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9:00 h 6 de diciembre

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Eva llama a la puerta de mi habitación del hotel y grita para que todos nos oigan:

—¡Felicidades, mañana te casas!

Sonrío mientras los sueños de los cuentos de hadas se disuelven en mi cabeza y me enfrento a la realidad, que, por una vez, es mejor.

Voy a casarme, joder.

Me siento en la pequeña cama doble y parpadeo bajo la luz del sol. Mañana por la noche será mi noche de bodas y compartiré la espectacular suite presidencial con mi marido. Solo estaremos mi marido, una enorme cama con sábanas de seda y yo.

Y sexo. Un montón de sexo ardiente; sexo de noche de bodas.

Se me acelera el pulso al pensar en mi guapísimo novio, Aaron. Llevamos juntos media década y es probable que hayamos practicado sexo mil veces. Pero como marido y mujer, seguro que será diferente, ¿verdad? ¿Más intenso, más sexy?

Me estremezco de nuevo solo de pensarlo. Seré la esposa de Aaron.

Diosmíodemivida.

Tengo veintitrés años y en menos de veinticuatro horas, ¡me convertiré en la esposa de Aaron Eberhart!

Salgo de la cama con un pequeño baile de alegría y abro la puerta de par en par con una enorme sonrisa pintada en la cara. Eva lleva el pelo rubio recogido en un moño, pantalones de licra y una sudadera, recién salida de su clase de yoga de la mañana. También sostiene una bolsa de brioches con pasas y dos enormes tazas de café.

—¿Cómo está mi novia favorita? —canturrea.

Me froto las manos y acepto el café que me ofrece.

—Genial. Dime que es café solo, por favor.

—¿Qué tipo de mejor amiga crees que soy? Después de veinte años, creo que ya sé cómo tomas el café. —Abre la bolsa, saca un brioche redondo y lo deja encima de una servilleta. Se sienta frente a la mesita, dobla las rodillas hasta el pecho y muerde una frambuesa—. ¿Quieres uno?

Arrugo la nariz mientras sorbo el café.

—Tengo que meterme en un vestido, ¿recuerdas?

—¿De verdad? ¿Para qué? —Finge que no lo sabe. Luego sonríe—. Luego puedes utilizar la elíptica del gimnasio. Espero que estés lista para pasar el día en el spa del hotel.

—Oh, sí. Tengo ganas. Necesito magia para estas uñas.

Se las enseño y ella las inspecciona. Me las he mordido casi hasta la raíz por culpa de mi energía nerviosa. Soy un desastre, me muerdo las uñas sin pensarlo.

Ugh. Necesitas una manicura y pedicura urgentes, definitivamente. ¿Tu padre lo paga todo? —Saca el folleto del spa del Midnight Lodge de la bolsa—. Porque creo que sería un lujo regalarnos el masaje de cuerpo y facial con chocolate y champán.

Me encojo de hombros.

—Dijo, y cito textualmente: «Mi única hija no se casa todos los días. ¡Disfruta y haz lo que quieras!». Y mi madre se ha lanzado de cabeza. Pero ¿chocolate y champán? Acabo de engordar cinco quilos solo con oírte.

Observa mis curvas, a las que he domado con clases de pilates y yoga y un régimen interminable desde que Aaron me pidió la mano, hace diecinueve meses.

—Estás estupenda.

Giro frente al espejo de cuerpo entero y me fijo en el trasero, enfundado en los pantaloncitos cortos que llevo puestos. He hecho suficientes sentadillas como para desarrollar una estantería debajo de la espalda, y ya casi no tengo ni rastro de michelines.

—Estoy tan contenta. No puedo esperar a ver la cara de Aaron cuando camine hacia el altar. Solo sueño con eso.

Sonríe.

—No te preocupes, no te quitará los ojos de encima.

Frunzo el ceño. De hecho, Aaron casi no se ha fijado en mi transformación, pero es porque suelo llevar ropa ancha. Con el vestido puesto, y con ayuda del corsé para entrar la cintura e impulsar los pechos hacia arriba, será evidente.

—Más vale que así sea.

