Читать книгу Bajo cielos rojos - Karoline Kan - Страница 5
NOTA DE LA AUTORA
ОглавлениеMis padres siempre decían que yo fui una niña «rara». En la década de 1990 y a principios de los 2000, cuando era pequeña, lo que más me gustaba hacer después del colegio era seguir a las adultas por todas partes como un perrito faldero y escucharlas contar historias. Me llamaban genpichong o «escarabajo del culo», una forma de llamarme «mosca cojonera», porque me pegaba a ellas como una lapa.
Daba igual que estuvieran hablando conmigo o entre ellas, que fueran mi abuela, mi madre, mi tía o la esposa del vecino, yo siempre me sentaba en silencio a su lado, aguzaba el oído y dejaba que mi mente vagara por el cautivador mundo de sus historias. Estas mujeres tenían poca educación formal, pero su modo de hablar era colorido, cálido, y captaba el momento con delicadeza. Hablaban en la cocina en penumbra de mi abuela, bajo un sauce en nuestro jardín o en el huerto de coles de mi vecino, con las manos constantemente ocupadas en interminables tareas como remendar, hacer sopa o recoger la mesa.
Algunas de las historias eran misteriosas, como sacadas de un libro de cuentos de hadas. Las comadrejas bailaban e imitaban a los humanos cantando en el templo del pueblo. Los fantasmas del río tentaban a los aldeanos para que buscaran la muerte saltando al arroyo. Los espíritus de las escobas sostenían faroles para iluminarles el camino a los que viajaban en plena noche. Las mujeres mayores recurrían a los espíritus y a los fantasmas para explicar las cosas que no entendían.
Luego estaban las historias reales, que eran igual de fascinantes.
Mi bisabuelo confesó los supuestos «delitos» que había cometido durante la Revolución Cultural, como, por ejemplo, leer y poseer libros escritos por Confucio o escuchar la ópera de Pekín, que durante esa época fue tachada de elitista y de contraria al espíritu revolucionario de los comunistas, que pretendían luchar contra las viejas costumbres propias del feudalismo y la burguesía.
Mi abuelo utilizó su sombrero para esconder el arroz que había robado en las cocinas públicas para evitar que sus hijos murieran de hambre durante la Gran Hambruna.
Mis tíos, como guardias rojos, habían destruido casas y tumbas de distintas personas bajo el régimen del presidente Mao Tse-Tung. Escuché historias acerca de un pariente que había huido a Taiwán después de la guerra civil y que no pudo regresar a su país durante más de medio siglo, y acerca de los cambios políticos que habían impedido que mi padre asistiera a la universidad, hecho que se convirtió en el mayor pesar de su vida.
Estas fueron las primeras —y mejores— lecciones de historia que recibí. Y a partir de estos relatos orales, entiendo la conexión de mi historia con la de China.
Con la historia de China, he aprendido que las vidas ordinarias pueden sufrir transformaciones drásticas debido a los asuntos políticos de una nación. Aprendí que los cambios pequeños, cuando se acumulan, son capaces de alterar el curso completo del futuro de un país.
Escribir sobre las personas que conocía y amaba y contar sus historias, así como las mías propias, libre de la censura del gobierno y del relato del Partido Comunista, se convirtió en mi sueño. Creo que estas historias merecen ser narradas, y me considero afortunada por disponer de una plataforma desde la que hacerlo; muchos chinos jamás tienen la oportunidad de hacerse oír.
Durante años, mantuve ese plan enterrado en lo más profundo de mi pecho. Casi todas las memorias publicadas en chino que leía hablaban de gente famosa. Nadie que formara parte de mi vida había escrito un libro jamás, y mucho menos en inglés. Cuando intentaba que los miembros de mi familia se sentaran para someterlos a una entrevista formal, se zafaban de mí. «No hay nada que decir —protestaban—. Todo el mundo tiene una historia de este tipo».
No querían revisitar el pasado; lo correcto era centrarse en el futuro. Tenían miedo de decir algo equivocado o que les causara problemas, en parte a consecuencia de décadas de censura.
