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Prólogo

Dos razones hacen particularmente grato para mí escribir estas breves palabras: la autora del libro y el país sobre el que trata. Laila Hotait ha sido una de las más brillantes alumnas que he tenido en la universidad, con una naturaleza creativa y artística desbordantes. De las veces que he dirigido trabajos de investigación con gusto, sin duda una de ellas ha sido con Laila. El Líbano, presente en su ascendencia paterna y en su experiencia vital, junto con el cine, que ha convertido en su profesión y vocación, han tejido en ella un vínculo indisoluble cuyos resultados siempre reflejan calidad y personalidad.

Comparto con Laila la atracción por el Líbano, ese territorio de unos 250 km de longitud y 50 de ancho que, para bien y muchas veces para mal, ha sido y es el caleidoscopio donde se imbrican, se filtran y se imponen las geometrías de todo Oriente Medio. Como una delicada miniatura, todas ellas acaban estando presentes o representadas en él. Un pequeño país creado artificialmente por los designios coloniales, cuyo primer gran esfuerzo para sus habitantes fue aceptar una nacionalidad libanesa común impuesta por Francia y su clientela local cristiano-maronita. Como señaló Gassan Salamé: “El Líbano nunca habría existido como Estado sin la alianza, paulatinamente forjada, entre el movimiento nacionalitario cristiano-maronita y Francia”. Ese nuevo Líbano se componía de una región central maronito-drusa, integrada en la órbita económica francesa y donde las órdenes religiosas europeas se implantaron, y de un Líbano periférico caracterizado por sus grandes contrastes y donde estaba ubicada la mayoría musulmana, sunní y shií. De esos desfases originales surgió un posterior transcurrir histórico plagado de desafíos y tragedias: una larga guerra civil, un vecino israelí al sur siempre ávido de invadir, ocupar y poseer sus fuentes de agua y su territorio, y otro vecino sirio al noreste que, no sin razón, conceptualizó el territorio libanés como una parte usurpada a su soberanía nacional y, en consecuencia, su injerencia será una constante en la joven historia libanesa. Pero también lo será la de los otros agentes externos a la región más significativos: eeuu y Francia. A los libaneses se les impuso un sistema político que, si bien pluralista, se basaba en la pertenencia confesional de sus habitantes, lo que ha impedido al ciudadano libanés construirse más como individuo que como miembro de una comunidad. Se enfatizó en la diferenciación religiosa y se generaron actitudes sectarias. Con el tiempo, ello ha engendrado corrupción, clientelismo e identidades comunitaristas que impiden el desarrollo de un Estado fuerte capaz de responder a las verdaderas necesidades de sus ciudadanos. Contra todo ello, una buena parte de los libaneses estuvieron meses levantándose en un hirak o movimiento contestatario que reclama un cambio profundo de ese nocivo sistema que, bajo palio de ser democrático, funciona con modelos de patronazgo. Y esa es la parte más fascinante del Líbano, sus ciudadanos, que, a pesar de todas esas experiencias, han demostrado ser siempre un pueblo dinámico, creativo, emprendedor, incansable. La rica actividad cultural libanesa, como lo ha sido la editorial, ha constituido un faro que ha irradiado luz por todo el Oriente árabe, y su creatividad en la producción cinematográfica la ha situado en la primera línea del cine independiente y de autor.

Como no podría ser de otra manera, por tanto, este libro no es una obra sobre cine al uso. Es un trabajo multidisciplinar que nos explica la historia política y social del Líbano y cómo ésta ha inspirado y promovido un cine que desarrolla historias personales a la vez que narra, contesta, denuncia y, a la postre, expone la historia contemporánea del país. Esa producción cinematográfica libanesa es, como escribe la autora del libro “un fiel reflejo del ser poliédrico de este pequeño y complejo Estado […] la memoria íntima y plural de su sociedad”. Esto es, desde lo que significó la emigración, forzada por la guerra, de multitud de libaneses, su experiencia del exilio y lo que Laila Hotait denomina “la creación de la patria de la nostalgia”, hasta el rescate por el cine del Sur libanés shií, ignorado y marginado en las narrativas oficiales. Es también el enorme impacto de la cuestión palestina, primero por la instalación de multitud de refugiados desde la Nakba de 1948 y, después, cuando la olp tuvo que instalarse en el Líbano, hasta su expulsión por la invasión militar israelí de 1982, dejando una huella imborrable con la matanza en los campos de refugiados de Sabra y Chatila. Y asimismo lo es el Líbano de la posguerra y de la nueva guerra llamada “de los treinta días” que provocó Israel en 2006, o las dificultades a las que se enfrenta la necesaria reconciliación nacional y la aplicación de la justicia transicional. Pero también cuestiones sociales como la familia y las mujeres, la vida diaria, y, cómo no, Beirut, el gran microcosmos de todo el Líbano. En consecuencia, concluye Laila Hotait, “las películas han sido realizadas desde la relación más original del cineasta con el país, los acontecimientos y, a modo de reacción, frente a ellos”. Un libro imprescindible para comprender una vertiente cultural tan significativa como lo es el cine libanés desde la necesaria perspectiva de su experiencia política y sociohistórica.

Finalmente, quisiera expresar sque me es igualmente grato al escribir este prólogo recordar a mi colega y amigo Alberto Elena y los buenos ratos que pasamos juntos con Laila como directores ambos de su tesis doctoral, origen de este libro. Su prematura ausencia nos ha dejado huérfanos del amigo y de su sabiduría.

Gema Martín Muñoz

Siempre nos quedará Beirut

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