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ОглавлениеLA DISCIPLINA DE LA PATERNIDAD
RECUERDO VIVAMENTE el día que nació nuestro primer hijo — el 10 de agosto de 1963 -una noche sumamente calurosa del sur de California. Hacía tanto calor que había llevado a mi barrigona mujercita a la playa —a Huntington Beach, para ser precisoa tomar un poco de fresco. Allí hice un hueco en la arena para que colocara su barriga, y nos estiramos bajo el sol mientras la fresca brisa del Pacífico nos refrescaba, y sin darnos cuenta comenzamos a broncearnos.
Ya era la media tarde cuando partimos de regreso al calor y a la contaminación de Los Ángeles. Mientras viajábamos, quitamos el techo corredizo de nuestro Volkswagen y tontamente nos achicharramos un poco más. Muy pronto parecíamos unas langostas rojas.
Después de cenar, mientras estábamos acostados con la piel ardiendo sobre las calurosas sábanas de nuestra cama, le comenzaron a mi esposa los dolores de parto, y eso es casi todo lo que recordamos de nuestras quemaduras. Mi esposa estaba ocupada con otra clase de dolor y yo estaba tan nervioso que me olvidé del mío. Esa noche se produjo uno de los acontecimientos más importantes de nuestra vida: Dios nos dio nuestra primogénita, una hermosa niña a quien le dimos el nombre de Holly. Lo recuerdo todo, hasta el color de las paredes del hospital. Parece que apenas ocurrió ayer.
Hay otro acontecimiento que conservo en mi mente con parecida intensidad. El 23 de julio de 1986, veintitrés años más tarde, en otro hospital del lejano estado de Illinois, mi bebé Holly dio a luz a su primogénito, un hermoso chiquillo, Brian Emory, y su padre lo sostuvo en sus brazos con idéntica emoción.
Ambas experiencias fueron profundamente sobrenaturales, pues vi la creación de Dios: sangre, tierra, aire, viento y fuego. Aunque sólo fue una brevísima fracción en la inmensidad del tiempo, sentí una profunda identificación con el pasado y con el presente. También sentí la gracia divina, el torrente de la bondad de Dios derramándose sobre mí y sobre mi familia.
Hoy, ya abuelo de seis nietos (con la posibilidad de que vengan más), veo cada vez con mayor claridad que mi mayor tesoro, después de mi vida en Cristo, son los miembros de mi familia, y comparto la reacción universal de que si se produjera un incendio, sólo después de poner a salvo a mi familia trataría de salvar las fotografías, los álbumes de recortes, y las tarjetas y notas de cumpleaños.
Algún día, cuando todo se haya ido y ya no pueda ver, oír o hablar - en realidad, cuando ya no sea capaz de recordar sus nombres - los rostros de mis seres queridos estarán en mi alma.
Ahora que me encuentro en la mitad de mi vida, hallo cada vez mayor satisfacción en mi familia y en las familias de mis hijos. Todos mis hijos son cristianos consagrados y quieren que el Señor Jesucristo utilice sus vidas. Digo esto con toda humildad, porque a los padres generalmente se les culpa demasiado por los problemas de los hijos, y se les reconoce excesivamente cuando les salen buenos. Estoy consciente de que mis hijos son lo que son por la gracia de Dios, y también de que tanto para mí como para ellos aún queda camino por recorrer.
Con todos mis hijos mantengo una relación mutuamente satisfactoria. Son independientes de mí, pero desean mi compañía y mis consejos. Nos respetamos mutuamente. Me llaman y los llamo, y todos estamos pendientes de los días de asueto en que tenemos la oportunidad de poder estar juntos.
Le cuento todo eso porque, aunque no he sido un padre perfecto, he aprendido algunas cosas en la vida que debo transmitirle, de hombre a hombre, a usted que está en la mitad o en el comienzo de la paternidad.
