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LA DISCIPLINA DEL MATRIMONIO

POR LO GENERAL, tengo la mejor perspectiva en las ceremonias de casamiento cristianas, ya que estoy de pie a aproximadamente un metro de distancia de la feliz pareja. La piel de los novios brilla con la luminosidad ambarina despedida por la luz parpadeante de los cirios que alumbran detrás de mí. Lo veo todo: los ojos humedecidos, las manos temblorosas, los guiños furtivos, el mutuo ardor de sus almas; y escucho las palabras que sus padres repitieron una vez antes que ellos: “.. para bien o para mal, en pobreza o en riqueza; en enfermedad o en salud.” Se están sometiendo a lo de más alcance en la vida, a los intereses, sentimientos y aspiraciones de la comunidad cristiana, a la vida misma.

A veces, en mi disfrute de la ceremonia, mi mente se pone a vagar e imagino la boda final cuando Cristo nos desposará oficialmente con Él, para volver de inmediato a la realidad de la parábola viviente que está frente a mis ojos. ¿Cómo le irá a esta pareja en su matrimonio con el paso de los años? ¿Venerará la esposa a su marido? ¿Amará él a la que ahora es su hermosa novia, como Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella? ¿La amará con un amor sublime y santificador? ¿La amará como se ama a sí mismo? Mi sincera oración es que así sea.

Así fue y sigue siendo en la vida de Robertson McQuilkin, el dilecto ex rector de la Universidad Bíblica de Columbia, y de su esposa Muriel, quien sufre de los estragos avanzados de la enfermedad de Alzheimer o demencia precoz. En marzo de 1990 el doctor McQuilkin presentó su renuncia mediante una carta, en estos términos:

Mi querida esposa Muriel ha venido sufriendo un debilitamiento progresivo de su salud mental desde hace aproximadamente ocho años.

Hasta ahora había podido ocuparme tanto de sus necesidades cada vez mayores, como de mi responsabilidad de dirigir la Universidad Bíblica de Columbia. Pero recientemente resulta evidente que Muriel se siente alegre la mayor parte del tiempo que paso con ella, y casi nada feliz cuando me ausento. Pero no se trata sólo de que no se siente feliz, sino que se llena con el temor - y aun del terror - de que me ha perdido, y siempre va en busca de mí cuando salgo de la casa. Entonces puede llenarse de ira si no me encuentra. Por tanto, me resulta claro que ella necesita ahora de todo mi tiempo.

Quizá les ayude a comprender mi decisión el que repita lo que dije cuando anuncié mi renuncia en el culto de la capilla.Ya la decisión se había tomado, en cierta manera, hace cuarenta y dos años, cuando prometí cuidar de Muriel “en salud o en enfermedad .. .hasta que la muerte nos separe”. Así, pues, como lo anuncié a los estudiantes y a los profesores, como hombre de palabra, la integridad tiene que ver en mi decisión. Pero también un sentimiento de justicia. Ella ha cuidado de mí devota y abnegadamente todos estos años, de modo que si yo tuviera que cuidar de ella durante los próximos cuarenta años, ni aun así pagaría toda mi deuda. El cumplimiento del deber, sin embargo, puede requerir determinación y estoicismo. Pero hay más: amo a Muriel. Ella es para mí un motivo de felicidad por su inocente dependencia y confianza en mí; por el amor ferviente que me tiene; por sus destellos ocasionales de esa gracia de que tanto disfruté; por su espíritu feliz y por su fuerte resistencia ante su continua y angustiosa frustración. ¡Por tanto, no me siento obligado a cuidar de ella, sino que lo deseo! Es un gran honor poder ocuparme de una persona tan maravillosa.

El mes siguiente, mi esposa Bárbara y yo hicimos una breve visita a los McQuilkin, y pudimos observar la manera gentil y amorosa como el doctor McQuilkin se ocupaba de su esposa, quien entendía muy poco lo que estaba ocurriendo a su alrededor. El recuerdo de esa visita es de una belleza imperecedera.