Así que, en lugar de abordarlos como periodista, los escuché como hija, nieta, sobrina y amiga. Vivíamos juntos, y sus historias surgían en los chismes y discusiones cotidianos, en las rutinas de la vida familiar diaria. Tuve que ser paciente y dejar que las historias fluyeran hacia mí por sí solas, sin dejar de hacer preguntas, hasta que llegué a comprender la verdad.
Las historias se acumulaban en mi diario, eran notas sin un propósito claro. Entonces, antes de que pudiera darme cuenta, se convirtieron en parte de mí. Ahora, años después, todavía veo, huelo, oigo y siento los días y las noches en que aprendí y viví estas historias: la fragancia ligera de las flores de la sófora en las tardes de primavera, la luz naranja de la habitación de mis abuelos, las cigarras y las ranas que chillaban en las noches de verano. Escribía en mis clases de redacción, en casa y en el trabajo. Enviaba ensayos personales a periódicos y revistas extranjeras como The New York Times y seguía buscando el hogar adecuado para las historias almacenadas en mi interior.
Para mí, este libro significa algo más que compartir relatos sobre mi familia, sobre mí y sobre lo que significa ser una milenial china. Decenas de millones de historias como la nuestra conforman la complejidad de lo que es China en la actualidad. A través de estas narraciones, espero que los lectores de todo el mundo puedan vislumbrar cómo hemos llegado a ser y lo que nuestras familias han pasado para convertir China en el país que es hoy.
Como milenial china, quiero mostrar la humanidad que hay detrás de las frías cifras y los clasificadores económicos asociados a mi país, revelar las emociones, las decisiones y los compromisos, el valor, el amor y la esperanza que compartimos con la gente de todo el mundo. Al igual que nuestros coetáneos de otros lugares, desafiamos las descripciones de una sola palabra.
China tiene zonas de desarrollo rápido, pero también kilómetros de áreas atrasadas. No es solo una potencia mundial, sino también un lugar donde muchas personas siguen sufriendo una pobreza devastadora. Los avances tecnológicos del país ocupan titulares internacionales todos los días, pero las escuelas rurales siguen careciendo de maestros cualificados; y aunque estamos comprometidos con el Partido Comunista, el pueblo chino espera con ansia el siguiente éxito de taquilla de Hollywood, como todos los demás. Para entender China y a los chinos, tienes que imaginarte allí, pensar en qué harías si te encontraras en las circunstancias que experimentan las familias de este libro o si hubieras vivido ciertas tradiciones políticas y culturales que aquí se relatan. Es más fácil culpar a China que comprenderla; es más fácil juzgar a los chinos que conocerlos. Pero creo que las recompensas por empeñarse en hacerlo son tan grandes como los riesgos de no intentarlo.
Mientras escribía este libro, a menudo me preguntaba: «¿Por qué iban a interesarle mis historias sobre la vida en China al resto del mundo?». Algunas de las razones son obvias: China es la segunda economía más grande del planeta y es el primer socio comercial de muchos países. China desempeña un papel protagonista en los asuntos exteriores.
El motivo más sutil es que las vidas de los jóvenes chinos se superponen cada vez más con las de sus iguales de todo el mundo. Los jóvenes operarios de las fábricas chinas producen mercancías que compran los consumidores de Estados Unidos, Canadá y Europa. Las calles de Washington D. C., Berlín o Vancouver repletas de mujeres reivindicando sus derechos sirven de inspiración a los estudiantes universitarios de China. Nos alzamos juntos para rechazar lo que la sociedad nos dice que está «bien» o «mal».
La verdadera China no es solo lo que se ve en los telediarios.
En los últimos años, se han escrito varios libros sobre los mileniales chinos, pero la mayoría son de autores extranjeros. Respeto muchas de esas obras porque me han inspirado a la hora de escribir la mía. Sin embargo, las voces de los jóvenes chinos, y sobre todo las de las jóvenes chinas, suelen quedar desatendidas.
Puede que haya nacido y me haya criado en China, pero nunca paro de aprender cosas nuevas sobre mi país. Esta es mi historia y la de mi familia. Es una historia de China, y es un honor para mí compartir mi país contigo… dondequiera que estés.