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Capítulo 2

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MI ESPOSA está muerta –dijo Stephano con frialdad–. Y para tu información, no tengo intención de volver a casarme.

Y dicho eso, Stephano se levantó y emprendió el camino de vuelta a la casa.

Penny se quedó mirándolo unos momentos, con el corazón encogido. Se sintió fatal. ¿Cómo podía haberle hecho una pregunta tan estúpida y tan poco considerada? ¿Qué estaría pensando él?

Se había pasado de la raya, y no le sorprendería si él le pidiera que hiciera las maletas y se marchara. Pero como no quería irse, lo mejor sería ir corriendo a disculparse con él.

–Lo siento, no lo sabía… No le habría preguntado si…

Stephano se detuvo y se volvió a mirarla.

–¿Y no te pareció mejor enterarte bien de las cosas antes de juzgarme?

Su tono fue muy duro, y su mirada insondable.

Penny supuso que seguiría doliéndole, y que debía de tenerlo todavía muy reciente. A lo mejor por eso echaba tantas horas en el trabajo, y no pensaba en dedicarle a su hija la atención que merecía y necesitaba. Sin duda querría borrarlo todo de su mente, y el único modo de hacerlo era matándose a trabajar.

–Lo siento –repitió, con el pulso acelerado y apenada de verdad por él.

Sintió deseos de abrazarlo, de decirle que sólo el tiempo curaría las heridas. Dos años después, aún le dolía la muerte de su madre.

Pero él no querría oír esas palabras de sus labios; sólo necesitaba a alguien responsable para ocuparse de Chloe. Él tenía un negocio que dirigir, y no tenía tiempo para ocuparse de la niña. Además, no sabría hacerlo. Él era el que se ganaba el pan, el hombre de la casa.

–Olvídalo –dijo él, antes de volver a la casa.

Esa vez Penny no lo siguió, sino que esperó un momento antes de volver sobre sus pasos. Al llegar a la casa, subió rápidamente a su dormitorio.

Se preguntó cómo habría sido la esposa de Stephano. Cosa rara, no había ninguna foto de ella a la vista. Se dijo que a lo mejor él era de esas personas que no soportaba la muerte, que hacía como si no existiera…

Tenía tantas preguntas y tan pocas respuestas…

Al día siguiente, cuando Penny se levantó, Stephano ya se había ido a trabajar. Después de vestir a Chloe para llevarla al colegio, abrazó a la niña con fuerza.

Chloe se parecía mucho a su padre. Tenía el pelo negro como el azabache y los ojos marrones y muy grandes; a veces parecían tristes y apagados. Penny sabía que la niña debía de estar sufriendo por dentro, que tenía que estar confusa. ¿Porque cómo le explicaba uno a un niño de la edad de Chloe que su madre ya no volvería?

Pero ella no era quién para decir nada. Si Chloe quería hablarle de algo, la escucharía con atención; pero por su parte no tenía intención alguna de sacar el tema.

Después de dejar a Chloe, Penny le hizo una visita a su hermana antes de volver a la mansión Stephano, como ella la llamaba. Era un poco raro que Stephano viviera solo en una casa tan grande; o bien celebraba muchas fiestas, o bien su esposa lo había hecho en vida.

En la parte de atrás de la casa había una hilera de plazas de garaje, de las cuales le habían asignado una para que aparcara su pequeño utilitario. A Penny le extrañó ver el elegante Aston Martin de Stephano allí aparcado. ¿Qué hacía en casa a esas horas? Miró el reloj y vio que ni siquiera era la hora de la comida.

–¿Dónde has estado? –le preguntó enfurruñado en cuanto Penny entró en casa.

Le dio la impresión de que había estado esperándola.

–Lo siento –se disculpó ella–. No sabía que tenía que informarte de mis idas y venidas. He ido a ver a mi hermana. Tú mismo me dijiste que durante el día tenía tiempo libre.

–Pensé en invitarte a comer.

Penny se quedó asombrada.

–¿A mí? ¿Por qué?

Una niñera que salía a comer con su jefe era algo poco habitual.

–Porque anoche no terminamos nuestra conversación –respondió él–. Pero si prefieres dejarlo… –se encogió de hombros.