El simple hecho de la paternidad lo ha dotado a usted de un poder aterrador en la vida de sus hijos, porque ellos sienten por usted un amor innato que Dios les ha dado. Hace poco, mientras leía el libro de Lance Morrow, The Chief, A Memoir of Fathers and Sons [El jefe, una biografía de padres e hijos] me encontré con una excelente expresión de eso:
De tiempo en tiempo, había sentido por mi padre un anhelo que era casi físico, algo apasionado, pero anterior al sexo, algo infantil, profundo.Esto es algo que me ha desconcertado y que hasta me ha hecho caer en la depresión. Es tan misterioso para mí saber exactamente lo que deseaba de mi padre. He visto ese anhelo en otros hombres, y ahora lo veo en mis propios hijos en su anhelo por mí. Creo que también lo he vislumbrado una o dos veces en los sentimientos de mi padre hacia su padre. Quizás se trate del vivo deseo de Telémaco,1 el resto del niño que queda en el hombre, todavía ansioso de la heroica protección de su padre. Uno busca regresar, no al vientre materno ...sino a algo diferente, al amparo del padre en el mundo. El niño quiere el magnetismo y el abrazo de su padre. Es un anhelo profundo, pero a veces algo triste, un rasgo masculino muy común que es al mismo tiempo vagamente poco viril. Lo que me sorprende es la irritación que a veces se apodera del hombre cuando está dominado por lo que es, en el fondo, una pasión no correspondida.1
¡Nuestros hijos varones nos anhelan por naturaleza! Quizás usted haya experimentado algo como esto: Acaba de dar una carrera y está sentado en el portal de su casa sudando copiosamente y oliendo muy mal. Entonces su hijo, o quizás un muchachito vecino, se sienta a su lado, se recuesta a usted y le dice: “Hueles bien.”
Ese es el anhelo primitivo por nuestro padre.Y también el corazón de nuestros hijos se inclina por naturaleza a nuestro corazón con anhelos semejantes.
Lo terrible es que podemos, o bendecir a nuestros hijos, o maldecirlos con heridas no correspondidas que nunca parecen sanar. Nuestra sociedad está llena de millones de hijas que buscan conmovedoramente el afecto que su padre jamás les dio, y algunas de esas hijas se encuentran ya en el ocaso de la vida. En el otro extremo están los innumerables hijos varones que no tuvieron una relación saludable de identificación sexual con su padre y ahora están utilizando lo que les queda de vida en la búsqueda de su identidad sexual mediante perversiones e inmoralidad sexual. 2
¡Como padre usted tiene ese poder tan grande!Y tendrá ese poder imponente hasta el día de su muerte, quiéralo o no, en su actitud hacia la autoridad, en su actitud hacia las mujeres y en cuanto a Dios y a la iglesia. ¡Qué responsabilidad tan imponente! Se trata, en realidad, de un poder de vida y muerte.
Por esas razones vivimos en un tiempo de gran crisis social. Segmentos enteros de nuestra sociedad están huérfanos de liderazgo masculino. En el otro extremo de la balanza están los hombres fuertes que dan lo mejor de su liderazgo a su actividad profesional, pero que han fracasado en el liderazgo del hogar. ¡Nosotros somos los hombres llamados a ser diferentes! Y si el propósito de Dios no se cumple en los hijos del Señor, jamás se cumplirá.
Hay pocos lugares donde el esfuerzo santificado pueda dar tan buenos dividendos como en la paternidad. Si usted está dispuesto a esforzarse santamente, podrá ser buen padre. Si está dispuesto a esforzarse, verá abundantes bendiciones.
Afortunadamente, la Palabra de Dios nos proporciona un plan para el entrenamiento paternal, en una punzante oración: “Y vosotros, padres,no provoquéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos en disciplina y amonestación del Señor” (Efesios 6:4). Este plan se puede recordar más fácilmente si se pone en forma negativa y en forma afirmativa. La forma negativa es: “Padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos”. La positiva es: “Sino criadlos en disciplina y amonestación del Señor.”
LOS “NO” DE LA PATERNIDAD
El “no” está perfectamente claro, porque literalmente quiere decir “no provoquéis a ira a vuestros hijos para que éstos no hiervan de ira y resentimiento”. La Biblia Latinoamericana capta muy bien la idea al decir: “Y ustedes, padres, no hagan de sus hijos unos rebeldes.” La franqueza y sencillez de este “no” nos invita a pensar con sinceridad en las formas como llevamos a nuestros hijos a la exasperación.
