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La Kata o “La técnica es el hombre”

La noción de kata

Conocemos la existencia de las katas en todas las artes tradicionales japonesas, pero su estructura abarca, ciertamente, un sentido mucho más amplio, el cual subyace en cada gesto, pero que las pala-bras son incapaces de definir coherentemente.

Ya hemos visto el sentido literal; el término kata puede traducirse como “forma”, “molde”, “tipo”. Sin embargo, al no disponer del equivalente en el pensamiento occidental, la noción que encierra permanece intraducible.

Las artes marciales, y en particular el karate, nos ofrecen los ejemplos más precisos y más estrictamente formalizados de las katas. Es en este ámbito donde se utiliza más el término en cuestión; éste designa la base de la transmisión del arte y su aprendizaje.

Propongo, como punto de partida, la siguiente definición del término kata:“secuencia compuesta por gestos formalizados y codificados llevados a cabo con un estado mental orientado hacia la realización del camino (do)12”.

En la cultura japonesa “realizar el camino” es sinónimo de alcanzar la técnica perfecta, lo cual se da en el hombre perfecto.

Por eso, unos años más tarde de que Tesshu alcanzara el estado último, al ver al maestro Yamada (que tenía 70 años), exclamó:“¡Así pues, es posible ir tan profundo sólo por medio del sable! Con esta kata, uno puede eximirse de recurrir al zen.”

La realización de una kata es breve, aparentemente simple y precisa. Cada arte tiene pocas. En el karate tradicional, por ejemplo, la mayoría de las katas tienen de 20 a 60 movimientos. Una kata siempre es la transposición codificada de un combate real contra varios adversarios.

A partir de una situación de inicio, cada vez distinta, se encadenan técnicas de ataque y defensa que responden a los supuestos movimientos de los adversarios. Todas las técnicas del karate se formalizan por medio de las katas, las cuales tienen un papel fundamental en la comunicación de las técnicas de combate.

El suki que Tesshu trabajaba es un movimiento técnico, pero, durante su adolescencia, su maestro se lo hizo trabajar como si fuera una kata, es decir, profundizando en él y enriqueciéndolo con todas las aplicaciones posibles. De hecho, el suki se incluye en ciertas katas de sable.

El entrenamiento de la kata se realiza en solitario mientras uno centra su atención en los encadenamientos y busca la perfección técnica. El trabajo de una kata puede alargarse varios años, a veces una vida entera.

Este trabajo pasa por diferentes etapas. Ésta es la razón por la cual no basta con entender la kata como una serie de formas o como un molde, sino más bien como el medio a través del cual se han fijado los conocimientos más amplios. Al comienzo se trata de crear la automaticidad de una serie de movimientos técnicos, los cuales tienen como meta la realización perfecta de las formas y los movimientos. Al mismo tiempo, también se trata de introducir un dinamismo y una potencia, factores importantes para obtener la máxima eficacia.

En la fabricación de un sable, la forma precisa de la hoja y la dureza del acero son dos aspectos que debe equilibrar el trabajo del artesano. Una kata comprende tanto la forja del sable como el aprendizaje de su utilización.

A partir de una situación particular, cada kata muestra la posibilidad de un desarrollo, y, por lo tanto, pone en juego técnicas de ataque y de defensa que responden a los movimientos y las estrategias que teóricamente tienen los adversarios. En consecuencia, las diferentes katas proponen, al mismo tiempo que las técnicas, un aprendizaje de la estrategia.

Una kata no es la obra de una sola persona sino la condensación de un saber tradicional. De la misma manera que el pintor aplica varias capas de pintura a su obra, las generaciones de practicantes han ido fijando en la katas la suma de sus experiencias.

Un maestro de karate de muy alto nivel de principios del siglo XX respondió así a alguien que le pidió que le enseñara unas katas:“Yo sólo conozco la Naifanchin13.”

Es cierto que, para él, aquella kata, compuesta de unos 20 movimientos, abarcaba casi todas las técnicas transmitidas hasta el momento, y, a partir de esa única secuencia, era capaz de responder ante cualquier situación de combate. No obstante, esto no significa que él no conociera el resto de katas sino al contrario: había condensado todo su saber.

