Читать книгу Best Man - Katy Evans - Страница 10

14:26 h 6 de diciembre

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De hecho, a Miles y a mí se nos da muy bien fingir que el otro no existe.

Porque, a pesar del odio apasionado que sentimos el uno por el otro, a menudo pasamos tiempo juntos porque compartimos a Aaron.

Jamás fue cómodo, pero nos tocó apechugar.

Y lo más raro es que cuando los tres estamos juntos, Aaron siempre lo menciona como si fuera una broma divertidísima, porque para él sí lo es. Le encanta rememorar el pasado, especialmente las escapadas llenas de borracheras estúpidas en nuestra época universitaria, ya que en lo que respecta a escapadas y borracheras, él es el mejor.

—¿Eh, recordáis aquella vez, antes de que Lia y yo estuviéramos juntos…? ¿Os acordáis de que tú y ella…?

Sí. Divertidísimo. Me parto de risa.

Y, en general, cuando eso pasa, Miles y yo hacemos todo lo posible por fingir que el otro no existe.

Entonces, le recuerdo educadamente a Aaron que todos estábamos muy borrachos. Al fin y al cabo, pasó lo que pasó porque Aaron se fue a buscarme una cerveza y no volvió. Se entretuvo jugando a chupitos de cerveza. Se desmayó y, como el juego consistía en beberse el chupito con los pies hacia arriba y desnudo, dice que se quedó «¡en el bar y con la polla al aire!».

Según la leyenda local de Delta Phi, a Aaron le encantaba quedarse dormido y con el pene al aire. Cada miembro de la fraternidad te puede contar alguna anécdota sobre eso. Pero ninguno te contará una historia similar sobre Miles.

Después, cuando el momento incómodo ya ha pasado, alguno de los dos dice algo así como: «¡Sí, qué bien que aquel desastre de noche ya pasó!».

Y sí, es cierto, lo hemos dejado atrás. Por completo.

Así que con una muralla imaginaria entre los dos, pasan los minutos mientras cruzamos la cordillera de montañas que separa el Midnight Lodge de Boulder.

Tras la primera conversación, no hablamos ni una sola vez.

Escucho mi emisora favorita de música country hasta que se pierde la señal, y luego conecto con la lista de favoritos, que alterna el country y el pop. Miles se pone unos auriculares y escucha otra cosa… Tal vez a un puñado de viejos que debaten sobre no sé qué. Cuando bajamos por la montaña, me siento feliz.

El cielo está despejado, el sol brilla y voy a casarme mañana. Y Miles se ha callado la boca.

La vida es buena.

Tengo que echar gasolina al Mini antes de que volvamos, así que paro en una gasolinera Shell. Estiro la mano hacia sus pies para tomar mi bolso. En cuanto lo hago, se quita los auriculares.

—Espera, te dejo pasar.

Sale del coche. Al principio, pienso que trata de ser caballeroso, pero veo cómo estira los brazos por encima de la cabeza y las articulaciones de los hombros. Solo quiere estirar los músculos porque lleva demasiadas horas metido en mi diminuto coche.

Lo miro por el espejo retrovisor mientras levanta los brazos al cielo. La camisa también se le alza unos centímetros y aparecen esos abdominales de piedra. Mi mente se despista por un camino peligroso y me doy cuenta de que avanza hacia mí.

Como una idiota, cierro los ojos con fuerza.

De repente, oigo un tamborileo en la ventanilla del coche.

Levanto la mirada y veo que me observa:

—¿Ochenta y nueve?

Por un instante, vuelo hacia su habitación, dispuesta como un museo, y él y yo estamos haciendo un sesenta y nueve.

Sí, aunque parezca increíble, Don Limpio y yo lo hicimos como conejos aquella noche, en un puñado de posiciones que ni siquiera sabía que existían. Por la mañana, los dos estábamos sucios, sudados y…

¿Qué demonios estoy haciendo?

Mi temperatura se dispara hasta que me obligo a olvidar la estampa. «Idiota. Pregunta por la gasolina».

—Noventa y uno, por favor. —Saco la Mastercard del monedero por la ligera apertura de la ventanilla.

Niega con la cabeza.

—Regalo de boda anticipado de mi parte.

«Genial, pero preferiría una lobotomía».

