escolares...

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