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Capítulo 3

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TEMBLOROSA y enfadada, se apartó de él y lo miró con gesto acusador. –¿Por eso se marcharon las niñeras que había antes? ¿Porque no fuiste capaz de quitarles las manos de encima?

–¡Mio Dio! ¿Crees de verdad que soy así? –Stephano se incorporó y avanzó hacia ella en silencio, con movimientos gráciles y potentes, como si fuera una pantera.

–Entonces dime que no es verdad –dijo ella con gesto desafiante, verdaderamente enfadada y agobiada–. Dime que me estabas besando porque te parezco atractiva, y no sólo porque estaba disponible y tú estás ardiente.

Lo miró a los ojos sin vacilar, tratando de ignorar al mismo tiempo lo que aún sentía por dentro.

–A mí me da la impresión de que tú no me has rechazado, al menos al principio –respondió él con tranquilidad–. Me ha parecido que el deseo era mutuo.

Tenía razón, pero no pensaba decírselo. Y como él no le había dicho que ella le pareciera atractiva, ahí tenía la respuesta. De pronto se sintió ridícula, y eso la enfadó todavía más.

–Como para confiar en un hombre… –murmuró, dirigiéndose hacia la puerta.

Pero a los pocos segundos sintió una mano pesada en el hombro, y Stephano le dio la vuelta para mirarla de frente.

–No permito que nadie me acuse de ese modo –dijo muy enfadado, paralizándola con una mirada furibunda.

Penny se quedó quieta, y notó se le formaba un nudo en el estómago; aunque hubiera querido avanzar, no habría podido.

–Los dos lo hemos deseado, y no puedes negarlo –añadió él con frialdad–. Tal vez te hayas sentido culpable, pero nunca, escúchame bien, nunca me acuses en falso.

–¿Así que ya está? –Penny lo miró con valentía, con la cabeza bien alta–. ¿O tengo que estar en guardia? ¿Quiero decir, si es posible que vuelva a ocurrir?

–Eso depende de ti.

Stephano la soltó y se separó un poco de ella; pero se le veía tenso y lleno de resolución.

Penny se estremeció. Estaba allí para hacer un trabajo, no para acostarse con el dueño de la casa. Él le había creído presa fácil, y ella había estado a punto de sucumbir.

Sintió náuseas sólo de pensarlo

–Si depende de mí, le aseguro, señor Lorenzetti, que esto no volverá a ocurrir.

Él inclinó la cabeza.

–Que así sea.

–Pues que así sea –respondió antes de darse la vuelta y seguir hacia la puerta.

Stephano se sonrió cuando Penny salía del cuarto. No le sorprendía que ella hubiera interrumpido su apasionado abrazo. Más bien le había sorprendido que Penny se hubiera dejado besar. No podía negar que la experiencia le había gustado. Penny era la tentación hecha carne; y tanto le gustaba que incluso empezaba a preguntarse si habría hecho bien empleándola.

Las otras niñeras habían sido severas y estiradas, y Chloe las había detestado tanto que se había comportado fatal. Sin embargo, parecía que su hija la adoraba, y Stephano estaba seguro de que la vida en casa sería mucho más estable estando allí Penny. Así que de momento tendría que dominar su deseo.

A mitad de la noche los gritos de Chloe llamando a su madre despertaron a Stephano. Había tenido pesadillas similares desde que había muerto su madre, aunque afortunadamente eran cada vez menos frecuentes. Stephano había empezado a pensar que la niña comenzaba a aceptar la pérdida.

Él no era un padrazo; en realidad, le costaba consolar a Chloe, y nunca sabía qué decirle. Supuso que sería porque apenas la había tratado en sus primeros años.

Sin embargo saltó de la cama, se puso una bata a toda prisa y segundos después estaba en el dormitorio de su hija. Penny ya estaba allí con ella. Stephano se quedó mirándolas un momento sin decir nada, maravillándose de lo bien que se le daba a Penny estar con Chloe y de cómo sus palabras parecían consolar a la pequeña; casi como si ella fuera ella su madre.

De pronto Chloe lo vio.

–Papi, he tenido un sueño malo. Penny me ha consolado.

