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Uno

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Shadow

El plan no cambiaba porque fuéramos prisioneros.

No estamos hechos para estar en un solo lugar tanto tiempo. Los lobos necesitan moverse. Cazar. Ryker, el bastardo que nos había capturado, lo sabía, y lo había preparado todo para que solo pudiéramos cazarnos entre nosotros. Encadenados, hambrientos y revolcándonos en nuestra propia porquería.

Lo peor de todo era que habíamos caído en la trampa de uno de los nuestros.

Ya teníamos a los hermanos Lowe a la vista cuando nos atraparon. Queríamos asustarlos para que se alejaran de la granja de Ryker y evitar una guerra de clanes. Poco sabíamos de las atrocidades que ocurrían ahí dentro. Acabamos todos peleando para sobrevivir.

Si hubieran pillado a los Lowe con el ganado de Ryker, habría empezado una contienda entre manadas. Estábamos a escasos minutos de evitarlo cuando nos atraparon.

Un rayo de luna iluminó la puerta abierta. El sordo rugido de la multitud se elevó con la llegada del viejo. No me sorprendió. Nada en la granja Ryker ocurría por accidente.

—Muy bien, bestias, voy a subir la apuesta este mes. —Ryker curvó sus labios ennegrecidos del tabaco en una sonrisa horrible—. El que gane será libre.

Incluso en su forma humana, era tan flaco como nosotros, la maldad lo consumía. Lo único que quedaba de él era carne, hueso y un corazón oscuro. Ni rastro de alma. Ryker nos llevaba todas las ventajas. Conocía nuestros secretos y tradiciones. Sabía cómo mantenernos débiles. La luna tampoco nos ayudaba, porque confiábamos en su poder para revitalizarnos. Cada mes Ryker nos mataba de hambre, nos golpeaba y nos mantenía en completa oscuridad cuando debíamos estar disfrutando de la belleza de la luna. Evitaba que pudiéramos volver a transformarnos en hombres furiosos.

Mis hermanos y yo nos miramos, con cautela. Y después a los Lowe. Nunca estuvimos de acuerdo con ellos, pero estábamos en las mismas. La promesa de Ryker tendría alguna trampa.

Ryker tiró la comida al suelo. Los hermanos Lowe se lo pelearon, hace tiempo que su orgullo dejó lugar a la necesidad de sobrevivir. La expectativa hizo rugir mi estómago. Sonaron gruñidos al otro lado del redil. Probablemente lo habían hecho para cerdos, y no teníamos espacio ni para darnos la vuelta sin golpear otro cuerpo. Aunque quisiéramos, las cadenas eran demasiado cortas. No había forma de escapar de los pensamientos de nadie, especialmente de los míos.

El viejo granjero se rio cuando nos acercó la bolsa. Mi hermano Baron mordió el saco. Por ello fue recompensado con una bota en la cara. Cayó algo de comida por la arpillera desgarrada.

—¿Te pones codicioso? Eso es todo lo os daré por salvajes.

Bien. Estaríamos hambrientos para la lucha.

—¿A quién mandamos? —preguntó mi hermano Dallas cuando Ryker se fue, con la mirada puesta en mí. Mis hermanos esperaban que yo tuviera respuestas, pero era imposible pensar con la cadena apretándome la piel del cuello. La ira y el hambre se adueñaban de mi cuerpo. Cuanto más miraba a mis hermanos, menos pensaba que podía salvarlos. No debía mostrar debilidad, especialmente con los hermanos Lowe tan cerca que la podrían oler. Nos llamaban débiles desde hace años. Nos machacarían entre lo que quedaba de sus dientes si tuvieran oportunidad.

Dallas bajó la voz para que solo nosotros cuatro pudiéramos oírlo:

—¿Vamos con velocidad o con fuerza?

Él quería que dijera velocidad. Hacía un mes que Ryker lo había emparejado con Xavier, y fue la pata de X en la garganta de Dallas la que convocó la pelea. X no había dejado de hablar de eso en todo el mes. Los dos estaban en carne viva, ensangrentados y medio muertos cuando los metieron de nuevo en el redil, encadenados, por lo que curarse bien sería un milagro. No lo llamaría exactamente una victoria, pero la venganza sería muy dulce.