Esta anécdota ilustra dos hechos importantes. La kata contiene más de lo que muestra a primera vista. Cada movimiento es, en realidad, la “memoria”del movimiento en sí y de todas sus variantes posibles, y el maestro y sus estudiantes lo desarrollan durante años. El encadenamiento de movimientos sucesivos de la kata recuerda todas las posibilidades de estrategia, acción y reacción del adversario. No obstante, su contenido no es simplemente una sucesión de detalles: cuando un maestro y sus estudiantes trabajan durante años el mismo movimiento y sus variantes, es el contenido global de este trabajo lo que da sentido a la kata.

Aunque el entrenamiento de la kata se haga en solitario, el adepto de un cierto nivel integra en ella sus experiencias de combate al mismo tiempo que descifra posibles respuestas a las preguntas que se plantea. La kata es, en cierta manera, un espejo, pero éste sólo puede reflejar lo que tiene delante. Si el practicante, por medio de la kata, sabe percibir la experiencia de sus predecesores, la kata representará un medio privilegiado para conocer al adversario y conocerse a sí mismo.

En la práctica de la kata podemos distinguir dos aspectos:el de instrucción, a través del cual se aprenden, como si fuera un alfabeto, ciertos movimientos técnicos que todavía no se conocen, y el de utilización, a través del cual se enriquece la propia experiencia.

En Japón, esta forma de kata existe en todas las artes tradicionales, lo que significa que los japoneses realizan los actos por medio de las estructuras de la kata –al menos fue éste el sistema de pensamiento que imperó durante el período Edo. Recientemente, Watsuji Tetsuro escribió que en la sociedad japonesa existe “una tendencia étnica a confiar en los actos intuitivos y a rechazar los actos adoptados por medio de la reflexión lógica14”. La kata representa una manera de cultivar y reforzar el pensamiento intuitivo.

En las artes tradicionales japonesas, la meta de la kata es idéntica: realizar, de manera perfecta, una serie de movimientos transmitidos por la tradición que llevan a la perfección por medio de la unión de técnicas gestuales y de una cierta disposición mental –el seguimiento del “camino” o de la “vía” (do).

La palabra do se traduce habitualmente en español como “vía”, “camino”, “disciplina”, etc. No obstante, una vez más, ninguno de estos términos logra abarcar completamente el verdadero significado cultural de esta noción, ya que sólo la plasman de una manera abstracta, parcial y superficial, sin llegar a comunicar su sentido más profundo.

El do se concibe como un camino que conduce a un estado mental que libera facultades humanas en los diferentes ámbitos de las artes. Este estado espiritual puede obtenerse por medio de la profundización en una disciplina. Éste comporta un aspecto ético: para seguir el camino, debemos seguir los preceptos que gobiernan el universo y, por ende, la sociedad. El proceso de perfeccionamiento en una disciplina –cualquiera que sea– comprende alcanzar la personalidad completa en harmonía con los hombres y la naturaleza.

El ejemplo de la pintura a la tinta ilustra el papel que constituyen las katas en las artes tradicionales. Los modelos se elaboraron a partir de ciertas formas naturales –los bambús, los árboles, las hierbas o ciertos paisajes. Por ejemplo, para hacer un bambú se resaltan algunos aspectos de las hojas, los troncos, y el bambú pintado destaca más que su modelo. Así pues, se trata de una forma de percepción y de sensibilidad socialmente establecida a través de la cual aprendemos a mirar.

El aprendizaje de esta forma de pintura clásica pasa por la repetición y responde a reglas extremadamente precisas. Éste empieza trazando, con el pincel, diferentes formas y se pone una atención especial a la manera de acabarlas, curvarlas, difuminarlas, etc., hasta la repetición perfecta de un repertorio clásico establecido15. Paralelamente, el estudiante también trabaja una serie limitada de motivos naturales por medio de este mismo proceso de copias repetitivas. En este sentido, los motivos naturales se tratan de la misma manera que la caligrafía. Por lo tanto, esta forma de pintura supone una visión social homogénea del medio natural, un consenso previo que dará sentido a los rasgos acentuados, y que podemos encontrar al inicio de los poemas clásicos.

En consecuencia, también existe un modelo ideal de la berenjena unida al otoño, de la rana unida a la estación de lluvias, etc. Estos modelos no deben tomarse como una simple interpretación plástica del objeto, sino como un soporte de reflexión que evoca un momento del ciclo de la vida, con sus sonidos, olores y, en definitiva, con todas las impresiones que se asocien a ella.