Se acercó a la cama y miró a Penny, recordando entonces el beso que se habían dado. ¡Cómo olvidarlo, si su beso le había hecho sentir cosas que no recordaba haber sentido jamás! Pero ignoró esos pensamientos con resolución y fue a saludar a su hija.

–Entonces me alegro de haberla traído para ti, mio bello.

Chloe le tendió los brazos, y él la abrazó de inmediato, consciente de que Penny lo observaba con atención.

–¿Papi, puede dormir Penny conmigo?

Stephano se sintió un poco dolido. ¿Por qué Penny, y no él? Sabía la respuesta: no se había ganado el amor de su hija.

Miró a Penny y sintió de nuevo el golpe de deseo. Tenía que salir de allí antes de meter la pata.

–Si a Penny no le importa.

Penny lo miró con extrañeza, antes de sonreír a Chloe.

–Unos minutos, cariño.

–Entonces, os veo por la mañana a las dos –dijo Stephano mientras salía del cuarto.

Pero cuando se acostaba, se dijo que podría acabar haciendo el ridículo si Penny Keeling estaba cerca. Porque aparte de belleza, la joven poseía integridad.

Fuera lo que fuera lo que le había hecho sucumbir a su beso, no era su manera habitual de comportarse; de eso estaba seguro. Le daba la impresión de que Penny era una de esas mujeres que sólo se entregaban a un hombre del que estuviera profundamente enamorada, y el hecho de haber estado a punto de entregarse a él le había aterrorizado.

Lo mejor que podía hacer era distanciarse de ella, y la mejor manera de hacerlo era sumergirse de lleno en el proyecto en el que su empresa estaba trabajando en ese momento: una campaña a nivel mundial para otra empresa de más envergadura que hasta el momento siempre los había eludido. En esa ocasión estaban ya tan cerca de conseguirlo que estaba dispuesto a trabajar veinticuatro horas al día los siete días de la semana para asegurarse el contrato.

Penny se había dejado besar por Stephano porque empezaba a olvidar el daño que le había hecho Max. Max había sido también un hombre de negocios de éxito, y también había tenido a tantas mujeres como había deseado; en realidad, muy parecido a Stephano. Penny lo había conocido en una fiesta, y cuando él le había dicho que era especial, ella se había enamorado locamente de él. Su aventura había durado seis meses, y ella había pensado que él acabaría pidiéndole en matrimonio. La impresión que había recibido cuando se había enterado de que se estaba viendo con otra le había repugnado totalmente.

En realidad ya le habían avisado de que no solía quedarse mucho tiempo con una sola mujer; pero Max le había dicho que ella era especial, distinta, y ella le había creído. Su belleza física la había deslumbrado de tal modo que no se había dado cuenta de que le habría dicho lo mismo a todas las mujeres con las que había salido.

Cuando finalmente Max la había dejado, ella había jurado que no volvería a ser juguete de nadie. Y así había sido… hasta que había conocido a Stephano.

Se dijo que éste sólo quería vivir una aventura con ella; se parecía demasiado a Max como para que fuera de otro modo. Pero Penny tenía que reconocer que los dos hombres no se parecían en nada. Stephano era un príncipe comparado con Max, y aunque Penny sabía que debía mantener las distancias, la atracción estaba ahí.

–¿Dónde están Penny y Chloe?

Era la tarde siguiente, y Stephano había regresado temprano a casa; pero salvo por su ama de llaves, allí no había nadie más. Llevaba todo el día pensando en Penny, y en cómo había respondido a sus besos, aunque luego se hubiera retirado y le hubiera culpado a él.

–En una fiesta de cumpleaños –respondió su ama de llaves.

–¿Se ha llevado a Chloe sin pedirme permiso? ¿Sin decírmelo?

Stephano sabía que podía confiar en Penny; pero sin saber por qué, no le hacía gracia que su hija le tomara demasiado cariño a la niñera.

–Estoy segura de que Chloe está bien –dijo Emily con calma–. Penny es una chica muy maja, y Chloe le ha tomado mucho cariño. Se ve que no está con ella como con algunas de las anteriores –terminó de decir la mujer con un resoplido de desaprobación.

–Lo sé, lo sé –concedió él–. Creo que no elegí muy bien antes. Aun así, Penny no tenía derecho a…

–Tampoco estabas aquí para preguntarte –le recordó Emily con sus modales habituales.