¡Ese amor tan precioso, como el de Cristo, no es producto de la casualidad! Surgió de la determinación profunda hecha por un joven esposo que se propuso cuarenta y dos años atrás vivir bajo la autoridad de lo que la Palabra de Dios enseña en cuanto a cómo debe un hombre espiritual amar a su esposa, tal como aparece en Efesios 5. Son preceptos con los cuales debe estar familiarizado todo hombre cristiano; los cuales debe entender y, creo, hasta aprender de memoria, como yo mismo lo he hecho. Estas directrices constituyen la disciplina sobre la cual está asentado el matrimonio; son las columnas de un matrimonio que lucha por ser lo que realmente debe ser.

Para profundizar en cuanto a lo que es la responsabilidad del hombre piadoso, debemos fijar en nuestra mente la gran verdad que aparece al final del capítulo 5 de Efesios, en el versículo 31, en el que Pablo cita Génesis 2:24: Cuando un hombre deja a su padre y a su madre y se une a su mujer, “los dos serán una sola carne”. Luego añade en el versículo 32: “Grande es este misterio; mas yo digo esto respecto a Cristo y de la iglesia.” ¡Hay una unidad asombrosa en el matrimonio! La afirmación de que el hombre y la mujer son “una sola carne” indica algo de la profundidad psicológica y espiritual del matrimonio: un intercambio de almas.

El matrimonio idealmente da como resultado dos personas que son al mismo tiempo la misma persona ¡hasta donde es posible que dos personas lo sean! En el matrimonio, la pareja tiene el mismo Señor, la misma familia, los mismos hijos, el mismo futuro y el mismo destino final, una unidad sorprendente. Un vínculo asombroso se produjo en el momento que vi por primera vez a mis hijos recién nacidos y los sostuve en mis brazos. Ellos son parte de mi carne. Estoy íntimamente unido a mis hijos, entretejido con ellos. Sin embargo, no soy una sola carne con ellos. Soy una sola carne sólo con mi esposa. Esta, en mi opinión, es la razón por la cual las parejas de ancianos, a pesar de tener un aspecto físico muy diferente, terminan pareciéndose tanto entre sí, porque son “una sola carne”. Ha habido un intercambio de almas, una apropiación recíproca de sus vidas.

Esto es, en realidad, un misterio que ilustra en parte la unión conyugal que hay entre Cristo y la Iglesia. Y esta es la razón por la cual el texto bíblico utiliza con frecuencia un lenguaje descriptivo cuando habla de Cristo y los esposos, y de la Iglesia y las esposas. Debemos, entonces, tener siempre frente a nosotros la misteriosa naturaleza de nuestra unión si queremos comprender las tres disciplinas del amor conyugal: la disciplina del amor abnegado, del amor santificador y del amor a uno mismo.

EL AMOR ABNEGADO

Las primeras palabras de Efesios en cuanto a la relación conyugal son un rotundo llamado a un amor radical y abnegado: “Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella” (v. 25). Este llamado al amor marital era un brusco y directo viraje en cuanto al compromiso conyugal (o a la falta de él) de los hombres de esa época, tal como ocurre hoy día. Tomada en serio, ¡la forma franca de estas palabras, “amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella” es asombrosa! Y si se aceptan con sinceridad, el puñetazo que propina este llamado derribará a muchos hombres cristianos ...¡porque no dan la talla!

La muerte

La razón por la cual el puñetazo duele tanto, es porque constituye un llamado directo a amar con la disposición a sacrificarse, aun hasta la muerte. Reconociendo esto, Mike Mason, autor del libro clásico The Mystery of Marriage [El misterio de la unión conyugal], dice irónicamente que el amor conyugal es como la muerte: nos reclama en su totalidad. Estoy de acuerdo. Si uno no lo entiende así, entonces no sabe lo que es verdaderamente el amor conyugal. El amor marital lo reclama todo. Mason asemeja después al amor conyugal con un tiburón: “¿Y quién no se ha asustado, casi hasta morir, al ver a oscura sombra del amor deslizándose veloz y descomunal, como un tiburón interestelar, como una montaña inundada, a través de las aguas más profundas de nuestro ser, a través de profundidades que nunca antes supimos que teníamos?”1

El tener conciencia de lo que implica este llamado puede asustar al comienzo, pero es también algo hermoso, porque el hombre que se somete a un amor tal experimentará la gracia de la muerte al yo egoísta. El matrimonio es un llamado a morir, y el hombre que no muere por su esposa está muy lejos de conocer el amor al cual se le ha llamado. Los votos matrimoniales cristianos son el comienzo de una práctica de muerte vitalicia, de dar no sólo lo que uno tiene, sino además todo lo que uno es.

