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PAULINA LUISI Y LOS ORÍGENES DEL FEMINISMO PANAMERICANO

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En 1916, cinco años antes de su encendida correspondencia con Lutz, Paulina Luisi pronunció el discurso inaugural del Primer Congreso Americano del Niño en Buenos Aires. En él, afirmaba que los derechos de la mujer debían ser un objetivo panamericano. El término panamericano, más que referirse a la hegemonía económica o la intervención militar estadounidenses, estaba transformándose en un movimiento social encabezado por América Latina. Sus objetivos interrelacionados incluían la democracia, la paz internacional, la mejora social y, en particular, el crecimiento de los Estados de bienestar y la protección de las mujeres y la infancia. Mientras que en Europa la guerra dificultaba los avances en materia de bienestar social, Luisi proclamó que América, cuyas revoluciones democráticas habían roto las cadenas con la “vieja Europa”, se estaba uniendo para llevar a cabo “una obra de vida y de progreso que no florece sino a la sombra del árbol de la paz!”.3 Ahí presentó proyectos de resolución sobre educación sexual y salud pública, aunque su discurso ponía énfasis en una nueva exigencia: el voto de las mujeres, que en su país se hallaba en proceso de debate, pues ya se estaba considerando el sufragio universal. El derecho de las mujeres a votar perfeccionaría los objetivos fundamentales del panamericanismo: la soberanía política y el progreso cultural del hemisferio occidental.4

Hasta entonces, los derechos de la mujer no se habían articulado como demanda panamericana. Aunque en 1916 eran una meta marginal en la mayoría de los países de América Latina, durante los años siguientes se transformaron en una cuestión central para la misión panamericana.

El congreso de 1916 marcó un punto de inflexión también para Luisi. Poco después de su regreso a Montevideo, creó la primera organización nacional de sufragistas de Uruguay, el Consejo Nacional de Mujeres Uruguayas (Conamu), una filial del Consejo Internacional de Mujeres creado en 1888 (ICW, por las siglas de International Council of Women), que ya tenía sedes en Argentina y Chile. Luisi conectó al Conamu de manera formal con un nuevo grupo panamericano de mujeres creado para mejorar el bienestar de mujeres, niñas y niños del hemisferio: Women’s Auxiliary [Conferencia Auxiliar de Señoras], con base en Estados Unidos y auspiciado por el segundo Congreso Panamericano. En 1917, en las páginas de Acción Femenina, el boletín del Conamu, Luisi usó la palabra feminismo por primera vez en un documento impreso y describió lo que ella entendía por ese término:

Quiere el feminismo demostrar que la mujer es algo más que materia creada para servir al hombre y obedecerle como el esclavo a su amo; que es algo más que máquina para fabricar hijos y cuidar la casa; que la mujer tiene sentimientos elevados y clara inteligencia; que si es su misión la perpetuación de la especie, debe cumplirla, más que con sus entrañas y sus pechos, con la inteligencia y el corazón preparados para ser madre y educadora; que debe ser la cooperadora y no la súbdita del hombre, su consejera y su asociada, no su esclava.5

Esta colaboración, explicó Luisi, requería “plenos derechos” en relación con el trabajo, la propiedad, el salario y el cuidado de la infancia. La mujer necesitaba ser “dueña también, a la par del hombre, de la dirección y el destino de esa misma humanidad”. Más allá de estos derechos individuales, Luisi también tenía en mente los derechos sociales que entrañaban “la responsabilidad” implícita, herramientas para la transformación social más radical que podía provocar el feminismo.6 En el transcurso de los años siguientes, ella colaboró con amigas de Chile y Argentina para incluir los derechos de la mujer en el corazón de un nuevo movimiento de feminismo panamericano.

