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Cuatro

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Trina

Ya les había fallado a esos perros. Uno estaba desaparecido y otro muerto.

—No te castigues por esto, Trina —dijo Kiera en voz baja—. No tenemos ni idea de en qué condiciones estaba ese perro antes de esta noche.

Los demás perros engulleron tazones enormes de comida. Volvería en un par de semanas para devolvérsela, ya me las apañaría. Siempre acababa haciéndolo. Mi norma era no hablar mal delante de los animales. Había quien me decía que estaba loca por pensar que podían entendernos. Pero yo nunca quise que la gente se rindiera conmigo cuando pasé por mi peor momento. Doctores y enfermeras decían cosas negativas sobre mi pronóstico, pensando que estaba vegetal. Incluso en el más profundo y oscuro agujero negro, donde no podía hacer nada al respecto, lo entendía. Y nunca cometería ese error con mis animales. Cualquier criatura con ojos y corazón podía captar las malas vibraciones.

—Tienes razón. —Me enjugué las mejillas con el dorso de la mano—. Pero aun así, menuda mierda. Salvamos a estos perros… Ojalá hubiéramos podido entrar antes, pero Randy dijo que necesitaba pruebas de las peleas.

—Acabo de recibir un mensaje de Control de Ganado. Dicen que los grandes estaban en buena forma. Todavía los están revisando. Las gallinas no tenían tanta suerte, demasiadas por jaula, pero creen que las pueden salvar. —Kiera dejó el teléfono—. Lo has hecho bien, T. De verdad.

No lo suficiente.

—Les ayudaremos a colocar los animales cuando estén listos para su nuevo hogar. —Estaba cabreada por lo de las gallinas. Los pájaros eran mis favoritos, y siempre los trataban fatal.

—Lys, ¿cómo van con la comida?

—Ya no queda. —Bostezó. Les dije que nos llevaría toda la noche, pero eran nuevas en el mundo del rescate de animales. Habían venido a trabajar al refugio como parte de su rehabilitación. Todas habíamos pasado por cosas jodidas, y acabamos en el mismo centro, CTAE, el Centro de Terapia para Ansiedad y Estrés, por ataques de pánico y trastornos relacionados. Nada funcionaba conmigo, y caí en una espiral destructiva sin escapatoria aparente, hasta que alguien me sugirió que fuera voluntaria en un refugio. Cuando los médicos vieron la paz que me producía estar con animales, trabajamos conjuntamente para crear un programa. Con suerte, los animales podían ayudar a otras mujeres a curarse como me ayudaron a mí.

Nadie se daba cuenta de lo difícil que era trabajar en un refugio. Las condiciones en que los animales nos llegaban, la falta de fondos, los que no encontraban hogar… todo eso afectaba hasta a los voluntarios más fuertes con el tiempo. Acudí a muchas personas. Forever Home era un refugio sin matadero, lo que significaba que si no había sitio para los animales, no podíamos llevárnoslos. Tenía pesadillas con los que había tenido que rechazar. Pero tenía que concentrarme en el bien que hacíamos desde Forever Home. Si me obsesionaba con lo malo que implicaba, todo el progreso que había conseguido podría desvanecerse. El refugio me daba un propósito. Esos animales necesitaban que yo mantuviera la compostura.

Hasta entonces, Kiera y Lyssie siempre habían trabajado bien. Esperaba que lo de aquella noche fuera lo más traumático que tuvieran que ver, pero aprendí hace mucho tiempo a nunca decir nunca. Ellas me preocupaban esa noche, pero fueron capaces de sobreponerse, sacar a los perros del ring y llevarlos al refugio. Por desgracia, tenía suficiente experiencia con los traumas para saber que había una especie de interruptor. Instinto de supervivencia. Y sus secuelas no siempre aparecían de inmediato.

—¿Listas para bañarlos? —pregunté. Las chicas asintieron, remangándose mientras me seguían al área común. Esa sería la verdadera prueba, cuando se acercaran a los perros y vieran realmente lo que les había pasado. Era imposible saber lo que encontraríamos debajo de ese pelaje enmarañado.

Kiera abrió la manguera y Lyssie se arrodilló, instando a dos de los perros a acercarse a las cubetas mientras se llenaban de agua caliente. Solo podíamos lavarlos de dos en dos.

Me arrodillé al lado del balde y ayudé al primer perro a entrar en el agua. Saltó, evitando usar una pata coja. Sus cabezas estaban inclinadas, pero eran confiados y agradecidos. Esperaba que tuvieran miedo y que posiblemente ofrecieran resistencia. No sabía cuánto tiempo habían vivido entre aquellas peleas. Querrían algo mejor. Pensé que eran huskies, pero de cerca parecían estar cruzados con alguna especie de pastor. Incluso medio muertos de hambre, eran grandes. Ya habían surgido del grupo dos líderes claros. Más grandes y seguros que los demás, fueron los primeros en moverse, como si hubieran decidido que podían confiar en Lyssie. Los otros iban en fila detrás de ellos.