En mi cabeza, la escena está lista: las montañas a lo lejos, el aire frío y limpio, el cielo de color turquesa, y yo rodeada de una familia que me quiere y que ha llegado de todo el país. Y frente a mí, el hombre. El hombre de mi sueños. Me emociono por milésima vez en una hora, y tomo una camiseta y unos pantalones de yoga para cambiarme. Me recojo el pelo en una coleta y digo:

—¡Lista!

Me encanta la idea de bajar. Quizá es porque he invitado a más de quinientas personas, pero me siento como si fuera la dueña del hotel. Allá donde miro, hay alguien conocido al que quiero. Abrazo a algunas amigas de la universidad de camino al ascensor y, cuando bajo al vestíbulo, una tropa de primos, tías y gente que no conozco silban la marcha nupcial. Sonrío y hago una reverencia, me sonrojo, y todos aplauden.

Quiero embotellar este momento para siempre.

Lo único que lo haría más perfecto sería que Aaron estuviera aquí conmigo.

Pero no está. Busco por el gran vestíbulo, pero no lo veo por ninguna parte. Quizá esté desayunando.

Dejamos atrás la chimenea que va del suelo al techo y nos dirigimos a la zona de restauración, siguiendo el sonido de la charla y los cubiertos de la gran sala, llena de gente. Miro a mi alrededor y veo a mis diez damas de honor, a las dos muchachas que llevarán los ramos y al portador del anillo, todos sentados alrededor de una mesa redonda.

Pero Aaron no está.

Eva y yo caminamos hacia mis damas de honor. Natalie y Cara son buenas amigas desde el instituto, y Eva también las conoce, pero las demás son familiares más lejanos, y también hay algunos de Aaron, a los que no conozco tan bien. Pero tiene tantos amigos, sobre todo de la fraternidad de la universidad, que no podía limitarse a diez. Así que para equilibrar las cosas, invité a gente casi desconocida.

Abrazo a Natalie y Cara, saludo a los demás y les mando besos a mi trío de primas de cinco años.

—¡Hola! ¿Todo el mundo se lo está pasando bien? ¿Listos para el spa a las diez?

Todos asienten, y las niñas, que llevan camisetas estampadas de flores a conjunto, aplauden. Las abrazo con fuerza y les beso las mejillas sonrosadas de nuevo:

—¡Las tres vais a estar preciosas! —digo.

Natalie silba.

—Eh, chica. ¿Ya sabes lo de la despedida de soltero?

Mmmm. No estoy segura de querer saber nada. La piel de la nuca se me eriza.

—¿Qué pasa?

—Nada. Pero Mike no llegó a casa hasta las seis.

Mike es su marido, y es cierto que cuando lo saludé parecía un poco apagado. En su caso, no es algo negativo. Aaron tiene fama por las fiestas que da, así que pensé que un par de acompañantes más bien sosos impedirían que las cosas se descontrolaran.

No parece que fuera así.

—¿A las seis de la mañana? —repito de manera estúpida.

Asiente.

Me enderezo. Bueno, eso explica por qué Aaron no está por ningún lado. Pero no lo entiendo, porque la despedida de soltero consistía en ir a esquiar a Winter Park. Quizá tomaran algunas cervezas y fueran de bares por allí, pero Aaron me había dicho que como mucho sería un poco de diversión para relajarse después del esquí, nada más.

Sin embargo, lo de volver a las seis de la madrugada… Parece preocupante, como mínimo. No puedo evitarlo, y el estómago me da un vuelco.

—¿Y qué hicieron?

Se encoge de hombros.

—Se fueron a una discoteca o algo así. Pero cuando volvió, me dijo que olía como si fuera una fábrica de cerveza y fue a vomitar al baño.

—¿Una discoteca? Eso no parece muy relajado. —Me froto las sienes; estoy preocupada porque Aaron tiene un pasado juerguista bastante notable.

Un pasado que me prometió que había dejado atrás porque me ama.

Dios mío.

Eva se percata de mi preocupación y me tira del brazo.

—Seguro que no será nada, ya verás.

Yo no estoy tan segura.