Identificarse con el término panamericano era algo nuevo para Luisi. La América hispana y Europa eran para ella puntos de referencia más fuertes que Estados Unidos. Se identificaba con el panhispanismo, un movimiento popularizado por los modernistas de América Latina de principios del siglo XX, que transmitía un sentido regional compartido de idioma y raza, y una historia de independencia de España y de hegemonía de Estados Unidos. Este país había surgido como un enemigo de la América hispana en épocas tan tempranas como el siglo XIX, con la anexión de Texas en 1845, la guerra con México (1846-1848) y los intereses estadounidenses en el Canal de Panamá. Pero la guerra de 1898 entre España y Estados Unidos impulsó sin duda un panhispanismo antagonista que subrayaba la existencia de dos Américas: por un lado, Hispanoamérica o América Latina; por otro, la América anglosajona. La primera se caracterizaba por el humanismo, el idealismo y el colectivismo; la segunda, por el materialismo, el utilitarismo y el imperialismo. Luisi y una gran parte de las élites latinoamericanas estaban influidas por el intelectual uruguayo José Enrique Rodó, quien en su famoso libro Ariel, publicado en 1900, alertaba contra la expansión imperialista estadounidense, que empezaba a conocerse como “el peligro yanqui”.7 Durante las décadas siguientes, el término raza pasó a designar a las comunidades hispanohablantes de ambos lados del Atlántico. Luisi se identificó con los ideales que su amiga, la feminista mexicana Hermila Galindo, describió en 1919 como profeminista y prorraza.8

Luisi, nacida en Argentina, era hija de inmigrantes europeos: su madre era descendiente polaca y su padre era ciudadano italiano. A poco de nacer, su familia se mudó a Paysandú, Uruguay. Cuando Luisi cumplió 12 años, se trasladaron a la capital, Montevideo. Contrariamente a las costumbres de la época, sus padres eran progresistas, anticlericales y apoyaban a sus ocho hijas, que sobresalían en terrenos tradicionalmente asignados a los hombres. Paulina, la mayor de las hermanas, estudió medicina; su hermana Clotilde fue la primera mujer abogada de Uruguay; su hermana Luisa fue una poeta famosa.9 Después de obtener un título de profesora en 1890, en 1899 Paulina se convirtió en la primera mujer en Uruguay en conseguir un título universitario y, en 1908, fue la primera médica del país; llegaría a ser directora de la clínica ginecológica de la Facultad de Medicina de la Universidad de la República. Durante ese periodo entabló amistad y relaciones profesionales con el reducido círculo de la primera generación de maestras y profesionales médicas hispanohablantes de Uruguay, Chile y Argentina.10


FIGURA 1. Paulina Luisi, “la 1a médica uruguaya, 1a doctorada”, fecha desconocida. Cortesía de la Biblioteca Nacional de Uruguay, Montevideo, Uruguay, Colección Paulina Luisi, iconografía.

Desde mediados hasta finales del siglo XIX, cuando Luisi era joven, la industrialización, la urbanización y la inmigración transformaron las instituciones políticas y las condiciones de la vida cotidiana en muchos países de América Latina, sobre todo en el Cono Sur, lo que promovió el surgimiento de constituciones democráticas, una clase media y un giro hacia la secularización. Fue en este contexto de grandes cambios que surgió un grupo ilustrado de mujeres, primero como maestras y luego, cada vez más, como médicas, abogadas y educadoras, que encabezaron los primeros intentos por crear organizaciones feministas liberales en Sudamérica, como el primer Congreso Internacional de las Mujeres en Buenos Aires, en 1910, uno de los primeros encuentros feministas internacionales en el continente.11

Éste fue un suceso crítico para Luisi. Este encuentro regional, que abordó reformas en cuanto al trabajo de las mujeres, la salud pública, la educación sexual, el cuidado de la infancia y el feminismo, buscaba una intervención estatal para el apoyo a las madres y la infancia, a fin de corregir los males generados por el capitalismo industrial, como el trabajo infantil y la explotación de las mujeres en sus lugares de trabajo. Las participantes también presentaron proyectos de resolución sobre el acceso igualitario de las mujeres a la educación y la esfera profesional, derechos igualitarios de custodia y propiedad, y derechos políticos igualitarios, invocando un movimiento feminista latinoamericano.12 Fue allí donde Luisi conoció y fortaleció sus relaciones con una gran cantidad de influyentes reformistas, con quienes llegaría a entablar una amistad de por vida: la educadora chilena Amanda Labarca, la educadora argentina Sara Justo, la reformista Elvira Rawson de Dellepiane y las médicas Petrona Eyle y Alicia Moreau, quien se transformó en la mejor amiga de Luisi durante aquellos años.13