Las críticas
En primer lugar están las críticas. Cada año, cuando en nuestra familia decoramos el árbol de navidad y coloco sobre el árbol una diminuta guirnalda roja y verde, adornada de cristal, pienso en el niñito que me la obsequió cuando yo era entrenador de fútbol. Su padre, que era un hombre sarcástico y burlón, solía ir de un lado a otro del terreno rebajando la actuación de su hijo con palabras tales como “cobarde” y “mujercita”. Este hombre fue el único padre a quien en toda mi vida tuve que pedirle que se callara o que se marchara del campo. A veces pienso qué habrá sido de la vida de ese niño, ahora convertido en un hombre.
Winston Churchill tuvo a un padre semejante en Lord Randolph Churchill. A éste no le gustaba el aspecto de Winston, ni su voz, ni tampoco soportaba tenerlo cerca. Jamás lo felicitó, sólo lo criticaba. Los biógrafos de Churchill han sacado extractos de sus cartas donde éste ruega a ambos padres atención por parte de su padre: “Mejor habría sido que me hubieran colocado como aprendiz de albañilería .. .habría sido natural .. .y habría podido conocer a mi padre . . .” 3
Los padres que están siempre criticando a sus hijos los desmoralizan. La versión paralela de este “no” que aparece en Colosenses 3:21 indica que los hijos amargados por las quejas continuas y las burlas4 “se desalientan”, son como un caballo falto de ánimo. Uno puede verlo en la forma que camina el caballo, y también en la mirada y postura de un niño desanimado.
Las críticas se expresan de muchas maneras, no necesariamente verbales. Algunos padres por principio jamás alaban a sus hijos: “Cuando felicito a alguien lo hago con sinceridad”; pero sucede que jamás lo hacen. Hay quienes se limitan a una felicitación vaga y vacilante, como la que recibe el muchacho que ha hecho un gol en un juego de fútbol: “Eso estuvo muy bien, hijo, pero la próxima vez trata de hacerlo mejor.”
A menudo no son las palabras, sino el tono de la voz o la falta de atención lo que lo dice todo. ¿Por qué algunos padres son tan criticones? Quizás se deba a la forma como ellos mismos fueron tratados por sus padres. O quizás sean criticones que lo disimulan muy bien en público, pero que no pueden controlar sus críticas en medio de la presión de las relaciones familiares. Para estos padres, la Palabra de Dios es como una flecha que va directo al corazón: “No exasperen a sus hijos con sus críticas.”
La severidad excesiva
Algunos padres exasperan a sus hijos siendo demasiado severos y dominantes. Pero éstos necesitan recordar que criar hijos es como tener en la mano una pastilla de jabón húmeda: si se la agarra con mucha firmeza saldrá disparada de la mano, y si no se la agarra bien se deslizará y caerá. Por tanto, agarrar con suavidad, pero con firmeza, es lo que le permitirá a uno mantener el control.
Resulta imposible calcular los estragos causados durante tantos años por la severidad excesiva dentro de la comunidad cristiana evangélica. Como pastor he tenido que enterrar a personas que vivieron prácticamente todos los setenta años de su vida despotricando contra el severo legalismo con que fueron criadas, pastillas de jabón escapadas de la mano que nadie supo cómo recoger. Otros casos no fueron tan trágicos. Lo que hicieron fue renunciar al legalismo bíblico y teológico, pero aún siguieron luchando emocionalmente con el problema por el resto de su vida.
¿Por qué algunos padres son tan estrictos? Algunos lo son porque tratan de proteger a sus hijos de una cultura cada vez más ordinaria, y las medidas represivas parecen ser la mejor forma de lograrlo. Otros son sencillamente personas dominantes que utilizan normas, dinero, amigos o su influencia para controlar la vida de sus hijos. Para estos padres, la Biblia leída de modo legalista y fuera de contexto se convierte en una autorización para adueñarse y dominar a sus hijos. Y hay otros que interpretan mal su fe en términos de la ley antes que de la gracia. Algunos padres son excesivamente estrictos porque les preocupa la opinión de los demás: “¿Qué pensarán los demás si mi hijo va a ese lugar ...o usa esa ropa ...o es visto escuchando esa música?” No son pocos los hijos de pastores que se volvieron rebeldes porque sus padres los reprimieron para conformarlos a las expectativas de los creyentes. ¡Qué pecado tan grande contra nuestros hijos!