¿Es esto un terrible llamado al patíbulo? ¡De ninguna manera! No es más terrible que morir al yo personal y seguir a Cristo. En realidad, los que mueren tiernamente a sí mismos por amor a su esposa son los que experimentarán más gozo, se sentirán más satisfechos con su matrimonio y experimentarán una mayor dosis de amor. El llamado de Cristo al esposo cristiano no es un llamado a que se convierta en un “aguantalotodo”, sino a morir. Como veremos más adelante, esto puede significar la muerte a nuestros derechos, a nuestro tiempo, a los placeres a que tenemos derecho, pero todas son muertes liberadoras. Esto es algo viril de verdad, muy masculino, porque se necesita ser todo un hombre para estar dispuesto a morir.

El sufrimiento

Cuando Cristo se dio a sí mismo por nosotros, no sólo murió sino que también sufrió.Y su sufrimiento no fue sólo el de la cruz, sino que fue y es un sufrimiento que surge de su identificación con su esposa, la Iglesia. Esta es la razón por la cual Pablo, que perseguía fanáticamente a la Iglesia, oyó repentinamente clamar a Jesús: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?” (Hechos 9:4). Cristo sufre por su esposa, y los esposos deben también sufrir por su esposa.

Cuando usted decide uncir su vida a otra vida, es candidato a un viaje frenético con enormes altibajos. De la misma manera que cuando uno ama realmente a Dios experimentará dificultades que no entiende un corazón que no ha aprendido a amar, igual ocurrirá en el matrimonio. Usted compartirá las injusticias, las crueldades y las decepciones que le dará su esposa. También experimentará sus malos ratos, su inseguridad y su desesperación. Claro que también experimentará una serie de placeres más allá del alcance de los que no han aprendido a amar. Transitará a través de algunos valles oscuros, ¡pero también se remontará a las estrellas!

La intercesión

La noche que Cristo se dio a sí mismo por nosotros, Juan 17 dice que oró en este orden: por sí mismo, por sus doce discípulos y por nosotros los que habríamos de creer después. Cuando terminó de orar por su futura esposa, fue a la cruz. Luego vinieron su muerte, su resurrección, su ascensión y su entronización a la diestra del Padre, donde constantemente intercede por nosotros. Por eso entendemos que el darnos a nosotros mismos por nuestra esposa implica la intercesión devota a su favor. ¿Ora usted por su esposa con algo más que “Señor, bendice a Margarita en todo lo que hace”? Si no lo hace, está pecando contra ella y contra Dios. La mayor parte de los hombres cristianos que dicen amar a su esposa jamás ofrecen más que un reconocimiento superficial a las necesidades de ella al dirigirse a Dios. Usted debe tener una lista de las necesidades no expresadas o manifiestas de su esposa para presentarlas vehemente a Dios, por amor a ella. ¡Orar por su mujer es la obligación conyugal de todo esposo cristiano!

El mandamiento llano y liso es: “Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella” (Efesios 5:25). Tenemos el llamamiento divino de morir por nuestra esposa, llevar sus sufrimientos como si fueran nuestros e interceder por ella.