–Siento mucho lo de anoche, yo…

Él la cortó.

–El tema está zanjado ya. Vamos, ve a dejar las bolsas; nos vamos en de diez minutos.

Después de cambiarse de zapatos, pintarse un poco los labios y echarse un poco de perfume, Penny bajó las escaleras con el corazón acelerado.

El vestíbulo de entrada era un espacio bello y elegante, con suelos de madera y espejos, flores frescas y sillas talladas a mano. Pero ella estaba ciega a todo eso, y sólo veía el rostro serio de Stephano; serio, pero increíblemente apuesto. No podía creer que fuera a salir con él. En todos los años que llevaba siendo niñera, nunca le había ocurrido nada igual.

Cuando la agencia le había preguntado si aceptaría ese empleo, ella lo había hecho sin reparos. Sin embargo, nadie le había hablado de Stephano Lorenzetti, ni le habían dicho que era uno de los hombres más ricos del país, ni mucho menos que fuera tan guapo.

Stephano observó a Penny que bajaba las escaleras. Se fijó en cómo estiraba el pie para dar un paso, y también en la suave tela de la falda que se le pegaba a los muslos, y después en sus tobillos delgados. La sangre parecía correrle por las venas a toda velocidad. Observó el suave bamboleo de sus pechos bajo el top de algodón estampado, y el corazón le dio un vuelco. Entonces levantó la vista y la miró a los ojos.

Ella sonreía.

Parecía feliz de salir con él, y eso a la vez le sorprendía y halagaba. La noche anterior le había hablado con dureza, y de inmediato le había pesado. Penny le había tocado un punto débil.

Un día tal vez le dijera que su esposa y él se habían divorciado hacía ya cuatro años, y que todo el amor que un día había sentido por ella, había desaparecido mucho antes. Helena nunca le había dicho siquiera que tenía una hija. De haberlo sabido, la habría ayudado, habría podido conocer a su hija; y no estaría en la situación en la que se encontraba en esos momentos.

Cuando había descubierto la verdad, había sentido incredulidad y rabia, y le había costado mucho aceptar que ella le hubiera hecho algo así. Nunca había sido consciente de lo mucho que ella lo odiaba. Sólo de pensarlo se le encogía el estómago.

Menos mal que estaba allí Penny. Le parecía una mujer valiente y apasionada, y afortunadamente no parecía interesada en él. Por lo menos le resultaba novedoso, refrescante. Estaba tan acostumbrado a que las mujeres estuvieran siempre pendientes de él, de que las mujeres lo adularan para terminar en la cama con él, que Penny era como un soplo de aire fresco.

Sin duda ella le tendría como un padre desnaturalizado, pero lo cierto era que se sentía perdido. No tenía ni idea de lo que uno tenía que hacer para educar a un niño; los niños eran un misterio para él.

–Muy bien –dijo–, una mujer que no tarda horas en arreglarse. Me dejas impresionado.

–No me he cambiado, espero estar bien. No iremos a ningún sitio demasiado elegante, ¿verdad?

Parecía un poco preocupada, y Stephano sonrió para tranquilizarla.

–No te preocupes por nada, estás estupenda.

¿De verdad había dicho eso? ¿Él? Debía de tener fiebre o algo parecido. Además, aquello no era una cita. Ella lo intrigaba, y quería saber más cosas sobre ella, pero eso era todo. Aun así, Penny no tenía obligación de contarle nada de su vida si no quería.

¡Aunque él tuviera ganas de enterarse de todo!

Había llamado a su chófer mientras Penny se arreglaba, y en ese momento la condujo fuera donde los esperaba el Bentley. Al ver su expresión de sorpresa, Stephano se sonrió, consciente de que su riqueza la sorprendía.

Él accedió por un lado y ella por el otro, y ambos se acomodaron en los suntuosos asientos de cuero color marfil. El suave perfume floral de Penny incitó sus sentidos de tal manera que Stephano no recordaba haber sentido nada tan intenso en mucho tiempo. Sólo supo que a partir de entonces ese perfume siempre le recordaría a ella.