Las imágenes proceden de una vida estrechamente unida a la naturaleza. La actividad de base, el cultivo del arroz, es un trabajo colectivo sometido al ritmo de las estaciones y de la vida social, la cual está delimitada por un conjunto de reglas y se desarrolla según un ciclo anual repetido de forma uniforme.

Las imágenes reflejan una sensibilidad, transmitida muy temprano por la educación familiar, por los ritmos colectivos que, por su aspecto social y natural, adquieren más fuerza. La kata es una formalización de esta sensibilidad colectiva y, por ello, contribuye a entrenarla.

Sin embargo, el cuadro colectivo está unido a una involucración subjetiva, y a partir del momento en que una kata empieza a dominarse, ésta escapa de la simple repetición. Aquí, la formalización es particularmente blanda. De esta manera, al pintar una berenjena, el pintor repetirá, siguiendo los gestos requeridos, un cierto número de rasgos que habrá aprendido a reproducir, pero, si la imagen está lo suficientemente interiorizada, detallará también particularidades del objeto vinculadas al momento vivido.

Para que un repertorio muy diferenciado de signos se cristalice y se perpetúe, la kata eficaz supone la homogeneidad de un grupo social suficientemente limitado y sedentario.

En la actualidad, existen escuelas de pintura a la tinta que prolongan los métodos clásicos y los aplican a motivos vinculados a la vida urbana contemporánea o a paisajes extranjeros, pero no han encontrado una fuerza de expresión comparable a la de los modelos antiguos. Debemos buscar la causa en la ruptura de la simbiosis entre la kata y el grupo que la sostenía.

Al obtener su fuerza y su potencial de la homogeneidad de un grupo social, en el cual la comunicación es muy implícita, el equilibrio de esta relación no puede más que romperse en una sociedad donde prevalece la heterogeneidad.

La transmisión de las katas

Esta transmisión se efectúa en un grupo social homogéneo que acepta un código gestual. El primer aprendizaje se acompaña de indicaciones orales, pero éstas siempre son secundarias e incluso, a veces, no son más que una engañifa. Aquel que enseña directamente no es el origen del mensaje. Él no es más que un relevo.

El maestro de un arte marcial transmite las katas que él ha aprendido de la generación precedente. El origen de este mensaje se oculta en el tiempo y evoluciona a través de las generaciones. La figura del autor aparece a través de la espesura del tiempo con una multitud de rostros. Independientemente de que los transmisores hayan comprendido o no el significado, los que reciben las instrucciones adquieren al menos, y enseguida, la forma del mensaje cuyo contenido les dirige hacia la estrategia del combate, a la forma de entrenarse y a otros puntos precisos.

En este mensaje –de alguna manera similar al de los sordomudos– las palabras se apagan con el paso del tiempo. Sólo un conjunto de pautas significativas llegan hasta el presente por medio de la adición de trayectorias dibujadas en el espacio por los movimientos del cuerpo.

La transmisión de una kata es una escritura en el espacio, que se apaga tan pronto aparece. De la misma manera que un sonido pertenece al instante de su emisión, el gesto está unido al espacio que éste abre y cierra en el tiempo. Ésta es la razón por la cual la escritura de la kata se desvanece sin cesar, pero cada vez deja su huella en el cuerpo que vive momentos sociales diferentes. De ahí proviene la evolución de las katas a través de la historia.

En la enseñanza de las artes marciales, no todos los transmisores tienen el mismo nivel; a veces hay forzosamente adiciones u omisiones. Por esta razón, la kata ha sido, de alguna manera, maquillada. Para reencontrar todo su sentido, debe redescubrirse su rostro inicial, descodificar el lenguaje de los gestos y comprender las intenciones de los practicantes alejados en el tiempo.

Un solo gesto puede tener uno o varios significados, puesto que la escritura de una kata es una serie de líneas trazadas por un cuerpo que respira y se mueve según las múltiples cadencias, y las líneas llevan el ritmo de la fuerza y la velocidad de los movimientos. La estructura dinámica de esta estructura comprende la kata. En las artes marciales, y notablemente en el karate, el papel de la gestualidad es particularmente importante, si no primordial.

Para aquel que ejecuta una kata, el esfuerzo consiste en incorporar esta escritura en su propio cuerpo. En el momento que la kata emerge, rechazando los ornamentos, abriéndose al espacio-tiempo, se transforma en una especie de piel viviente a través de la cual circula la sangre de la existencia.