EL AMOR SANTIFICADOR

El matrimonio que está bajo el señorío de Jesucristo es una relación mutuamente santificadora que nos mueve hacia la santidad. La mayoría de nosotros, cuando nos casamos, somos como una casa con numerosos muebles, muchos de los cuales deben ser retirados para hacerle sitio a la nueva persona. El matrimonio ayuda a vaciar esas habitaciones. El verdadero amor conyugal revela habitaciones llenas de egoísmo, y cuando uno vacía esas habitaciones encuentra otras de egocentrismo. Más allá de éstas, al seguir con la limpieza de la casa, están las habitaciones de la autosuficiencia y de la testarudez. El matrimonio hizo realmente eso en mi favor: ¡Yo no tenía idea de lo egocéntrico que era hasta que me casé! George Gilder, en su muy comentado libro Men and Marriage [Los hombres y el matrimonio], incluso sostiene que el matrimonio es la única institución que domestica el arraigado salvajismo del hombre.2 Con el paso de los años, un buen matrimonio puede hacernos mejor, volviéndonos casi irreconocibles. Hay, en realidad, una santificación recíproca en el matrimonio.

Pero el énfasis de las Escrituras está en la responsabilidad que tiene el esposo de amar a su esposa: “para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviera mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuera santa y sin mancha” (vv. 26,27). Eso es lo que Cristo hará mediante nuestro divino connubio con Él, ya que a su regreso la Iglesia lavada y regenerada le será presentada en absoluta perfección. Esta será la reafirmación del más grande romance de todos los tiempos.

Mientras tanto, estas divinas nupcias son una parábola de lo que tiene que ser el efecto excelso del amante esposo sobre su esposa. El esposo tiene que ser un hombre amante de la Palabra de Dios, que lleva una vida de santidad, orando y sacrificando en favor de su esposa. Su auténtica espiritualidad estará dirigida a alentarla interiormente y hacia arriba, hacia la imagen de Cristo. El hombre que santifica a su esposa entiende que esta es su responsabilidad por decreto divino.

Olvidando por el momento la responsabilidad espiritual de nuestra esposa para con nosotros, ¿se da cuenta de que es su responsabilidad procurar la santificación de su esposa? Aun más, hablando sinceramente, ¿acepta que así sea? El matrimonio revelará algo en cuanto a su mujer que usted ya sabe: que su esposa es pecadora. El matrimonio lo revela todo: sus debilidades, sus peores inconsecuencias, las cosas que los demás nunca ven. Amar a nuestra esposa no es amarla porque es santa sino porque es pecadora. “Si la amamos por su santidad, no la amamos en absoluto”, 3 dice Mason. Usted debe ver a su esposa como se ve a usted mismo, y la amará como se ama a usted mismo. Usted se dará cuenta de sus necesidades mutuas, y hurgará en la Palabra de Dios para oír de corazón y tratar, por su gracia, de obedecerla a fin de que su esposa se vea estimulada por su vida, convirtiéndose así en una esposa aun más hermosa para Cristo.

Esto hace surgir algunas preguntas serias: ¿Se asemeja mi esposa más a Cristo por estar casada conmigo? ¿O es ella como Cristo, a pesar de mí mismo?¿Ha disminuido su semejanza a Cristo por mi causa? ¿La santifico o le sirvo de tropiezo? ¿Es ella una mejor mujer por estar casada conmigo? ¿Es una mejor amiga? ¿Es una mejor madre?

El llamado es claro: nuestro amor debe ser un amor santificador.

EL AMOR A UNO MISMO

La mitología griega cuenta la historia de un hermoso joven que no se había enamorado de nadie, hasta el día que vio su propio rostro reflejado en el agua y se enamoró de ese reflejo. Estaba tan enfermo de amor por sí mismo, que finalmente se consumió y murió, convirtiéndose en la flor que lleva su nombre: Narciso. 4 En realidad, ¡el amor narcisista no es nada bello! Sentimos repulsión por el narcisismo y hacemos todo lo posible por evitarlo.