Penny estaba nerviosa, y tenía las manos entrelazadas y apoyadas en el regazo, las rodillas y los pies juntos y la espalda recta. No había pensado que fueran a ir en un coche así con chófer; de haberlo sabido, se habría cambiado de ropa. Ella no estaba acostumbrada a tanto lujo, y en ese momento rezó para que su jefe no la llevara a un restaurante igualmente elegante.

–Relájate –le rugió al oído–. No te voy a morder, te lo prometo.

Penny se retiró, y aunque no vio su expresión ceñuda, supo que él se había molestado por un leve gesto de tensión que lo delató. No estaba acostumbrado a que una mujer se apartara de él; más bien lo contrario.

Por una parte, Penny no quería apartarse de él; y tenía que reconocer que en ese momento le habría apetecido muchísimo que él la estrechara entre sus brazos fuertes y calientes. Pero por otra sabía cómo acabaría eso. Para empezar ella no pertenecía a su clase, y Stephano se limitaría a utilizarla para abandonarla después; igual que había hecho Max. Penny no estaba dispuesta a volver a pasar por eso.

Los hombres no sentían las cosas del mismo modo que las mujeres; sus emociones no entraban en juego cuando tenían una aventura, y por eso eran capaces de cortar una relación sin sufrir las consecuencias de la ruptura. Sin embargo, para las mujeres no era lo mismo.

–¿Adónde vamos? –preguntó ella, horrorizada al percibir una nota ronca en su voz.

–A unos de mis bistros favoritos.

Penny pensó que un bistro no sería un sitio tan elegante, y se relajó un poco.

–¿Y por qué no conduces tú?

Él esbozó una medio sonrisa que le dio un aire infantil.

–Por el problema del aparcamiento. Ya sabes cómo es Londres.

–Podríamos haber tomado el metro –dijo Penny, que al instante se echó a reír al ver la cara de susto de Stephano–. Supongo que no habrás tomado nunca el metro.

–Últimamente, no –reconoció él.

Seguramente, desde que había hecho su fortuna, pensaba Penny.

–La verdad es que es agradable que la lleven a una así, en un coche como éste –dijo ella, botando suavemente en el asiento.

–Me he fijado que tu un coche es un poco viejo –comentó Stephano sin dejar de sonreír.

Penny se encogió de hombros.

–El sueldo de una niñera no da para comprarse un coche nuevo. Aunque, si me quedo contigo el tiempo suficiente, a lo mejor lo consigo y todo –añadió con frescura.

–Yo te compraré uno –dijo él de inmediato.

Penny se quedó mirándolo, boquiabierta; porque él lo había dicho como si no significara nada. Pero fuera como fuera, Penny no iba a permitírselo.

–Pareces sorprendida.

–Y desde luego lo estoy –respondió ella–. ¿Por qué ibas a hacer algo así? Mi coche está perfectamente bien; ahora mismo no necesito otro.

–¿Entonces rechazas mi oferta?

A Penny le pareció que Stephano se había ofendido de verdad.

–Totalmente.

–Algunas de las niñeras que he empleado no tenían coche –le informó él–, así que hay uno en el garaje que compré sólo para que llevaran a mi hija de un sitio a otro. Puedes utilizarlo cuando quieras.

–No, gracias –respondió Penny enseguida–, pero te dejaré que me pagues la gasolina.

Él arqueó las cejas.

–Una mujer con principios. Menos mal, es un cambio de lo más refrescante. Me gusta.

Penny deseó que el corazón no le latiera tan deprisa, ni con tanta fuerza.

–Aún quedamos algunas –respondió con una sonrisa resuelta.

Si por lo menos no estuviera sentado tan cerca. Entre ellos había un pequeño espacio, pero no el suficiente. Penny notó el calor de su muslo, incluso con el aire acondicionado en marcha, y sus sentidos sintonizaron de manera alarmante.

Quería arrimarse a la puerta, pero no quería que él se percatara de su turbación. Sólo tenía que recordar que ésa era una comida de trabajo y que iban a hablar sobre su hija, nada más.

–Estás nerviosa todavía, Penny.

Ella volvió la cabeza con brusquedad. Stephano la observaba con aquellos ojos oscuros cargados de dulzura, como si quisiera tranquilizarla, y que dejara de retorcer las manos. Penny no podía creer lo que estaba haciendo, ni que se estuviera comportando de aquel modo tan extraño. Ella solía tener mucha confianza en sí misma, y normalmente nada la apocaba.