Entonces, lo que tenemos que hacer es más bien desempeñar nuestra función de padres sosteniendo firmemente a esas diminutas y desvalidas pastillas de jabón que son nuestros hijos, y a medida que crecen ir aflojando la mano inteligentemente. Como padres cuidadosos tenemos que decir “no” a muchas cosas. Por eso debemos tratar de decir “sí” lo más posible, y reservar los “no” para las situaciones verdaderamente importantes.
Debemos ser bíblicos en cuanto a nuestros “no”, y a medida que nuestros hijos crezcan debemos estar preparados para analizar las normas según las perspectivas bíblicas. Debemos aprender a confiar en que Dios nos dirigirá en la crianza de nuestros hijos, reconociendo que ellos tendrán finalmente que aprender a tomar sus propias decisiones.
Padres, no exasperen a sus hijos siendo demasiado estrictos. Aprendan a agarrar la vida de sus hijos con la tierna presión de la mano de Dios y a moldearlos con su amor.
La irritabilidad
Lo hemos visto ¡y hasta quizás hecho! El padre llega a casa después de un día de presiones, preocupado, con el semblante arrugado. Su pequeño hijo de tres años llega corriendo hasta él, pero el papá está ocupado desahogándose con su esposa y le dice: “Un momento, Jaimito.”
El niño tira de los pantalones del padre, pero no obtiene ninguna atención. Entonces el padre explota, lo levanta y le pega duro por “mal educado”. Sólo el Señor sabe cuántos niños se desaniman por los “días difíciles” de sus padres.
La vida es a veces como la tira cómica en la que el jefe está de mal humor con su empleado. Éste, a su vez, llega a casa y está irritable con sus hijos; entonces, uno de éstos patea al perro; el perro sale corriendo a la calle y muerde a la primera persona que ve, ¡al jefe de su amo!
Nosotros, los padres, nunca debemos permitir que las presiones nos lleven a este triste ciclo ¡pues el costo es demasiado alto!
Hay quienes dicen que a todos tratas bien, pero que cuando estás en casa eres peor que la hiel.
¡Sus hijos lo saben!
Las inconsecuencias
Pocas cosas exasperan tanto a un niño como las inconsecuencias de sus padres. Pobre del caballo montado por alguien que le da órdenes confusas, hundiéndole las espuelas a los lados y reteniéndolo con las riendas al mismo tiempo. Pero más pena da del niño al que un padre caprichoso le cambia las normas todo el tiempo y que está siempre irritado por los mensajes contradictorios que recibe.
Usted puede perdonarse a sí mismo diciendo: “¡Estoy demasiado ocupado... No soy una persona organizada ... Es que reacciono sin pensar!” Pero sus hijos no se lo perdonarán.
Sea consecuente: ¡Jamás haga a sus hijos promesas que no piensa cumplir! ¿Recuerda algo que nunca cumplió? ¿Aquel paseo a caballo? ¿Ir a la heladería o al estadio de béisbol? Usted puede haberlo olvidado, pero tiene a un niñito que lo seguirá recordando aun después de transcurridos ochenta años.
El favoritismo
Uno de los pecados más irritantes y condenables que puede cometer un padre contra sus hijos es el favoritismo.Y digo esto a pesar de ser el último en recomendar un trato indiscriminado para todos los hijos. Hay hijos que necesitan más disciplina, y otros que necesitan más independencia. Algunos necesitan más que otros que se les diga lo que tienen que hacer. Algunos necesitan de más demostraciones de afecto que otros. Pero ningún hijo debe ser tratado mejor que otro.
El favoritismo fue el odioso pecado de Isaac, quien prefirió a Esaú por sobre Jacob. Irónicamente, el favoritismo fue también el abominable pecado de Jacob, quien prefirió a José por sobre sus demás hijos. ¡De tales padres que muestran favoritismo, tales hijos despreciados! ¡Qué humillante para un hijo saberse menos preferido, menos amado!
El gran “no” de la paternidad es: “No provoquen a ira a sus hijos.” La vida nos enseña que los “no” que se derivan de eso son los siguientes:
• No sean criticones.