–¿Y dónde es esta fiesta? –quiso saber Stephano.

–En casa de su hermana. Es el cumpleaños de su sobrina.

–¿Tienes la dirección?

Emily asintió.

–Penny me la dejó por si acaso. También tengo el teléfono.

–Penny, alguien pregunta por ti.

Penny miró a su hermana extrañada.

–¿Quién es?

–El padre de Chloe –le informó Abbie en tono funesto.

Antes de que Abbie pudiera añadir nada más, la figura alta y esbelta de Stephano Lorenzetti apareció a la puerta.

–Por favor, Penny, me gustaría hablar contigo un momento.

Penny miró a su hermana y luego a Stephano.

–No esperaba que volviera de trabajar tan temprano.

–Está claro –respondió él en tono seco–. Ni tampoco se te ocurrió preguntar si quería o no que te llevaras a mi hija a la fiesta de cumpleaños de una desconocida, ¿verdad?

–No es una desconocida, es mi sobrina –respondió ella–. Y ésta es mi hermana.

Abbie arqueó las cejas.

–Encantada de conocerlo, señor Lorenzetti –pero evidentemente lo dijo sin ganas, y rápidamente se metió en la cocina.

–Sea o no la casa de tu hermana, me gustaría que cuando te lleves a mi hija a un sitio nuevo me lo comunicaras. He vuelto a casa para estar con ella, y me encuentro con que habéis desaparecido.

¡Para estar con Chloe! Penny lo dudaba mucho. Además, le dolió que no confiara en ella.

–No me enteré de que había una fiesta hasta que Abbie me llamó esta mañana. Fue una decisión impulsiva, y se me ocurrió que Chloe se lo pasaría bien… Apenas juega con niños de su edad.

Sólo de verlo se había puesto nerviosa otra vez, y Penny rezó para que no se le notaran los pezones tirantes bajo la tela de la camiseta.

–Podrías haberme llamado por teléfono –respondió él–. Tienes mi número.

–Me dejaste muy claro que sólo lo utilizara para una urgencia –alzó la cabeza, un poco dolida–. Una fiesta de cumpleaños no me parece una situación de emergencia.

Penny deseó que el corazón no le latiera tan deprisa; su reacción le hizo pensar que con ese hombre corría un serio peligro.

–Sea como sea, quiero saber lo que haces con Chloe. Me asusté al llegar a casa y no encontraros.

–Se lo dije a Emily.

–Sí, menos mal… ¿Por cierto, dónde está Chloe?

–¿Te la vas a llevar a casa? –le preguntó Penny con incredulidad–. Se lo está pasando de miedo. ¿Por qué no te quedas aquí con nosotros?

Lo dijo por decir, sabiendo muy bien que Stephano preferiría salir corriendo a quedarse con los niños. Penny no quiso que él notara su sorpresa y salió al jardín, donde había un grupo grande de niños dando vueltas, gritando y riendo.

Chloe estaba en medio del corro. Se la veía feliz y animada, y Stephano se sintió un poco culpable por entrar así. Su hija estaba bien allí. Debería haberlo sabido, haber confiado en Penny.

Y confiaba en ella. Sólo estaba frustrado. Había vuelto a casa temprano, porque Penny le había hecho sentirse culpable; pero también había tenido ganas de verla a ella, y al no encontrarla en casa, la decepción había sido doble.

Entonces se había presentado allí muy enfadado, y al ver lo contentos que estaban todos se había sentido ridículo. Aunque intentó disimularlo. Se quedó allí de pie y observó a los niños con seriedad; hasta que Chloe lo vio y fue corriendo a saludarlo.

–Papá, ven a jugar al escondite conmigo.

Pero Stephano no se imaginaba jugando al escondite con un montón de niños. Sacudió la cabeza con una sonrisa en los labios.

–He venido para llevarte a casa, Chloe.

A la niña le cambió la cara.

–¡Aún no, papi, por favor! ¡No me quiero ir, lo estoy pasando muy bien!

Y últimamente no lo había pasado bien; perder a una madre no era nada divertido. Así que Stephano suspiró, y cedió.

–Muy bien, nos quedamos un rato, pero sólo diez minutos más.

La niña se marchó corriendo muy contenta.

Cuando se dio la vuelta, Penny estaba ahí.