¡Salvo aquel hombre!

¿Qué tenía él que le hacía distinto a los demás, aparte de una enorme riqueza? Penny sabía que ésa no era la razón de su zozobra, de su nerviosismo. Stephano tenía sex appeal para dar y tomar, y era precisamente eso lo que le robaba la tranquilidad.

Jamás había conocido a nadie como Stephano Lorenzetti.

En el colegio, Penny había pasado años en el grupo de teatro. Y aunque nunca había actuado, en ese momento iba a tener que echar mano de lo que había aprendido allí. De modo que sonrió, se encogió de hombros y dijo:

–Me resulta extraño comer con mi jefe después de llevar sólo un día trabajando. Me siento como si estuviera en el punto de mira, como si fueras a interrogarme. ¿Es lo que vas a hacer?

–Hablaremos de lo que tú quieras –respondió él con tranquilidad, mientras la miraba fijamente con sus misteriosos ojos negros.

Para alivio de Penny, el coche se detuvo momentos después; pero nada más entrar en el bistro, empezó a ponerse nerviosa otra vez. Había pensado que un bistro era un lugar informal, con mesas en la terraza, y otras dentro, con manteles de cuadros y velas en tarros de cristal; bonito pero informal.

Pero aquello no tenía nada que ver con lo que ella había imaginado.

Para empezar, parecía un sitio muy caro. Tenía una sala amplia y espaciosa, donde se respiraba un ambiente formal y exclusivo. Los manteles eran de damasco blanco, y las mesas estaban bastante espaciadas. Cada una estaba adornada con flores frescas, y los cubiertos y demás utensilios eran de plata.

A pesar de todo, Penny levantó la cabeza y fingió estar acostumbrada a entrar con frecuencia en esos sitios tan estilosos.

¡Como si fuera cierto! Una comida allí seguramente se le llevaría el sueldo de una semana.

Un hombre saludó a Stephano calurosamente, dejando claro que era un cliente habitual.

–Yo no llamaría a esto un bistro –dijo ella cuando iban hacia la mesa.

–Para mí lo es –respondió él–. Hay un ambiente muy relajado, y la comida es exquisita –hizo un gesto con la mano–. Te gustará, te lo aseguro.

Quería preguntarle por qué estaban allí, y si tenía la intención de impresionarla. Esperaba que no estuviera detrás de nada más. Una cosa era que Stephano le gustara, y otra dejarse implicar.

Pero no tenía por qué preocuparse, porque Stephano era todo un caballero. Discutió el menú con ella, apasionadamente, y la comida resultó perfecta en todos los sentidos. Cuando terminaron de comer, Penny se había olvidado de todas sus preocupaciones y estaba totalmente relajada.

Habían hablado de todo un poco, salvo de temas personales. Ella le preguntó de qué parte de Italia procedía, y descubrió que era Roma; aunque llegado ese momento él se había mostrado más reservado. Por eso no se atrevió a preguntarle si sus padres vivían o no, o si tenía hermanos. Él, por su parte, se había enterado de que su color favorito era el marrón.

–¿El marrón? –dijo con incredulidad–. No puede ser. Te imagino de aguamarina, de celeste o de cualquier otro que destaque ese maravilloso color de ojos que tienes. ¿Te vistes alguna vez de colores así?

Sus palabras la sorprendieron. ¿En qué otras cosas se había fijado Stephano?

–Bueno, la mayor parte de mi ropa tiene los colores del otoño. Y éste –se miró la falda que llevaba puesta– es uno de mis conjuntos favoritos.

La blusa tenía un escote bastante generoso. Sintió que Stephano le miraba los pechos y notó un suave cosquilleo. ¿Qué sentiría si él se los acariciara? Sólo de pensarlo se le aceleró el pulso, y Penny aspiró hondo para mantener a raya las explosivas sensaciones.

Miró el reloj, en busca de una buena excusa para largarse cuanto antes.

–No quiero que se me haga tarde para ir a recoger a Chloe.