• No sean demasiado estrictos.
• No sean irritables.
• No sean inconsecuentes.
• No muestren favoritismo.
LOS “SÍ” DE LA PATERNIDAD
Al “no” de la paternidad le sigue un “sí”: “...sino criadlos en la disciplina y amonestación del Señor”; el cual, bien entendido, exige tres “sí”: ternura, disciplina y enseñanza.
La ternura
Las palabra “criadlos” significa “nutrir o alimentar”, como en Efesios 5:29, que contiene las mismas palabras griegas de cómo sustenta y cuida el hombre su propio cuerpo. Calvino traduce “criadlos” como “amadlos generosamente” y recalca que la idea de conjunto es que hablemos a nuestros hijos con amabilidad y simpatía. 5
Cuando era un adolescente, el padre de mi mejor amigo era todo un hombre. Había servido durante treinta y dos años en la Guardia Costera como suboficial ayudante de contramaestre. Era un hombretón, y en su juventud se había enfrentado en boxeo a Joe Luis. Los oficiales se adelantaban a saludarlo cuando lo veían en la calle. Podía a veces ser rudo y revoltoso, ¿pero saben cómo llamaba a su hijo, que pesaba ciento veinte kilos? “David querido.”Yo era para él “Kent querido”, y que me llamara así no me preocupaba en absoluto. En realidad, me hacía sentir muy bien. Él no era de los que creía que “los hombres machos no muestran afecto”. En realidad, todavía besa a su hijo adulto, que también es todo un hombre.
Los padres debemos ser tiernos. Los hombres nunca son tan varoniles como cuando son tiernos con sus hijos, ya sea sosteniendo a un bebé en sus brazos, mostrándole amor a su muchacho aún en edad escolar, o abrazando a sus hijos adolescentes o adultos.
He aquí una afirmación del filósofo cristiano Elton Trueblood, que amplifica el principio:
Todo niño necesita saber que su padre y su madre se aman, independientemente de su relación con él. Es responsabilidad del padre hacer que su hijo sepa que él está profundamente enamorado de la madre del niño. No hay ninguna razón valedera para que las demostraciones de afecto se oculten o se hagan en secreto. ¡El niño que crece sabiendo que sus padres se aman tendrá una magnífica base para su propia estabilidad!6
La ternura - tanto verbal como física - resulta natural para todo padre que somete a la Palabra de Dios. ¿Estamos dando la talla en esto?
La disciplina
Luego está la “disciplina”. Esta es una palabra fuerte que significa “disciplina, aun mediante el castigo”. Pilato utilizó la misma palabra cuando refiriéndose a Jesús dijo: “Le soltaré, pues, después de castigarle” (Lucas 23:16). La disciplina incluye, por supuesto, el castigo físico, de ser necesario. Significa que abarca todo lo necesario para ayudar a “instruir al niño en su camino” (Proverbios 22:6).
La tragedia es que son tantos los hombres que han dejado esta responsabilidad a la madre de sus hijos, y esto no sólo es una injusticia para con la madre, sino que además priva al niño de la seguridad y de la dignidad que surge de haber sido disciplinado por el padre.7 ¿Deja usted la disciplina de sus hijos a su esposa? Si es así, eso constituye una lamentable violación de su responsabilidad familiar. ¡Usted no está obedeciendo la Palabra de Dios!
La enseñanza
Por último está la enseñanza o “amonestación”. Esto significa enseñanza verbal o exhortación verbal. La palabra “amonestar” significa literalmente “colocar ante la mente”. Esto, por lo general, significa confrontar y tiene que ver, por tanto, con el punto anterior de la disciplina. Esta es precisamente la razón por la cual el sacerdote Elí fracasó tan aparatosamente como padre en la educación de sus hijos. 1 Samuel 3:11-13 nos dice:
Y Jehová dijo a Samuel: He aquí haré yo una cosa en Israel, que a quien la oyere le retiñirán ambos oídos. Y aquel día yo cumpliré contra Elí todas las cosas que he dicho sobre su casa, desde el principio hasta el fin.Y le mostraré que yo juzgaré su casa para siempre por la iniquidad que él sabe; porque sus hijos han blasfemado a Dios, y él no los ha estorbado.