–Gracias –dijo ella en voz baja–, es la primera vez que veo a Chloe tan contenta.

–Echa de menos a su madre –dijo él.

Penny asintió.

–Nadie puede ocupar el lugar de una madre. Pero tú deberías aprender a relajarte más con tu hija; te sorprendería lo bien que lo puedes pasar.

–Creo que me lo pasaría mejor contigo, Penny –rugió en voz baja.

Penny sintió un latigazo de deseo y se ruborizó.

–Creí que eso lo habíamos dejado claro. No me prometiste que nunca…

–Sí –respondió sin dejarle terminar–. ¿Pero no son las promesas para romperlas? –añadió bajando el tono de voz.

El sonido de su voz le provocaba unos estremecimientos difíciles de contener; y Penny se angustió por tener que dominar su reacción instintiva.

Sería estúpido por su parte dejarse llevar, pero lo deseaba como no había deseado a nadie. Sabía que en ese momento no estaba utilizando la cabeza, sino el corazón.

–A lo mejor para ti sí, pero yo no lo creo así –dijo Penny mientras se atrevía a mirarlo a los ojos.

Cuando sus ojos oscuros la inmovilizaron, Penny deseó no haberlo mirado.

–No puedes negar que sientes algo por mí –anunció él en tono suave–. Incluso en este momento te gustaría que estuviéramos en algún lugar a solas, que nuestros cuerpos se fundieran de deseo, que pudieras…

Penny se tapó los oídos, con la esperanza de que nadie se fijara en ella.

–Me niego a seguir escuchando, Stephano. Cometí un error, pero no es probable que vuelva a hacerlo. Te ruego que te marches; dentro de un rato, volveré a casa con Chloe.

Todo aquello no tenía sentido. En ese momento, vio que su hermana la miraba y con la mirada le pidió ayuda. Abbie fue inmediatamente a donde estaban ellos.

–Stephano, tienes una hija maravillosa. Debes de estar orgulloso de ella.

Henchido de orgullo como lo habría estado cualquier padre, Stephano sonrió.

–Bueno, gracias… Abbie, ¿verdad? En realidad, es más labor de su madre que mía; pero, sí, Chloe es una niña estupenda.

–Y estoy segura de que Penny es de gran ayuda. Los niños se le dan de maravilla. Siempre ha dicho que quiere tener tres hijos por lo menos.

–¡Abbie! –exclamó Penny.

–Bueno, es cierto, ¿no?

–Sí, pero no quiero que lo sepa todo el mundo; en especial mi jefe. ¿Qué va a pensar de mí?

–Pues estoy pensando, señorita Keeling –empezó Stephano con una sonrisa cálida– que hay muchas cosas de ti que no sé, y que será un placer descubrir.

Penny miró a Stephano y luego a su hermana, y notó el gesto de sorpresa de ésta. Abbie no tardaría en interrogarla. En realidad, su hermana no dejaba de decirle que ya era hora de que se buscara a un hombre, y tal vez le diera por pensar que Stephano Lorenzetti pudiera ser el candidato ideal.

–No lo creo, señor Lorenzetti –declaró–. Prefiero que nuestra relación se ciña al plano profesional.

Él arqueó una ceja con gesto amenazador.

–Pues en esa capacidad, insisto en que traigas a Chloe a casa inmediatamente.

–No puedes hacer eso –protestó, cada vez más enfadada–. Se lo está pasando bien. ¿No te das cuenta?

La niña se escondió corriendo detrás de un arbusto, ajena a la conversación de los mayores.

–He dicho diez minutos, y ya han pasado –respondió con gesto obstinado–. ¡Chloe! –la llamó en voz alta, y su hija acudió de inmediato a su lado–. Nos marchamos –añadió en tono más suave.

Chloe miró a Penny.

–¿Tengo que irme?

La niña puso una cara de pena, como si se fuera a echar a llorar de un momento a otro. Pero Penny no podía contravenir los deseos del padre, por lo menos delante de la niña, de modo que asintió de mala gana, aunque se le partía el corazón de ver a Chloe así.

Cuando miró a su hermana, supo que ésta compartía la opinión de que Stephano era demasiado duro con Chloe.

–¿Te vienes tú también? –preguntó Stephano a Penny.

Penny dejó de pensar y se volvió hacia él.