Aaron se enorgullecía de ser el alma de la fiesta. Si un amigo montaba un numerito, él montaba dos. Si un miembro de la fraternidad bailaba sobre la barra de su bar privado en el D-Phi, él lo hacía desnudo. Su nombre en clave en la fraternidad era Gluppy porque bebía como un pez, todo el rato. Glup. Glup. Glup.

Si había un límite y tenía que ver con el alcohol, Aaron debía cruzarlo.

Nos peleábamos como el perro y el gato porque jamás le decía que no a ninguna mujer que flirteara con él. Y a veces hacía algo más que flirtear, sobre todo cuando había bebido.

Miro a Natalie.

—¿Mike te dijo algo acerca de Aaron?

Me mira, apenada.

—No, lo siento.

Me quedo callada porque soy la anfitriona y no es momento de sufrir una crisis de ansiedad, pero en cuanto puedo alejarme con discreción, marco el número de Aaron.

Salta el buzón.

Llamo de nuevo con la esperanza de que responda, pero sigue sin descolgar. Otra vez el buzón.

Un desfile de imágenes a cada cual más escalofriante pasa por mi mente. Winter Park lleno de dulces conejitas esquiadoras con trajes apretados, y a Aaron siempre le han gustado las chicas guapas.

Más que gustar, cuando bebe. Por eso rompimos la última vez.

¡Dios, Lia, tranquilízate! Estás exagerando.

Eso fue hace diecinueve meses, antes de que madurara, me pidiera matrimonio y se convirtiera en otro hombre. Claro que todavía bebe, pero aparte de eso, ahora es prácticamente un santo. Solo espero que ayer no se pasara con la bebida e hiciera algo de lo que pueda arrepentirse.

Le mando un mensaje rápido: «¿Estás bien?».

Miro la pantalla como si así fuera a contestarme más rápido, pero no sucede. Luego, levanto la mirada y veo un rostro amable y conocido que me sonríe desde el otro lado del restaurante.

Es Mimi. Tiene noventa años, es mi bisabuela y ha venido desde Sacramento. Hace años que no la veo.

Casi derribo a un camarero que venía con una bandeja de desayuno en mi carrera hacia ella. Para cuando llego, ya estoy llorando a lágrima viva. Está muy arreglada, a su estilo: un traje de poliéster rosa y un pintalabios del mismo color a juego. Lleva el pelo teñido de color platino, como si Barbie ya fuera abuela. La abrazo muy animada.

—¡Mimi, voy a casarme!

—Lo sé, cariño —dice con voz suave pero ronca mientras me acerco a su mesa—. Estás espléndida, Dahlia. No podía perderme el gran día de mi bisnieta favorita.

No soy su bisnieta favorita, porque no tiene favoritos entre los treinta que estamos repartidos por todo el país, y nunca se pierde el cumpleaños de ninguno. Sé que es probable que se me hinche la cara debido a las lágrimas, pero no puedo evitarlo.

—Estoy tan contenta de que hayas venido.

—¡Pues claro que he venido! Aunque pensaba que Weston sería el primero en casarse. ¿Dónde está?

Miro a mi alrededor en busca de mi hermano Weston. Lo invitaron a la despedida de soltero de ayer por la noche, pero dijo que estaba «más allá» de todo eso porque acababa de cumplir treinta años. Y, además, nunca hace nada excepto trabajar. Es una pena, porque habría sido genial contar con su informe de la velada.

—Puede que esté en el gimnasio o trabajando. Ya lo conoces.

Sacude la cabeza, decepcionada.

—¿Sabes al menos si tiene novia?

Niego con la cabeza. West tiene muchas chicas, tantas que he perdido la cuenta. Se las traga y las escupe para pasar el rato.

—Nadie especial.

—Qué pena, con lo guapo que es. Por cierto, hablando de hombres guapos, ¿dónde está tu prometido? ¿Aaron, verdad? He oído que es bastante atractivo, y me gustaría conocerlo.

—Claro que sí —respondo a la vez que me muerdo el labio, aunque seguro que eso tampoco es bueno para mi aspecto—. Ayer fue la despedida de soltero y parece que estuvieron hasta bastante tarde, pero vendrá pronto. ¿Cómo ha ido el vuelo? ¿Qué te parece este lugar? Tu nieto no ha reparado en gastos.