Estas mujeres alentaron a Luisi a organizarse por los derechos de la mujer en Uruguay, reconocido como uno de los países más progresistas del hemisferio. Durante y después de las presidencias de José Batlle y Ordóñez (1903-1907 y 1911-1915), Uruguay impulsó la legislación social más progresista de América: jornada laboral de ocho horas, ministerios de Industria y Trabajo, y un sistema de seguridad social que fue el primero no sólo en América Latina, sino en todo el hemisferio occidental.14 En parte debido a estos avances y a una clase media cada vez más amplia, allí las organizaciones feministas florecieron bajo el liderazgo de Luisi. En 1918, un artículo en la popular revista argentina Caras y Caretas sostenía: “En la América de Sud, al Uruguay le corresponde el haber presentado una más definida corriente feminista.”15

La reputación progresista y feminista de Uruguay potenció el giro que finalmente daría Luisi hacia el panamericanismo. A principios del siglo XX, en los círculos intelectuales en que ella se movía, abogados, médicos y expertos latinoamericanos comenzaron a reformular el significado de panamericanismo como una unión hemisférica por la democracia, el internacionalismo liberal, el saber científico y las reformas sociales. Luisi asistió al Congreso Científico Latinoamericano de 1905, en el que el jurista internacional chileno Alejandro Álvarez promovió una síntesis legislativa interamericana, proponiendo que el próximo congreso científico fuera un evento panamericano que incluyera a Estados Unidos.16

Álvarez era, sin duda, el portavoz más influyente del nuevo panamericanismo entre las élites hispanoamericanas. Al hacer énfasis en el papel de los hechos y la justicia sociales en las relaciones internacionales, lanzó una nueva definición del término: un nuevo sistema de derecho internacional general marcado por el multilateralismo y la paz, en lugar de por la hegemonía estadounidense.17 Álvarez aplicó al hemisferio occidental preceptos del pensamiento internacionalista liberal europeo, incluyendo el arbitraje y la solución pacífica de controversias. Sin embargo, sostenía que América Latina tenía una historia propia y de gran riqueza en cuanto al multilateralismo, la cual debía servir de modelo para otras naciones. Se apoyaba en gran medida en el pensamiento de Simón Bolívar, Antonio José de Sucre, José Martí y otros héroes libertadores del siglo XIX que habían declarado la unidad de las repúblicas hispanohablantes. También incorporó el panhispanismo de Rodó, que consideraba a las culturas latinas como superiores a la anglosajona y sostenía que los países hispanohablantes debían ser los que encabezaran la civilización. Álvarez pensaba que, mientras que la confederación panamericana soñada por Bolívar había sido una fantasía utópica, no era así en el caso de una confederación panamericana. América Latina y Estados Unidos, decía, compartían una historia, la de haber expulsado al gobierno colonial europeo y de haber abrazado formas de gobierno democráticas y republicanas. Por lo tanto, este panamericanismo debía mirar a Estados Unidos como socio igualitario.18

Cabe destacar que la nueva definición de panamericanismo que daba Álvarez, a pesar de poner énfasis en la igualdad, reservaba un papel especial para los países considerados como potencias hegemónicas en el hemisferio: las naciones sudamericanas de Argentina, Brasil y Chile, llamados países del Pacto ABC por su poder político y económico, así como Uruguay, clasificado junto a las otras tres naciones por su estatus cultural y político, aunque no económico.19 Álvarez no buscaba una revisión de la Doctrina Monroe, sino internacionalizarla y extender su aplicación a estos países latinoamericanos mejor constituidos, considerados como los más avanzados.20 En ese momento, los países del Pacto ABC estaban adquiriendo una relación multilateral con Estados Unidos y desempeñarían un papel esencial en la mediación del conflicto entre México y Estados Unidos en 1916.21

La visión que tenía Álvarez del panamericanismo logró un gran apoyo pues defendía una “civilización americana” no definida por el liderazgo estadounidense ni limitada a un árido conjunto de consideraciones técnicas o legalistas. Basándose en conceptos básicos del pensamiento internacionalista progresista, entre ellos la creencia en el poder regenerador de la educación de las mentes y el intercambio de ideas, reivindicó un nuevo panamericanismo que uniera a los pueblos de América de manera más significativa para asegurar la paz, el bienestar social y las reformas sociales. Esa interpretación interpersonal y colaborativa adquirió una enorme importancia. En el continente, los progresos en el transporte y las comunicaciones aceleraron la circulación de publicaciones y de personas, promoviendo el intercambio de ideas, el contacto personal directo y la influencia en la opinión pública. En 1910, la Oficina Comercial de las Repúblicas Americanas pasó a ser la Unión Panamericana y su revista, Boletín de la Unión Panamericana, se transformó en el difusor de información de una abrumadora cantidad de nuevos congresos panamericanos, entre ellos los de la infancia, y los congresos científicos encabezados por América Latina.22 Las ediciones bilingües del boletín y de otras publicaciones, como la revista Inter-América, fundada en 1917, se distribuían en las principales ciudades del hemisferio occidental.