–Si no te importa, me voy a quedar un rato con mi hermana para echarle una mano –dijo–; pero volveré para ocuparme de acostar a Chloe, estate tranquilo.

Stephano entrecerró los ojos, pero no dijo nada, y después de decir adiós se alejó con Chloe de la mano. La pequeña se volvió a mirarla y sonrió.

–Hasta pronto –dijo Chloe.

–Es un cretino, ¿no? –dijo Abbie en cuanto supo que el otro no podría oírla–. Sé que es magnífico en su negocio, y también es guapo y sexy, pero no sabe cómo tratar a su hija.

–No creo siquiera que sepa lo que acaba de hacer –suspiró Penny–. Es conmigo con quien está enfadado, y me imagino que me echará los perros cuando vuelva a la casa.

–Pero no puedes informarle de todo. Él te ha dejado al cargo de su hija, y debería permitirte tomar algunas decisiones. Si quieres que te sea sincera, no me gusta nada la actitud de tu jefe.

Penny no quería empezar a criticarlo, de modo que no dijo nada. Tenía un trabajo seguro y muy bien pagado, y no quería hablar de ello. Además, Abbie tenía la mala costumbre de repetir las conversaciones delante de otras amigas.

Cuando se marcharon todos los niños y Penny ayudó a Abbie a recoger, eran casi las siete de la carde.

Al llegar a casa, Stephano la estaba esperando.

–Empezaba a pensar que no volverías –le dijo en tono grave y sensual, excitándola al instante.

–Sería incapaz de olvidarme de Chloe –respondió con serenidad–, pero si me permites decirlo, creo que te has equivocado al llevártela esta tarde. Se lo estaba pasando tan bien; y no ha estado bien ni por ella, ni por la niña del cumpleaños.

–¿Ha dicho algo tu hermana?

–¡Pues claro que no! Pero es de mala educación. Y no es como si hubieras tenido que marcharte por una razón de peso. Sólo lo has hecho porque tú no te sentías cómodo allí.

–¿Ahora te has vuelto una experta en mis sentimientos? –preguntó Stephano en tono mordaz.

Ojala lo fuera, aunque ella preferiría especializarse en otra clase de sentimientos; en todas esas sensaciones que le harían vibrar y satisfarían sus deseos.

–No me atrevería a presumir tal cosa –respondió ella en tono seco–. Ahora, si me disculpas, voy a atender a Chloe. ¿Está en el cuarto de los juguetes?

En el ático había una habitación especialmente para que Chloe jugara, que haría las delicias de cualquier niño. Pero Chloe no era lo bastante mayor para pasar mucho rato jugando allí, y en opinión de Penny, había sido un gasto inútil.

–No, está en la cama.

Penny miró a Stephano muy sorprendida.

–¿La has acostado?

Él asintió.

–¿Y ya está dormida?

Penny no podía dar crédito, pero era un paso en la dirección adecuada, lo cual tal vez significara que Stephano la estaba escuchando.

–Creo que sí.

Penny quería comprobarlo, y subió corriendo al cuarto de la niña. Se asomó a la habitación y vio que la niña estaba muy quieta en la cama. Cuando fue a retirarse, oyó la vocecita de Chloe.

–Penny…

Se acercó rápidamente a la cama de la niña.

–¿Qué te pasa, cariño?

–Papi no me quiere.

Sus palabras le llegaron al corazón.

–Yo creo que sí, Chloe. ¿Por qué lo dices?

–Porque no me ha dejado quedarme en la fiesta. Y yo quería esperarte, pero él dijo que tenía que irme a dormir. No me quiere como me quería mamá; echo mucho de menos a mamá; quiero que me dé un abrazo hasta que me quede dormida.

Entonces se echó a llorar.

Penny se tumbó en el borde de la cama, acunó suavemente a la niña y le limpió las lágrimas con un pañuelo.

–Estoy segura de que tu papá te quiere mucho, cariño, y no quiere ser malo contigo. Él necesita que tú también lo ayudes, no te olvides que también él estará triste. Quería a tu madre tanto como tú.

–¿Entonces por qué no vivía con nosotros? –le preguntó Chloe con los ojos muy abiertos–. Yo no conocí a mi papá hasta que vino por mí, cuando murió mi mamá.

Tórrida pasión - Alma de fuego

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