Golpeé a Dallas. Todavía me dolía la pata de la pelea de la noche anterior por la comida. Ryker había arrojado pollos al corral, y la oportunidad de probar carne de verdad nos hizo babear y enseñarnos los dientes unos a otros, hermanos o no. Ryker nos trataba como ganado, planeaba sacrificarnos de otra manera.

—No importa una mierda lo que hagas —dijo Xavier, no, Major, desde el otro lado del corral. Xavier sabía que no debía hablar por su hermano—. Cada uno de nosotros por separado te puede joder.

Major había entrenado a sus hermanos para ser sanguinarios, para tomar lo que necesitaban y no mirar atrás. Buscar y destruir. Era una filosofía bastante buena, y extendida entre los hombres lobo en Sawtooth Forest.

Los Channing siempre habíamos mantenido el orden en el bosque. Durante generaciones, nuestra familia había sido la encargada de mantener la paz. Nosotros cazamos y matamos, pero no destruimos. Esta mentalidad no nos hizo populares en el clan de Sawtooth, pero daba igual lo que pensaran si estábamos muertos.

No solo nos matábamos entre nosotros, además ocultábamos nuestra verdadera naturaleza a los humanos de Granger Falls. Los hombres lobo no eran más que leyendas para ellos. Pero la estocada definitiva era que no podíamos aparearnos. Nuestras lobas habían sido vendidas al mejor postor. Y nosotros habíamos sido condenados a morir solos y olvidados.

Si alguna vez saliéramos de ahí, me aseguraría de que tuviéramos algo por lo que luchar.

—Yo me encargo de Major —gruñí, tirando de la cadena para acercarme lo más posible al alfa de los Lowe. En los últimos seis meses había conseguido hartarme con su bocaza. Disfrutaría partiéndosela—. Lucha a muerte.

Me había rebajado a su nivel, pero un tiempo en el infierno provocaba eso incluso en el lobo más fuerte.

No se puede razonar con nadie en una pelea de perros.

Archer me empujó con el hocico en la cadera.

—Quiero enfrentarme a él. —Mi hermano menor se había tomado mi nombre, Shadow1, en serio y se convirtió en la mía en cuanto tuvo edad para alejarse de nuestra madre.

Major rugió de risa, tenía la piel rosada y despellejada donde las cadenas habían descarnado su pelaje. Podíamos entendernos cuando hablábamos como lobos, aunque un humano solo escucharía ladridos y gruñidos.

Miré a Archer. Estaba débil, no había forma de ocultarlo. Nunca había sido un lastre, hasta que nos capturaron.

—Si pierdes, Shadow, tu pequeño cachorro será mío. Lo haré un hombre. Alguien tiene que hacerlo. No tengo tiempo para chorradas de críos —gruñó Major.

—Nunca irá contigo. —Me puse hocico contra hocico con mi némesis de toda la vida. Los bordes de su nariz estaban secos y su amenaza era en vano. Mis hermanos estaban inquietos detrás de mí. Si me daba la vuelta, los Lowe sabrían que mi familia dudaba de mí—. No planeo perder.

—Yo tampoco. —Un lado de su labio se torció en una sonrisa feroz—. Archie será mi esclavo. Puedes irte al infierno con eso en la conciencia.

Después de unas cuantas rondas más de gruñidos y bufidos, Major y yo nos retiramos a nuestros lados del redil. De haber tenido la oportunidad, lo habríamos resuelto ahí mismo. El cabrón de Ryker se había asegurado de que nuestras cadenas fueran demasiado cortas para poder hacernos daño. Quería dejar esa rabia reprimida para los que pagaban por verla.

El dinero de la entrada les valdría la pena aquella noche.

—Comed —les dije a mis hermanos, mientras la comida se me atascaba en la garganta seca.

—¿Esta mierda? —dijo Dallas, pateándola—. Apenas es comida.