Este nuevo panamericanismo alcanzó un auge sin precedentes durante la primera Guerra Mundial, cuando el gobierno de Estados Unidos, de forma rápida y oportunista, incorporó algunos sentidos del panamericanismo provenientes de Latinoamérica en su defensa de la unión del continente. La campaña panamericanista por parte de Estados Unidos guardaba una estrecha relación con el espectacular aumento de su comercio con América Latina, que se incrementó más de 100% después de 1914, con la finalización del Canal de Panamá.23 En el segundo Congreso Científico Panamericano, con sede en Washington, el presidente Woodrow Wilson anunció un nuevo tratado panamericano y propuso una unión continental para garantizar la integridad territorial y la absoluta independencia política, así como tratar todas las controversias dentro del hemisferio occidental por medio de la investigación y el arbitraje. A pesar de que el tratado no fue aprobado, confirió una estructura política muy similar a la Doctrina Monroe multilateral propuesta por Álvarez.24

Paulina Luisi asumía la profunda contradicción en el hecho de que el mismo presidente que pregonaba la igualdad panamericana era quien había dirigido la intervención estadounidense en México en 1914. Incluso después de haber propuesto un tratado panamericano, Wilson supervisó intervenciones militares en Haití y República Dominicana, en un desprecio manifiesto por las normas del derecho internacional.

Pero Luisi estaba de acuerdo con esa nueva interpretación de panamericanismo que promovía el liderazgo continental de los países latinoamericanos bien constituidos, sobre todo del suyo. Uruguay había promulgado el Decreto de Solidaridad Americana después de que Estados Unidos entrara en la primera Guerra Mundial, con mensajes oficiales similares de apoyo panamericano de una gran parte del resto de los países de América Latina.25 En 1919, Baltasar Brum, un ferviente panamericanista que había sido ministro de Relaciones Exteriores, ganó las elecciones presidenciales de Uruguay.26 Brum era el mentor político de Luisi, quien se inclinaba a favor de su definición de panamericanismo, fuertemente influida por Álvarez: “No es [...] una creación norteamericana, ni un pensamiento exclusivo de Monroe”, sino una síntesis de los ideales latinoamericanos y estadounidenses. El panamericanismo de Brum, al explicar que América, a diferencia de Europa, estaría libre del imperialismo y de “los perniciosos prejuicios de razas”, invertía de manera explícita el estatus cultural y racista de los latinoamericanos, que eran vistos como racialmente inferiores por mucha gente en la América anglosajona y en Europa Occidental.27

El apoyo de Luisi al panamericanismo se hizo oficial en 1915, cuando se unió al Pan-American Women’s Auxiliary, creado en Washington. Ese año, el Congreso Científico Panamericano se transformó en un congreso diplomático en toda regla debido a la guerra. Reformistas y esposas de diplomáticos se reunieron aparte para constituir su propia organización panamericana de mujeres, el Comité Internacional Panamericano de Señoras, apodado Women’s Auxiliary. Encabezado por las esposas del secretario de Estado estadounidense y de un experto de la Agencia de Educación de Estados Unidos, el grupo de “auxiliares” contaba con el apoyo firme del Departamento de Estado y de la Unión Panamericana, a pesar de no estar asociado a ellos de manera oficial.28 Buscó miembros de cada una de las naciones del hemisferio occidental, extraídos de las listas de participación en los congresos panamericanos científicos y de la infancia.