Sin embargo, como algo increíble, en Efesios 5 se nos llama a un amor muy grande por nosotros mismos: “Así también los maridos deben amar a sus mujeres como a sus mismos cuerpos. El que ama a su mujer, a sí mismo se ama. Porque nadie aborreció jamás a su propia carne, sino que la sustenta y la cuida como también Cristo a la iglesia, porque somos miembros de su cuerpo, de su sangre y de sus huesos” (vv. 28-30). Este amor por nosotros mismos cuando amamos a nuestra esposa se base en la unidad de “una sola carne” de la que ya hemos hablado, del profundo intercambio de almas que se produce en el matrimonio que hasta puede hacernos parecer físicamente a nuestro cónyuge. Es el amor que el Lorenzo de Shakespeare alaba cuando le dice a Jessica que ella será puesta en “mi alma invariable”.5 ¡Nuestro amor conyugal es nuestra alma invariable!

Amar a nuestra esposa como a nuestro propio cuerpo es algo grande y maravilloso. Significa darle a ella la misma importancia, el mismo valor, “la misma majestad existencial que nos concedemos naturalmente a nosotros mismos”.6 Ella se vuelve tan concreta como lo soy yo para mí mismo. Ella es yo mismo.

¿Cómo amar a nuestra esposa como a nosotros mismos? ¿Cómo cuidar de ella como lo hacemos con nosotros mismos? La respuesta implica tres encarnaciones:

La primera es una encarnación física. El doctor Robert Seizer cuenta en su libro Mortal Lessons: Notes in the Art of Surgery [Lecciones mortales: Notas sobre el arte de la cirugía] la operación que realizó para extraer un tumor y la necesidad que tuvo de cortar un nervio facial, dejando la boca de una joven permanentemente torcida por la parálisis producida. Dice el doctor Seizer:

Su joven esposo se encuentra en la habitación, de pie al otro lado de la cama y juntos parecen sentirse a gusto a la luz de la lámpara al caer la tarde, ignorantes y aislados de mí en su intimidad. ¿Quiénes son este joven y esta boca torcida que he hecho - me pregunto -? ¿Quiénes son estos que se contemplan y se tocan con tanto interés y avidez? La joven pregunta: “¿Me quedará la boca así, para siempre?” “Sí - le digo -,porque el nervio fue cortado.” Ella asiente con la cabeza y se queda en silencio. Pero el esposo sonríe. “Me gusta así - dice -. Te queda bonito.” Luego.. .sin cohibiciones, se inclina para besar su boca torcida y yo, tan cerca, puedo ver como él tuerce sus labios para acomodarlos a los de ella, para demostrarle que su beso es posible todavía. 7

Así es la manera como debemos amar. El cuerpo de nuestra esposa es nuestro cuerpo, su bienestar es nuestro bienestar, su atractivo es nuestro atractivo, y su preocupación es nuestra preocupación.

Una segunda manera de amar a nuestra esposa como a nuestro propio cuerpo consiste en la encarnación emocional. Son tantos los hombres que hacen tema de humor humillante las diferencias emocionales que hay entre hombres y mujeres. Desprecian la condición natural femenina, como si la dureza masculina fuera superior. Se dan cuenta de las diferencias que hay entre los sexos, pero no las toman en consideración y no tratan de comprender. ¡Ningún hombre puede decir que obedece a Dios si se comporta de esa manera! Es una masculinidad mal entendida la que piensa que poder comprender los sentimientos de otra persona es un rasgo femenino. En realidad, tal comprensión de las naturalezas complementarias que Dios les dio al hombre y a la mujer, es característico de todo hombre verdaderamente desarrollado y maduro.

Por último, por supuesto, debe haber encarnación social. Erma Bombeck dice jocosamente que hay muchos maridos machistas que piensan que su esposa debe pasar todo el día ocupándose de los juguetes de los niños o de los calcetines de la familia.

La mujer tiene, desde luego, muchos escenarios sociales aparte del hogar, tales como la oficina y la escuela. Recuerdo una beneficiosa encarnación que experimenté una vez que mi esposa se encontraba visitando a su hermana durante una semana, dejándome a cargo de nuestros cuatro hijos pequeños. En esos días me tocó preparar las comidas, cambiar un sinfín de pañales, vendar heridas, arbitrar en riñas, dar baños, ordenar el desorden y volver a arreglarlo todo de nuevo. Yo estaba ocupado antes de levantarme y después de acostarme. La experiencia me marcó de tal manera que en mi mente inventé un nuevo cuarto de cocina después de observar cómo se lavan los automóviles en las máquinas automáticas. Los pisos se inclinan hacia un inmenso desagüe ubicado en el centro del cuarto de cocina. De una de las paredes cuelga una manguera lista para pulverizar todo lo sucio puesto allí después de las comidas. Fue una encarnación que no estuve muy deseoso de repetir, pero como dice mi esposa, ¡me hizo bien!