—Está bien. —Mira a su alrededor con los labios fruncidos—. Sí, está bien. Pero ya sabes que lo que importa es el hombre, no la ceremonia, ¿verdad?

—Sí, claro. Quería decir que…

—Todo esto es bonito… —Se inclina más cerca como si fuera a darme un sabio consejo marca de la casa Mimi—, pero no es necesario, en el fondo.

—Bueno, no. Pero un día es un día, ¿no? Más vale hacerlo bien y a lo grande.

—¿Bien y a lo grande? Tu bisabuelo y yo nos casamos en el ayuntamiento y compartimos un pastelillo industrial en el paseo de Santa Mónica para celebrarlo. Y a nosotros nos pareció maravilloso —dice, y sus ojos se entelan un poco, cautivada por el recuerdo.

Sonrío y acaricio la finísima piel de sus manos. Entiendo que dice Mimi, pero Aaron y yo estábamos de acuerdo en que había que tirar la casa por la ventana. A él le encantan las fiestas, vive para ellas. Y yo quería algo que la gente recordara de por vida. Esta es la mejor forma de hacerlo. He soñado y planeado este momento desde siempre, y es así como tiene que ser.

Me levanto y digo:

—Bueno, cuando baje Aaron te lo presentaré. ¿Vienes al balneario?

Sacude la cabeza.

—Oh, no. Eso es para las jovencitas.

—¡Pero si tú también eres joven!

Agita la mano.

—Vamos, vamos, Dahlia.

—Vale, de acuerdo… ¿Nos vemos después?

Asiente.

—Pásatelo bien, cariño.

La abrazo de nuevo, aspiro el olor de su colonia, y luego voy en busca de Eva y del resto de las chicas, que me esperan.

Compruebo el teléfono. La cita en el balneario es a las diez y faltan unos quince minutos. Ya me imagino la escena: yo, sumergida en un baño de barro, inmóvil y nerviosa mientras pienso dónde estará Aaron, o si se habrá ahogado con su propio vómito. Seguro que me relajo mucho.

—Eva… ¿por qué no te adelantas con las chicas y empezáis sin mí? Voy a comprobar qué le pasa a Aaron.

Arruga la nariz.

—¿Seguro?

La animo con un gesto de la mano mientras me alejo:

—Sí, estoy segura. No tardaré nada.

Subo al segundo piso en el ascensor, voy a su habitación y llamo a la puerta. Escucho. Nada.

Llamo más fuerte.

Genial. Ha sido el novio modelo, responsable y centrado, durante los últimos diecinueve meses, ¿y escoge este momento para saltarse las reglas?

Llamo hasta que me duelen los nudillos.

Nada.

—Eh, vale ya. Ni Godzilla hace tanto ruido, aunque eres una digna descendiente, «Novzilla».

Al escuchar la profunda voz a mi espalda, me pongo rígida. Solo hay una persona en el mundo con ese tono de barítono.

Me giro y me encuentro con Miles. Casi dos metros de hombre, y mi cara se contorsiona en una mueca de enfado. Ese es el efecto que el mejor amigo de mi prometido causa en mí.

Cruzo los brazos y trato de ignorar el hecho de que no lleve camisa y esté empapado en sudor. Lleva unos pantalones cortos que se pegan a sus músculos perfectamente definidos. Una toalla le cuelga de un hombro, y tiene el pelo negro húmedo. Miles Foster es perfecto en todos los sentidos.

Y lo sabe, el muy engreído.

Su habitación queda justo delante de la de Aaron. Se detiene frente a su puerta y saca la llave mientras me brinda una panorámica completa de su ancha espalda. Sí, también es perfecto desde este lado. No tiene ni un maldito grano, le sobran músculos que harían llorar de admiración a un escultor y no digamos a una chica, y en la parte baja de la espalda se forma una flecha perfecta que señala a su trasero. También perfecto, por cierto.

