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Capítulo 4

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PENNY se quedó estupefacta. No sabía que Stephano y su esposa se hubieran separado, o tal vez divorciado. Le habría gustado que él se lo hubiera contado.

Sin embargo, eso no justificaba el que no se hubiera ocupado de su hija. Tal vez Chloe quedara afectada para siempre por el rechazo de su padre, por esa falta de interés.

Sin duda Stephano Lorenzetti era un hombre cruel, insensible y despiadado, y ella pensaba decírselo.

Lo buscó por todas partes y finalmente lo encontró en su despacho. Stephano estaba muy relajado, con los pies encima de la mesa; pero sólo hasta que entró ella hecha un basilisco, lista para la batalla.

–¿Pasa algo? –preguntó él mientras bajaba los pies y se ponía de pie.

Penny plantó delante de él.

–Desde luego que pasa, señor Lorenzetti –aspiró hondo, con la intención de escoger bien sus palabras–. Chloe acaba de decirme algo que me ha sorprendido muchísimo.

–¿Chloe? –repitió, con los ojos muy abiertos–. Pensaba que estaba dormida.

–Entonces supongo que se haría la dormida –respondió Penny–. Aunque bien pensado no es posible que concilie bien el sueño si piensa que su papá no la quiere –Penny lo miró muy enfadada, solidarizándose con aquella pequeña que sólo quería el cariño de su padre–. Si Chloe no me necesitara, me marcharía ahora mismo.

Stephano se cruzó de brazos y la contempló unos momentos con mirada de advertencia.

–Yo en tu lugar tendría cuidado, señorita Keeling. Te estás pasando de la raya.

–Me da lo mismo –respondió ella, aunque por dentro estuviera muerta de miedo.

Stephano dio un paso hacia ella, pero Penny no se movió, y tampoco apartó la mirada de la suya. La colonia de su jefe invadió sus sentidos, e irremediablemente recordó el beso que…

¡No! ¡No quería que se acercara tanto!

–Dime, entonces, qué te ha dicho Chloe que te ha enfadado tanto –susurró Stephano con su marcado acento italiano, listo para la batalla también.

Sin embargo, para Penny él no tenía defensa alguna; porque dejar abandonado a un niño era algo inexcusable.

–¿Por qué quisiste hacerme creer que tú y tu esposa seguíais viviendo juntos cuando ella murió?

Su pregunta lo tomó por sorpresa, pero Stephano echó la cabeza hacia atrás y entrecerró los ojos.

–¿Eso pensaste? No creo haber implicado eso nunca, Penny. De todos modos, mi vida privada no es asunto tuyo… ¡Tú trabajas para mí! –añadió en tono más frío e imperioso que antes.

–Me has escogido para que cuide de tu hija –declaró ella con convencimiento–, y si ella está disgustada, mi labor es intentar aclararlo.

–¿Chloe está disgustada? –preguntó con sorpresa, pasando de la rabia a la sorpresa, incluso tal vez a la preocupación.

–Me parece lo más lógico, sobre todo teniendo en cuenta que ella cree que su padre no la quiere.

–¿Eso ha dicho?

Penny asintió, un poco menos enfadada.

–¿Y tú la crees?

–Lo que yo crea no importa; importa lo que sienta Chloe, y es lo que ella siente. ¿Y cómo no va a sentirlo si su padre no ha ido nunca a verla hasta que murió su madre?

–No tienes ni idea de lo que dices –soltó él en tono enfadado.

Penny observó la tensión en su cuerpo y en su cara, y se dijo que debía tener cuidado con lo que le decía.

–Entonces cuéntamelo –le exigió–. Dime exactamente por qué Chloe dice que no sabía nada de ti hasta que murió su madre.

Siguió un silencio prolongado, que a Penny se le hizo eterno.

–Porque mi esposa nunca me dijo que tenía una hija.

Se le veía tan dolido, que Penny no pudo ignorar su expresión.

–Cuando me dejó estaba embarazada, pero debía de estar de muy poco tiempo, porque yo no tenía ni idea; y como te he dicho, ella no me dijo nada. Luego ya no volvió a ponerse en contacto conmigo, ya que el divorcio lo hicimos a través de nuestros abogados. Fue muy egoísta por su parte ocultarme la existencia de mi propia hija.

Penny se quedó sin palabras, muy afectada por la noticia. ¿Cómo podía una mujer ocultar la existencia de un hijo a su padre? Se le encogió el corazón de pena por haberle hablado de esa manera, y se sintió muy culpable.

–Lo siento. Sé que no servirá de nada, pero es la verdad. Lo siento mucho.

Y sin pensarlo se acercó a él y lo miró a la cara.