–Y yo debo volver al trabajo. Ha sido un placer comer contigo, Penny, he disfrutado mucho de tu compañía. Ahora siento que te conozco un poco mejor, y será un placer para mí que cuides de mi hija.

–Podrías ir a recogerla tú al colegio –dijo Penny con cautela–. A ella le encantaría.

Pero Stephano negó con la cabeza.

–Tengo otra reunión a las tres. Edward te llevará a casa. Yo puedo ir caminando desde aquí.

–¿Y estarás en casa antes de que se acueste Chloe? –le preguntó Penny.

–No estoy seguro. Seguramente no. Dale las buenas noches de mi parte.

–Chloe apenas te ve –dijo Penny–. Es injusto para ella que trabajes tantas horas. Sería estupendo si hicieras un esfuerzo para venir a verla.

De pronto se tapó la boca.

–Lo siento, no debería haber dicho eso; no es asunto mío.

–Desde luego que no es asunto tuyo –respondió él en tono fiero–. No estaría donde estoy hoy y Chloe no viviría como vive si no trabajara las horas que trabajo.

Penny estaba segura de que ya no le haría falta trabajar tanto, aunque no lo dijo en voz alta.

Sorprendentemente, no llegó tarde a casa. Chloe estaba ya acostada, pero eran sólo las ocho y diez cuando Penny terminó y se sentó fuera a leer un rato. Hacía una noche estupenda, y a través de los árboles en la distancia se distinguía el brillo del sol del ocaso en la superficie del lago. No podía dejar de dar gracias por haber encontrado un trabajo tan bueno como ése.

Muchas de sus amigas se habrían aburrido allí, pues les gustaban las fiestas, la música y la gente. Pero ella no echaba de menos nada de eso; al menos de momento. ¿O habría algo allí que le llamaba atención? ¿Tal vez el hombre de la casa?

Cerró los ojos y se imaginó su cara. Sólo de penar en él sentía un calor intenso en las entrañas, y echó la cabeza hacia atrás y se pasó la punta de la lengua por los labios resecos. ¡Cómo podían pasarle esas cosas!

–Penny.

Era una voz suave… y tan real…

Entonces notó una mano que le tocaba en el hombro.

–¿Penny, estás bien?

–¡Stephano!

Penny abrió los ojos como platos, sin darse cuenta de que lo había llamado por su nombre de pila.

–¡Qué susto me has dado! No te oí venir…

–Está claro –dijo con su voz aterciopelada.

Stephano tenía la voz más sensual que había oído en su vida, y sin querer se lo imaginó susurrándole palabras de amor. Estaba segura de que le haría ver el infinito sin tocarla siquiera.

¡Qué extraña situación!

–¿En qué pensabas?

–En nada –respondió ella rápidamente–. Has llegado a casa muy temprano.

Él torció el gesto.

–Te hice caso, y pensé en venir a ver a Chloe antes de que se acostara; pero parece que he llegado tarde.

–Sólo hace media hora que se ha acostado –le dijo Penny, mientras intentaba recuperar la compostura.

–Entonces estamos solos los dos.

Cosa rara, se le veía relajado; más joven, menos severo; y después de lo que había estado pensando antes, Penny sintió deseos de acariciarle la mejilla, de explorar el contorno de su rostro… de ver cómo besaba aquel hombre.

Desde que lo había dejado con Max no le había pasado nada así. Si se había encerrado en sí misma para protegerse, parecía que lo que sentía por él sólo conseguía sacarla de su encierro.

Sin embargo, no debía hacerlo, no debía enamorarse otra vez del hombre equivocado. Para Stephano ella sólo era la niñera de su hija, alguien que le quitaba un peso de encima, y una persona con la que divertirse un rato si surgía la oportunidad; nada más.

¿Pero por qué pensaba esas cosas? Él no había mostrado interés alguno en ella, ni inclinación alguna por besarla. Pero sabía que los hombres se aprovechaban de las situaciones.

Y se dio cuenta de que no se equivocaba cuando al momento él se acercó a ella tanto que sus labios estaban a meros centímetros de los suyos. Le vio los poros de la piel, y distinguió el suave aroma a madera de cedro; tenía el blanco de los ojos tan claro que Penny pensó que debía apartarse de él antes de dejarse cegar por su intensidad.