El de ojos azules se separó de la manada y se vino directo hacia mí, dándome grandes y cariñosos lametazos. Consiguió hacerme reír en aquella noche terrible. Le froté las orejas, con cuidado de no ser demasiado brusca. Sus ojos seguían cada uno de mis movimientos. Aunque respetuosamente, me perseguían. Algo en ellos era demasiado humano.

El perro se metió en la bañera, temblando.

—No pasa nada, esto te va a sentar genial —le aseguré mientras cogía la manguera.

Gimió cuando el agua tibia alcanzó su cuerpo. Lo enjaboné suavemente, sin aplicar demasiada presión. La veterinaria no podía venir hasta la mañana siguiente y no quería agravar ninguna lesión. Con delicadeza, desenredé los nudos de su pelaje. Durante el baño, se presionaba contra mi cuerpo todo lo que podía. Incluso después de todo lo que le había pasado, todavía era capaz de confiar. Quería mi amor.

Esperaba Ryker estuviera en el suelo de una celda con el pie de Randy pisándole las pelotas. Ese tipo era un imbécil al que no le daría ni la hora. ¿Por qué me sorprendía que pudiera hacer algo así?

Por eso me gustaban los animales mucho más que las personas. Su amor era incondicional y siempre estaban dispuestos a correr el riesgo.

Lyssie me sustituyó para que pudiera examinar la piel de los perros ahora que los habíamos lavado. Tenían laceraciones de las cadenas y marcas de mordeduras. No vi signos de infección. Ya con el pelaje limpio, se podían apreciar los matices de marrón a gris y negro con rayas blancas, más oscuro en algunos lugares. Los de ojos marrones tenían un pelaje rojizo. Todos ellos tenían una mirada que me helaba el alma. Habían visto tanto.

El primer perro no se separaba de mí. Le quité la toalla y se apoyó en mí después de sacudirse enérgicamente. No asustado, sino territorial.

—Seguro que te ha sentado muy bien. —Le di un golpecito en la nariz, sabiendo en el fondo que lo iba acoger en mi casa. No puedes quedártelos todos, me recordé. Necesitas encontrarle un hogar.

—¿Crees que estarán bien para pasar la noche? ¿Hay algo más que podamos hacer? —preguntó Kiera. Estábamos empapadas, sucias y exhaustas. Todavía teníamos que ocuparnos de los animales residentes, la Mayoría de los cuales se habían despertado con nuestra irrupción nocturna. Con suerte todos dormirían hasta tarde al día siguiente.

—Marchaos a casa. Os veo mañana.

Llevamos a los perros a las jaulas. Cada uno tenía una manta, comida y agua.

—¿Te vas? —preguntó Lyssie.

—No. Voy a echarme en el sofá. —Mi nuevo amigo no se separaba de mí. Se acurrucó en la alfombra frente al sofá, acomodándose con un suspiro. No bajó la cabeza de inmediato.

Quería protegerme.

—Tú deberías irte a casa también, Trina —dijo Kiera, en un último intento para que me fuera.

Me agaché y le di una palmadita en la cabeza al perro.

—Ya estoy en casa.


Aquella veterinaria me odiaba y no tenía ni idea de por qué. La factura iba a ser altísima, pero al parecer eso no cambiaba nada. Para querer tanto a los animales, se quejaba mucho por ayudar a los que más la necesitaban.

Llegó tarde y no se disculpó, pero sí tuvo tiempo para tomar un café.

—Me enteré de la pelea de perros de anoche. —Suspiró al abrir su bolso—. Todo el pueblo sabe demasiado sobre ello.

—El sitio estaba a reventar. —Me estremecí al recordarlo.

—Ahora están todos histéricos. Acusándose de estar ahí y delatándose unos a otros.

—Bien. No se me ocurre un mejor grupo de gente para eso. —Abrí los cerrojos de las jaulas y les hice gestos a los perros para que salieran—. No sé cómo estarán por dentro, pero creo que las heridas externas se van a curar. Un par de buenas comidas no les vendrán mal. —Mi amigo de ojos azules se puso a mi lado y yo le revolví el pelo de la cabeza.

—No olvides que dependes de las donaciones de esa gente. —dijo mirándome, antes de agacharse para examinar al primer perro. En ese momento le hubiese metido un puñetazo. Siempre conseguía hacerme sentir como un chicle en la suela de su zapato. No entendía por qué había elegido ser veterinaria. Tendría la misma conmiseración que podría tener Ryker—. No se paga a la gente con voluntad o buenas intenciones.

—¿Te preocupan estos perros o con tu cuenta bancaria? —Ojalá hubiera otra persona a quien pudiera llamar. Estábamos demasiado lejos de la ciudad para que otros veterinarios vinieran.

—Creo que la respuesta es obvia.

Sí, lo era. No respondí, solo quería que se fuera lo antes posible. Que me diese el diagnóstico, las recetas, y que saliese tan rápido que ni la puerta le pudiera golpear el culo.

Se quitó el estetoscopio de las orejas.

—No son perros. Son lobos.

Mierda.

Su Lobo Cautivo

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