–De verdad…

Stephano la abrazó impulsivamente con un quejido de pesar. Penny levantó la cara y lo miró a los ojos, unos ojos donde se reflejaba la turbación de su alma; y cuando se inclinó sobre ella, cuando tomó sus labios y su boca, lo hizo tan ardientemente que Penny entendió que deseaba librarse de aquellos pensamientos aciagos.

Penny dejó que el beso embriagara sus sentidos y también lo besó, con el deseo intenso de ser amada. Casi como si él le hubiera leído el pensamiento, le susurró al oído:

–Penny, duerme esta noche conmigo.

Penny sabía que no la amaba, que sólo quería perderse en su cuerpo; claro que ella también deseaba lo mismo. Sabía que era una auténtica locura, que ella no quería liarse con nadie de ese modo. Pero también sabía que aquello no desembocaría en una relación seria; que sólo sería una noche de pasión. ¿Qué daño podía hacerle?

Pero mientras le daba vueltas a la cabeza, Penny le respondió con un beso tan ardiente que hasta ella misma se sorprendió. Porque ella nunca había hecho nada tan impulsivo en su vida.

Al instante, Stephano la tomó en brazos, la apretó contra su cuerpo y la llevó arriba con agilidad, como si no pesara más que su hija.

Penny sintió los latidos de sus corazones. Stephano era el hombre más viril que había conocido jamás, y el aroma de su piel era tan intenso y sensual que resultaba mareante.

Cuando la puerta de su dormitorio se cerró con suavidad a sus espaldas, Stephano relajó los brazos y la bajó muy despacio, dejando que se deslizara sobre su cuerpo fuerte y caliente; centímetro a centímetro, asegurándose de que ella notara lo mucho que la deseaba.

Su erección era colosal, magnífica, imposible de ignorar. La fiereza y fuerza de su persona la aturdía y excitaba como nada, privándola totalmente del raciocinio; de tal modo que se apretó contra su cuerpo y le echó los brazos al cuello para que él besara sus labios, sedientos y receptivos.

Fue un beso fiero, ardiente; intensamente erótico. La lengua de Stephano invadía su boca, la acariciaba y la incitaba, provocando en ella una respuesta aún más salvaje.

Penny le agarró la cabeza y enroscó con los dedos su pelo negro, mientras él la transportaba a un lugar donde nunca había estado, a un lugar donde nada salvo Stephano tenía sentido.

Todo era tan fuerte: sus besos, el placer de sus caricias, su aroma; un aroma tan intenso que embriagaba más que el alcohol.

Estaba ebria de deseo; un deseo real, un deseo que rugía en su cuerpo con la fuerza de un ciclón. Quería agarrarse a Stephano por si esa energía le hacía flaquear.

Penny no sabría decir cómo pasó, pero de pronto se estaban devorando el uno al otro. Momentos después estaban en la cama, ella totalmente desnuda ya.

Stephano también lo estaba. Tenía la piel aceitunada, en contraste con la suya, pálida; el torso bien formado, y unos muslos fuertes potentes.

Sin dejar de mirarla a los ojos, Stephano empezó a explorar su cuerpo con sus dedos ágiles de un modo tan sensual que Penny se dijo que no aguantaría mucho rato así. Ella había pensado que la tomaría con pericia y rapidez, saltándose los preliminares; pero se había equivocado totalmente. Trazó con ternura el contorno de sus cejas, la simpática línea de su nariz y la delicada curva de las orejas.

Cuando llegó a sus labios, ella gritaba con silencioso deseo, y lamió sus dedos con anhelo, mientras ella también le tocaba la cara. Stephano era un hombre orgulloso, un hombre tremendamente apuesto; y también arrogante y hábil; pero en ese momento, dependía de ella.

Él la necesitaba. Quería que olvidara sus malos recuerdos, quería perderse en ella, junto a ella, con ella… Y ella… Y ella no podía sino complacerlo.

Stephano sabía que lo que estaba haciendo era arriesgado, que no quería tener una relación, y menos con la niñera de su hija; pero al mismo tiempo sentía la necesidad de librarse del tormento que encerraba su alma.

Su propia hija creía que él no la amaba, y eso le había parecido horrible. Al día siguiente se ocuparía de eso; pero de momento sólo quería sumergirse en las profundidades del placer. Y mientras Penny supiera lo que sentía él, mientras no esperara más de él, ella sería el antídoto perfecto.

–Sabes lo que haces, ¿verdad? –le preguntó en tono sensual, sin separar apenas los labios de los de ella, al tiempo que jadeaba con anhelo.

Bebió de sus labios el néctar más exquisito, que fue para él un afrodisíaco del que no podía saciarse. En ese momento comprendió que con ella no bastaría con una vez.

Era una situación peligrosa, suicida, y se dijo que tal vez debería retirarse ya, mientras estuviera a tiempo.