La palabra griega “estorbar”, de la Septuaginta (versión griega del Antiguo Testamento), tiene la misma raíz de la palabra “amonestación” de Efesios 6:4. Elí no se enfrentó a sus hijos, ni los amonestó por su pecado, y por eso fueron destruidos.
La amonestación clara y directa es necesaria para una buena educación. Si hemos de confesar de plano nuestra responsabilidad como padres, debemos:
• Participar verbalmente en la enseñanza de nuestros hijos.
• Hacer que participen regularmente en el culto familiar y que oren.
• Estar pendientes y responsabilizarnos junto con nuestra esposa en cuanto a todo lo que entre en su mente impresionable.
• Responsabilizarnos de ayudar a que su participación en la iglesia sea una experiencia significativa.
• Sobre todo, asegurarnos de que el libro abierto de nuestra vida - nuestro testimonio - muestre la realidad de nuestra enseñanza, pues lo que vean en nosotros será su mejor enseñanza.
En las postrimerías de su vida, a los ochenta y un años de edad, a Evangeline Booth, que todavía se desempeñaba como general del Ejército de Salvación, le preguntaron cuándo quiso por primera vez ser parte del Ejército de Salvación:
—Desde muy joven —respondió—-. Veía todo el tiempo a mis padres (fundadores del Ejército de Salvación) trabajando para la gente y llevando sus cargas, día y noche. Ellos no tuvieron que decirme ni una palabra en qué consistía el cristianismo.’
Los “sí” de la paternidad -ternura, disciplina y enseñanza - exigen algo muy grande, como cierto médico muy ocupado comprobó. Este hombre se sentaba a la mesa con su familia, se encargaba de todos los gastos de la casa y decía lo que se debía hacer, pero sin realmente prestar atención a los problemas de la familia. Una tarde, mientras preparaba un artículo para una prestigiosa revista de medicina, su pequeño hijo entró silenciosamente al santuario prohibido que era la habitación de estudio de su padre.
— Papi — dijo el niño.
Sin decir una sola palabra, el médico abrió una gaveta del escritorio y le dio un caramelo.
Un poco después el niño volvió a decir:
— Papi.
Su padre, distraído, le alargó entonces un lápiz.
— Papi — insistió el niño.
El médico respondió a esto con un gruñido, dando a entender que sabía que el niño estaba allí, pero que no quería ser molestado.
— Papi — dijo una vez más el niño.
Enojado, el atareado médico dio media vuelta a su silla y dijo:
—¿Qué cosa es tan importante que insistes en interrumpirme? ¿No ves que estoy ocupado? Ya te ha dado un caramelo y un lápiz. Ahora, ¿qué más quieres?
—¡Papi, quiero estar contigo!
Los “sí” de la paternidad no se pueden ejercer por medio de los demás. Usted tiene que participar acostando usted mismo a sus hijos y orando por ellos y con ellos. Usted tiene que participar en sus juegos, en sus conferencias, en sus presentaciones teatrales y musicales, y en sus competencias deportivas.Tiene que sacar tiempo para estar a solas con cada uno de sus hijos. Tiene que responsabilizarse de planificar fabulosas vacaciones familiares y de promover y fortalecer la solidaridad familiar.
Ahora que me encuentro en la mitad de la vida, a veces pienso con melancolía a dónde se escapó el tiempo entre los dos recuerdos imborrables que fueron el nacimiento de mi hija y el nacimiento de su hijo. Para ser sincero, algunos de estos años fueron lentos y difíciles, y en numerosas ocasiones pensé que jamás podría hacer frente a tantos problemas. Pero cuando esos grandes acontecimientos se recuerdan con el significado que tuvieron, no parece haber transcurrido nada de tiempo entre ellos. Por eso, cada vez que tengo la oportunidad de tener a un bebé en mis brazos, animo a sus padres a saborear cada momento y a no ejecutar de prisa la experiencia, pues en un abrir y cerrar de ojos el niño ya habrá crecido. El saber que disponemos de apenas un breve tiempo para criar a nuestros hijos, debe ser motivación más que suficiente para hacerlo de la mejor manera posible y para que la enseñanza de la Palabra de Dios en cuanto a la responsabilidad paternal vibre de importancia para nosotros.