Estamos llamados a amarnos a nosotros mismos por mandato divino. Eso significa amar a nuestra esposa como a nuestro propio cuerpo, a cuidar de ella como Cristo cuida de la Iglesia. El amar el cuerpo de nuestra esposa como amamos al nuestro exige una triple encarnación: física, afectiva y social. Debemos dedicar a nuestra esposa la misma energía, el mismo tiempo y la misma facultad creadora que nos dedicamos a nosotros mismos. Estamos llamados a amarnos con amor inquebrantable. Dichosa la esposa a quien se le ama así, y aun más dichoso el hombre que ama de tal manera, porque es como Cristo.

Es grande el desafío que nos presenta Efesios 5: Amor abnegado (¡el amor es como la muerte!), amor santificado? (amor que eleva) y amor a uno mismo (amar a nuestra esposa es como amar nuestro propio cuerpo). Si esto nos llama a hacer algo, ese algo debe ser el esfuerzo por la santidad. Como dijo Walter Trobisch: “El matrimonio no es un logro acabado, sino un proceso dinámico entre dos personas, una relación que sufre cambios constantes, una relación que crece o se muere.” 8

El llamado que se nos hace a todos de amar a nuestra esposa como Cristo amó a la Iglesia exige ciertas disciplinas específicas.

COMPROMISO RESPONSABLE

Debemos comenzar con la disciplina del compromiso responsable. Con el paso de los años, me he vuelto más exigente en mis demandas a las parejas que desean que las case. Les digo que los votos matrimoniales son el compromiso voluntario de amar, independientemente de como uno se sienta. Les digo que es una tontería pensar que uno puede faltar a los votos sólo porque uno “sienta” que ya no está enamorado. Les hago ver que las Escrituras nos llaman a “vestirnos de amor” (Cf. Colosenses 3:14), y que a pesar de que ese amor puede ser considerado hipócrita, nunca es hipocresía vestirse de la gracia divina. Les digo que si tienen en mente el más mínimo pensamiento de que pueden divorciarse si la otra persona no es lo que esperaban, no realizaré la ceremonia de casamiento. La verdad es que los matrimonios que dependen de estar “enamorados” para mantenerse, terminan en fracaso. Los que recuerdan las ardientes promesas hechas en la ceremonia nupcial son los que triunfan. No hay nada mejor que pacto más compromiso responsable.

FIDELIDAD

Cuando un hombre se compromete consigo mismo a amar a su esposa, “como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella”, siempre le será fiel.Una cosa con la cual la Iglesia puede contar siempre es con la fidelidad de su Esposo, Jesucristo. Y esto es algo con lo que puede contar la esposa cuyo esposo ame como Cristo. Jeremy Taylor, el notable predicador del siglo diecisiete, dijo lo siguiente en cuanto a la fidelidad conyugal en su sermón “The Marriage Ring or the Mysteriousness and Duties of Marriage” [La sociedad matrimonial o el misterio y las obligaciones del matrimonio]:

Sobre todo .. .que él (el esposo) conserve hacia ella una confianza sagrada y una pureza inmaculada, porque en esto consiste la sociedad matrimonial, que ata a dos corazones con una cinta eterna; es como la espada encendida del querubín puesto para guardar el paraíso .La pureza es la garantía del amor, que protege a todos los misterios del matrimonio como se protegen los secretos de un templo. Bajo este cerrojo está depositada la seguridad de la familia, la unión de los afectos y el reparador de las roturas que se producen de cuando en cuando.9

Nuestra esposa debe poder confiar en nuestra fidelidad. Todo lo nuestro: nuestra mirada .nuestras palabras .nuestra agenda .nuestro ardor debe decirle a ella: “Te soy fiel y lo seré siempre.”