–Lo sé, Stephano, pero no puedo evitarlo. También te deseo.

Con un gemido ronco, él reclamó su boca y la besó con tanto ardor que su dolor, su tensión y su malestar empezaron a ceder de nuevo.

Penny sintió el cambio en él, como si de pronto Stephano se hubiera liberado de sus tensiones, como si hubiera dejado atrás sus dudas. Y si él se sentía libre, ella también.

Se abandonó a sus besos, que devolvió con avidez, y cuando él se retiró un poco para explorar la dulce curva de su cuello, Penny apoyó la cabeza suavemente sobre la almohada y volvió a acariciarle el pelo con sensual abandono, mientras se acostumbrada a su tacto, a su calor, a su forma.

Pero cuando él empezó a acariciar sus pechos con los dedos, la lengua y los labios, y agasajó dulcemente los pezones firmes, ella se olvidó de su pelo y apoyó las manos a los lados, jadeando sin consuelo.

–¡Oh, Stephano!

Al oír su voz, él hizo una pausa y levantó la cabeza.

–¿No te gusta?

–¿Que si no me gusta? ¡Me encanta!

Stephano era un amante experto que sabía cómo volverla loca, cómo hacer para que se retorciera de placer, para que también ella lo acariciara, para que deslizara los dedos por su piel firme y caliente, sintiendo la fuerza de sus músculos, incluso la palpitante fuerza de su miembro caliente.

Cuando continuó explorando un poco más abajo, buscando el corazón caliente y mojado entre sus piernas, Penny apenas podía respirar.

Cerró los ojos, moviendo la cabeza de un lado al otro, tan sólo consciente de que Stephano controlaba todo su cuerpo, instruyéndolo para que obedeciera sus órdenes, para inflamarlo con sus caricias, para que sintiera una explosión de sensaciones como no había sentido jamás.

Penny ya no estaba segura de ser ella la protagonista inmersa en aquella oleada de sensaciones; a ella nunca le pasaban esas cosas, y se dijo que o bien estaba soñando, o imaginándoselo.

Además, Penny Keeling nunca se habría metido en un lío como aquél, porque para empezar no le iban las aventuras amorosas de esa naturaleza. Con una relación fracasada había tenido suficiente; y ella era cuidadosa, sensata, equilibrada…

Pero deseaba tanto que Stephano le hiciera el amor, que no podía seguir engañándose. De todos modos, si él no la tomaba de inmediato, si no saciaba aquella necesidad que estaba a punto de estallar, ella tomaría la iniciativa y se echaría encima de él.

–¿Estás lista?

¿Le habría leído el pensamiento?

Penny asintió, sin darse cuenta en principio de que él estaba muy ocupado investigando otras partes interesantes de su anatomía.

–Sí… –fue el gemido desfallecido que le dio como respuesta.

Stephano se retiró un momento, se puso un preservativo y momentos después estaba dentro de ella. Al principio lo hizo muy despacio, hasta que notó que estaba totalmente relajada.

Lo que pasó después fue un torbellino de sensaciones, jadeos, cuerpos que se bamboleaban y giraban, gemidos entrecortados y caricias ardientes; hasta que les sobrevino una explosión que los transportó a la cima, empapando sus cuerpos en sudor, mientras sus corazones latían con tanta fuerza que parecía como si fueran a salírseles del pecho.

Durante la noche, Stephano le hizo el amor otra vez, y otra después. Era un hombre que descargaba su tensión de ese modo; claro que a Penny no le importó en absoluto. Aquélla era una experiencia nueva para ella, ya que jamás le habían hecho el amor de un modo tan maravilloso; y nadie había atendido a sus necesidades como lo había hecho Stephano.

El hombre que le había parecido tan cruel hacia su hija, resultaba ser un amante de ensueño.

Pero cuando se despertó a la mañana siguiente, él ya no estaba en la cama. Penny pensó en todo lo que había pasado y se sintió culpable. Sintió mucha vergüenza sólo de pensar que se había entregado a Stephano y se había dejado utilizar a placer. Le había dado a entender que era suya para cuando quisiera tomarla.

Se le revolvió el estómago de lo nerviosa que se estaba poniendo, de la humillación que de pronto la golpeó de frente.

Había sido una estúpida. ¿Cómo podía volver a mirarlo a la cara? Tal vez sería mejor marcharse antes de que acostarse con su jefe fuera se convirtiera en la norma. Salvo que su deber era cuidar de Chloe. Ella no podía marcharse y someter a la niña a una nueva sucesión de niñeras, ya que ninguna aguantaba durante mucho tiempo la prolongada jornada laboral que exigía Stephano.

Salió del dormitorio de su jefe diciéndose que aquello no volvería a ocurrir. De camino a su habitación, se asomó a la de Chloe, pero vio que la niña ya no estaba en la cama.