El tiempo es la crisálida de la eternidad, pues no hay más tiempo que el presente. Estoy consciente de que todos atravesamos períodos de nuestra vida en los que disponemos de poco tiempo para dedicarnos a nuestra familias, es parte del ritmo natural de la vida. Pero el excesivo “atareo” no debe ser a propósito ¡como resulta tan a menudo! Debemos tener cuidado de no llenar nuestra agenda diciendo “sí” a cosas que significan “no” a nuestras familia. Precisamente ahora es el momento de sacar tiempo para ella. ¡No hay otro! ¿Lo hará? ¿Lo haré yo?
Debemos juzgar nuestro desempeño como padre. ¿Qué le dice su corazón al leer las preguntas que siguen a continuación? ¿Es usted un buen padre o un mal padre?
• ¿Está usted siempre criticando a sus hijos, o los estimula?
• ¿Es excesivamente estricto o razonablemente estricto? Es decir, ¿les permite gradualmente a sus hijos mayor libertad?
• ¿Es impaciente o irritable, o paciente y mesurado en su trato con sus hijos?
• ¿Es consecuente en cuanto a lo que espera de ellos?
• ¿Ha cumplido con lo que les ha prometido?
• ¿Muestra favoritismos?
• ¿Es tierno tanto con sus hijos como con sus hijas?
• ¿Participa en su disciplina?
• ¿Pasa tiempo con sus hijos, tanto en familia como individualmente?
¡Qué poder tan imponente el de nosotros los padres! Nuestros hijos desean el “magnetismo y el afecto” de sus padres. ¡El corazón de nuestros hijos está volcado hacia nosotros! Y nuestro Señor quiere que el nuestro esté volcado hacia el de ellos. Escuchamos esa verdad gloriosamente proclamada por el ángel Gabriel al anunciar que parte de la misión de Juan el Bautista de preparar al pueblo para el encuentro con el Señor había sido “hacer volver los corazones de los padres a los hijos” (Lucas 1:17). Ahora que Cristo ha venido, este es el resultado permanente de su obra salvadora. Cuando un hombre se entrega verdaderamente a Cristo, su corazón se vuelve hacia sus hijos.
Sométase a Cristo. Permita que Él vuelva el corazón de usted hacia sus hijos. Y pídale al Espíritu Santo el poder para poner en práctica la disciplina paternal. Esfuércese por el alma de sus hijos.
Alimento para pensar
¿Qué esperaba o quería de su padre? ¿Ha sucedido esto? ¿Por qué sí o por qué no? ¿Qué esperan o quieren sus hijos de usted? ¿Sucede esto? ¿Por qué sí o por qué no?
¿Está viviendo el “no” y el “sino” de Efesios 6:4?
Como padre, ¿es demasiado estricto o demasiado clemente? ¿Qué puede hacer, en la práctica, para llegar a ser más equilibrado en esta área?
¿Comete siempre el mismo error que Jacobo y José (favoritismo)? ¿Cómo puede dejar de hacer esto? ¿Qué debe tomar su lugar?
¿Qué enseña Proverbios 22:6 acerca de criar hijos? ¿Servirá todavía este principio de la Escritura en el mundo actual?
¿Qué error cometió el sacerdote Elí con relación a sus hijos? ¿Cómo le va en esta área? ¿Cómo puede mejorar?
La aplicación/Respuesta
¿De qué habló le Dios más específicamente, más poderosamente en este capítulo? ¡Háblale a Él acerca de eso en este momento!
¡Piensa en esto!
Has una lista de algunos de los atributos de su Padre Celestial, como están descritos en la Biblia. ¿Cuál de éstos debe ser imitado por usted como padre terrenal? Enumera las maneras específicas en que cada uno de éstos deba practicarse en su vida con sus niños. Después, comparte tus hallazgos con sus hijos e hijas.
1 Telémaco, mitológico hijo de Ulises y Penélope, cuando su padre no regresaba de la Guerra de Troya, fue a buscarlo. Al no encontrarlo, volvió a Itaca, una isla, donde vivían, y se enteró de que su padre había llegado el mismo día, pero a otro sitio de la isla.