A partir de ese momento, el que ejecuta la kata ya no es sólo un transmisor o un instructor, sino que se convierte en el origen mismo del mensaje. Al iniciarse en la vía del karate, uno penetra con más o menos intensidad en este modo de identificación, ya sea conscientemente o no.

La concepción japonesa de la técnica

En la noción de la kata, la técnica tiene un lugar esencial, y el ejemplo de Tesshu ilustra esta idea, común a todas las artes tradicionales japonesas, que vincula la técnica a la manera de existir, lo que podemos resumir con la expresión:“La técnica es el hombre”.

Para acceder al nivel superior de la técnica, el hombre también debe superarse. La calidad del hombre y la calidad de su técnica están en relación dialéctica: ambas apuntan a un logro cualitativo.

La calidad de la técnica se adquiere por medio de un entrenamiento incesante, pero, a veces, el ejercicio puede repetirse sin que haya progreso; lo que significa que el hombre mismo no progresa. Esa fue la complementariedad que Tesshu experimentó, en cierto período, con el sable y el zen. Para pasar a una nueva etapa, la frecuencia del entrenamiento ofrece un apoyo indispensable. A continuación, el proceso se repite siguiendo un desarrollo en espiral.

El medio para este desarrollo es la kata, fenómeno dinámico que realiza la alianza entre el hombre y la técnica, sin ninguna ruptura entre esta última y la conciencia del hombre.

¿Cuáles son los procesos originales de esta actitud en el campo de las artes?

Las explicaciones habituales apelan a una cierta “japonesidad” o “mentalidad nipona”, concebidas, a priori, como singulares por razones geográficas, sociológicas y étnicas. ¿Pero no se trata más bien de una prolongación del pensamiento animista?

En cada dominio del arte tradicional japonés, la expresión kami waza (literalmente:“la técnica” [waza] “del dios” [kami]) designa una técnica aparentemente perfecta o, al menos, cercana a la perfección. Esta expresión transmite una admiración y un temor hacia el técnico que aplica el arte de una manera tanto familiar, porque se trata de un arte extendido, como inaccesible, porque la diferencia de su nivel parece infranqueable. El simple hecho de unir ambos términos, dios y técnica, ya parece explícito.

Hoy en día, el animismo todavía puede percibirse en la religión shintoísta de Japón, la cual apareció en el transcurso del dominio del poder imperial hace unos 1.500 años. El shintoísmo fue la primera religión de Japón en adoptar una forma global apoyada en la política. A medida que iban avanzando las conquistas imperiales sobre las tribus locales, el poder hacía que los conquistados incorporaran el shintoísmo a sus creencias, organizando así el mundo de los dioses según un modelo jerárquico. El primer documento que describe esta cosmogonía data del año 712 d. C. No obstante, al proponer una multitud de dioses vinculados a los elementos naturales, el shintoísmo también integró las creencias animistas locales, las cuales estaban fuertemente unidas a la naturaleza.

Todavía hoy en día, sobre todo en el medio rural, este pensamiento es muy fuerte y el shintoísmo conoce importantes variantes locales.

Un árbol o una roca asombrosa, una montaña, un río, un bosque, el viento o el sol, los animales, las diferentes partes de una casa, los elementos naturales, todos los lugares de la vida, etc., todavía son venerados debido a la creencia de que están animados por la existencia invisible de dioses, buenos y malvados.

Cuando consideramos el Japón bajo su aspecto moderno e industrializado, uno no puede hacer otra cosa que sorprenderse ante la persistencia de estas creencias animistas.

Por esta razón, es muy común ver un templo shintoísta en lo alto del edificio de una gran empresa, ya que se cree que el templo traerá paz y prosperidad. También es corriente que antes de la implantación de una nueva fábrica o de una nueva sede empresarial los sacerdotes shintoístas purifiquen el terreno y apacigüen a los dioses. De la misma manera, también están presentes cuando zarpa un barco, por ejemplo.

Detrás de esta actitud, la tendencia a practicar una técnica a la manera de un dios, no es difícil encontrar fundamentos animistas. La técnica perfecta se considera la de un dios precisamente porque es perfecta. Sin embargo, la persona que llega a dominar esta técnica no es considerada como una divinidad. El carácter divino se vincula a la técnica en sí, en el momento de realizarse, y también al individuo en el instante que la realiza.

Para los japoneses, la perfección es humana y esta idea parece estar fundamentalmente unida a las técnicas de cada dominio artístico:arreglos florales, ceremonia del té, jardines en miniatura, pintura o caligrafía, etc.