Esperaba que estuviera con su padre. Después de lo que le había dicho a él el día anterior, estaba segura de que habría querido hablar con Chloe para quitarle de la cabeza que él no la quería.

Después de ducharse y vestirse en un tiempo récord, Penny fue en busca de Chloe. La niña estaba en la cocina con Emily, pero no vio a Stephano.

–El señor Lorenzetti se ha marchado a trabajar –le informó el ama de llaves.

–¿Has visto a papá antes de marcharse? –le preguntó Penny a Chloe.

Apenas pudo creerlo al ver que la niña negaba con la cabeza, con la mirada triste y decepcionada.

Penny la abrazó.

–Está tan ocupado, que supongo que no te despertaría. ¿Qué vas a desayunar?

Durante todo el día Penny se sintió disgustada con Stephano; no sólo porque había ignorado a su hija, sino porque ella se sentía ridícula. Él la había utilizado, y ella lo odiaba por ello. Pero si era sincera tenía que reconocer que ella lo había deseado tanto como él a ella, y que se había entregado a él voluntariamente.

Al ver que Stephano no regresaba a casa temprano para estar con Chloe, la rabia de Penny fue en aumento. Eran casi las diez cuando oyó su coche en el camino.

Ella se había sentado en silencio, no había encendido la tele, ni tampoco la música; porque estaba esperándolo para atacarlo en cuanto entrara por la puerta.

Conocía su rutina. Dejaría el maletín en el despacho, colgaría la chaqueta en el respaldo de alguna silla y después iría al salón pequeño, donde se serviría un whisky para relajarse un rato en su sillón favorito.

Stephano parecía muy cansado cuando entró en la habitación, pero eso a Penny no le importó. Se levantó del asiento de la ventana y se volvió hacia él.

–Penny… –Stephano sonrió al verla–. Estabas tan dormida esta mañana que no quise despertarte… He tenido un día horrible… –se pasó la mano por la cabeza, se aflojó la corbata y se la quitó y se quitó también los gemelos–. ¿Y tú? ¿Qué tal has pasado el día? –se acercó a ella, como si fuera a darle un abrazo–. ¿Y Chloe? ¿Está en la cama? Quería…

–¿Qué querías? –empezó Penny, incapaz de contener la rabia.

–Pues verla antes de que se acostara, claro está –frunció el ceño mientras detenía de pronto sus pasos, consciente de que las cosas no podían ser como él había esperado que fueran.

Seguramente, se decía Penny, Stephano querría continuar donde lo habían dejado la noche anterior; pero si ése era el caso, se llevaría una verdadera sorpresa.

–Es muy noble por tu parte –le soltó con fastidio–, pero ya lleva horas en la cama. ¿No sabes acaso qué hora es? Esta mañana no habría pasado nada si hubieras llegado a trabajar un poco más tarde y hubieras hablado con ella antes de que se fuera al colegio. ¿Es que no te importa que tu hija piense que no la quieres?

–Pues claro que me importa.

Parecía confuso, como si no hubiera esperado aquella crítica.

–A mí no me lo parece –opinó Penny con rabia–. Tú con buscar a alguien que se ocupe de ella, te quedas tranquilo. No eres un padre, tan sólo un proveedor.

Stephano la miró con expresión ceñuda, visiblemente disgustado.

–¿Cómo te atreves a hablarme así? Tú no tienes ni idea de lo que estoy pasando en este momento.

Penny arqueó una ceja de manera muy expresiva.

–Tal vez no, pero sé lo que Chloe está pasando, y que ella te necesita más de lo que te necesita tu negocio.

Stephano la condenó con la mirada; toda la pasión y el placer que había reflejado la noche anterior se había desvanecido, dejando en su lugar la expresión fría y severa de un hombre a quien no le gustaba que la niñera de su hija lo llamara al orden.

Stephano le echó otra mirada antes de cruzar la sala y servirse una copa; dio un buen trago antes de dirigirse a ella de nuevo.

–Me cuesta creer que seas la misma mujer con quien me acosté anoche.

Un par de ojos casi negros se fijaron en los suyos, y Penny ignoró la leve pero insistente sensación que empezaba a invadirla.

–Eso es porque no soy la misma mujer –respondió–. Esa mujer fue una tonta que cedió al chantaje emocional. Esa mujer te vio dolido, y quiso ayudarte a sobrellevar tu dolor. Pero esta mujer –se llevó la mano al corazón– ha visto tu otra cara. La que no se preocupa por los demás. La del adicto al trabajo. La del hombre que le da más importancia al trabajo que a la familia. Estoy segura de que coincidirás conmigo en que no es una situación muy agradable.

Tórrida pasión - Alma de fuego

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