Tengo pocos recuerdos de nuestra primera noche juntos, pero de lo que me acuerdo… preferiría no hacerlo. No quiero, pero es imposible olvidar ciertas cosas, como que su culo es un perfecto juguete para las manos. Si lo tocas una vez, ya no puedes dejar de jugar.

Es muy injusto que Dios le concediera esos dones a un tipo arrogante como él.

—Estás poniendo el suelo perdido, idiota —le digo.

Saca la llave, la pasa por la cerradura electrónica y abre la puerta de la habitación. Me ignora; es una táctica que ha perfeccionado durante los cinco años que hace que nos conocemos.

Entra y está a dos segundos de cerrarme la puerta en la cara cuando le grito:

—¡Espera!

Sostiene la puerta y se gira lentamente a la vez que se acaricia la barba de dos días.

—¿Sí?

Señalo a mi espalda.

—¿Me ayudas?

Se recuesta sobre el quicio de la puerta, toma la punta de la toalla y se frota el pelo para secárselo al mismo tiempo que se despeina. Algunas gotitas de agua me salpican en la cara. Capullo.

—¿Qué?

—Bueno… —Suspiro con desesperación—, saliste con él anoche, ¿verdad? ¿Está ahí dentro? ¿Está bien? Tengo quinientos invitados abajo que preguntan por él.

Sus labios exhiben una media sonrisa divertida.

—Sí, estuve con él. Sí, fuimos a esquiar y luego a una discoteca. Sí, llegamos tarde. Y sí, está bien. Así que deja de preocuparte, Novzilla. Tienes veinticuatro horas hasta el acontecimiento del año. Tu boda perfecta será perfecta, no te preocupes.

Frunzo el ceño.

—¿Es mucho pedir verlo? ¿Hablar con él?

Cruza el pasillo y se acerca a mí. Está tan cerca que huelo el cloro de su sesión de natación y veo las motas verdes en el iris de color azul tormenta de sus ojos. Soy casi seis centímetros más baja que él, algo que jamás ha sido tan obvio como en este instante en que me mira desde arriba, con su cuerpo perfecto y desnudo a mi alcance.

Casi me atraganto al respirar.

La puerta de su habitación se cierra mientras dice:

—¿No tienes que ir a que te envuelvan en algas de mar o algún tipo de tortura similar que crees que te ayudará a estar más guapa mañana, pero que, en realidad, no tendrá más efecto que vaciar todavía más la cartera de tu padre?

—Yo… —Esa es la habilidad de Miles. Dejar a la gente pasmada y sin saber qué decir. Es tremendamente perceptivo: sabe ver el alma de una persona, meter su mano en ella y pulsar todas las teclas. Como un mago. Es el tipo de hombre que, al principio, crees que va a su rollo y nada más, y luego te percatas de que es jodidamente brillante. Odio que sea así—. ¿Qué? Oye, solo quiero hablar con Aaron. Mi prometido.

Me mira fijamente y me evalúa con la misma superioridad de siempre y que me hace sentir diminuta como una seta. Luego dice:

—Tienes que hacerte la manicura.

Miro hacia abajo. Sí, tengo las uñas hechas un desastre. ¿Cómo lo sabe? ¿Me ha mirado los dedos? ¿Qué tipo de hombre va por ahí mirando las uñas de las mujeres?

Cierro las manos para ocultar las uñas. Podría darle un puñetazo.

Probablemente no es la mejor forma de pasar las veinticuatro horas previas a mi boda. Con la suerte que tengo, me rompería la mano contra esa tabla de madera que tiene por abdominales, y seguro que la luna de miel en Maui con una escayola no es lo mismo.

Me aparto de él y voy hacia el pasillo.

—Mira, dile que me llame cuando se despierte, ¿vale? Tiene que bajar, cuanto antes mejor. Gracias.

Camino a toda prisa, con la piel de gallina después del encuentro. Sé que todavía me mira y que no se pierde ni uno de mis pasos mientras me alejo.

No puedo creer que él y yo, una vez…

Ugh. No quiero pensar en eso el día antes de casarme con su mejor amigo.

Me pregunto si el Midnight Lodge tendrá tratamientos antipiojos.

Best Man

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