¡Santo cielo! Aquello no podía estar pasando de verdad. Sólo llevaba allí dos días. Era imposible que él se le echara encima de ese modo, que se arriesgara a asustarla.

Como ella había pensado, Stephano sonrió con satisfacción y se recostó en el asiento. Sin embargo, ella había delatado sus sentimientos; le había dado a entender que podría tomarla cuando quisiera.

–Disculpa, creo que será mejor que vaya a ver a Chloe –dijo ella mientras se ponía de pie de un salto.

Entró en la habitación de la niña, que dormía como un angelito, con una sonrisa en los labios y su pelo negro, tan parecido al de su padre, extendido sobre la almohada. Era una niña muy dulce, y Penny no entendía bien por qué Stephano no le dedicaba más tiempo, ni por qué insistía en trabajar tantas horas, en lugar de disfrutar más de su hija.

Salía del cuarto de la niña con la cabeza agachada, meditando sobre lo que ella veía como una desdicha para Chloe, cuando se chocó con Stephano. El repentino contacto le dejó sin respiración, y aunque él la asió de los brazos con rapidez para que no se cayera, Penny sintió una debilidad en las piernas.

–¿A qué viene tanta prisa? –le preguntó, claramente preocupado–. ¿Le pasa algo a Chloe?

Penny negó con la cabeza. Todo iba bien, salvo lo que ella sentía en ese momento; una reacción que la sacudía por dentro.

–Entonces tienes que ser tú, o yo… o tal vez los dos.

Había humor en su mirada; pero antes de que ella pudiera adivinar sus intenciones, antes de que pudiera protestar, respirar siquiera, él inclinó la cabeza y atrapó sus labios con un beso tierno. Penny había imaginado que sus besos serían exquisitos, pero jamás habría anticipado el deseo que dominó su cuerpo, ni cómo todo empezó a darle vueltas, hasta que estuvo segura de que saldría despedida como un cohete si aquel hombre no se apartaba de ella.

Se había pasado años convenciéndose de que ningún hombre volvería a hacerle vibrar de emoción; sin embargo, se había equivocado.

Stephano se había colado en los lugares más recónditos de su vida, y como consecuencia volvía a ser una mujer con necesidades que debían ser satisfechas.

Cuando empujó una puerta y le urgió para que entrara, Penny se percató de que estaban en su dormitorio; pero de eso sólo parecía enterarse a medias, porque el resto de su pensamiento estaba en ese momento obnubilado y exaltado, presa de unos sentimientos que la empujaban a un abismo donde sólo importaba ese momento, como si quedara suspendido en el tiempo.

Y en lugar de enfrentarse a él, se dejó llevar por la sensación erótica de los besos de Stephano, mientras susurraba su nombre en sus labios, mientras el fuego que él mismo había encendido le consumía todo el cuerpo. Allí no cabía preguntarse qué demonios se había apoderado de ella; sólo deseaba ceder a las tórridas sensaciones que inflamaban sus sentidos.

Stephano la empujó hasta la cama y la abrazó mientras se tumbaban en el mullido colchón, mientras le sujetaba la cabeza en el hueco del hombro. Tenía una cama grande y cómoda, y Penny cerró los ojos y se olvidó de dónde estaba o de lo que estaba haciendo. Sólo importaba la sensación del cuerpo caliente de Stephano junto al suyo, el latido intenso de su ardiente pasión.

Con delicadeza, Stephano trazó la silueta de su cara con la punta de los dedos. La urgencia del beso había cedido, pero no dejó de besarla. Penny se relajó entre sus brazos, dejándose llevar por la magia del momento, pegándose a él todavía más.

Stephano buscó sus labios y le dio un beso que despertó de nuevo sus sentidos, que consiguió que se retorciera contra él y que pronunciara su nombre con anhelo. Hundió sus dedos entre sus cabellos y sintió tal emoción que le dio miedo. Apenas conocía a ese hombre, sin embargo estaba allí, en su cama, disfrutando de sus besos, como si fuera su amante.

Penny sacó fuerzas de flaqueza y empujó suavemente a Stephano. No podía permitir que pasara nada; porque se mirara por donde se mirara, era una auténtica locura.

Tórrida pasión - Alma de fuego

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