El Women’s Auxiliary surgió en un contexto de gran prosperidad del internacionalismo de mujeres europeas y estadounidenses, imbuido por las creencias progresistas de que la justicia social y la paz en el mundo requerían cooperación entre las mujeres del planeta.29 Jane Addams, una estadounidense reformista social y pacifista internacional, articuló este internacionalismo de género en el encuentro panamericano de mujeres en Washington. Unos meses antes, Addams había presidido el Congreso Internacional de Mujeres que tuvo lugar en La Haya, en 1915, el cual reunió a más de 1 200 delegadas de Estados Unidos y Europa para denunciar la guerra y declarar el apoyo a las reformas y los derechos de la mujer. En el encuentro panamericano, Addams sostuvo que, teniendo en cuenta que las interacciones entre personas de distintas naciones podían ayudar a terminar la guerra y que la interacción natural (de vida social frente a vida política) había estado durante años en manos de las mujeres, éstas tenían una obligación especial con el panamericanismo.30

Luisi, gran admiradora de Jane Addams, abrazó el Women’s Auxiliary y su principio rector de que las relaciones afectivas entre mujeres podían promover la paz mundial. Sin embargo, Paulina veía una omisión en las metas del grupo. A pesar de que el Women’s Auxiliary promovía la mejoría económica y social de la infancia y las mujeres, no mencionaba el derecho de éstas a votar, que todavía era una demanda controvertida.31 Sin embargo, a escala internacional, América Latina incluida, las reformistas argumentaban que tanto la igualdad de la mujer como la superioridad moral requerían la plena ciudadanía de las mujeres. Los llamados internacionales por la democracia y la autodeterminación mundial, acelerados por la primera Guerra Mundial, también hicieron del sufragio una demanda más apremiante. Junto a interlocutoras y amistades feministas de Argentina que también se unieron al Women’s Auxiliary, Luisi comenzó a buscar un nuevo foro panamericano que asegurara de manera formal y sin reservas los derechos civiles y políticos de las mujeres.

Las sólidas maniobras de Uruguay a favor del sufragio femenino, a diferencia del resto de los países de América, convencieron a Luisi de que su país podía ayudar a encabezar ese movimiento. En noviembre de 1917, Uruguay impulsó una Constitución que incluía mecanismos para promulgar el voto de las mujeres, prometiendo el derecho al sufragio, aunque debía ser ratificado por dos tercios de ambas cámaras legislativas. Como indica la historiadora Francesca Miller, esto hizo de Uruguay, en teoría, la primera nación del hemisferio occidental en reconocer el sufragio femenino, aun antes que Estados Unidos, donde, si bien algunos estados garantizaban este derecho, aún no había una enmienda federal en el horizonte.32

En 1919, Luisi fundó una nueva organización: la Alianza Uruguaya para el Sufragio Femenino, con el fin de presionar a funcionarios para que promulgaran el derecho de las mujeres a votar. Como había ocurrido en Europa, donde la organización matriz International Woman Suffrage Alliance [Alianza Internacional para el Sufragio Femenino] (IWSA) se separó en 1904 del Consejo Internacional de Mujeres para reclamar el sufragio, en Uruguay un grupo de mujeres jóvenes progresistas de clase media (no de las élites) se separó de la primera organización fundada por Luisi, la Conamu, para unirse a esta nueva iniciativa de Luisi.33 En el boletín de la organización, así como en el de la IWSA, ella señalaba que, durante los últimos años, el nombre de Uruguay no había tardado en hacerse famoso en los círculos feministas de todo el mundo y que éste había sido el primer país de Sudamérica en iniciar un movimiento por el sufragio femenino.34

El firme apoyo del nuevo presidente Baltasar Brum al movimiento sufragista reforzó el deseo de Luisi de iniciar un movimiento feminista panamericano con Uruguay al mando. Brum y otros hombres de Estado del progresista Partido Colorado abrazaron la trillada idea socialista del siglo XIX de que la civilización podía medirse a partir de los derechos de la mujer. El sufragio femenino, creían, fortalecería la democracia y el poder de Uruguay en el mundo. En 1920, Brum consultó a Luisi sobre un tratado sobre derechos civiles y políticos de la mujer que él había publicado y se hizo famoso en todo el continente. En sus más de 200 páginas, Los derechos de la mujer. Reforma a la legislación civil y política del Uruguay evaluaba con sumo cuidado los cambios legales que garantizarían derechos igualitarios entre hombres y mujeres en todas las esferas, con excepción del servicio militar. En particular, argumentaba que las mujeres en Uruguay debían gozar de estos derechos, puesto que muchas mujeres ya votaban en algunos estados de Estados Unidos, así como en Inglaterra, Alemania, Dinamarca, Austria, Suiza, Australia y Canadá.35

Feminismo para América Latina

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