En el momento de la perfección más elevada, el hombre alcanza el ritmo de “la respiración del universo”. En las artes marciales, a través de las técnicas de combate, el practicante alcanza la concordancia entre sí mismo y “la energía del universo” (ki en japonés). Tener un acceso directo a esta energía es lograr el último estado del arte del combate y franquear una etapa de la evolución personal.

Desde esta perspectiva, la kata no se considera algo subordinado a la inteligencia: el hombre en su totalidad se refleja en la técnica y es entonces cuando podemos afirmar que la técnica es el hombre.

Después de la apertura de Japón, a finales del siglo XIX, la modernización impuso una ruptura en la concepción de que el hombre y la técnica siempre están en el mismo plano. De hecho, la kata representa una eficacia técnica si ésta se preserva de toda escisión intelectual, sin el desequilibrio en el que se apoya el pensamiento científico y tecnológico moderno.

La concepción occidental subordina la técnica al arte o a la ciencia. La técnica aparece como un medio. La escisión entre la técnica y la ciencia se desarrolló con la división del trabajo en el sistema de producción capitalista. La relación entre el ámbito de las ideas y el ámbito técnico ya no es tan evidente;ésta necesita una mediación que debe establecerse constantemente.

En Japón, actualmente, coexisten dos concepciones de la técnica; de hecho, por eso encontramos dos traducciones posibles al japonés del término técnica:

–El término gi jutsu, que corresponde a la concepción occidental, se establece a finales del siglo XIX y se utiliza para designar la técnica en la producción industrial.

–El término wasa, que ya hemos mencionado, designa la técnica en el ámbito de las artes. En esta acepción, el hombre está presente en la técnica. Ésta no se concibe como un medio para realizar algo fuera del individuo: la meta no es distinta a la técnica, el hombre crea la técnica y la técnica crea al hombre.

La técnica (waza) está vinculada al cuerpo. El pensamiento y el acto físico no están muy separados y entre ambos no existen subordinaciones. La realización es decisiva en un momento de intuición en el cual el cuerpo y la mente se funden.

La reflexión lógica no está ausente en la técnica en el sentido de waza, pero está limitada por la manera de proceder. Por ejemplo, el artesano que fabrica un sable tiene el tiempo de reflexionar o calcular mientras golpea, pero en el momento del temple del acero, o el momento del acabado de la hoja, requieren una atención enorme. El artesano debe captar el momento en que él y el objeto que trabaja son uno. Lo mismo ocurre en la caligrafía, la pintura, la escultura, la alfarería, puesto que estas actividades se desprenden de instantes decisivos e irreversibles –marcados por un tipo de respiración– en los cuales el artesano y el objeto se funden.

En una cultura donde las personas conciben la técnica en el sentido de waza, la perspectiva lógica supera difícilmente el ámbito del cuerpo. Los esfuerzos del hombre técnico tienden, de hecho, a fusionar pensamiento y acción, a vivir la unión perfecta entre ambos. La “técnica del dios” únicamente puede proceder de esta fusión.

Decir:“Tengo un cuerpo, tengo una mano…”, ya es hacer una separación. Una afirmación semejante no existía en japonés; se creó para traducir las expresiones de las lenguas occidentales. La técnica, en tanto que waza, no nos hace sentir esta separación; aquel que la aplica debe sentir una unión total:“Yo soy el cuerpo, yo soy la mano”, es decir “yo soy la técnica, yo soy aquello que se realiza”. En este sentido, el yo distinto se desvanece.

No hay ninguna duda de que esta concepción del hombre y de la técnica ha contribuido a frenar el desarrollo del pensamiento lógico en Japón.

En la técnica en el sentido de waza, el hombre y sus gestos tienden a ser indistinguibles, pero lo que le da su especificación es su alto nivel de perfeccionamiento cualitativo en la realización.


12 La palabra kata también se utiliza para designar un comportamiento simple y formal de los individuos, el cual, cuando se hace rígido, se gana la expresión popular peyorativa “una persona moldeada por la kata”.

13 Esta kata, por la cual en aquel entonces se iniciaba la práctica del karate, también se conoce con el nombre de Tekki Shodan.

14 En Sakoku, Ed. Chikuma, 1964; Fudo, Ed. Chikuma, 1963.

15 Ver pág. 2.

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