COMUNICACIÓN

Luego viene la disciplina de la comunicación. Hace poco se les preguntó a los lectores de una popular revista para mujeres lo siguiente: “Si usted pudiera cambiar algo de su marido, ¿qué cambiaría?” 10 El consenso abrumador fue que les gustaría que mejoraran su comunicación con ellas. También indicaron que, todavía mejor, les agradaría que sus esposos las escucharan. A este respecto, dice Eugene Peterson:

El estereotipo es el del esposo escondido tras las páginas del periódico durante el desayuno, leyendo la información de una agencia noticiosa en cuanto al escándalo más reciente de un gobierno europeo, la puntuación de las competencias atléticas del día anterior, y las opiniones de un par de columnistas con los cuales él jamás se encontrará, en vez de escuchar la voz de la persona que ha acabado de compartir su misma cama, servido su café y freído sus huevos, a pesar de que escuchar esa voz viva presagia amor y esperanza, profundidad emocional y exploración intelectual mucho mayores que lo que él puede sacar de las informaciones del NewYork Times, de The Wall Street Journal y de The Christian Science Monitor, todos ellos combinados. 11

La disciplina de la comunicación requiere que aparten tiempo regularmente para hablar - para hablar realmente, comunicando más que hechos, sentimientos - y que aprendan a hablar en metáforas y símiles, con frases que comiencen con: “Me parece que. . .” Eso significa que usted está escuchando. La publicación Harvard Business Review (Revista de temas económicos de la Universidad de Harvard) sugiere que todo ejecutivo dedique el sesenta y cinco por ciento de su tiempo a escuchar.12 ¡Cuánto más el esposo inteligente!

ENCOMIO

Después recomiendo firmemente la disciplina del encomio. En cierta ocasión, Winston Churchill asistía a un banquete de etiqueta en Londres en el cual se les hizo la siguiente pregunta a los dignatarios presentes: “Si usted no fuera quien es, ¿quién quisiera ser?” Naturalmente, todo el mundo tenía curiosidad por saber lo que diría Churchill, que estaba sentado al lado de su amada esposa Clemmie. Después de todo, nadie esperaba que Churchill dijera que le gustaría haber sido César o Napoleón. Cuando finalmente le llegó el turno a Churchill, el anciano líder, el último en responder la pregunta, se levantó y dio su respuesta: “Si no hubiera sido quien soy, lo que más me habría gustado ser - y aquí hizo una pausa para tomar la mano de su esposa - es el segundo esposo de Lady Churchill.”13 Eso le resultó agradable a su esposa, pero él hablaba también en nombre de todos los que se sentían satisfechos con su matrimonio.

El compromiso responsable de exaltar a nuestra esposa es de suma importancia. Si cree que lo que su esposa hace es menos importante que lo que usted hace, está equivocado y tiene un problema muy grande. El felicitarla por sus atenciones y por lo que hace por usted cada día, debe ser algo común y corriente, como también debe ser el mostrarle siempre respeto siendo cortés con ella.

DEFERENCIA

Junto con esto, debe practicarse cuidadosamente la disciplina de la deferencia. Son muchos los hombres que jamás se privan de algún placer personal por amor a su esposa. Para ciertos hombres, el golf es sinónimo del Paraíso de Dante, pero la entrada a una tienda por departamentos es como las puertas del infierno del poeta italiano, con la siguiente inscripción: “Abandonad cualquier esperanza los que entréis aquí.” 14 Pero si usted ama a su esposa, debe haber ocasiones en que usted se olvide de su deporte preferido porque aprecia los intereses de ella y porque simplemente la ama.

TIEMPO PARA EL ROMANCE

Por último, debo mencionar la disciplina de apartar tiempo para el romance. Hace algunos años, en el medio oeste de los Estados Unidos, un granjero y su esposa se encontraban acostados durante una tormenta cuando el embudo de un tornado repentinamente levantó el techo de la casa y la cama donde se hallaban. La esposa comenzó a dar chillidos de entusiasmo y el marido le dijo que no eran momentos para estar gritando. Ella le respondió que estaba tan feliz que no podía evitarlo. ¡Era la primera vez, en veinte años de casados, que habían salido de noche juntos!