—No es broma, hermano. Necesitamos estar preparados.

—¿Me dejarás entrar? —Los ojos de Archer se abrieron de par en par—. Quiero enfrentarme a él.

Empujé más comida hacia él. Estuve muy ocupado devorando pollo la noche anterior para fijarme en si Archer tenía algo más que plumas pegadas a la lengua. Al final comió el último, y yo me avergoncé de no haberlo cuidado mejor, quedando tan poco para las peleas.

—No —dije—. Esta es mi pelea.

—¿Y qué plan tienes si Ryker de verdad te deja salir de aquí, Shadow? —preguntó Baron en voz baja, para que los Lowe no lo escucharan. Ya aprendimos hacía mucho que solo podíamos confiar el uno en el otro.

Miré a Major y respondí en alto para que me oyera:

—Acabar con ese cabrón.


Podíamos estar demacrados y humillados, pero nadie nos tomaría por mansos o dóciles cuando el bárbaro mozo de Ryker nos llevara al ring. Nuestras cabezas estaban bien altas, no había nada que esconder. Incluso encadenados éramos más fuertes que esos granujas.

Y tan cerca de la libertad.

Olía a cerveza, hierba y sudor. Ese era el público que había pagado para ver nuestra muerte. Pero no me importaba. Había soñado con ese momento desde que Ryker y sus gorilas nos dispararon tranquilizantes y nos esclavizaron.

Y Ryker se aprovechaba de eso en su particular ring de gladiadores.

Sangre y malas decisiones eran lo que llenaba las gradas cada mes. No había dos peleas iguales. En los últimos seis meses, nos habían condicionado para ponernos siempre en el peor de los casos.

Ryker nos examinó a los siete.

—Tú. —Tiró de la cadena de Shea. Joder, Shea no tenía coto ni conciencia. Era un psicópata sediento de sangre desde que éramos niños. Major tenía que refrenar a su hermano. En la manada solo había espacio para un alfa.

No me importaba con cuál de ellos luchar, pero esa noche parecía que los contrincantes ya estaban elegidos. Ryker odiaba las peleas equilibradas. La multitud había hecho sus apuestas y Ryker quería proteger el dinero de la casa.

—Y tú.

Nuestras cadenas se enredaron, y los cuatro derrapamos hacia adelante. Ryker suspiró, quitando del medio a uno de sus matones para poder desenredar las cadenas tirando bruscamente de ellas. Todos perdimos el equilibrio cuando las cadenas se soltaron. Un tirón más dejó claro a quién quería.

Archer.

—¡No! —Me lancé hacia Ryker, que respondió dándome una patada en las costillas. El viejo se puso nervioso cuando me agarré a su tobillo. Mi cuello chasqueó cuando liberó su pierna, sangrando, y me pateó la cabeza. Su matón no hizo fuerza suficiente para romperme nada, solo me sujetó para que Ryker me diera una última patada en el estómago.

Archer se negó a moverse, escarbando en la tierra y mirándonos a mis hermanos Baron, Dallas y a mí.

—Déjalo para el ring —le dije.

El dolor de esos ojos azules me perseguiría para siempre.

Ryker arrastró a Archie por el suelo de tierra, y yo le asentí con la cabeza. Seis meses en cautiverio me habían dejado débil, pero aun así le daría a mi hermano todo lo que tuviera.

Archer entendió. Levantó las patas y la cola, brincando con todo el orgullo que un lobo vencido podía mantener con Ryker.

Los mozos nos llevaron al lado del ring. La multitud rugía, y cada mes me decepcionaba ver tantas caras familiares reunidas para vernos pelear. Cuando estábamos en nuestras formas humanas, llamábamos a algunos de ellos «amigos».

—Lo siento, chico —dijo Major cuando los matones nos colocaron en nuestro sitio a un lado del ring—. Archer no se merece esto. Shea no va a tener piedad. Quiere su libertad.

Forcejeé contra la cadena. Si tuviera más fuerza, la habría roto.

—No lo respetaría si no lo diera todo.

Su Lobo Cautivo

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