Trato de no mirar mientras llena el depósito. Tomo el móvil y repaso los mensajes. El primero es de Eva: «He oído que estás con el idiota. Pobrecita». Respondo: «Sí, acabamos de llegar. Volvemos en cinco horas».

Miro el reloj. Son las dos y media en punto, así que si vamos a toda prisa hacia el apartamento de Aaron, recogemos los anillos y conducimos de vuelta sin parar, llegaremos al hotel hacia las siete y media, lo cual me dará el tiempo suficiente para enfundarme en el vestido para el ensayo de la cena. Perfecto.

Para entonces, Aaron estará sobrio y listo. Trato de no ser una aguafiestas en lo que respecta a él y a cómo le gusta divertirse porque sé que le gusta muchísimo, pero si insiste en salir con sus amigos esta noche, después del ensayo, tendré que prohibírselo. La noche pasada ya fue su última noche. No necesita ninguna otra. Y Gluppy puede evitar beber como un pez al menos durante una noche.

Aunque también sé que eso solo le pasa cuando tiene a sus amigos cerca y a los compañeros de la fraternidad. La mayor parte está repartida por todo el país y los ve mucho menos, así que es una ocasión especial.

Me percato de que me estoy mordiendo el labio de nuevo mientras pienso en lo que pasó la última vez que él y sus amigos estuvieron juntos, hace diecinueve meses, durante una fiesta pregraduación de la D-Phi.

No fue bueno.

Fue peor que malo.

Tan malo que no quiero pensar en ello.

Así que tecleo: «¿Has visto a Aaron?».

Un momento después: «Sí. Él y el resto de sus amigos se han aposentado en el restaurante y están arrasando con todo».

Mmmm. Qué suerte tiene Aaron, que no se tiene que preocupar por meterse en su traje, como me pasa a mí con el vestido.

Salgo del chat y compruebo si Aaron me ha escrito. Nada. Por supuesto que no; cuando está con sus amigos, libera al universitario que lleva dentro. Es decir: se olvida de que existo.

Y eso me preocupa.

West no lo soporta. Nunca me lo ha dicho, pero estoy segura de que piensa que su futuro cuñado es un imbécil. Por eso no fue a la despedida de soltero. A West ya no le gustaban las juergas ni las borracheras cuando estaba en la universidad, y aunque usa a las mujeres como si fueran un kleenex, es un buen hermano mayor. Una de mis personas favoritas. Y defiende mi honor como si fuera un caballero andante.

Fue él quien me consoló cuando, justo antes de mi graduación, creía que Aaron y yo habíamos roto para siempre.

Suspiro al oír el clic del depósito lleno. Miles levanta la manguera y la devuelve al surtidor, luego saca el recibo y abre la puerta mientras escribo un mensaje a West.

«West, por favor, ¿puedes vigilar que Aaron no…».

Cuando levanto la vista, Miles me está observando. No le veo los ojos porque lleva las gafas de sol, pero tengo la sensación de que sabe exactamente qué estoy escribiendo. Maldito Dumbledore.

Mis ojos se posan en el mensaje a medio escribir. «¿Que no haga qué, exactamente?». Dios, me siento estúpida y posesiva. Voy a casarme con Aaron. Es el hombre a quien voy a entregarle mi corazón. Confío en él.

Al menos, así debería ser.

No, no. Es así. Por eso nos casamos.

Me demostró que había cambiado. Sí, claro, tuvimos algunos problemas antes de graduarnos, pero desde que me pidió matrimonio todo ha ido como la seda.

Borrar, borrar, borrar.

Meto el móvil en el bolso.

—¡Nos vamos! —exclamo animada.

Gruñe.

Es curioso. Cuando Miles está de mal humor, me pongo de buen humor de manera automática. Es como si fuéramos personalidades opuestas. Si no es odio en estado puro, no sé lo que es.

—¡Gracias por la gasolina, amigo! —digo. Me aguanto las ganas de dar un golpecito amistoso a sus grandes bíceps envueltos de franela—. Ahora vamos a por esos anillos, Sam!

Me mira sorprendido.

—¿Sam?

—Sí, claro. Yo soy Frodo.

—Entonces, ¿Aaron es Gollum?

Pongo los ojos en blanco.

—Bueno, vale, no es una analogía perfecta, pero puedo tomarme libertades. ¡Mañana me caso!

—Ajá —dice y se concentra en el móvil—. Hacia Mordor.

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