En 1986 la revista Psychology Today [Psicología hoy] hizo una encuesta entre trescientas parejas a las que se les preguntó qué cosa las mantenía unidas. Uno de los principales factores que mantuvo la unión fue el tiempo que pasaban juntos. 15 Siendo así, asegúrese de mantener esta prioridad. Su calendario revela lo que es importante para usted, por tanto incluya el calendario de su esposa dentro del suyo. Aparte horas especiales en su calendario semanal para pasarlas juntos, a propósito. Sea creativo. ¡Cítela! Sorpréndala. Sea pródigo con ella.

¿Cuándo fue la última vez que se adelantó a abrirle la puerta a su esposa? ¿Cuándo le dijo: “Te amo”? ¿Cuándo la felicitó o le escribió una nota cariñosa? ¿Cuánto tiempo hace desde que le llevó flores y se “citó” con ella? ¿Cuándo le dio atención superespecial?

Muchas otras “disciplinas” pudieran mencionarse, la mayoría de las cuales se hallan implícitas en lo que hemos dicho; por ejemplo, la ternura, la sensibilidad, la paciencia. Pero lo más importante es proponérselo. Ante el ardor de un nuevo amor, el matrimonio parece tan fácil como caerse de un tronco que es arrastrado por la corriente, pero en realidad es tan fácil como mantenerse encima de él. Para que el matrimonio se mantenga hace falta atención, mucho talento y esfuerzo.

¿Está usted ocupándose de la segunda elección más importante de su vida (la primera es Dios)? ¿Ha tenido que esforzarse últimamente? Sin esfuerzo no hay progreso; sin sacrificio no hay beneficio.

Inclinémonos ante la Palabra de Dios: “Pórtense varonilmente y sean fuertes. Cualquier cosa que hagan, háganla con bondad y amor” (1 Corintios 16:13,14, La Biblia al Día). Disciplínese con el propósito de ser santo.

Alimento para pensar

¿Está de acuerdo con la analogía de Mike Mason entre el amor conyugal y la muerte? ¿Por qué sí o por qué no? ¿Qué demanda de usted el amor por su esposa? ¿Está dispuesto a pagar el precio?

¿Generalmente siente lo que tu esposa siente -sus alegrías y las penas. cuando está en los picos de la montaña y cuando está en los valles profundos? ¿Qué puede hacer para dejarla saber que usted quiere “conectarse” con ella emocional y espiritualmente?

“Orar es el trabajo conyugal de un esposo cristiano.” ¿Está de acuerdo? ¿Con qué frecuencia ora por su esposa? ¿Y con ella? ¿Qué puede hacer para que esto sea más como un hábito?

¿Qué está haciendo en la actualidad para ayudar a su esposa a acercarse más a Cristo? Has una lista de por lo menos seis cosas específicas que hará dentro de las próximas dos semanas para ayudar a su esposa a crecer espiritualmente.

¿Qué sucede con un matrimonio cuando el esposo no se quiere asimismo? ¿Bíblicamente, qué significa realmente amarse asimismo? ¿Cómo se mostrará tal actitud en la práctica?

¿Cómo aplica usted en su matrimonio Colosenses 3:14 y 1 Corintios 16:13, 14? Sea específico.

La aplicación/Respuesta

¿De qué le habló Dios más específicamente, más poderosamente en este capítulo? ¡Háblale a Él acerca de eso en este momento!

¡Piensa en esto!

Lea Efesios 5:22-33. Después, escriba unos cuantos párrafos sobre el significado espiritual del matrimonio cristiano. ¿Qué tiene que ver la sumisión de la esposa y el amor del esposo el uno con el otro? ¿Qué enseña a su matrimonio la relación de Cristo y su Iglesia?

Las disciplinas de un hombre piadoso

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